CAPÍTULO CUARENTA Y UNO
LA RECUPERACIÓN DE POSGUERRA
Los horrores y la devastación de la Segunda Guerra Mundial1 terminaron por fin en 1945. El 14 de mayo de ese año, una semana después de finalizar las confrontaciones en Europa y tres meses antes de la capitulación de Japón, falleció el presidente Heber J. Grant. El sucesor, George Albert Smith, enfrentó las dificultades de dirigir a la Iglesia en una época en que el mundo necesitaba recuperarse y vencer el odio que prevalecía después de la guerra. Los líderes de la Iglesia continuaron recalcando a los santos y al mundo que la única esperanza de lograr una paz duradera era la obediencia a los principios del Evangelio de Jesucristo.
UN LÍDER LLENO DE AMOR PARA LOS AÑOS DE POSGUERRA
La experiencia del presidente George Albert Smith y el amor cristiano que sentía hacia sus semejantes lo calificaban bien para la tarea que tenía por delante. En una oportunidad él dijo: “Que yo sepa, no tengo ningún enemigo… Todos los hombres y mujeres son hijos de mi Padre, y durante mi vida he tratado de observar el sabio consejo del Redentor de la humanidad: amar a mi prójimo como a mí mismo”2.
El presidente Smith había sido llamado al Quórum de los Doce Apóstoles en 1903, y era ya la cuarta generación de la familia Smith que prestaba servicio como Autoridad General. Cuando recibió ese llamamiento, su padre, John Henry Smith, era también Apóstol; esa fue la primera y la única vez en la historia de la Iglesia en que un padre y su hijo fueron simultáneamente miembros del Quórum.
De 1919 a 1921 el élder George Albert Smith presidió la Misión Europea. Después de terminar la Primera Guerra Mundial, hubo varios países que les negaron la entrada a los misioneros. En las negociaciones que llevó a cabo con los respectivos gobiernos a fin de conseguir que permitieran entrar a los misioneros, obtuvo una experiencia fundamental que le fue muy valiosa cuando la Iglesia enfrentó una situación similar después de la Segunda Guerra Mundial.
A su regreso de la Misión Europea, llamaron al élder Smith como presidente de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de Hombres Jóvenes, cargo que desempeñó durante más de diez años. Hacía mucho tiempo que había demostrado un gran interés en el bienestar de los jóvenes, y desde el principio del programa de Boy Scouts, había sido uno de sus más entusiastas promotores; en 1932, lo eligieron para formar parte del comité ejecutivo nacional de la organización Boy Scouts de América; dos años después, en reconocimiento por su servicio sobresaliente, recibió el Búfalo de Plata, el premio más alto otorgado por dicha organización. Su interés en la juventud lo capacitó para aconsejar a los soldados que regresaron de la Segunda Guerra Mundial sobre los problemas que tenían que enfrentar.
En los últimos meses de 1945, las fuerzas armadas ya comenzaron a dar de baja a miles de soldados Santos de los Últimos Días. El regreso a la vida civil no carecía de problemas, y la Iglesia tomó algunas medidas para ayudar a los miembros a pasar bien esa transición; los obispos se reunían con los ex soldados lo más pronto posible y se aseguraban de que recibieran llamamientos en la Iglesia; los quórumes del sacerdocio les hacían fiestas de bienvenida y les ayudaban a buscar empleo; y la Asociación de Mejoramiento Mutuo cumplió una función importante en el hermanamiento de los veteranos de guerra por medio de las actividades deportivas y sociales.
EL AUXILIO A LOS SANTOS DE EUROPA, DEVASTADA POR LA GUERRA
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, una de las principales preocupaciones de los líderes de la Iglesia fue la de restablecer el contacto con los santos de Europa, que había sido devastada por la guerra, comunicación que se había interrumpido en algunos casos hasta durante seis años. En las ciudades destruidas por los bombardeos, cientos de santos habían quedado sin hogar, especialmente en Alemania y Holanda; además, la terrible escasez de alimentos había contribuido a aumentar sus aflicciones.
Los soldados Santos de los Últimos Días de las fuerzas aliadas fueron los primeros en llevar algo de alivio a la situación. Hugh B. Brown, Presidente de la Misión Británica, fue la primera autoridad de la Iglesia que visitó el resto de Europa al término de la guerra. Apenas dos meses después del cese de hostilidades, viajó a París donde, en el salón de un hotel importante, realizó una reunión a la que asistieron trescientos cincuenta soldados y miembros locales de la Iglesia. Después, continuó el viaje en tren hasta Suiza, donde tuvo una serie de reuniones en rápida sucesión. A todas partes donde iba, trataba de promover la fe y la esperanza entre sus oyentes.
En el otoño de 1945, la Iglesia empezó a enviar suministros de auxilio a Europa. Debido a que iban por vía postal regular, sólo se podían enviar paquetes pequeños y aun así el costo era enorme; sin embargo, en enero de 1946 la Iglesia había despachado ya trece mil de esos paquetes, y los miembros habían enviado muchos otros en forma particular. Entretanto, la Iglesia trató de buscar un medio de enviar bultos más grandes de suministros, lo cual requería la intervención de funcionarios del gobierno. En consecuencia, el presidente George Albert Smith, junto con los élderes John A. Widtsoe y David O. McKay, fue a la ciudad de Washington, donde los tres pasaron mucho tiempo conferenciando con embajadores y otros funcionarios gubernamentales de algunos países extranjeros. El presidente Smith describió de esta manera la audiencia de veinte minutos que tuvo el 3 de noviembre, en la Casa Blanca, con el presidente (de los Estados Unidos) Harry S. Truman:
“ ‘He venido a verlo, señor Presidente, para averiguar cuál será su opinión si los Santos de los Últimos Días están preparados y desean despachar a Europa alimentos, prendas de vestir y ropa de cama’.
