“No pido mayor recompensa”, capítulo 15 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955, (2021)
Capítulo 15: “No pido mayor recompensa”
Capítulo 15
No pido mayor recompensa
A lo largo de 1921, Heber J. Grant recibió cartas de David O. McKay y Hugh Cannon sobre sus viajes por el mundo. Luego de reunirse con los santos en Samoa en mayo, los dos hombres visitaron Fiyi, volvieron a Nueva Zelanda y visitaron Australia. Después hicieron escala en el sudeste asiático y continuaron hacia la India, Egipto, Palestina, Siria y Turquía1.
Mientras se encontraban en Aintab, cuidad de Turquía devastada por la guerra, conocieron a unos treinta Santos de los Últimos Días armenios que se preparaban para huir de sus hogares. En la última década, innumerables armenios, entre ellos la presidencia de la rama local y otros Santos de los Últimos Días, habían sido asesinados en comunidades como Aintab. Los santos de Utah habían ayunado por ellos y la Primera Presidencia había enviado dinero para su alivio. Pero desde entonces, la violencia se había intensificado, haciendo cada vez más peligrosa la permanencia de los santos armenios en el país2.
Con gran dificultad y mucha oración, el presidente de la misión, Joseph Booth, y el líder local, Moses Hindoian, consiguieron pasaportes para cincuenta y tres personas. Los santos partieron entonces hacia Alepo, Siria, a más de 110 kilómetros hacia el sur, donde se reunía otra rama de la Iglesia. El viaje duró cuatro días, pero los refugiados no se detuvieron a pesar de la lluvia constante y llegaron sanos y salvos a su destino3.
En su informe final a la Primera Presidencia, presentado después de su regreso a los Estados Unidos, el élder McKay elogió a los santos de todo el mundo. Se mostró entusiasmado con las escuelas de la Iglesia y recomendó dotarlas de mejores profesores, libros de texto y equipamiento. Expresó su preocupación por los retos a los que se enfrentan los presidentes de las misiones, y propuso dar esa asignación solo a los líderes más fuertes. También recomendó que las Autoridades Generales viajaran con más frecuencia para apoyar a los santos en el extranjero4.
El profeta estuvo de acuerdo con las conclusiones del élder McKay. En el pasado, los miembros de la Iglesia habían encontrado fuerza al congregarse en Utah. Pero habían llegado a su fin los días en que los líderes instaban a los santos a trasladarse a Sion. De hecho, desde el final de la guerra mundial, muchos santos habían abandonado los pequeños pueblos de Utah en busca de mejores empleos en ciudades más grandes por todos los Estados Unidos. Cada vez más, los miembros de la Iglesia de todo el mundo buscaban en las ramas y misiones locales el apoyo que los santos habían encontrado anteriormente en los barrios y las estacas del oeste norteamericano5.
En un viaje al sur de California a principios de 1922, Heber quedó impresionado por el tamaño de las ramas de la Iglesia en Los Ángeles y sus alrededores. “La Misión de California está creciendo a pasos agigantados”, expresó en la Conferencia General de abril de 1922. Pronto, los santos de esa región estarían listos para formar una estaca6.
Sin embargo, Heber sabía que los miembros de la Iglesia necesitaban algo más que una congregación fuerte para mantenerse fieles a la fe. Los tiempos estaban cambiando y, como a otros de su generación, le preocupaba que la sociedad se volviera más secular y permisiva7. Preocupado por las influencias peligrosas, animó a los jóvenes santos a participar en el programa de Mejoramiento Mutuo de la Iglesia. La Asociación de Mejoramiento Mutuo promovía la fe en Jesucristo, la observancia del día de reposo, la asistencia a la Iglesia y el crecimiento espiritual, así como el ser industriosos y buenos ciudadanos. También animaba a los jóvenes a guardar la Palabra de Sabiduría, un principio que Heber había enseñado con frecuencia desde que se convirtió en presidente de la Iglesia8.
—Si podemos convertir en Santos de los Últimos Días a los jóvenes que asisten a nuestras reuniones de la Mutual —declaró—, entonces estas asociaciones habrán justificado su existencia, y tendremos las bendiciones del Dios Todopoderoso en nuestros esfuerzos9.
