La oración de Kelly
Kelly y su mamá caminaron hacia el edificio de la Iglesia y miraron a su alrededor. Era hermoso, con las palmeras meciéndose en el exterior. La placa del edificio decía “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días” en tres idiomas: malayo, chino e inglés.
Kelly no sabía mucho acerca de Jesucristo, y nunca había estado en una iglesia. La amiga de su mamá, Li Leen, asistía a la Iglesia allí, y había invitado a Kelly y a su mamá a acompañarla.
Al entrar, las personas sonrieron y saludaron. Todos eran muy amables. Kelly y su mamá siguieron a Li Leen hasta un gran salón que había en la planta superior. Li Leen dijo que se llamaba capilla.
Kelly se sentó junto a su mamá y Li Leen en una fila de sillas, y al poco rato comenzó la reunión. Escuchó la música; le gustaba cómo le hacía sentir, aunque no se supiera la letra.
Al final de la reunión, una mujer se puso de pie para ofrecer una oración. Kelly miró a su alrededor mientras todos los demás cruzaban los brazos y cerraban los ojos. Sintió algo realmente bueno en su interior. ¿Qué era? ¡No se parecía a nada de lo que había sentido antes!
Más tarde, al irse de la Iglesia, Kelly le habló a su mamá acerca de lo que había sentido durante la oración.
“Bueno”, dijo su mamá, “yo no sentí nada especial”.
Pero Kelly seguía pensando en el modo en que se había sentido en la Iglesia. Le había gustado la oración y escuchar acerca de Jesús.
“¿Me pueden enseñar los misioneros?”, preguntó Kelly a su mamá. “Quiero saber más”.
“Si eso es lo que quieres, está bien”, respondió la mamá.
Los misioneros enseñaron a Kelly a orar y a leer las Escrituras; le enseñaron acerca de Jesús y de cuánto nos ama. A Kelly le gustaba lo que aprendía.
Un día, los misioneros le extendieron un desafío especial.
“¿Intentarás orar durante la semana?”, preguntó el élder Parker.
Hasta ese momento, Kelly solamente había orado con los misioneros, pero deseaba hacerlo sola. Sabía que el Padre Celestial siempre escuchaba, y que quería escucharla a ella.
“Lo haré”, prometió.
El día siguiente en la escuela era un día especial. ¡Kelly iba a cantar en un concurso! Había aprendido una hermosa canción china. Aprenderse todas las notas y los tonos había sido difícil; había practicado, y practicado, y practicado.
Ahora que había llegado el momento de actuar, Kelly estaba nerviosa. Sacó la imagen de Jesús que había metido en el bolsillo de su uniforme aquella mañana y decidió hacer una oración como los misioneros le habían enseñado. “Padre Celestial, por favor, ayúdame a no estar nerviosa”, suplicó. “En el nombre de Jesucristo. Amén”.
Entonces Kelly salió al escenario. Miró fijamente al público y a los jueces; pensó en la imagen de Jesús que tenía en el bolsillo y se sintió un poco mejor. Respiró hondo y comenzó a cantar.
Cantó todas las palabras tal como las había practicado y, al entonar la última nota y saludar al público, Kelly tuvo la certeza de que el Padre Celestial había escuchado su oración y la había ayudado.
Con una sonrisa, Kelly salió del escenario. Casi no podía esperar para explicarles a los misioneros lo que había pasado y sabía que quería seguir orando cada día.