“Él me miró sonriendo y comentó:” ‘Para qué quieren hacer envíos para allá? El dinero de ellos no sirve para nada’.
“Le respondí: ‘No queremos dinero’. Él me miró y me preguntó: ‘Quiere decir que se lo van a regalar?’
“Le dije: ‘Por supuesto, se lo vamos a regalar; son nuestros hermanos y están sufriendo. Dios nos ha bendecido a nosotros con sobrantes, y tendremos el placer de enviarlo para ellos si contamos con la cooperación del gobierno’.
“El Presidente me dijo: ‘Ustedes actúan correctamente’. Y agregó: ‘Les ayudaremos en todo lo que podamos’”3.
El 14 de enero de 1946, la Primera Presidencia anunció que el élder Ezra Taft Benson, que era entonces miembro del Quórum de los Doce Apóstoles y tenía gran experiencia en organizaciones agrícolas nacionales, había recibido la asignación de volver a abrir las misiones de Europa y de atender a las necesidades espirituales y temporales de los miembros de allá. La Primera Presidencia le había prometido: “Su influencia se hará sentir para el bien de todos aquellos con quienes entre en contacto y… tanto usted como esas personas sentirán que le acompañan un poder y un espíritu que no provienen del hombre”4. Los acontecimientos iban a confirmar ampliamente el carácter profético de esa promesa.
Frederick W. Babbel, que había sido misionero en la Misión Suizo–Alemana poco antes de estallar la guerra, acompañó al élder Benson. Los dos hombres partieron de Salt Lake City el 29 de enero de 1946, rumbo a Inglaterra; en el transcurso de esa gran misión, muchas veces hablaron de una promesa de las Escrituras que ambos consideraban que se había cumplido para ellos: “E irán y no habrá quien los detenga, porque yo, el Señor, los he mandado” (D. y C. 1:5). Más adelante en la conferencia general, el élder Benson dijo lo siguiente: “Las barreras han desaparecido; los problemas que parecían imposibles de resolver se han resuelto, y la labor se ha realizado en gran parte mediante las bendiciones del Señor”. Dos días después de haber llegado a Londres, y a pesar de la gran escasez de vivienda, consiguieron el edificio ideal para establecerse5.
El élder Ezra Taft Benson fue el primer estadounidense (que no era militar) autorizado a viajar por las cuatro zonas ocupadas de Alemania; muchos de sus viajes se caracterizaron por una asombrosa serie de sucesos que le permitieron cumplir con el programa sumamente ocupado que llevaba y que tanto él como sus compañeros consideraron manifestaciones de la intervención divina. Un ejemplo de éstos fueron las experiencias que tuvo mientras viajaba desde París hasta La Haya, con el capellán mormón Howard S. Badger. Los empleados del ferrocarril en París les dijeron que tendrían un día de atraso, porque sólo se podía entrar en Holanda por la frontera oriental en lugar de ir por una ruta más directa; el élder Benson notó que había un tren listo para partir y le preguntó al jefe de estación a dónde iba; éste le contestó que el tren iba a Amberes, Bélgica.
“Le dije que tomaríamos ese tren, y él me aseguró que así perderíamos un día extra, pues todas las conexiones entre Amberes y Holanda se habían suspendido como resultado de la guerra.
“Pero sentí la impresión de que debíamos tomar ese tren, a pesar de las advertencias…
“Cuando llegamos a Amberes… el jefe de estación estaba muy fastidiado y nos dijo que tendríamos que desandar parte del camino y perder así otro día. Una vez más, vi un tren listo para partir y pregunté a dónde iba; se nos dijo que era un tren local que iba hasta la frontera holandesa donde estaba, todavía en ruinas, el puente sobre el río Mosa. No obstante las protestas del jefe de estación, sentí la impresión de que debíamos tomar el tren.
“Al llegar al río Mosa, todos los pasajeros tuvimos que bajar y, mientras estábamos allí levantando nuestro equipaje, notamos un camión del ejército estadounidense que se acercaba; el hermano Badger le hizo señas de que se detuviera y, después de habernos enterado de que cerca de allí había un puente de madera, los persuadimos a que nos llevaran hasta Holanda. Al llegar al primer pueblecito holandés, tuvimos la agradable sorpresa de encontrarnos con que un tren local estaba a punto de partir para llevarnos a La Haya”6.
Uno de los primeros viajes del élder Benson fue a Karlsruhe, importante ciudad de Alemania que está sobre el río Rin. Frederick W. Babbel relató que, cuando preguntaron dónde se reunían los Santos de los Últimos Días, les indicaron una zona de edificios que estaban casi completamente destruidos.
“Estacionamos el auto entre enormes montones de acero retorcido y trozos de cemento, trepamos por encima de varias pilas grandes de escombros y caminamos trabajosamente entre paredes dañadas en la dirección general que se nos había indicado. Al vernos rodeados de tanta desolación, nuestra empresa parecía imposible. Entonces oímos a la distancia las notas de ‘Oh, está todo bien!’, cantado en alemán…
“Nos apresuramos en la dirección de donde provenía el canto y llegamos a un edificio bastante dañado que todavía tenía algunos cuartos habitables. En una de las salas encontramos a doscientos sesenta santos llenos de gozo, todavía en conferencia a pesar de que ya hacía largo rato había pasado la hora de terminar…
“Con lágrimas de gratitud corriéndonos por las mejillas, caminamos rápidamente hasta la improvisada plataforma. Nunca he visto al presidente Benson tan profunda y visiblemente conmovido como en aquella ocasión”7.