No todos los aspectos de la vida moderna preocupaban a Heber. En la noche del 6 de mayo de 1922, él y su esposa, Augusta, participaron en el primer programa vespertino de KZN, una emisora de radio de Salt Lake City propiedad de la Iglesia. La radio era una tecnología nueva, y la emisora era poco más que una choza desvencijada hecha de hojalata y madera. Pero con un destello de electricidad, sus operadores transmitían instantáneamente mensajes a miles de kilómetros en todas direcciones.
Acercando el gran transmisor de radio a su boca, Heber leyó un pasaje de Doctrina y Convenios sobre el Salvador resucitado. A continuación, compartió un sencillo testimonio de José Smith. Era la primera vez que un profeta proclamaba el Evangelio restaurado a través de las ondas de radio10.
Más tarde ese mismo mes, en una reunión sobre el futuro de la revista Relief Society Magazine, Susa Gates pudo sentir que se avecinaban más cambios. Ella había dirigido la revista desde que esta publicación sustituyera a El adalid de la mujer [Woman’s Exponent] en 1914. Desde el principio, ella quiso que fuera “un rayo de luz de esperanza, belleza y caridad”. Sin embargo, sabía que el destino de la revista no estaba en sus manos11.
A medida que pasaban los meses, la Presidenta General de la Sociedad de Socorro, Clarissa Williams, y su secretaria, Amy Brown Lyman, estaban asumiendo un papel más importante en la producción de la revista, insertando artículos sobre trabajo social y la colaboración de la Sociedad de Socorro con organizaciones benéficas fuera de la Iglesia. Susa no dudaba de la sinceridad de Amy al abogar por el servicio social; lo que ella temía era que Amy estuviera permitiendo que la Iglesia se mezclara demasiado con el mundo12.
Susa oró mucho para ver la situación de otra manera, pero su desaprobación del nuevo enfoque en el trabajo de la Sociedad de Socorro le impidió ver lo bueno que Amy había logrado. La Cruz Roja y otras organizaciones benéficas ahora remitían todos los casos relacionados con los Santos de los Últimos Días a la Sociedad de Socorro. En muchos casos se trataba de santos necesitados que habían perdido el contacto con la Iglesia luego de abandonar sus barrios rurales para encontrar trabajo en la ciudad. Para atender a estos santos, la Sociedad de Socorro a menudo trabajaba en estrecha colaboración con agencias médicas, educativas y de empleo, tanto públicas como privadas13.
Clarissa también había consultado recientemente con Amy y con la mesa directiva general sobre un esfuerzo para reducir el número de mujeres y bebés Santos de los Últimos Días que morían durante el embarazo y el parto. La Sociedad de Socorro se había centrado durante mucho tiempo en la salud de las mujeres, y el parto era una preocupación vital durante esta época. La tasa de mortalidad de madres y bebés en Estados Unidos era elevada, lo que llevó al Congreso a proporcionar fondos a organizaciones que apoyaban a las futuras madres.
Incluso antes de que estos fondos estuvieran disponibles, la mesa directiva general de la Sociedad de Socorro trabajó con la Primera Presidencia para establecer una casa de maternidad en Salt Lake City y proporcionar suministros médicos para las mujeres embarazadas en áreas más remotas. Para financiar el programa, la Sociedad de Socorro utilizó el dinero que había recibido por la venta de cereales al gobierno de Estados Unidos durante la guerra14.
Incapaz de reconciliarse con los nuevos métodos y cambios administrativos de la Sociedad de Socorro, Susa dimitió de la mesa directiva general y de su trabajo en la revista Relief Society Magazine. “Dejo mi trabajo con amor por mis compañeras de labor —dijo a la mesa—, y confío en que ellas me extenderán el mismo amor a mí”15.
Susa, que nunca podía estar ociosa, se dedicó a otros proyectos. Anteriormente ese mismo año, había criticado a Edward Anderson, editor de la publicación Improvement Era, por escribir historia de la Iglesia que apenas mencionaba a las mujeres. En respuesta, Edward le recomendó que ella escribiera la historia de las mujeres Santos de los Últimos Días. Susa ya había escrito una historia de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes, por lo que el proyecto le resultaba atractivo. A la Primera Presidencia también le gustó la recomendación, y Susa no tardó en ponerse a escribir16.
