2020
¿Está mi hijo con una discapacidad listo para ser bautizado?
Junio de 2020


¿Está mi hijo con una discapacidad listo para ser bautizado?

La autora vive en Utah, EE. UU.

El octavo cumpleaños de nuestro hijo se acercaba; pero, ¿cómo podíamos estar seguros de que estaba listo para el bautismo?

feet in baptismal font

Fotografía por Randy Collier.

Nuestro hijo, David, cumpliría ocho años en menos de un año. Mi esposo y yo queríamos que estuviera preparado para hacer los convenios sagrados del bautismo. Eso significaba hacer cosas como leer el Libro de Mormón, estudiar los convenios bautismales y repasar las preguntas de la entrevista bautismal. Ya habíamos hecho todo eso antes con la hermana mayor de David, pero David tiene autismo, por lo que decidir si debía ser bautizado no fue tan sencillo para nosotros.

Sí, sabíamos qué hacer para ayudarlo a prepararse, pero sobre toda esa preparación se cernían las preguntas: ¿Debía David ser bautizado? ¿Estaba listo? ¿Necesitaba que se le bautizara? ¿Entendía a lo que se estaría comprometiendo? ¿Cómo podíamos estar seguros de que estábamos haciendo lo correcto?

Al igual que muchos padres que tienen hijos con alguna discapacidad, estas preguntas nos llevaron por un trayecto de búsqueda de perspectivas doctrinales y revelación personal.

La edad de responsabilidad vs. la responsabilidad

En Doctrina y Convenios 68:27 dice: “Y sus hijos serán bautizados para la remisión de sus pecados cuando tengan ocho años de edad, y recibirán la imposición de manos”.

Si nos basáramos únicamente en ese pasaje, concluiríamos que cualquier niño de ocho años está listo para ser bautizado. Sin embargo, las Escrituras también enseñan:

“… los niños pequeños son redimidos […] mediante mi Unigénito;

“por tanto, no pueden pecar […], sino hasta cuando empiezan a ser responsables ante mí” (Doctrina y Convenios 29:46–47; véase también Moroni 8:7–22).

¿Cómo podíamos mi esposo y yo comprender si David era responsable? Continuamos nuestra búsqueda.

De las normas de la Iglesia, aprendimos que la responsabilidad de una persona depende tanto de sus deseos como de su nivel de comprensión: si David era digno y deseaba ser bautizado, y demostraba que podía considerárselo responsable, no debíamos negarle el bautismo.

También aprendimos que si la discapacidad de David limitaba su capacidad intelectual a la de un niño pequeño, no sería responsable y no necesitaría las ordenanzas de salvación (véase Manual 1: Presidentes de estaca y obispos, 2010, 16.1.8; los miembros que tienen preguntas sobre las normas de la Iglesia pueden consultar con sus obispos).

La capacidad intelectual de David era en realidad bastante típica. Sin embargo, aún me hallaba cuestionando si David había alcanzado un nivel apropiado de responsabilidad. Con espíritu de oración, continué buscando y esperando recibir la guía que me brindara paz.

Discapacidades e inocencia

Conozco a algunos padres que tienen un hijo con discapacidad que reciben gran consuelo al leer que quienes pasan por la vida terrenal sin haber llegado a ser responsables conservan el estado de inocencia: “… todos los niños pequeñitos viven en Cristo […]. Porque el poder de la redención surte efecto en todos aquellos que no tienen ley […]; y para tal el bautismo de nada sirve” (Moroni 8:22).

El profeta José Smith también describió la condición de los niños que mueren y no han llegado a ser responsables: “Y también vi que todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino celestial de los cielos” (Doctrina y Convenios 137:10).

Sé que para esas personas el bautismo no es necesario en esta vida. También sabía que Dios nos ayudaría a saber qué sería lo mejor para David.

En busca de la guía divina

De entre los que tienen discapacidades, existe una gran variedad de capacidades. Muchas personas con discapacidades están por encima del nivel mental de ocho años y se las puede bautizar y confirmar si llegan a ser responsables de sus actos (véase Manual 1, 16.3.5). Otras personas no serán responsables de sus actos. Sabía que mi esposo y yo podíamos consultar con nuestro hijo, con Dios y con nuestro obispo, quien actúa como un “juez en Israel”, para ayudarnos a tomar la decisión inspirada en cuanto a si David estaba listo para ser bautizado (véase Doctrina y Convenios 107:76).

Estas palabras de Alma me brindaron gran paz: “… y ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo […], ¿qué os impide ser bautizados en el nombre del Señor, como testimonio ante él de que habéis concertado un convenio con él de que lo serviréis y guardaréis sus mandamientos, para que él derrame su Espíritu más abundantemente sobre vosotros?” (Mosíah 18:8–10).

Después de toda nuestra preparación, todas nuestras lecciones en casa y en la Primaria, comencé a hacerle preguntas a David que yo sabía que le harían en su entrevista bautismal.

A veces sus respuestas demostraban comprensión, pero otras veces no sabía qué responder. Me pregunté si estábamos haciendo lo correcto.

Finalmente, el Espíritu le susurró a mi corazón: “¿Por qué no le preguntas a David lo que él piensa?”.

Me volví hacia David y le pregunté: “David, ¿quieres ser bautizado?”.

Me miró directamente y dijo: “¡Sí!”.

Cuando le pregunté por qué quería ser bautizado, dijo: “Para ser como Jesús”.

Me embargó un sentimiento de paz y orientación. Supe en ese momento que, incluso si David no entendía todas las preguntas a la perfección, estaba listo para ser bautizado y confirmado. Él sabía lo que necesitaba saber y, lo más importante, tenía, a sabiendas, el deseo de entrar en el reino de Dios mediante el bautismo.

El día que David fue bautizado y confirmado miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días estuvo lleno de amor, amistad y paz. El salón estaba lleno de familiares, miembros del barrio, amigos de la escuela e incluso maestros de la escuela de David. El ejemplo que David dio ese día al elegir seguir a Jesús y ser bautizado fue un ejemplo que influyó en muchas personas para bien. Nuestra familia es más fuerte porque tuvimos la oportunidad de aprender la forma en que las obras de Dios se manifestarían por medio de nuestro hijo, David (véase Juan 9:3).