Abuso o maltrato
Puedo sentir paz de nuevo


“Puedo sentir paz de nuevo”, Ayuda para las víctimas, 2018.

“Puedo sentir paz de nuevo”, Ayuda para las víctimas.

Puedo sentir paz de nuevo

Nota: Esta es una experiencia real de una persona que sobrevivió al abuso. Los nombres e información reveladora sobre la identidad de los protagonistas han sido cambiados.

Mis hermanos y yo nacimos en una familia disfuncional. Desde que era niño, recuerdo a mis padres peleando mucho. Nos disciplinaron de una manera que yo creía normal, pero que ahora reconozco como abusiva: golpes, bofetadas, azotes, baños de agua fría, insultos, amenazas y jalar el pelo y las orejas. A veces nos arrojaban objetos. A menudo no estaban en casa y mi hermano mayor estaba a cargo. Él siguió el ejemplo de mis padres en su trato con nosotros.

Nunca olvidaré cuando Luis comenzó a abusar sexualmente de mí cuando tenía seis años. Esto sucedía generalmente cuando los dos estábamos solos en la casa. Pensé que era el único de quien abusaba sexualmente hasta que lo vi con mi hermana cuando tenía yo ocho años.

El abuso de Luis empeoró con los años. Me dijo que si no cooperaba, me mataría. Le creí. Muchas veces en mi juventud perdí toda esperanza y me sentí completamente traumatizado, deseando poder desaparecer o morir. Me sentía culpable y me preguntaba qué cosas malas había hecho para ser castigado tan duramente. Siempre estaba asustado. Oré muchas veces a Dios; sin embargo, pensé que no me escuchaba en absoluto. Me sentía desprotegido y abandonado.

Tenía miedo de contarle a mis padres lo que nos hacía Luis, y él siempre estaba vigilante. Cuando mis padres estaban presentes, él usaba lenguaje corporal para amenazarme y mostrarme qué pasaría si decía algo. Trataba constantemente de esconderme de mi hermano y no me sentía seguro en mi propia casa. Quería dejar la escuela e ir a trabajar para estar en casa con menos frecuencia. Sin embargo, no se me permitió hacerlo.

Un día, cuando tenía 11 años, mi padre me dio dinero para comprar refrescos para la familia. Mientras caminaba hacia la tienda de comestibles, Luis se me acercó por detrás y me exigió que le diera el dinero. Me dijo: “Si papá te pregunta dónde están los refrescos, dile que alguien te robó el dinero”.

Estaba cansado de esa situación en mi vida y me negué a obedecerle. Él se enojó y me golpeó hasta que caí al suelo. Me puse de pie y, al volver a casa, tropecé con mi padre. Con lágrimas en el rostro, le conté lo que Luis había hecho. Mi padre se puso furioso con él.

Después de eso, sentí un poco de alivio. Sin embargo, no le conté a mi padre sobre el abuso sexual; estaba avergonzado y casi me sentía culpable por las cosas sexuales repugnantes que Luis me hacía hacer. Después de que hablé con mi padre, Luis dejó de abusar sexualmente de mí, pero continuó dándome palizas y lastimándome. Aprendí a vivir con el dolor. Eso no era nada comparado con lo que me había hecho antes.

Más tarde, Luis decidió alistarse en el ejército. Para nosotros, esa fue la peor decisión que pudo haber tomado. Mi madre y mi padre se sintieron aliviados de que Luis estuviera lejos de nuestra casa por un tiempo, pero para Luis estar en el ejército fue un tiempo difícil. Se descontroló aún más. Todo lo que experimentó en el ejército alimentó su naturaleza ya violenta. Cuando regresó del servicio militar, actuó peor que antes.

Finalmente, Luis formó su propia familia. Esperábamos que tal vez eso le ayudara a cambiar, pero ese no fue el caso. Creó más víctimas. Su esposa y sus hijos lloraban constantemente y continuó peleando con nosotros e incluso con nuestros vecinos.

A los 18 años, finalmente decidí dejar mi hogar. Estaba harto de mi vida. Tenía cicatrices y huesos rotos para recordarme la violencia que Luis me había infligido.

Después de varios años conocí a una joven y me casé con ella, deseando tener una familia maravillosa que fuera mejor que aquella en la que crecí. Sin embargo, no funcionó, y mi matrimonio se rompió. Caí en depresión. Perdí mi trabajo. No podía estudiar más. Quebranté la ley de castidad y dejé de ir a la Iglesia. Parte de mí se sentía desconectado de la realidad; no tenía esperanza ni motivación.

Finalmente comencé a orar mucho para que Dios me ayudara. Reuní valor y confesé mis pecados al obispo, quien me envió a Servicios para la Familia SUD para recibir terapia. Al principio pensé que mis problemas no eran muy grandes. Sin embargo, comencé a compartir mi experiencia y enfrentar mis horribles problemas. Aprendí a mejorar mi relación con mis hermanas. También me di cuenta de que tenía una adicción al sexo y comencé a asistir a las reuniones del Programa SUD para recuperarse de las adicciones. Descubrí muchas cosas sobre mí mismo en ese proceso.

Fue un camino difícil pero, después de un tiempo y con el aliento de mis amigos del programa de recuperación, decidí regresar completamente a la Iglesia. Comencé a trabajar arduamente para ser perdonado de las decisiones que tomé como resultado de mi dolor y ser digno de ir al templo nuevamente.

He encontrado respuestas en las reuniones de recuperación. Allí puedo compartir libremente mis pensamientos y sentimientos. Mis amigos en el programa entienden mis problemas y no me juzgan; me aceptan por lo que soy y ven el brillo de mi futuro.

Mi trayecto sigue requiriendo tiempo, paciencia, amor, servicio, comunicación abierta y un corazón humilde. Doy pequeños pasos, uno a uno, obteniendo alivio de la pesada carga que llevo sobre mis hombros. Por medio del poder de Cristo y Su expiación, he ganado más control sobre mi vida. Dios ha cambiado mi alma y puedo volver a sentir paz. Ahora tengo esperanza en el futuro.

Si usted o alguien que conoce ha sufrido abuso, busque ayuda de inmediato de las autoridades civiles, servicios de protección infantil o servicios de protección para adultos. También puede buscar ayuda de un abogado defensor para víctimas, de un profesional médico o de servicios sociales. Estos servicios pueden ayudarle a protegerse y prevenir más abuso o maltrato. Encontrará más información en la página “En crisis”.