El apóstol e historiador de la Iglesia Joseph Fielding Smith, hijo del presidente Joseph F. Smith, invitó a Susa a trabajar en su historia en un escritorio de la Oficina del historiador. Poco después, la reubicó al otro lado del salón, en el despacho del élder B. H. Roberts. El despacho tenía un escritorio, una máquina de escribir, un lavabo, dos sillas y estanterías llenas de libros y papeles.
Dado que el élder Roberts estaba en Nueva York sirviendo como presidente de la Misión de los Estados del Este, el élder Smith le dijo que ella podría usar la oficina, y nunca sería necesario que B. H. lo supiera.
“¡Te doy gracias, Padre! —exclamó Susa en su diario—. ¡Ayúdame a cumplir con mis instrucciones!”17.
El 17 de noviembre de 1922, Armenia Lee cumplió su décimo año como presidenta de la AMMMJ (Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes) en la estaca Alberta en Canadá. Sus años de servicio habían estado llenos de desafíos, ya que ella se desplazaba en caballo y en carruaje, bajo todo tipo de inclemencias del tiempo, para visitar a las jóvenes y a sus líderes. Los inviernos eran extremadamente fríos en Alberta, lo que exigía una gran resistencia y mucho valor de quienes se aventuraban a salir al exterior. Sin embargo, se ponía su ropa más abrigada, se cubría casi totalmente con edredones y túnicas de lana, y se adentraba en la nieve y el hielo.
Era una tarea peligrosa, pero le encantaba.
Originaria de Utah, Armenia tenía diecinueve años cuando se casó con William Lee, un viudo con cinco hijos pequeños. Se habían trasladado a Canadá después de que William encontrara trabajo en una tienda en Cardston. El traslado fue difícil para Armenia, pero ella y William empezaron una nueva vida en la pequeña ciudad. Juntos, tuvieron cinco hijos más, pusieron una funeraria y se mudaron a una casa de cuatro habitaciones. Más tarde, en 1911, a pocos meses de su décimo aniversario de bodas, William sufrió un ataque al corazón y murió. Armenia no tenía aún treinta años de edad cuando se quedó viuda con diez hijos a su cargo18.
La muerte de William fue repentina e impactante, pero Armenia sintió que el Espíritu del Señor la consolaba y la ayudaba a decir: “Hágase tu voluntad”. La experiencia fue sagrada e innegable. “Sé que hay una vida futura, sin duda —testificó—, y que los lazos familiares se extienden hasta la eternidad”19.
Armenia fue llamada a dirigir la AMMMJ de la estaca menos de dos años después de la muerte de William20. En ese momento, la AMMMJ, que estaba abierta a las jóvenes de 14 años y más, estaba experimentando muchos cambios. Unos meses antes de que Armenia fuera llamada, una estaca de Salt Lake City había organizado el primero de muchos campamentos de verano para mujeres jóvenes de la Iglesia. Al igual que la Asociación de Mejoramiento Mutuo de los Hombres Jóvenes (AMMHJ), la AMMMJ había comenzado a ver las actividades recreativas como una forma de desarrollar el carácter. Al principio, las líderes de las mujeres jóvenes consideraron la posibilidad de unirse a una organización externa para chicas, tal como había hecho la AMMHJ con el programa de los Boy Scouts. Pero Martha Tingey, presidenta general de la AMMMJ, y su mesa directiva general prefirieron desarrollar su propio programa21.
La consejera de Martha, Ruth May Fox, había sugerido el nombre para el programa: Abejitas. Para los santos de Utah, la colmena había sido durante mucho tiempo un importante símbolo de trabajo arduo y cooperación. Pero no fue hasta que Elen Wallace, miembro de la mesa directiva general, leyó un libro titulado “La vida de las abejas”, en el que se detallaba cómo las abejas trabajaban juntas para construir colmenas, que las líderes vieron cómo el símbolo se aplicaba a su organización.
Pronto las jóvenes de toda la Iglesia se organizaron en “enjambres” bajo el liderazgo de una “guardiana de las abejas”. Para avanzar en el programa, desde el nivel de “abeja constructora de la colmena” pasando por el de “recolectora de miel” hasta “guardiana de las abejas”, las mujeres jóvenes tenían que alcanzar logros en aspectos relacionados con la religión, el hogar, la salud, las artes domésticas, la recreación al aire libre, los negocios y el servicio público22.