El presidente Benson describió después lo que sintió durante aquella reunión con estas palabras:
“Los santos habían estado reunidos unas dos horas aguardándonos, con la esperanza de que llegáramos porque habían recibido la noticia de que quizás estuviéramos allí a tiempo para la conferencia. Y entonces vi, por primera vez en mi vida, a casi toda la congregación con lágrimas en los ojos, mirándonos mientras nos dirigíamos a la plataforma y dándose cuenta de que por fin, después de seis o siete largos años, los representantes de Sión, que así nos llamaban, habían vuelto a estar entre ellos. Después, al terminar la reunión, que se prolongó a solicitud de los presentes, insistieron en que fuéramos a la puerta y le estrecháramos la mano a cada uno de ellos mientras iban saliendo del edificio bombardeado. Y notamos que muchos, después de pasar por la línea, volvían para atrás y venían por segunda o tercera vez, de lo felices que estaban de poder estrecharnos la mano. Al mirarlos a la cara, pálidos, enflaquecidos, muchos de ellos vestidos de andrajos, algunos descalzos, vi brillar en sus ojos la luz de la fe mientras expresaban su testimonio de la divinidad de esta gran obra de los últimos días y su gratitud por las bendiciones del Señor”8.
El élder Benson sintió que era urgente que visitaran a los santos que estaban en lo que había sido Prusia Oriental (parte de Alemania), pero había pasado a ser territorio polaco. Sin embargo, las repetidas veces que acudieron a la embajada de Polonia en Londres a fin de obtener visados para Varsovia no dieron resultado. El hermano Babbel relató lo siguiente:
“Luego de unos momentos de meditación, élder Benson dijo serena pero firmemente: ‘Déjenme orar al respecto’.
“Al cabo de dos o tres horas de haberse retirado a su cuarto para orar, fue hasta la puerta de mi cuarto y me dijo con una sonrisa: ‘Prepare la maleta; mañana por la mañana partimos para Polonia’.
“Al principio no podía creer lo que veían mis ojos: allí estaba él, envuelto en un hermoso fulgor de luz radiante; su rostro brillaba, como me imagino habrá brillado el semblante del profeta José cuando estaba lleno del Espíritu del Señor”9.
Fueron en avión a Berlín, donde el élder Benson obtuvo la aprobación para que su grupo entrara en Polonia, a pesar de que se les había dicho terminantemente que la Misión Militar polaca de Berlín no tenía autoridad para concederles visados sin consultar primero con Varsovia, un proceso que llevaba catorce días. Después de llegar a Polonia, el grupo se dirigió al pequeño pueblo de Zelbak, donde había existido una rama alemana de la Iglesia. Al recorrer las calles de la población, no se veían señales de vida por ninguna parte. Preguntaron a la única persona visible, una mujer, si sabía dónde estaba el presidente de la rama. El hermano Babbel hizo este relato:
“Habíamos notado a la mujer escondida detrás de un árbol grande. Cuando nos detuvimos allí, tenía en la cara una expresión de miedo; pero al saber quiénes éramos, nos recibió con lágrimas de gratitud y gozo…
“…A los pocos minutos, corrió la voz de casa en casa: ‘¡Los hermanos han llegado! ¡Los hermanos han llegado!’ Al poco rato, estábamos rodeados de unas cincuenta de las personas más felices que hubiéramos visto.
“Al ver acercarse aquel jeep desconocido, temieron que llevara soldados rusos o polacos y habían abandonado las calles y desaparecido como por arte de magia. Pero, al enterarse de quiénes éramos y de la misión que llevábamos, el pueblo cobró vida con mujeres y niños llenos de regocijo; eran mujeres y niños, porque sólo quedaban allí dos de los veintinueve poseedores del sacerdocio que había antes.
“Esa mañana, en una reunión de ayuno y testimonios, se habían reunido más de cien santos para expresar su testimonio y para suplicar al Todopoderoso, por medio del canto, el ayuno y la oración, que fuera misericordioso con ellos y permitiera que los élderes volvieran a visitarlos; nuestro súbito e inesperado arribo, después de haber estado aislados casi totalmente de la Iglesia y de la sede de la misión desde 1943, había sido la respuesta largamente esperada y tan maravillosa que les costaba creer su buena fortuna”10.
El élder Benson se encontró con que los santos europeos estaban anhelosos de seguir adelante y continuar promoviendo la obra del Señor. Sin embargo, fue necesario superar serios problemas antes de poner otra vez en funcionamiento los programas de la Iglesia. Había varias ramas que no se podían organizar por completo porque muchos de sus líderes habían desaparecido en la guerra. Más aún, al quedar destruidos centros de reuniones y casas, los miembros habían perdido no sólo sus posesiones materiales sino también muchas de valor espiritual; en algunas ramas, por ejemplo, no quedaban siquiera tomos de las Escrituras. Sin embargo, el élder Benson comentó: “Encontramos que nuestros miembros se habían mantenido fieles de una manera maravillosa. Tenían una fe fuerte, una devoción más grande y una lealtad incomparable”11.
Una de sus tareas más importantes era proveer a los santos de Europa los alimentos y la ropa que necesitaban desesperadamente. En Alemania, donde las necesidades eran particularmente serias, los miembros ya habían demostrado su valor, fe e ingenio para enfrentar las emergencias. En los últimos meses de la guerra habían reunido ropa y la habían escondido en lugares seguros, compartiéndola después unos con otros en una acción cooperativa. Richard Ranglack, el presidente de misión en Berlín, comparó a esos miembros alemanes con los primeros Santos de los Últimos Días, que se unieron más entre sí por las dificultades que sufrieron12.
