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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO: LOS CAMBIOS Y LAS CONSTANTES


CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

LOS CAMBIOS Y LAS CONSTANTES

La década de 1920 fue un período relativamente pacífico en la historia de la Iglesia. Después de la Primera Guerra Mundial, muchos Santos de los Últimos Días se fueron de Utah a buscar empleo en California y en otros estados. Por otra parte, iba aumentando el número de miembros de otros países que se quedaban en su tierra natal, según se les había aconsejado, para contribuir al fortalecimiento de las ramas y los distritos del mundo. En una clara manifestación del interés sincero que los líderes sentían por todos los pueblos de la tierra, la Primera Presidencia mandó a los élderes David O. McKay y Hugh J. Cannon a hacer una gira mundial por todas las misiones. Durante ese tiempo, la Iglesia estableció también el Seminario y comenzó el primer programa de Instituto de religión. KZN, la primera radioemisora de la Iglesia, empezó a transmitir mensajes del Evangelio; y, por último, en esta década se sostuvo un nuevo Presidente que iba a dirigir la Iglesia durante casi treinta años.

SE REORGANIZA OTRA VEZ LA PRIMERA PRESIDENCIA

Aun en su lecho de muerte, el presidente Joseph F. Smith tenía sus pensamientos puestos en el hombre que lo iba a suceder como Profeta, Vidente y Revelador. El élder Heber J. Grant había recibido un mensaje de que el Presidente quería verlo y, ya junto a él, le tomó la mano y pudo percibir su poder espiritual y su fortaleza. Acontinuación, el líder agonizante le dio una bendición especial y le dijo que el Señor no comete errores al elegir al hombre que va a dirigir Su Iglesia. Lleno de amor y conmovido hasta las lágrimas, el élder Grant salió del cuarto con las últimas palabras del Profeta resonándole en los oídos: “Que el Señor te bendiga, hijo mío, que el Señor te bendiga”1.

El 23 de noviembre de 1918, cuatro días después de la muerte del presidente Joseph F. Smith, el Consejo de los Doce se reunió en el Templo de Salt Lake, donde procedió a ordenar y apartar a Heber J. Grant como séptimo Presidente de la Iglesia. El presidente Grant, que desde 1882 había sido miembro del Quórum de los Doce Apóstoles y era el primer nativo de Utah que ocupaba ese cargo, era un hombre de gran determinación; le gustaba contar en sus discursos cómo se había sobrepuesto a sus propias limitaciones y había sobresalido a pesar de tenerlas. Su dicho preferido eran estas palabras de Ralph Waldo Emerson, filósofo estadounidense (1803–1882): “Aquello que persistimos en hacer se vuelve más fácil de realizar, no porque la naturaleza de la tarea en sí haya cambiado sino porque ha aumentado nuestro potencial para realizarla”.

El presidente Grant era un hombre muy espiritual. Se comentaba que en varias reuniones, incluso una que se hizo en el templo, al hablar, su semblante se parecía al del fallecido presidente Joseph F. Smith2. A causa de la epidemia de influenza que cundió por todo el mundo en el año 1918, por cuya razón se suspendieron todas las reuniones públicas de asistencia numerosa, no se le sostuvo como Presidente de la Iglesia hasta junio de 1919. El presidente Grant eligió a los élderes Anthon H. Lund y Charles W. Penrose como su primer y segundo consejeros, respectivamente.

La muerte del presidente Smith y la reorganización de la Primera Presidencia habían dejado una vacante en el Quórum de los Doce Apóstoles. Muchos de los Apóstoles pensaban que el presidente Grant llamaría a su buen amigo y fiel miembro de la Iglesia Richard W. Young para llenarla. En realidad, el Presidente tenía la intención de llamar al hermano Young al apostolado, con la aprobación de sus dos consejeros; pero empezó a meditar y a orar sobre el asunto. Cuando la Primera Presidencia se reunió con el Quórum de los Doce Apóstoles, él se metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel en el que estaba escrito el nombre de Richard W. Young, con el propósito de presentarlo para la aprobación del Consejo. En cambio, oyó su propia voz diciendo que el Señor quería que Melvin J. Ballard, que era entonces Presidente de la Misión de los Estados del Noroeste, llenara la vacante existente en el Quórum de los Doce Apóstoles. Más adelante, el presidente Grant testificó que con esa experiencia había aprendido que el Señor realmente inspira al Presidente de la Iglesia3.

