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Confiar en las segundas impresiones y en la guía del Espíritu
Cuando conocí a Kurt, él no era alguien que pudiera llevarme al templo. ¿Cómo podríamos avanzar en nuestra relación?
En febrero de 2013, conocí a un joven llamado Kurt en una cena. Él estaba desaliñado, sin afeitar y con resaca. No lo tuve mucho en cuenta. Cuatro meses después, vi a un joven apuesto que al instante me dejó sin aliento. Nuestros caminos se cruzaron durante cinco minutos enteros, pero durante ese tiempo me di cuenta de que era Kurt, el mismo sujeto desaliñado que había conocido antes. Me pregunté sobre el cambio en su apariencia.
Dos semanas después, me sorprendió recibir un mensaje de texto de Kurt que me invitaba a unirme a sus amigos para ver una película. Debatí en mi cabeza si debía ir. ¿Cómo había conseguido mi número? Apenas lo conocía, mis primeras impresiones sobre él no habían sido las mejores, y no parecía que tuviéramos mucho en común. Con renuencia me decidí a ir de todos modos.
Después de la película, Kurt me invitó a cenar, y solo dije que sí porque me estaba muriendo de hambre; pero esa cena cambió todo. Mi primera impresión de él cambió al descubrir que era alguien que realmente me hacía sonreír, y reír. Era muy fácil hablar con él y nos hicimos amigos de inmediato.
“¿Qué estamos haciendo?”
Con el paso del tiempo, nuestra amistad creció y nuestros sentimientos también. Antes de que pudiera desarrollarse una relación romántica, tuve esta batalla interna: él no era miembro de la Iglesia. Yo sabía que deseaba casarme en el templo y criar a mis hijos en el Evangelio. Quería una familia eterna. Entonces, ¿qué estaba haciendo al cultivar una relación con él?
Yo sabía que debía hacer algo. Una noche conducíamos de regreso a mi casa y le pregunté: “¿Qué estamos haciendo?”. Le dije que teníamos que dar un paso atrás y no dejar que nuestra amistad se convirtiera en algo más. Dije que no quería romper mi corazón ni el de él si entrábamos en una relación solo para separarnos porque yo quería un matrimonio en el templo. Le dije que la vida no se trata solo de mí o de nosotros, sino de nuestro futuro y de nuestros futuros hijos. Admití que sabía que eso era una locura y que estaba adelantándome mucho, pero que solo estaba tratando de ser realista y ahorrarnos penas futuras.
Él escuchó y luego, para mi sorpresa, respondió: “Te llevaré al templo”. Yo dudé de lo que me decía; ¿cómo podía prometer eso? Para tranquilizarme, me prometió que me llevaría y me pidió que confiara en él.
Realmente no sabía qué hacer, pero probablemente era la primera vez en mi vida que había estado orando con una verdadera intención tan grande. Mientras ayunaba y oraba durante todo ese tiempo, siempre había tenido una sensación tranquilizadora de que era lo correcto y que debía continuar por ese camino. Con mis relaciones anteriores me había sentido bien, pero al estar con Kurt, por primera vez en mi vida, las cosas se sentían correctas, no solo bien sino correctas, y me sentía como en casa.
Con esa tranquilidad proveniente del Espíritu, acepté confiar en Kurt y continuar nuestra relación. Sabía que las cosas tal vez no iban a funcionar, pero también sabía que yo mantendría mi compromiso de contraer matrimonio en el templo.
Confiar en el Señor y avanzar
Kurt empezó a reunirse con los misioneros. Durante las lecciones, descubrí que él había estado investigando la Iglesia durante más de un año antes de conocernos. También descubrí que a propósito no me había hecho preguntas religiosas porque quería descubrir la verdad por sí mismo y no permitir que sus sentimientos por mí influyeran en él.
Se bautizó, y nos casamos y sellamos en el Templo de Hamilton, Nueva Zelanda, un año después. Cumplió su promesa de llevarme al templo, y todavía mantiene sus convenios cerca de su corazón. Seis años y medio de matrimonio más tarde, aún hay entre nosotros algo increíble. Tenemos un hijo al que amamos, y nos esforzamos todos los días por enseñarle el evangelio de Jesucristo.
Me alegra no haber dejado que mis primeras impresiones de Kurt se convirtieran en las últimas. No es la misma persona que conocí la primera vez. Me alegra haber confiado en él y en la guía del Espíritu en nuestra relación, y estoy agradecida por haber defendido lo que creía, para mí y para mi futura familia. Sabía que quería sellarme en el templo, no solo porque es “lo correcto” sino porque los convenios que hacemos, especialmente en el templo, nos colocan en una senda que permite que nuestra familia crezca, progrese y llegue a ser eterna. Como lo dijo tan elocuentemente el presidente Russell M. Nelson: “… la salvación es un asunto individual y la exaltación es un asunto familiar” (“La salvación y la exaltación”, Liahona, mayo de 2008, pág. 10).