Al finalizar la guerra, los santos holandeses plantaron papas en cualquier parte donde pudieron obtener un trozo de tierra; luego, compartieron la cosecha con sus hermanos alemanes, a pesar de que hasta hacía poco ambas naciones habían sido enemigas. A mediados de marzo, el élder Benson había hecho ya los arreglos necesarios con las autoridades gubernamentales y militares de Europa para que se enviaran más suministros de auxilio desde los Estados Unidos.
Con objeto de aumentar las provisiones ya existentes en este país, la Iglesia había comenzado a hacer recolecciones de ropa y otros artículos. El presidente George Albert Smith tomó la iniciativa en demostrar amor y preocupación por los santos europeos donando por lo menos dos de sus trajes que acababan de llegar de la tintorería y varias camisas que estaban todavía en la envoltura de la lavandería; y, en una visita que hizo a la Manzana de Bienestar con el fin de inspeccionar los resultados de esas recolecciones de ropa, se quitó el abrigo y lo colocó en una de las pilas de prendas que se preparaban para enviar a Europa; a pesar de las protestas de sus acompañantes, insistió en volver a la oficina sin el abrigo13.
Los funcionarios militares y civiles en Europa quedaron asombrados por la rapidez con que llegaban las cargas de la Iglesia desde los Estados Unidos. Los líderes europeos de la Iglesia lloraron abiertamente de gozo y gratitud al ver la ropa y las bolsas de grano cuando visitaron los depósitos donde éstas se recibían. En total, se despacharon unos noventa y tres vagones de ferrocarril cargados de suministros.
El élder Benson tuvo también una función principal en extender la obra misional a Finlandia. El 16 de julio de 1946, en la cumbre de una hermosa colina cercana a Larsmo, dedicó y bendijo aquella tierra para que fuera receptiva al mensaje del Evangelio. Al otro día, en una reunión pública que tuvieron en Helsinki, quedaron sorprendidos con la asistencia de doscientas cuarenta y cinco personas que manifestaron interés sincero14. Al año siguiente se organizó separadamente la Misión Finlandesa.
El élder Benson regresó a los Estados Unidos en diciembre de 1946, después de haber recorrido más de 96.000 kilómetros en cumplimiento de su asignación en Europa, que duró diez meses. Para entonces, ya había nuevos presidentes que estaban dirigiendo las misiones allá.
COMIENZA OTRA VEZ LA OBRA MISIONAL EN EL PACÍFICO
El reanudar la obra misional en el Pacífico no fue tan difícil como en Europa; aun cuando se había retirado a los misioneros, excepto a los de Hawai, los presidentes de misión habían continuado en sus respectivas asignaciones; por otra parte, la mayoría de esas zonas nunca llegaron a estar en combate. Con el cese de las hostilidades, se volvió a asignar misioneros sin ninguna dificultad.
A fines de 1946, la Primera Presidencia anunció el nombramiento del élder Matthew Cowley como Presidente de la Misión del Pacífico. Anteriormente, había presidido durante ocho años la Misión de Nueva Zelanda, incluso en la época de la guerra; y luego, casi inmediatamente después del relevo de la misión, se le había llamado al Quórum de los Doce Apóstoles. En las misiones del Pacífico, cumplió una función parecida a la que desempeñó el presidente Benson en Europa. En los tres años siguientes, el élder Cowley viajó por todo el Pacífico y tuvo muchas experiencias extraordinarias. Por ejemplo, en una oportunidad dio bendiciones a cincuenta personas; otro día bendijo a setenta y seis personas, muchas de las cuales habían estado esperando en fila desde las cinco de la mañana.
El élder Cowley escribió lo siguiente en su diario: “Esto parecía muy natural para ellos…
“Y tienen una fe tan grande que sanan… Sé que cuando les pongo las manos sobre la cabeza, sanan; y no es por mi fe, es que yo tengo fe en la fe de ellos”15. Su gran amor por la gente del Pacífico, su fe profunda en el Evangelio de Jesucristo y el entusiasmo con que dirigía contribuyeron al crecimiento de la Iglesia en esas regiones.
En Japón, la Iglesia enfrentaba un problema particularmente serio. La misión había estado cerrada desde 1924, y en 1945 sólo quedaban unos cincuenta miembros en la “tierra del sol naciente”; pero los soldados Santos de los Últimos Días que formaban parte de las fuerzas estadounidenses de ocupación hicieron una importante contribución al futuro de la Iglesia en Japón. Muchos tenían grandes deseos de bendecir a los japoneses con el espíritu y el mensaje del Evangelio. Un día, tres soldados mormones se encontraban en una tienda de artículos de regalo del pueblecito de Narumi donde les ofrecieron sendas tazas de té; ellos las rehusaron amablemente pero aprovecharon la oportunidad para explicar las enseñanzas de la Iglesia sobre la naturaleza sagrada del cuerpo; eso los llevó a otras conversaciones acerca del Evangelio con uno de los presentes y, al poco tiempo, Tatsui Sato y su familia fueron los primeros conversos de posguerra bautizados en Japón. Los miembros de esa familia fueron fieles pilares del Evangelio y el hermano Sato fue el principal traductor de la Iglesia en su país. El joven soldado que bautizó a la hermana Sato era Boyd K. Packer, que después pasó a integrar el Quórum de los Doce Apóstoles16. Hubo después otros bautismos de conversos y de esa manera se estableció el cimiento para que volviera a abrirse la Misión Japonesa.