Antes de que el élder Ballard naciera, su madre había sabido de manera extraordinaria que el niño que llevaba en su seno iba a ser algún día Apóstol del Señor Jesucristo4. Esa experiencia espiritual tuvo su confirmación cuando, al recibir el élder Ballard la bendición patriarcal, se le dijo que llegaría a ser uno de los testigos especiales del Señor.

En 1921 falleció el presidente Anthon H. Lund y el presidente Grant eligió a Anthony W. Ivins como su consejero en la Primera Presidencia; John A. Widtsoe, Rector de la Universidad de Utah, pasó entonces a llenar la vacante que el llamamiento del élder Ivins dejó en el Consejo de los Doce Apóstoles. Cuatro años después, cuando murió Charles W. Penrose, el obispo presidente Charles W. Nibley fue llamado a la Primera Presidencia; él y el presidente Ivins fueron los consejeros del presidente Grant por el resto de esa década. Joseph Fielding Smith, hijo de Joseph F. Smith, reemplazó al hermano Lund como historiador de la Iglesia, cargo que desempeñó durante más de medio siglo.

Poco después de haber sido apartado Presidente de la Iglesia, Heber J. Grant introdujo varios cambios y procedimientos administrativos que iban a tener en ella un efecto de largo alcance. Primero, anunció que los miembros de la Primera Presidencia ya no se iban a encargar de presidir las organizaciones auxiliares, como lo habían hecho hasta entonces teniendo de ayudantes a otras Autoridades Generales. Además, a principios de 1922, se organizó la Corporación del Presidente con el fin de que tuviera y administrara las propiedades eclesiásticas de la Iglesia, o sea, las propiedades que estaban libres de impuesto. Al mismo tiempo, se creó la Corporación “Zion’s Securities” para administrar toda propiedad que se considerara de inversión y como fuente de ingresos. La Iglesia pagaba voluntariamente impuestos de esos bienes, a pesar de que legalmente podía reclamarlos como propiedades sin fines de lucro.

LA IGLESIA Y LA LIGA DE LAS NACIONES

Al terminar la Primera Guerra Mundial, el Presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, presentó ciertos planes para establecer la paz en todo el mundo; entre éstos se hallaba la creación de una liga de naciones en la que, por procedimientos analíticos y parlamentarios, se pudieran discutir y resolver los problemas que surgieran en los países. Desde el último discurso de George Washington [primer Presidente de los Estados Unidos], el país había tratado, en todo lo posible, de no enredarse en los problemas de otras naciones, particularmente las de Europa; sus planes se apartaban de lo que hasta entonces había sido la política tradicional de los Estados Unidos en el extranjero. Cuando el Presidente presentó el tratado al Senado para que lo ratificara, se desató un enardecido debate partidario; muchos de los senadores republicanos, incluso el apóstol Reed Smoot, estaban de acuerdo con formar esa liga sólo si se le hacían ciertas enmiendas que aseguraran la preservación de la soberanía estadounidense; otros se oponían enérgicamente a la idea.

En febrero de 1919, en un esfuerzo por fomentar el tratado, se llevó a cabo en Salt Lake City la convención del Congreso Montañés de la Liga para el Fortalecimiento de la Paz, al cual asistió el ex presidente de la nación, William Howard Taft; el presidente Heber J. Grant dirigió algunas de las sesiones. En julio de ese año, el presidente Ivins habló en nombre de la Primera Presidencia favoreciendo la creación de la liga, y otras de las Autoridades Generales hicieron lo mismo en las conferencias de estaca que se realizaron ese verano.

A pesar de los esfuerzos de los que apoyaban el proyecto del tratado del presidente Wilson, la propuesta enfrentó una aplastante derrota en el Congreso de los Estados Unidos. En la Iglesia surgieron ciertas divisiones causadas por el hecho de que algunos miembros se habían opuesto enérgicamente a la liga, mientras que otros estaban de acuerdo con ella. Por lo tanto, en la conferencia general de octubre, después de la derrota del proyecto en el Senado, el presidente Grant habló a la congregación rememorando lo que había pasado el año anterior y expresando pesar por la amargura y los malos sentimientos que había despertado la controversia; suplicó entonces a los miembros que dejaran que el espíritu de perdón prevaleciera entre los Santos de los Últimos Días; y se refirió al consejo que, cuando era un joven Apóstol, había recibido del presidente John Taylor: “Hijo mío, no olvides nunca que cuando estás cumpliendo tu deber, tu corazón debe estar lleno de amor y de disposición a perdonar”.

