La última palabra
Servir juntos con el poder del sacerdocio
Tomado de un discurso de la Conferencia General de abril de 2013.
Hace varios años, mi esposa Barbara y yo contemplábamos el cielo nocturno llenos de asombro. Los millones de estrellas lucían excepcionalmente brillantes y hermosas. Después, acudí a la Perla de Gran Precio y leí lo que el Señor Dios le dijo a Moisés: “Y he creado incontables mundos, y también los he creado para mi propio fin; y por medio del Hijo, que es mi Unigénito, los he creado” (Moisés 1:33).
El poder que creó los cielos y la tierra es el sacerdocio. La fuente de este poder del sacerdocio es el Dios Todopoderoso y Su Hijo Jesucristo. Es el poder que el Salvador utilizó para llevar a cabo milagros, para proporcionar una Expiación infinita y para vencer la muerte física por medio de la Resurrección.
En el plan de nuestro Padre Celestial, los hombres tienen la singular responsabilidad de administrar el sacerdocio, pero ellos no son el sacerdocio. Es sumamente importante que comprendamos que nuestro Padre Celestial ha proporcionado una manera para que todos Sus hijos e hijas puedan tener acceso a las bendiciones del sacerdocio y sean fortalecidos mediante este poder.
El mismo poder del sacerdocio que creó mundos, galaxias y el universo puede y debe ser parte de nuestra vida para consolar, fortalecer y bendecir a nuestra familia, nuestros amigos y nuestros vecinos; en otras palabras, para hacer las cosas que el Salvador haría si Él se encontrara ministrando entre nosotros hoy en día (véase Doctrina y Convenios 81:5).
El propósito fundamental de este sacerdocio es bendecirnos, santificarnos y purificarnos a fin de que podamos vivir juntos con nuestras familias en la presencia de nuestros Padres Celestiales. De esa forma, todos los hombres, las mujeres y los niños —no importa cuáles sean nuestras circunstancias— podemos participar en la maravillosa obra de Dios y Jesucristo (véase Moisés 1:39) y disfrutar de las bendiciones del sacerdocio.
Que seamos prudentes y procuremos fortalecer nuestra propia vida, la vida de los integrantes de nuestra familia, y La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días por medio del poder del sacerdocio de Dios.