En 1947, la Primera Presidencia llamó a Edward L. Clissold, que había sido oficial militar en Japón con las fuerzas aliadas de ocupación, para que regresara y abriera la misión en ese país. Al llegar, se encontró con un ambiente mucho más propicio para el éxito de la obra misional que el que había habido durante muchos años; existía un vacío espiritual que debía llenarse y había muchas personas que buscaban con anhelo el significado de la vida. Los cinco primeros misioneros asignados a Japón eran ex soldados que regresaron para dar a conocer el Evangelio a una nación que hasta hacía poco tiempo había sido su enemiga. En 1949, ya había ciento treinta y cinco miembros de la Iglesia en Japón.
En los Estados Unidos, por otra parte, los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron un período de progreso en los diversos lugares donde los Santos de los Últimos Días habían buscado empleo durante la guerra. Más aún, en 1947 la Iglesia alcanzó un punto significativo al pasar el millón de miembros. Los años de posguerra fueron también una época de renovación de los varios programas y actividades de la Iglesia.
SE RENUEVAN LAS ACTIVIDADES DE LA IGLESIA DESPUÉS DE LA GUERRA
La obra misional y la construcción de edificios fueron, indudablemente, las actividades que más sufrieron por las restricciones de la guerra. Sin embargo, con el cese de hostilidades, éstos y otros programas no sólo se renovaron sino que también se expandieron para atender mejor a los intereses de los santos. Al levantarse las restricciones en el llamamiento de misioneros, hubo muchos jóvenes, de los que se habían visto obligados a posponer la misión, que aceptaron entonces la oportunidad de servir en la obra misional; esto hizo que hubiera un aumento rápido y considerable en el número de misioneros: de un promedio de 477 que prestaban servicio en 1945, la cantidad se elevó a 2.244 en tan sólo un año. Así como había sucedido antes de la guerra, la mayoría de los misioneros eran élderes jóvenes, lo cual significaba que entre los nuevos había muchos que eran inexpertos para enseñar el Evangelio y a quienes les sería muy beneficioso recibir dirección y ayuda.
El esquema más conocido para hacer proselitismo después de la guerra fue obra de Richard L. Anderson, de la Misión de los Estados del Noroeste. Él lo preparó valiéndose de métodos que había desarrollado siendo misionero de estaca mientras estaba en el servicio militar; de acuerdo con su plan, la meta de un misionero no debía ser sólo entregar folletos sino conseguir que lo invitaran a entrar en las casas y presentar el mensaje del Evangelio. Las charlas doctrinales hacían hincapié en un concienzudo estudio de las Escrituras y estaban ordenadas en una secuencia lógica que conducía a la conversión del individuo. Después de adoptarse en toda la misión este método mejorado, los resultados del mismo fueron evidentes: en 1949 la Misión de los Estados del Noroeste tuvo en un año más de mil bautismos de conversos.
Al apresurarse el paso en la obra misional, la carga administrativa de los presidentes de misión aumentó bastante. Por ese motivo, en 1947 las Autoridades Generales instruyeron a éstos para que llamaran consejeros, eligiéndolos entre los misioneros y los poseedores locales del Sacerdocio de Melquisedec. Más adelante, el élder Spencer W. Kimball dijo que esa decisión de nombrar consejeros había sido una revelación que la Presidencia de la Iglesia había recibido17.
Al mismo tiempo que se fortalecía la organización de las misiones y que los misioneros trataban de refinar sus métodos de enseñar el Evangelio, la Iglesia aprovechó otros medios para dar a conocer su mensaje al mundo. Al ponerse fin al racionamiento de la gasolina, la gente empezó a viajar mucho más y la Manzana del Templo se convirtió en un provechoso instrumento misional. En 1948, el número de personas que visitaron la manzana superó por primera vez el millón18. Ese mismo año se reanudó la presentación del espectáculo del cerro de Cumorah, “América testifica de Cristo”, como medio misional de presentar la historia del Libro de Mormón y de la restauración del Evangelio.
Fue también durante esos años de posguerra que la Iglesia empezó a producir cada vez más películas. A fines de la década de 1940, produjo películas sobre sitios históricos de la Iglesia, sobre la Manzana del Templo y sobre el programa de bienestar. Además, con el avance de la televisión después de la guerra, la Iglesia se apresuró a aprovechar también ese medio19. La conferencia general de octubre de 1949 fue la primera que se transmitió por televisión20.
La escasez de materiales había casi paralizado la construcción de edificios de la Iglesia en los años de la guerra. Al volver a tenerlos disponibles, ésta se embarcó en un ambicioso programa de construcción de capillas. En 1949 se terminaron doscientos centros de reuniones locales, y apenas tres años más tarde el total llegó a ser de novecientos. A mediados de la década de los cincuenta, más de la mitad de todos los edificios de los Santos de los Últimos Días que estaban en uso se habían construido después de la guerra. El costo de esas construcciones constituyó más de la mitad de los gastos extraídos de los fondos de la Iglesia durante esos años.
En 1937, el presidente Heber J. Grant había anunciado los planes de construir un templo en Idaho Falls, estado de Idaho, y la construcción comenzó dos años después. El 19 de octubre de 1941 se colocó la coronación y, desde el exterior, el edificio parecía terminado; pero antes de que pasaran dos meses el ataque a Pearl Harbor lanzó a los Estados Unidos a la guerra y, por la súbita escasez de materiales, hubo que suspender la construcción. A mediados de 1945, el Templo de Idaho Falls estuvo por fin listo para la dedicación. En su oración dedicatoria, el presidente George Albert Smith expresó gratitud por la finalización de la guerra y suplicó que los pueblos del mundo sintieran el deseo de vivir de acuerdo con el Evangelio de Jesucristo, haciendo así que la paz fuera permanente.