Es obvio que no había malos sentimientos en el corazón del presidente Grant, lo cual se evidencia en el hecho de que continuó siendo gran amigo y admirador de Reed Smoot, y que algunos de los hermanos que se habían opuesto a la Liga de Naciones (llamada después Sociedad de Naciones) —Charles W. Nibley, J. Reuben Clark y David O. McKay— fueron después sus consejeros en la Primera Presidencia de la Iglesia5. No obstante, se cernía sobre la Iglesia otro problema político, considerado asunto de moral, en espera de una solución.

LA PALABRA DE SABIDURÍA Y LA ENMIENDA QUE DIO FIN A LA PROHIBICIÓN

Durante esa época algunas personas de los Estados Unidos se unieron en un movimiento para eliminar muchos de los males y las injusticias de la nación. Una parte esencial de ese movimiento, que se concentró entre los grupos evangélicos protestantes, tenía que ver con la prohibición de la venta de bebidas alcohólicas; la Iglesia y sus líderes apoyaban esa gran tendencia moral. Poco tiempo después se formó la Liga de Prohibición de Utah, organizada y dirigida por el presidente Heber J. Grant. Algunos líderes de la Iglesia, entre ellos el senador Reed Smoot, preferían tener autonomía local en cuanto a la Prohibición en lugar de una ley que afectara a toda la nación prohibiendo la venta de bebidas alcohólicas; otros lo consideraban una violación de su libertad y, pese a que instaban a los miembros de la Iglesia a continuar enseñando sobre los males y las consecuencias del consumo de licores, opinaban que se debía dejar el asunto al albedrío de cada uno. No obstante, las influencias que se inclinaban a declarar ilegal la venta de bebidas alcohólicas eran tan fuertes que al fin se aprobó la Enmienda Dieciocho a la Constitución, convirtiendo la Prohibición en una ley nacional6.

En los años veinte se requería que los obispos, al entrevistar a los miembros que quisieran entrar en el templo, los exhortaran a cumplir los principios de la Palabra de Sabiduría; la Iglesia utilizaba sus publicaciones, especialmente la revista Improvement Era, para combatir el consumo del tabaco; en muchos de los artículos se recurría tanto a la ciencia como a la doctrina religiosa para promover la abstinencia del tabaco y de las bebidas alcohólicas; los líderes de la Iglesia también auspiciaban la legislación en contra del tabaco, incluso la prohibición de los carteles de propaganda de cigarrillos. El presidente Grant predicaba con frecuencia sobre los males del fumar y del tomar alcohol, y apoyaba firmemente el que se hiciera cumplir la ley; incluso, insistió en que el periódico Deseret News patrocinara oficialmente la Prohibición; más aún, la Iglesia proveyó ayuda económica a la Liga de Prohibición.

Durante el período en que esta ley estuvo en efecto, constantemente había fuerzas luchando porque se aboliera. Apesar del enérgico respaldo que le daba la Iglesia y de que la posición inalterable del presidente Grant en defensa de la Prohibición era de conocimiento público, Utah fue el estado número treinta y seis en votar en favor de la abolición de la Enmienda Dieciocho; irónicamente, ese voto afirmativo fue el que puso fin a la Prohibición. El presidente Grant expresó su desilusión al ver que los miembros de la Iglesia no lo habían seguido ni habían escuchado sus consejos, y afirmó que, si lo hubieran hecho, se podría haber evitado gran parte del sufrimiento, el dolor, la degeneración espiritual y el deterioro de la salud inherentes al consumo de las bebidas alcohólicas y del tabaco. Tiempo después, el élder George Albert Smith habló de las consecuencias que habían resultado y continuarían debido a la insensatez de los que no habían querido escuchar los consejos de su Profeta:

“Entre nosotros hay quienes se han dejado cegar por las filosofías y las necedades de los hombres. Hay quienes rechazan la admonición y los consejos del hombre al que Dios ha puesto a la cabeza de esta Iglesia.

“Me siento apesadumbrado al pensar en la manera en que hemos rechazado el consejo del presidente Grant. Y, en realidad, no quiero ser contado entre ese ‘nosotros’, porque no me encontraba en ese grupo; pero hubo entre nosotros algunos que rechazaron la admonición del Presidente de esta Iglesia y votaron a favor de la abolición de la Enmienda Dieciocho, aprobando así el traer otra vez a nuestra comunidad las intoxicantes bebidas alcohólicas y legalizarlas. Esa acción ha hecho aumentar los accidentes y los asesinatos, y hay miles de los hijos de esta nación que se están perdiendo y se ven arrastrados más allá de la posibilidad de recuperación.

