Abuso o maltrato
Mi travesía


“Mi travesía”, Ayuda para las víctimas, 2018.

“Mi travesía”, Ayuda para las víctimas.

Mi travesía

Nota: Esta es una experiencia real compartida por una persona que sobrevivió al abuso. Los nombres e información reveladora sobre la identidad de los protagonistas han sido cambiados.

Sufrí abuso sexual repetidamente desde los 6 años hasta que tuve aproximadamente 14 años, a manos de un primo que era diez años mayor que yo. Tenía una relación muy cercana con este primo y su familia. Yo estaba constantemente en su casa. Los amaba más de lo que puedo expresar con palabras. Como es común en los casos de abuso sexual infantil, mi mente joven no comprendió completamente el impacto del abuso hasta que llegué a una edad de entendimiento; en mi caso, esto fue alrededor de los 16 años. En lugar de comprender que el abuso no había sido culpa mía (cómo podría haberlo sido… un niño de 6 años no debería saber ni haber experimentado las cosas que se me enseñaron y que se me hicieron), interioricé lo que había pasado y me culpé a mí mismo por ello. ¡Mis sentimientos de culpa y repulsión hacia mi persona eran enormes! La única manera de poder escapar del odio hacia mí mismo era encontrar una vía que me permitiera sentir más control sobre mi vida (aunque no tenía control alguno). En la adolescencia, este “control” se manifestó en la forma de trastornos alimentarios: anorexia nerviosa y bulimia.

Me deterioré tanto física como emocionalmente. Llegué a pesar unos 45 kg y estuve a punto de necesitar ser hospitalizado; mi corazón y demás órganos empezaron a fallar. Como resultado, me educaron en casa con la ayuda de profesores particulares que me dieron apoyo escolar. Mi médico trabajó para ayudarme a alcanzar un peso más saludable y también me recomendó un psicólogo, quien era un hombre maravilloso que me ayudó enormemente. Durante nuestras sesiones de terapia, comencé a enfrentar el abuso que había ocurrido y los sentimientos de confusión y dolor que permanecían dentro de mí. Mi largo camino de sanación había comenzado.

Unos meses más tarde, finalmente tomé la decisión de que las cosas ya no se podían seguir metiendo “debajo de la alfombra” de nuestra familia; algo como esto no debía ocultarse, ignorarse o mantenerse en secreto en lugar de tratarse. Temía que mi primo estuviera haciendo lo mismo con otros niños pequeños y también sabía que él estaba absorbido en la pornografía infantil. Conocía las profundas cicatrices que sus abusos me habían causado y no quería que otros niños pequeños sufrieran porque no tenía yo la valentía de contar lo sucedido, así que denuncié el abuso.

Desafortunadamente, la denuncia creó problemas en mi familia, lo que me causó aún mayores sentimientos de culpa. Cuando se enteraron de que mi primo había abusado sexualmente de mí, en la familia dijeron que no querían ponerse del lado de nadie. Sin embargo, nunca pensé que había un “lado” del cual ponerse. No quería que nadie excluyera a mi primo ni lo rechazara. Lo único que quería era un reconocimiento de lo que había sucedido, de que pasar por algo así como niño había sido horrible, y de que mi primo tenía que enfrentar las consecuencias y la responsabilidad por las elecciones que hizo y, en el proceso, que recibiera la ayuda y el apoyo que necesitara. En última instancia para mí, a través de la terapia y el apoyo de mi obispo, he perdonado a mi primo y a los miembros de mi familia que no me han apoyado; ya no es una carga que tenga que llevar. Hay Uno mucho mayor que yo que pagó el precio para que yo no tuviera que cargar con ese peso; cuán agradecido estoy por mi Salvador.

A cualquiera que haya sido herido, le pido que no se dé por vencido. No pierda la esperanza. No deje de avanzar. La sanación no ocurre de la noche a la mañana. A veces, la sanación puede no venir en esta vida, pero el sendero por el que caminamos nunca tuvo la intención de ser perfectamente recto y llano. Siempre habrá baches y agujeros, subidas y bajadas, giros y curvas. Tenemos la oportunidad de poner nuestras miras en el horizonte y seguir caminando, aunque sea paso a paso (incluso si hay un par de pasos hacia atrás de vez en cuando). Aunque el abuso sexual que sufrí terminó hace muchos años, y he recorrido un largo camino de sanación, de vez en cuando me despierto después de haber tenido una pesadilla recurrente en la que lo revivo.

¿Me ha dejado todo esto destrozado para siempre? No, en lo absoluto. Podrán quedar siempre cicatrices de las heridas del pasado, pero ellas no me definen. ¿Herido? Sí. ¿Destrozado? No. Como adulto que ha sanado en gran medida, he aprendido a reconfortar al niño herido que aún vive dentro de mí, luego de una pesadilla vuelvo a dormirme con palabras de consuelo que se filtran en el subconsciente de un niño asustado: “No es culpa tuya. No se te puede culpar. No tomes sobre ti el peso de ese dolor”. Creo en esas palabras y animo a los que hayan sido heridos a recordar: ¡no es culpa suya! Usted es un ser a quien se ama. No está destrozado. Con el tiempo, todas las heridas se sanan y todos los males se corrigen a causa de “aquel que es poderoso para salvar” (2 Nefi 31:19).

Si usted o alguien que conoce ha sufrido abuso, busque ayuda de inmediato de las autoridades civiles, servicios de protección infantil o servicios de protección para adultos. También puede buscar ayuda de un abogado defensor para víctimas, de un profesional médico o de servicios sociales. Estos servicios pueden ayudarle a protegerse y prevenir más abuso o maltrato. Encontrará más información en la página “En crisis.

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