La microfilmación de los registros demográficos con propósitos genealógicos, que se había visto interrumpida por la guerra, prosiguió aun antes de que el conflicto terminara; en marzo de 1945, la Iglesia empezó a microfilmar los registros de trescientos sesenta y cinco parroquias en Inglaterra. Y en 1947, Archibald F. Bennett, secretario de la Sociedad Genealógica, pasó cuatro meses en Europa consultando con funcionarios gubernamentales y eclesiásticos, y obtuvo permiso para que la sociedad microfilmara registros en Inglaterra, Escocia, Gales, Dinamarca, Noruega, Suecia, Holanda, Alemania, Finlandia, Suiza, el norte de Italia y Francia. A raíz de la guerra, la mayoría de los archiveros estuvieron muy dispuestos a cooperar con los filmadores a fin de asegurarse de que quedara preservada una copia de sus registros en caso de que los originales se destruyeran. Además, la sociedad presentaba una copia de regalo del material microfilmado a cada biblioteca o iglesia donde se le había permitido filmar, lo cual permitía que el público tuviera acceso a los documentos sin tener que manosear los originales que a veces eran frágiles.
A principios de los años cincuenta, había veintidós filmadores dedicando todo su tiempo a microfilmar en los Estados Unidos y en varios países de Europa. Al tener disponibles las copias de esos registros demográficos en la biblioteca genealógica de la Iglesia, los santos pudieron llevar a cabo la investigación necesaria para buscar los nombres de las personas por las cuales se podían efectuar las ordenanzas del templo.
Las tendencias sociales que aparecieron como consecuencia de la guerra causaron tensiones familiares y llevaron a los líderes de la Iglesia a prestar aún más atención al hogar. Al finalizar la guerra, aumentó notablemente el número de casamientos, seguido por un rápido incremento en el índice de natalidad; había más familias y padres nuevos que en ninguna otra época de la historia de la Iglesia. No obstante, lamentablemente, en los Estados Unidos el número de divorcios casi se duplicó entre 1940 y 1950. Por lo tanto, la Iglesia dedicó considerable atención al hogar y a la familia durante esos años que siguieron a la guerra. En 1946, varias organizaciones de la Iglesia inauguraron programas destinados a fortalecer a las familias y promover una “hora familiar” que se llevara a cabo regularmente.
Las mudanzas y otras presiones causadas por la guerra presentaron serios problemas a la juventud de la Iglesia y, por ese motivo, las Autoridades Generales instruyeron a los líderes locales para que se encargaran del bienestar de los jóvenes. Con el fin de proveerles actividades sanas, las Asociaciones de Mejoramiento Mutuo de Hombres Jóvenes y de Mujeres Jóvenes empezaron a auspiciar el teatro ambulante y otras presentaciones teatrales, concursos de oratoria y festivales de música; cientos de bailarines vestidos con coloridos trajes regionales llenaban las pistas deportivas presentando festivales de danzas folklóricas; los equipos de “softball” y básquetbol participaban en campeonatos de estaca, región y, finalmente, de toda la Iglesia; éstas se consideraban en esa época las ligas atléticas más grandes del mundo. La variedad de programas fue una bendición para la juventud de la Iglesia y atrajo la atención y el elogio del mundo en general.
Los líderes de la Iglesia exhortaban a los santos a dar en sus hogares un lugar de prioridad al progreso espiritual de la familia y destacaban la importancia de honrar el domingo como día santo de adoración. Los domingos por la mañana, los hombres y los jóvenes asistían a una reunión del sacerdocio que duraba una hora; luego, toda la familia iba a la Escuela Dominical en la que había “ejercicios de apertura” de media hora durante los cuales se escuchaban discursos de dos minutos y medio, generalmente de jóvenes del barrio; a continuación, la congregación cantaba durante diez minutos un himno de práctica seguido por una clase de casi una hora de duración sobre temas de las Escrituras y otros del Evangelio. Las familias regresaban después a la capilla, por la tarde o al atardecer, para la reunión sacramental; ésta duraba una hora y media y en ella se presentaba música inspiradora, a veces del coro del barrio, y discursos de miembros de la Iglesia jóvenes o adultos sobre temas religiosos. En uno o más domingos del mes los grupos de jóvenes o de adultos tenían “charlas fogoneras”, que consistían en una discusión amigable seguida de un refrigerio. En esos años de posguerra, la actividad de los santos en la Iglesia aumentó rápidamente.
Durante ese período, la Iglesia continuó también tratando de mejorar el cuidado de la salud de sus miembros; se renovaron y se agrandaron los hospitales de Salt Lake City y de Ogden, y la Iglesia cooperó con algunas comunidades rurales de Utah, Idaho y Wyoming para abrir y mantener en operación hospitales pequeños; en 1949 se comenzó la construcción del Hospital de Niños de la Primaria, en Salt Lake City, a un costo de $1.250.000 dólares, que tenía por objeto reemplazar el que había en la calle North Temple, que era mucho más pequeño. En la moderna institución se proveyó cuidado médico a niños de todas religiones y razas; cuando la familia no podía pagar, la atención médica era gratuita.
EL INTERÉS ESPECIAL EN LOS LAMANITAS
En los años cuarenta se vio una importante expansión de los programas de la Iglesia para los indios y otros grupos relacionados que se consideraban descendientes de los pueblos del Libro de Mormón. Ya en 1936 había comenzado la obra misional del siglo veinte entre los indígenas de los Estados Unidos, cuando la Primera Presidencia dio instrucciones a la Estaca Snowflake, del noreste de Arizona, de comenzar oficialmente la obra misional entre los indios navajos, hopis y zunis; al poco tiempo había otras estacas haciendo lo mismo.