“Si hubiéramos escuchado al hombre que está a nuestra cabeza y hubiéramos cumplido con nuestro deber, no estaríamos sufriendo en este valle y en otros lugares las aflicciones que nos han caído encima; por lo menos, no seríamos responsables de ellas.

“A las personas que no están bien informadas de pronto se les ocurre una idea ‘brillante’ y sugieren que ‘esto es lo que debe hacerse’ o ‘aquello es lo que debe hacerse’, y, aunque esté en conflicto con el consejo del Señor, persuaden a algunos a intentarlo. El Señor nos ha dado un consejo seguro y ha nombrado al Presidente de Su Iglesia para que interprete ese consejo; si no hacemos caso a lo que él nos aconseje, como Presidente de la Iglesia, quizás descubramos el grave error que hemos cometido”7.

CONTINÚA HACIÉNDOSE HINCAPIÉ EN LA OBRA MISIONAL

Después de la Primera Guerra Mundial, la Iglesia tuvo cierta dificultad en conseguir los permisos para que los misioneros volvieran a entrar en ciertos países de Europa; no obstante, el que era presidente de la Misión Europea, George F. Richards, en un esfuerzo unido con el que sería su sucesor, el élder George A. Smith y con el senador Reed Smoot, por fin consiguió permiso para que los misioneros predicaran en Holanda, Noruega, Suecia y Dinamarca; hasta el otoño de 1920 no se volvió a predicar el Evangelio en Alemania, y para la primavera de 1921 volvió a abrirse África del Sur para los misioneros.

Con el deseo de recibir información directa en cuanto a los Santos de los Últimos Días de todo el mundo y de llevar a la práctica el precepto que está en las Escrituras de proclamar el Evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo, el presidente Grant envió al élder David O. McKay y al editor de la revista Improvement Era, Hugh J. Cannon, en una gira por todo el mundo. El Deseret News publicó la noticia de que el élder McKay iba a visitar las misiones como Comisionado de Educación, a fin de que los dirigentes de los países lo recibieran oficialmente. Al encargarle esa responsabilidad, el presidente Grant le dijo: “Haga una inspección general de las misiones, estudie las condiciones en que se hallan, reúna datos y, en resumen, obtenga una noción general, a fin de que en las deliberaciones de la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce haya alguien que esté bien familiarizado con la verdadera situación en que se encuentran”8.

Los dos embajadores partieron el 4 de diciembre de 1920, acompañados por los buenos deseos de los líderes de la Iglesia, de sus familiares y amigos. Viajaron primero a Japón, en el barco “Emperatriz de Japón”; el presidente McKay se sintió mal la mayor parte del viaje, y describiendo su malestar, escribió lo siguiente: “¡Adiós a la cena de anoche! ¡Adiós al almuerzo de ayer en el Club Rotario! Y en las próximas sesenta horas, ¡adiós a todo lo que haya comido en mi vida, desde que era un bebé en los brazos de mi madre! ¡Ah! no estoy seguro siquiera de no haber cruzado incluso el umbral hacia el estado premortal”9.

Después de reunirse con los misioneros en Japón, viajaron a China, atravesando Corea y Manchuria. En Pekín, recorrieron las calles buscando un lugar apropiado donde pudieran dedicar la tierra; al fin, llegaron frente a los muros de la Ciudad Prohibida, el antiguo palacio imperial; pasaron los portones y llegaron a un bosque de cipreses, que son para los chinos un símbolo de pesar y de tristeza. El presidente McKay pensó que se trataba de un lugar peculiarmente apropiado para invocar las bendiciones de los cielos sobre ese pueblo afligido y oprimido. Con la cabeza inclinada, aquel moderno testigo de Cristo oró serenamente a fin de dar vuelta a la llave que abriera la puerta a los siervos autorizados de Dios para entrar en China y predicar el Evangelio Restaurado de Jesucristo.

Después de llegar a Hawai, los élderes McKay y Cannon inspeccionaron la escuela de la Iglesia en Laie y luego visitaron las otras islas. El élder Cannon le pidió especialmente que fueran a Pulehu, en Maui, donde su padre, George Q. Cannon, había bautizado al primer hawaiano en julio de 1851. Treinta y cuatro años más tarde el presidente McKay recordaba de esta manera los sucesos de su visita a Maui:

