Mensaje del Área
Compartir el Evangelio
Conocí el Evangelio cuando tenía trece años, gracias a una prima que nos invitó a mi hermana y a mí a una actividad en la Iglesia. Supe enseguida que era la verdad y quería bautizarme. Con alguna oposición de nuestros padres, por fin fuimos bautizadas casi un año después. Yo sentía tanta felicidad que quería compartirlo con todos y estaba segura de que todos lo aceptarían porque era la verdad. Y allí comenzó mi proceso de aprendizaje para compartir el Evangelio.
Cuando hacemos nuestro convenio bautismal, nos comprometemos a tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, a recordarle siempre y a guardar Sus mandamientos, lo que incluye invitar a las personas a “venir a Él”.
El élder Dallin H. Oaks enseñó:
“Los que conocemos el plan de Dios y hemos hecho convenio de participar, tenemos la clara responsabilidad de enseñar estas verdades y de hacer todo lo que podamos para promoverlas a otras personas y en nuestras propias circunstancias en la vida terrenal”.
Al comienzo pensaba que todos aceptarían escuchar el Evangelio, después de todo ¡es la verdad! Sin embargo, no fue así, me di cuenta que no era tan fácil que las personas quisieran escuchar a los misioneros y menos asistir a la iglesia. Tuve algunos períodos en que me sentía frustrada por esto, pero no me daba por vencida.
Aprendí algunas pautas importantes:
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Esforzarme por ser más semejante a Jesucristo. Desarrollar la caridad, que es “el amor puro de Cristo”, la humildad, la paciencia, la diligencia, que es un esfuerzo constante, sincero y valiente al servir al Señor.
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Buscar la guía del Espíritu. El élder Oaks enseñó que debemos orar por la ayuda y la guía del Señor para que podamos ser instrumentos en Sus manos y ayudar a quien está preparado.
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Nuestra responsabilidad es “invitar a las personas a venir a Cristo al ayudarlas a que reciban el Evangelio restaurado” y es su responsabilidad el aceptarlo o no. Recuerdo que sentía que yo había fallado cuando alguien no quería escuchar o ser bautizado, hasta que entendí que todos hacemos uso del albedrío. Nosotros invitamos y los misioneros enseñan.
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No prejuzguemos a nadie. Si el Espíritu nos susurra hablar con alguien, ¡hagámoslo!, sin dar lugar a pensar que no aceptará porque la vida que lleva no está de acuerdo con el Evangelio. ¡Es el Evangelio lo que cambiará sus vidas! He tenido experiencias sorprendentes haciéndolo.
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Al hablar con las personas tratemos de percibir sus temores, anhelos, dudas y el Espíritu nos dirá qué decir, no temamos. Tal como indica D. y C. 84:85: “Ni os preocupéis tampoco de antemano por lo que habéis de decir; mas atesorad constantemente en vuestras mentes las palabras de vida, y os será dado en la hora precisa la porción que le será medida a cada hombre”.
El Evangelio de Jesucristo y Su Expiación abarcan todos los aspectos y situaciones de la vida de los hijos de Dios.
Amo la obra misional, amo compartir el Evangelio con todos y tengo un gozo muy grande al hacerlo.
“Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!”.
Jesucristo dirige Su obra y si lo buscamos y seguimos tenemos una promesa: “Y el Señor de la viña también trabajó con ellos”, de esto testifico en el nombre sagrado de Jesucristo. Amén.