Estas labores recibieron un gran refuerzo en noviembre de 1942, cuando George Jumbo, un navajo Santo de los Últimos Días, viajó a Salt Lake City para hacerse una operación quirúrgica en la espalda. Antes de volver a su pueblo, su esposa, de nombre Mary, expresó el deseo de conocer al presidente Heber J. Grant; se hicieron los arreglos y, cuando la señora Mary estuvo ante el Presidente, “le rogó que mandaran misioneros entre los de su pueblo”. El presidente Grant, con lágrimas corriéndole por las mejillas, se volvió al élder George Albert Smith, del Quórum de los Doce Apóstoles, y le dijo: “A pesar de todas las responsabilidades que tiene como Presidente del Consejo de los Doce, ¿aceptaría usted una asignación más, la de empezar la obra misional entre esta gente? Y tenga la bondad de asegurarse de que sea desde el principio de carácter permanente, que progrese y aumente en lugar de reducirse y desaparecer”.21 A principios del año siguiente se organizó la Misión Navajo–Zuni; al poco tiempo fueron misioneros también a otras tribus, enseñando a los indios por todas partes en los Estados Unidos y Canadá.
A comienzos de 1945, otro grupo de lamanitas fue bendecido de manera muy diferente: había muchos miembros de habla hispana (la mayoría de los cuales eran lamanitas) que no entendían totalmente el significado de la ceremonia del templo presentada en inglés; para ayudar a esos miembros, el Templo de Mesa, Arizona, inició la presentación de las ordenanzas en español. A principios de noviembre de 1945, durante una conferencia lamanita que tuvo lugar en Mesa, Arizona, se reunieron unas doscientas personas, algunas que habían ido incluso desde la distante ciudad de México; la mayoría de esos santos habían hecho grandes sacrificios económicos para viajar las enormes distancias que los separaban de Mesa, donde se halla el templo; algunos hasta habían tenido que dejar su trabajo. El presidente David O. McKay, que era entonces Segundo Consejero en la Primera Presidencia, felicitó a los que habían ido. Las históricas sesiones de la investidura en español empezaron dos días después22. Muchos de los que asistieron a la conferencia lamanita se dieron cuenta por primera vez de que la Iglesia era mucho más grande que la pequeña rama en la que se reunían para adorar al Señor todas las semanas. En los años siguientes, las conferencias lamanitas y las sesiones del Templo de Mesa en español se convirtieron en acontecimientos anuales que provocaban gran expectativa.
En 1946, el presidente George Albert Smith llamó al élder Spencer W. Kimball, que era entonces miembro del Consejo de los Doce, para que dedicara atención y dirigiera al pueblo lamanita. El élder Kimball comentó lo siguiente:
“No sé cuándo empecé a amar a los descendientes de Lehi… Quizás tuviera su origen en la bendición patriarcal, que recibí del patriarca Samuel Claridge cuando era un niño de nueve años. Una cláusula de la bendición dice:
“’Predicarás el Evangelio a mucha gente, pero especialmente a los lamanitas…’
“…y ahora, cuarenta y dos años después de haber recibido esa promesa, el presidente George Albert Smith me ha llamado a esta misión, y mi bendición se ha cumplido”23.
Mientras recorría la Misión Mexicana en 1947, el élder Kimball tuvo la visión de un glorioso futuro para el pueblo lamanita y habló de ello en noviembre de ese año, durante la conferencia lamanita que tuvo lugar en Mesa. Vio a los lamanitas no como sirvientes de otras personas sino como dueños de bancos y negocios; los vio como ingenieros, dirigentes políticos, abogados y médicos. Supo que serían personas de gran influencia como editores de periódicos y autores de libros y artículos, Y dijo lo siguiente: “Vi que la Iglesia crecía a paso agigantado y vi que se organizaban barrios y estacas; vi cientos de estacas.
“Vi también un templo, y espero verlo lleno de hombres y mujeres”24.
Treinta años después, el presidente Kimball presidió en una conferencia de área que se llevó a cabo en la ciudad de México, donde otra vez habló a los miembros de la visión que había tenido en 1947 y comentó que veía claramente que estaba en vías de cumplirse.
Una de las mayores insuficiencias que había entre los lamanitas atañía a la educación. A fines de los años cuarenta, se comenzó en la región central de Utah un programa exclusivo para ayudar a eliminar esa insuficiencia. En el otoño de 1947, un hermano, Golden R. Buchanan, que era miembro de la presidencia de la Estaca Sevier, en Richfield, Utah, observó las deplorables condiciones en que vivían algunos trabajadores migratorios indígenas, que hacían trabajos agrícolas en la zona. En un discurso que dio en la conferencia de la estaca, amonestó a los santos para que cuidaran mejor a sus hermanos lamanitas.
Poco después, un miembro que vivía en una población vecina fue a hablar con el presidente Buchanan y le contó de una jovencita india, llamada Helen John, que no quería volver con su familia a la reserva sino que estaba determinada a quedarse e ir a la escuela; por eso, les había rogado a sus patrones, que eran Santos de los Últimos Días: “’Si me permiten armar la tienda detrás de su casa, les prometo que jamás los molestaré. Puedo cuidarme sola, pero quiero vivir donde pueda ir a la escuela con sus hijas’”. El presidente Buchanan quedó muy impresionado con el relato, e imaginó que “si la Iglesia emprendía un programa de ese tipo, cientos de niños indios tendrían el privilegio de vivir en hogares de Santos de los Últimos Días, donde no sólo aprenderían lo que les enseñaran en la escuela sino que también se les enseñarían los principios del Evangelio”. El hermano Buchanan explicó sus ideas en una carta que dirigió al élder Spencer W. Kimball. El élder Kimball, a su vez, sugirió personalmente a los Buchanan que invitaran a Helen a vivir con ellos; otros niños indios también se colocaron en hogares de la zona.