“Vinimos entonces acá, y aquí es donde me encontraba yo [señaló un lugar donde había habido un árbol de pimienta], y al ver una vieja casa de madera que había allí, él dijo: ‘Ésa probablemente sea la antigua capilla’. Me pareció que estaba bastante alejada, pero no había nada más por aquí. ‘Bueno, posiblemente éste sea el lugar’, supusimos. ‘Tal vez nos hallemos en el mismo sitio en que su padre, George Q. Cannon, y el juez Napela hablaron a aquella gente’. Nos impresionaron mucho los alrededores, las imágenes que nos sugerían y el significado espiritual de la ocasión, de la misma manera en que lo habíamos estado con las manifestaciones recibidas en nuestro viaje al Oriente y en lo que habíamos recorrido de Hawai. Les dije: ‘Creo que debemos dar una oración’…

“Yo ofrecí la oración. Todos teníamos los ojos cerrados; fue una reunión muy inspiradora. Al ponernos en camino de regreso, después de la oración, el hermano Keola Kailimai llevó aparte al hermano E. Wesley Smith y empezó a hablarle con vehemencia en hawaiano. Mientras caminábamos, los demás nos quedamos atrás; ellos continuaron, y el hermano Kailimai contó con gran seriedad en hawaiano lo que había visto durante aquella oración. Se detuvieron allí [señaló un lugar cercano] y el hermano B. Wesley Smith me preguntó: ‘Hermano McKay, ¿sabe qué acaba de decirme el hermano Kailimai?’ Le contesté que no. ‘Dice que mientras usted oraba y todos teníamos los ojos cerrados, vio a dos hombres que le parecieron el hermano Hugh J. Cannon y el hermano E. Wesley Smith, que salían de la línea y estrechaban la mano de alguien; y pensó por qué estaríamos los hermanos Cannon y Smith saludando a alguna persona mientras orábamos. Entonces abrió los ojos y nos vio a los dos en la línea, con los ojos cerrados, tal como habíamos estado. Y volvió a cerrar los ojos rápidamente, porque se dio cuenta de que había visto una visión’.

“Ahora bien, el hermano Hugh J. Cannon se parecía mucho a su padre, George Q. Cannon; yo había comentado sobre esa semejanza durante el viaje. Y, por supuesto, E. Wesley Smith tenía el mismo parecido con los Smith que tiene el presidente Joseph Fielding Smith. Era natural que el hermano Kailimai pensara que aquellos dos hombres también estaban allí. Yo les dije: ‘Creo que fueron George Q. Cannon y Joseph F. Smith, dos ex misioneros de Hawai, los dos hombres a quienes vio este hermano tan espiritual’.

“Dimos unos pasos más, y le comenté: ‘Hermano Kailimai, no comprendo el significado de su visión, pero sé que el velo entre nosotros y aquellos antiguos misioneros era muy delgado’. El hermano Hugh J. Cannon, que caminaba a mi lado, con las lágrimas corriéndole por las mejillas, me dijo: ‘Hermano McKay, no había ningún velo’10.

Desde Hawai los dos hombres se embarcaron hacia San Francisco, esperando encontrar mejor transporte para su viaje al sur del Pacífico; allá se encontraron con sus respectivas esposas y con el presidente Heber J. Grant. Al enterarse de la muerte de Anthon H. Lund, consejero del presidente Grant, decidieron regresar brevemente a Salt Lake City. A fines de marzo volvieron a San Francisco preparados para emprender la jornada de doce días a Tahiti; llegaron el 12 de abril, pero no pudieron ponerse en contacto con el presidente de la misión porque éste andaba en una gira por la misión. De Tahiti fueron a Raratonga, y de allí a Wellington, Nueva Zelanda, donde habían hecho arreglos para la primera reunión que tendrían en la gira. Se quedaron nueve días, visitando a los misioneros y a los santos de Nueva Zelanda; era la primera vez que un Apóstol de esta dispensación había estado en ese país.

El 30 de abril de 1921 partieron de Auckland en dirección a Samoa, a bordo del S. S. Tofua; al llegar, fueron recibidos por cantos y exclamaciones de alborozo de una enorme congregación de miembros de la Iglesia que había ido a esperarlos. Pasaron más de un mes viajando de isla en isla y tuvieron reuniones con los santos y con funcionarios gubernamentales. En cada lugar donde se detuvieron, el élder McKay dirigía la palabra a una multitud de a veces hasta mil quinientos nativos, funcionarios y visitantes. Al hablar, siempre utilizaba un intérprete. No obstante, hubo una oportunidad en la que detuvo al intérprete y continuó hablando al darse cuenta de que los miembros le entendían; la congregación entera había recibido el don de interpretación de lenguas.

