Abuso o maltrato
Tengo esperanza


“Tengo esperanza”, Ayuda para las víctimas, 2018

“Tengo esperanza”, Ayuda para las víctimas

Tengo esperanza

Nota: Esta es una experiencia real compartida por una persona que sobrevivió al abuso. Los nombres e información reveladora sobre la identidad de los protagonistas han sido cambiados.

Cuando era adolescente, un amigo de la familia me agredió y violó físicamente. Era un hombre al que una vez respeté y en quien confié. Todo lo que creía saber sobre la vida cambió.

Cuando crecía, me enseñaron a ser feliz al convivir con otras personas. Era la forma en que enfrentaba cada desafío de la vida y las secuelas del ataque no fueron diferentes. Para las personas que me rodeaban, parecía ser una persona de éxito. Seguí obteniendo buenas calificaciones y participé en un equipo deportivo después de la escuela, así como en otras actividades extracurriculares. Era activa en mi barrio y en las actividades de los jóvenes. No quería que nadie supiera lo que había sucedido, así que hice todo lo posible por parecer normal.

Sin embargo, por mucho que lo intenté, no podía esconderme de lo que había sucedido. A pesar de mi apariencia, luchaba con depresión, ansiedad y trastorno de estrés postraumático. No permitía que nadie me tocara, incluso mis padres, hermanos y hermanas. Durante el día, revivía el ataque con recuerdos traumáticos; por la noche, lo revivía en mis sueños. Incluso el que antes había sido un acto reconfortante de orar parecía demasiado vulnerable y a menudo terminaba con ataques de pánico.

Mi atacante había amenazado con matarme y hubo muchas veces en que pensé que habría sido mejor si tan solo hubiera llevado a la acción sus palabras.

Al ir en busca de control y un alivio temporal del dolor emocional, recurrí a la autolesión como un escape. La vergüenza y el autodesprecio que sentía por lo que le habían hecho a mi cuerpo era de tal magnitud que no parecía tener importancia si algo más le sucediera. Me costaba creer que yo tuviese valor alguno. Al ser incapaz de separar lo que me habían hecho de la persona que era, me sentía muy sucia. ¿Cómo podría Dios amarme alguna vez en realidad? No entendía lo que el sacrificio del Salvador significaba para mí y me sentía irreparable. Esas creencias distorsionadas y poco saludables condujeron a una falta de confianza en el Padre Celestial y me impidieron acercarme a Él con sinceridad.

Durante ese tiempo, busqué la ayuda de una terapeuta autorizada y la de un psiquiatra. Sabía que necesitaba ayuda y fui bendecida con padres que me llevaron a consultar a una terapeuta. El proceso de sanación de un trauma es largo y doloroso pero, a medida que se lo permití, ella me ayudó a aprender a manejar mi trauma de una manera saludable, reemplazando los mecanismos destructivos que había estado utilizando. Mediante la terapia, me di cuenta de cómo los modos de pensar perjudiciales que había desarrollado después del ataque estaban teniendo un efecto en mi vida.

Me di cuenta de que también me había distanciado de Dios. Sí, había tomado una decisión consciente de seguir yendo a la Iglesia. Sí, sabía que quería —y necesitaba— el Evangelio en mi vida, pero mi testimonio no era lo suficientemente fuerte como para luchar contra mis dudas. Esas creencias fueron lo más difícil que tuve que tratar y en lo que más me costó ver el éxito desde un entorno terapéutico.

Unos años después de la violación, comencé a asistir a la universidad. Con esa nueva época de mi vida recibí el desafío de mi obispo de procurar desarrollar una mejor relación con mi Padre Celestial. Todavía no estaba segura de poder hacerlo, o si incluso merecía lo que me dijeron que Él ofrecía, pero decidí intentarlo.

El pasaje que se encuentra en Alma 32:27 me brindó sustento: “Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, sí, hasta creer de tal modo que deis cabida a una porción de mis palabras”. Tenía el deseo de acercarme a mi Padre Celestial.

Sabía que tenía mucho trabajo que hacer y quería saber por dónde empezar. En ese momento, la parte más fuerte de mi testimonio se centró en la Restauración. Sabía que José Smith había recibido una respuesta a su pregunta, así que decidí preguntarle al Padre Celestial cómo podía acercarme a Él.

Recibí la respuesta en el apacible pensamiento: “Aprende quién soy”.

Seguí esa guía y me coloqué en situaciones en las que podría aprender el Evangelio. Comencé a darme cuenta de que el Padre Celestial siempre estaba allí, esperando a que fuese receptiva para recibirlo. Derribar los muros que había levantado en los años previos fue un proceso lento pero constante. Durante ese tiempo, mis oraciones a menudo hacían eco del padre que le suplicó al Salvador en nombre de su hijo: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24). Conforme aprendía más sobre el Evangelio, mi testimonio creció y rechacé menos a mi Padre Celestial.

Siempre me había gustado aprender, pero por primera vez en mi vida me fascinaba estudiar el Evangelio. Cuanto más aprendía, más creía y más quería saber. Comencé a ver cambios en mi vida y el impacto del asalto comenzó a disminuir.

Aún veo a una terapeuta cuando lo necesito. Esa ayuda profesional ha sido una parte vital para sanar de mi trauma sexual. He aprendido a reconocer mis emociones y tratar mis pensamientos y conductas. Las habilidades que aprendí en la terapia para sobrellevar lo ocurrido me han salvado la vida en más de una ocasión. El centrarme en mi desarrollo espiritual así como en mi salud psicológica era justo lo que necesitaba para ayudarme a crecer.

Siempre seré una mujer que fue violada, pero ese hecho no afecta quién soy como hija de Dios. Todavía acuden a mi mente los sentimientos de estar dañada, sucia o de no ser lo suficientemente buena, pero ahora soy capaz de recordar verdades eternas para contrarrestarlos. Con cada paso que doy, creo esas verdades cada vez más.

He aprendido en cuanto a la magnitud de la expiación de Cristo y el poder que Él tiene no solo para redimirnos de nuestros pecados, sino para santificarnos y permitirnos alcanzar nuestro potencial divino. Creo en el poder para cambiar que se logra mediante el Salvador y Su expiación. He llegado a creer en mi valor como hija del Padre Celestial, y ahora sé que mi Padre y mi Salvador me aman más de lo que puedo comprender.

Ante todo, he aprendido sobre la naturaleza del Padre Celestial y de Jesucristo. Al seguir las impresiones para aprender más sobre quiénes son Ellos en realidad, se me ha demostrado que puedo confiar en Ellos por completo y cómo poner esa confianza y fe en acción.

Solía sentir mucha oscuridad, pero el elegir seguir el evangelio de Jesucristo ha traído Su luz incomparable a mi vida. Ahora, al mirar adelante, tengo esperanza.

Si usted o alguien que conoce ha sufrido abuso, busque ayuda de inmediato de las autoridades civiles, servicios de protección infantil o servicios de protección para adultos. También puede buscar ayuda de un abogado defensor para víctimas, de un profesional médico o de servicios sociales. Estos servicios pueden ayudarle a protegerse y prevenir más abuso. Encontrará más información en la página “En crisis”.

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