A partir de esos comienzos, el programa progresó, y durante la década de 1950 fue otro de los que la Iglesia auspiciaba oficialmente. Con el tiempo, se llegaron a colocar hasta cinco mil niños escolares por año en hogares de Santos de los Últimos Días, especialmente en el oeste de los Estados Unidos y en Canadá.
EL CENTENARIO DE LOS PIONEROS
En medio de la reanudación de actividades de la Iglesia que tuvo lugar después de la guerra, la conmemoración del centenario de la llegada de los pioneros hizo que los santos prestaran más atención a su patrimonio. El presidente George Albert Smith dirigía el comité civil encargado de planear las celebraciones apropiadas. Quizás no haya habido otro líder de la Iglesia que supere la dedicación del presidente Smith para conmemorar los logros del pasado. Durante la primavera y el verano de ese año hubo decenas de presentaciones musicales, exhibiciones de arte, eventos deportivos y producciones teatrales para celebrar el acontecimiento. El espectáculo “El mensaje de los siglos”, que había sido muy popular en la celebración del centenario de la Restauración, en 1930, volvió a ponerse en escena en el Tabernáculo de Salt Lake; la producción requirió la participación de mil cuatrocientas personas, y un total de 135.000 espectadores asistieron a las veinticinco representaciones.
En el estadio de la Universidad de Utah se presentó durante dos semanas una producción musical nueva, “El valle prometido”, a la que asistieron más de 85.000 personas. Con la música original de Crawford Gates, conocido compositor mormón, la producción describía las frustraciones y la dedicación de los primeros pioneros. Los grupos de la AMM la presentaron por toda la Iglesia, y más adelante llegó a ser una popular atracción de verano en Salt Lake City. En el espectáculo se incluían setenta y dos automóviles, cubiertos con toldos de lona y con bueyes de madera en el frente para darles el aspecto de carromatos, que representaban el recorrido original de los pioneros desde Nauvoo hasta el Valle del Lago Salado.
La conmemoración del centenario llegó a su punto culminante el 24 de julio, exactamente a los cien años del día en que la primera compañía de pioneros había entrado en el valle. Hubo un desfile monumental con el tema “Días del 47” en el que iban varios carros decorados en honor a los primeros fundadores; además, el servicio postal de los Estados Unidos emitió una estampilla conmemorativa en memoria de los pioneros. La culminación de las celebraciones fue la dedicación del presidente George Albert Smith del monumento “Éste es el lugar”, de dieciocho metros de altura, que se halla cerca de la salida del cañón Emigración, al este de Salt Lake City. La buena disposición del público en general hacia los Santos de los Últimos Días se refleja en la fotografía del presidente Smith que apareció en la cubierta de la revista Time, una de las publicaciones más importantes de los Estados Unidos.
Refiriéndose al significado del centenario de la llegada de los pioneros, la Primera Presidencia dijo: “Así como aquel pequeño grupo de pioneros contempló lo que parecía un árido desierto, la Iglesia hoy contempla un mundo que se halla en letargo moral y declinación espiritual. El sentido de responsabilidad de edificar el Reino de Dios… debe prevalecer y prevalece en la Iglesia actualmente”. La Presidencia comparó los peligros físicos que enfrentaban los pioneros con las tentaciones que acechan a la Iglesia, particularmente a la juventud, en el siglo veinte, y exhortó a los santos a estar tan preparados como sus antecesores para enfrentarlos25.
Al terminar el año 1950, se llegó al punto medio del siglo veinte. Tres meses después falleció el presidente George Albert Smith y se sostuvo a un nuevo líder. Ambos hechos importantes ofrecieron a los Santos de los Últimos Días la oportunidad de reflexionar acerca de la situación de la Iglesia: de lo que se había logrado y de lo que estaba por delante.
La primera mitad del siglo veinte había sido un período de considerable crecimiento y progreso para la Iglesia; tres años antes de promediar el siglo el número de miembros había sobrepasado el millón. En la conferencia general de abril de 1950, el presidente George Albert Smith había expresado sus pensamientos con respecto a ese progreso: “La Iglesia ha crecido el año pasado más que en ningún otro año desde que fue organizada… Debemos estar muy contentos, no por haber crecido en número en la organización a la que pertenecemos sino porque más de los hijos de nuestro Padre, más de sus hijos e hijas, han sido llevados a comprender la verdad”26.
Historia Fecha |
Acontecimientos importantes |
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21 de mayo de 1945 |
George Albert Smith pasa a ser Presidente de la Iglesia. |
Agosto de 1945 |
Llega a su fin la Segunda Guerra Mundial. |
23 de septiembre de 1945 |
El presidente Smith dedica el Templo de Idaho Falls, Idaho. |
Enero de 1946 |
Se manda al élder Ezra Taft Benson a volver a abrir las misiones de Europa. |
Septiembre de 1946 |
Se llama al élder Spencer W. Kimball para presidir el Comité para los lamanitas de la Iglesia. |
1947 |
El número de miembros de la Iglesia sobrepasa el millón. |
Julio de 1947 |
Se celebra el centenario de la llegada de los pioneros. |
Otoño de 1947 |
Comienza el programa de colocación de niños indios para estudiar. |