Debido a su manera de ser y a su testimonio, los élderes David O. McKay y Hugh J. Cannon se ganaron un lugar especial en el corazón de los samoanos y, cuando llegó el momento de partir, hubo lágrimas y súplicas de que se quedaran. Por las impresiones del Espíritu, el élder McKay dio vuelta, se bajó del caballo, les hizo saber lo que pensaba hacer y, con las manos en alto, pronunció sobre ellos bendiciones con la autoridad y el poder del apostolado y del sacerdocio. Fue un espléndido fin a la despedida; después, volviéndose rápidamente partió, mientras los santos le decían adiós agitando en el aire pañuelos blancos. Más adelante, los samoanos colocaron un monumento conmemorando el lugar donde el élder McKay había orado.

Por haber una epidemia de sarampión en Tonga, toda persona que entrara al país tenía que estar en cuarentena durante doce días. El élder McKay decidió hacer la visita de todas maneras, pero envió al élder Cannon a Nueva Zelanda para evitar la cuarentena.

Desde Tonga volvió a Nueva Zelanda, donde se quedó otras dos semanas visitando Auckland y Hastings. El 2 de agosto de 1921, los dos viajeros se embarcaron para Sydney, Australia. En contraste con las grandes multitudes que se habían juntado en los otros lugares, en Sydney, Melbourne, Adelaide y Brisbane había pocos miembros de la Iglesia; no obstante, los hermanos percibieron la profunda espiritualidad de la gente allí.

De Australia se fueron al sudeste de Asia, a tierras donde abundaban las caras hambrientas y demacradas y donde un mendigo murió cerca del lugar en que el élder McKay se hallaba parado, en una calle de la India. El viaje de India a Egipto en una embarcación calurosa y húmeda dio a ambos misioneros ocasión de pensar en su tierra y su familia. Una noche, el élder McKay estaba sentado en cubierta, junto a una señora que demostraba estar exhausta de mecer y pasear a su niñito para que no llorara; el élder McKay le sonrió y le preguntó si le permitía tener al niño en brazos un rato mientras ella descansaba, a lo que la madre consintió de buena gana; a los pocos momentos, el pequeño dormía plácidamente en los brazos del Apóstol.

En la Tierra Santa, pensaban encontrarse con J. Wilford Booth, nuevo Presidente de la Misión de Armenia, y recorrer con él las pequeñas ramas que había en la región. Pero cuando llegaron a Jerusalén, no sabían dónde encontrarse con el presidente Booth y, después de varios días empleados en visitar lugares sagrados e históricos, decidieron partir para Haifa, puerto que está al norte de Jerusalén sobre la costa del Mediterráneo, y de allí a Alepo, ciudad del noroeste de Siria. Al principio, habían pensado ir en auto a través de Samaria, pero el élder McKay sintió la impresión de que debían viajar en tren.

Llegaron a Haifa sin saber dónde se alojarían, y, mientras el élder McKay iba a averiguar sobre un hotel adecuado, el hermano Cannon se quedó cuidando el equipaje. A los diez minutos, el élder McKay regresó con el mensajero de un hotel conocido; cuando se aprestaban a salir por el gran portal de la estación ferroviaria, él sintió que alguien le tocaba un hombro y oyó una voz que decía: “¿No es usted el hermano McKay?” Al darse vuelta, quedó frente a frente con el presidente Booth. Si los élderes hubieran viajado en auto, o si hubieran pedido recomendaciones para un hotel antes de salir de Jerusalén, o si hubieran permanecido allá más tiempo, jamás se habrían encontrado con el presidente. El resultado de ese encuentro fue que tuvieron muchas reuniones espirituales con los santos y distribuyeron fondos que se habían juntado en un ayuno especial realizado en Utah, los cuales fueron una gran bendición para los miembros de la Iglesia de esa parte del mundo.

Los hermanos dieron fin a su gira mundial con una visita a las misiones de Europa. Después de haber recorrido cerca de cien mil kilómetros en cinco meses, los dos élderes llegaron de regreso a Utah en Nochebuena de 1921. En la conferencia general de abril de 1922, el élder McKay dio informes sobre el éxito de la misión que habían cumplido y expresó un potente testimonio de que “Cristo está presto siempre a darnos ayuda en momentos de necesidad, y consuelo y fortaleza, si nos acercamos a Él con pureza, sencillez y fe”11.