Armenia y sus consejeras habían comenzado a promover el programa de las Abejitas en el verano de 1915, y pronto los barrios de Cardston comenzaron a formar enjambres de ocho a doce jovencitas. Un año después, Armenia habló a las Abejitas y a los hombres jóvenes de la estaca sobre la importancia de la obra del templo. El templo en Cardston estaba en construcción, y cada uno de ellos tendría la oportunidad de participar en la obra del templo cuando estuviera terminado. Participar en esa obra era un privilegio, les dijo23.
Ahora, seis años más tarde, el templo estaba casi listo para ser dedicado. Situada en lo alto de una colina en el centro de la ciudad, la estructura de granito blanco tenía un tejado en forma de pirámide e hileras de columnas cuadradas a su alrededor. Al igual que el templo en Hawái, no tenía agujas que se extendieran hacia el cielo. En lugar de ello, se asentaba con firmeza y majestuosidad sobre sus cimientos, tan sólido e inamovible como una montaña24.
El élder John Widtsoe sujetó firmemente su mochila al bajar de un tren en la estación de Waterloo, en Londres. Era cerca del mediodía del 11 de julio de 1923, la estación estaba abarrotada de gente y hacía un calor insoportable25.
Él había ido a Europa con su compañero apóstol, Reed Smoot. Desde la guerra, las naciones escandinavas habían sido lentas en permitir el regreso de los misioneros, por lo que el presidente Grant pidió a Reed que utilizara su posición como senador de los Estados Unidos para hablar con los gobiernos de Dinamarca, Suecia y Noruega en nombre de la Iglesia. Como John era noruego y conocía varios idiomas europeos, fue llamado a unirse a Reed en esa misión26.
Mientras John se desplazaba por el andén del ferrocarril, oyó una voz familiar que gritaba: “¡Aquí está!”. Entonces sintió que se quedaba sin respiración, cuando su hijo de veinte años, Marsel, lo abrazó con fuerza27.
Marsel, que había estado sirviendo en la misión británica durante el último año, fue con su padre y el senador Smoot al hotel. De jovencito, Marsel había sido un buen estudiante y deportista, y John creía que la misión solo lo había convertido en alguien mejor aún. “Está completamente enamorado de su labor —escribió John más tarde a su esposa, Leah—. En general, me pareció una buena persona con quién estar: un chico sano, reflexivo, inteligente, afectuoso y ambicioso que intenta aprovechar su vida al máximo”28.
Después de pasar unos días en Inglaterra, John y Reed viajaron a Escandinavia con David O. McKay, quien había sido llamado como presidente de la Misión Europea un año después de regresar de su gira mundial. Como de costumbre, la información falsa sobre la Iglesia era la base de las restricciones gubernamentales contra ella.
En Dinamarca, su primera parada, Reed concedió una entrevista sobre la Iglesia a un importante periódico. Sus reuniones en otras naciones, que incluyeron audiencias con el arzobispo luterano de Suecia y el rey de Noruega, también fueron productivas. John atribuyó su éxito a la reputación de Reed. Veinte años después de su controvertida elección, el senador se había convertido en un influyente legislador que gozaba de una estrecha amistad con el presidente de Estados Unidos29.
Al final de su asignación, John informó a la Primera Presidencia de que Reed y él habían conseguido buena prensa para la Iglesia y habían convencido a muchos líderes europeos de que sus normas contra la obra misional eran obsoletas30. Pero la experiencia le estaba haciendo reflexionar. Luego de una agotadora reunión, John se encontró con una estatua de bronce de Jöns Jacob Berzelius, un famoso químico sueco al que admiraba.
Sentado cerca de la estatua, John se preguntó qué habría pasado si él también se hubiera dedicado por completo a la ciencia en lugar de regresar a Utah para ayudar a educar a los santos y servir en la Iglesia. “¡Cómo me habría deleitado en tener una vida como la de Berzelius! —escribió a Leah más tarde esa noche—, pues sé que con la ayuda de Dios habría tenido gran éxito”.
En lugar de ello, John había dejado su profesión y abandonado gran parte de sus investigaciones científicas para servir como apóstol de Jesucristo. Sin embargo, no se arrepintió de su nuevo camino, a pesar de la tristeza que le producía haber abandonado viejos sueños.
“No puedo hablar aquí de estas cosas que vuelan por mi alma —le dijo a Leah.— Solo la promesa de la vida después de esta vida podría justificar algunas cosas”31.