Poco después de su regreso a Utah, David O. McKay fue llamado para ser Presidente de la Misión Europea, y se le encargó la responsabilidad de lograr que mejorara la opinión pública sobre la Iglesia, especialmente en Gran Bretaña. Después, el senador Reed Smoot tuvo la oportunidad de viajar a Europa acompañado por el élder John A. Widtsoe. En Londres, el senador Smoot se reunió con los dueños de los principales periódicos británicos. Cuando ellos se enteraron de que gran parte del material que habían impreso en sus periódicos sobre los Santos de los Últimos Días era falso, acordaron no aceptar ningún artículo de oposición a los mormones. En ese viaje, el hermano Smoot se reunió también con el director general del Ministerio de Relaciones Exteriores de Dinamarca, con el primer ministro de Suecia y con el rey de Noruega.

Al poco tiempo, las relaciones públicas de la Iglesia mejoraron en otras partes del mundo también; en Francia, Checoslovaquia y Baviera se abrieron misiones nuevas o que ya habían existido antes. En 1925, el élder Melvin J. Ballard volvió a abrir la Misión de Sudamérica; la oración dedicatoria que ofreció en Buenos Aires, Argentina, contenía la siguiente profecía: “Por un tiempo, la obra del Señor crecerá despacio, así como el roble crece despacio de la bellota. No se estirará en un día como el girasol, que rápido crece y después muere. Pero habrá miles de personas que se unirán a la Iglesia; se dividirá en más de una misión y será una de las más fuertes de la Iglesia… Vendrá el día en que los lamanitas de esta tierra serán una fuerza en la Iglesia”12.

El ejemplo de Percy D. McArthur es un símbolo de la dedicación de los miembros de la Iglesia a la obra misional. El hermano McArthur, dotado corredor y fiel a la Palabra de Sabiduría, había salido campeón en California en la carrera de 400 m. Antes de las carreras oraba, no para ganar sino para poder dar lo mejor de sí mismo; en el concurso de atletismo de pista y campo que se llevó a cabo en Lincoln, Nebraska, en 1927, representó al Club Atlético Los Angeles y salió empatado con otros dos en una carrera sumamente reñida. Refiriéndose al equipo olímpico para las Olimpíadas de 1928, dijo lo siguiente: “Estaba seguro de calificarme para el equipo; me encontraba en perfecto estado físico, pero recibí el llamamiento misional, y eso significaba para mí algo mucho más importante que cualquier carrera”. Al poco tiempo, se hallaba trabajando en la Misión Mexicana13. Él no fue el primer ni el último atleta destacado que dio a la Iglesia el primer lugar en su vida. Pero dio la espalda a la fama, quizás a la fortuna, para ir a proclamar a un pueblo humilde que el Evangelio se hallaba otra vez en la tierra.

Los líderes de la Iglesia establecieron en Salt Lake City un centro de capacitación misional con objeto de enviar a las misiones, misioneros que estuvieran mejor capacitados; LeRoi C. Snow fue su primer director. Allí, en dos semanas los misioneros pasaban por un aprendizaje intensivo en cuanto a modales, puntualidad y métodos de enseñanza; también recibían instrucción de las Autoridades Generales en los principios del Evangelio. El presidente Heber J. Grant dedicó la “Casa de la Misión”, como la llamaban, el 3 de febrero de 1925; en la primera clase sólo hubo cinco élderes. Pero para 1927 ya casi tres mil hombres y mujeres jóvenes habían recibido instrucción allí14. El incremento en el número de misioneros que recibieron capacitación se debió, en parte, al anuncio que hizo el presidente Grant durante la conferencia de octubre de 1925 diciendo que se necesitaban mil misioneros más.

Durante esa época también se introdujeron varios métodos nuevos a fin de facilitar la prédica del Evangelio. En la Misión de California, un joven élder de nombre Gustive O. Larson produjo una serie de conferencias ilustradas que presentó por todo el estado, con la aprobación del presidente de la misión; las diapositivas (transparencias) y el diálogo se concentraban en tres temas: la civilización de la antigua América, la historia de los mormones y los templos de los Santos de los Últimos Días y la obra que se efectúa en ellos. Hubo miles de personas que no eran miembros que fueron a ver las diapositivas y a escuchar al élder Larson. Al mismo tiempo, el presidente B. H. Roberts, recién llamado a dirigir la Misión de los Estados del Este, capacitaba a sus misioneros en los elementos principales de la obra proselitista y los exhortaba a organizar y enseñar el mensaje del Evangelio en secuencia y a aprovechar mejor el Libro de Mormón. Además, con frecuencia los reunía en la sede de la misión donde les presentaba discursos sobre los principios del Evangelio.