El 25 de agosto de 1923, no mucho después de que los dos apóstoles regresaran de su misión a Escandinavia, un tren especial que transportaba a Heber J. Grant, nueve apóstoles y cientos de santos de Salt Lake City y de otras partes de la Iglesia llegó a Canadá para la dedicación del Templo de Cardston, Alberta. Los visitantes no tardaron en desbordar la ciudad, que apenas tenía espacio para todos. Sin embargo, los santos canadienses hicieron con gusto todos los esfuerzos posibles para hospedar a sus invitados32.
En medio de la emoción del día, Armenia Lee tuvo una entrevista con el apóstol George F. Richards y con su presidente de estaca de muchos años, Edward J. Wood, quien había sido llamado como presidente del nuevo templo. Armenia y Edward eran amigos desde hacía muchos años. Después de la muerte de su esposo, había acudido a menudo a él en busca de consejo y asesoramiento. Habían trabajado juntos como líderes de la estaca y Edward se había convertido en casi un hermano para ella.
Una vez iniciada la reunión, el élder Richards preguntó a Armenia si estaría dispuesta a servir como directora de las obreras del nuevo templo. Si Armenia aceptaba el cargo, tendría que seleccionar y supervisar a las obreras del templo, asesorar a las mujeres que recibieran las ordenanzas por primera vez y atender una enorme cantidad de tareas adicionales.
Armenia se sintió a la vez aturdida y honrada por el llamamiento. “Aceptaré el cargo con toda humildad, y lo haré lo mejor posible”, dijo33.
Al día siguiente, Anthony Ivins, de la Primera Presidencia, apartó a Armenia dentro del templo. Más tarde, a las diez de la mañana, asistió a la primera sesión de la dedicación. Arrodillado ante un altar en el salón celestial, el presidente Grant ofreció la oración de dedicación, pidiendo a Dios que santificara el templo y bendijera a aquellos cuyas vidas tocaría. También pidió una bendición especial para los jóvenes de la Iglesia, tan queridos en el corazón de Armenia.
—Guarda a la juventud de Tu pueblo, oh Padre, en el camino estrecho y angosto que conduce a Ti —oró—. Dales un testimonio de la divinidad de esta obra como nos lo has dado a nosotros, y presérvalos en la pureza y la verdad34.
El templo se abrió para la realización de ordenanzas poco después. En los últimos años, el presidente Grant había buscado formas de aumentar la participación en el templo. En 1922, había pedido a un comité de apóstoles que estudiara cómo acortar las sesiones de investidura, que podían durar hasta cuatro horas y media. En esos momentos, los templos celebraban varias sesiones diarias y empezaron a ofrecer sesiones vespertinas para atender a los santos que no podían asistir durante el día. Los líderes de la Iglesia también pusieron fin a la práctica de hacer que los santos acudieran al templo para recibir un bautismo o una bendición de salud, argumentando que podría interferir con el desarrollo normal de las ordenanzas35.
Un cambio inesperado que introdujeron fue una modificación en el gárment del templo. El patrón del gárment que existía se extendía hasta los tobillos y las muñecas y tenía cordones y cuello, por lo que no se adecuaba al tipo de ropa que se usaba en los años veinte. Reconociendo que el simbolismo del gárment era más importante que su estilo, la Primera Presidencia dio instrucciones para que se facilitara un gárment más corto y sencillo36.
Dado que las obligaciones de Armenia como directora de las obreras del templo ocupaban gran parte de su tiempo, fue relevada como presidenta de la AMMMJ. El tiempo que pasó con las mujeres jóvenes fue para ella una parte muy especial de su vida, y echaba de menos el poder trabajar con ellas. Sin embargo, halló un nuevo gozo al saludar a las jóvenes —que había conocido en la Asociación de Mejoramiento Mutuo—, cuando acudían al templo para recibir sus investiduras y ser selladas con sus esposos por el tiempo y la eternidad37.
Por invitación de los editores de la revista Gaceta de la Mujer Joven [Young Women’s Journal], Armenia publicó sus sentimientos sobre su relevo después de años de servicio en la AMMMJ. “¡Cómo amo a la juventud de Sion! —escribió—. No pido mayor recompensa que la que he recibido de ver a nuestras jóvenes crecer y desarrollarse como mujeres adultas, fieles a su herencia”38.