En Japón, la obra misional se detuvo por un tiempo en la década de los años veinte. Después de veintitrés años de esfuerzos y sacrificio de parte de los misioneros, el presidente Grant, que había sido quien abrió la misión, tuvo que poner fin a la obra proselitista en ese país. Hubo varios factores que influyeron en la penosa decisión de sacar de allí a los misioneros; entre los más importantes estaban las dificultades que ofrecían el idioma y la cultura, y el hecho de que no le fue posible a la Iglesia atraer conversos. Otros motivos fueron el terremoto de Tokio, en 1923, y la ley de exclusión de los japoneses que se decretó en 1924.

El terremoto fue tan devastador que la obra misional se detuvo por completo para que los pocos misioneros que había allá ayudaran en el trabajo de reconstrucción. Y la ley de exclusión, que fue aprobada en los Estados Unidos en julio de 1924, prohibía a la gente de Japón que emigrara a los Estados Unidos; esto causó mucho resentimiento entre los japoneses hacia todos los estadounidenses que vivían en Japón. Por esos motivos, después de mucho orar y reflexionar al respecto, en agosto de 1924 la Primera Presidencia anunció que iba a cerrar la misión. No fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial que el Evangelio restaurado atrajo a miles de conversos japoneses15.

NUEVAS DIRECTIVAS EN EL PROGRAMA EDUCATIVO DE LA IGLESIA

Antes de la Primera Guerra Mundial, los Santos de los Últimos Días se dieron cuenta de que no les era posible mantener dos sistemas de educación; la Iglesia no podía construir suficientes escuelas, llamadas entonces academias, para todos los hijos de los miembros; para los santos resultaba gravoso ayudar a mantener las escuelas públicas que la ley exigía y, al mismo tiempo, proveer los fondos para operar las escuelas locales de la Iglesia. Por lo tanto, a principios de 1920, la mayoría de las academias se convirtieron en escuelas públicas, en colegios universitarios o en escuelas normales.

A fin de asegurarse de que los niños y jóvenes Santos de los Últimos Días recibieran diariamente algo de instrucción religiosa, la Iglesia estableció seminarios adyacentes a las escuelas públicas de enseñanza secundaria; la primera de éstas fue el liceo Granite de Salt Lake City. Algunos distritos escolares concedieron un tiempo libre para la asistencia a esas clases, y para llevarlas a cabo se construyeron edificios separados de la escuela; se contrataron maestros calificados, y todo el sistema estaba supervisado por una mesa directiva general de educación de la Iglesia y por un comisionado nombrado por ésta. De esa manera comenzó el gran sistema de Seminario de la Iglesia.

Debido a la cantidad, siempre en aumento, de Santos de los Últimos Días que asistían a colegios y universidades en los años veinte, algunos miembros empezaron a preocuparse pensando cómo podrían los estudiantes combinar con su religión el conocimiento secular que adquirían. Los comienzos de esa década se destacaron por un incremento en el prestigio de la ciencia y una declinación de la influencia y el poder de las religiones. Una obra popular de la época llevaba el título “Historia del conflicto de la ciencia con la teología del cristianismo” y estaba escrita por Andrew Dixon White, distinguido profesor de historia y rector de la Universidad Cornell; en ella el autor atacaba enérgicamente las doctrinas cristianas fundamentales, a las que llamaba “una amenaza para toda la evolución normal de la sociedad”16. Su libro se consideraba una obra práctica para guiar a los estudiantes de ciencias a una mejor comprensión del conflicto filosófico que se había desatado entre la ciencia y el cristianismo.

Durante ese período de agitación y de escepticismo, un grupo de estudiantes Santos de los Últimos Días de la Universidad de Idaho pidió ayuda a la Primera Presidencia, porque había allá una gran cantidad de alumnos mormones que no tenían acceso a las enseñanzas de la Iglesia para complementar sus estudios. La Primera Presidencia respondió a esa solicitud enviando a J. Wyley Sessions, ex presidente de la Misión Sudafricana, al que acababan de relevar, y a su esposa, Magdeline, a Moscow, Idaho, con la autoridad para organizar un programa para los estudiantes Santos de los Últimos Días. Con la estrecha colaboración de los funcionarios de la universidad, el hermano Sessions creó una organización social y empezó a dar, en un ambiente de la Iglesia, clases de Escrituras y de ética por las que los estudiantes recibían crédito de la universidad.

Las primeras clases se llevaron a cabo en el otoño de 1926, con cincuenta y siete alumnos inscritos. Después, se construyó un edificio grande cerca de la universidad. Al poco tiempo se organizó el Instituto y se construyeron edificios para las clases cerca del Colegio Agrícola del Estado de Utah, en Logan; de la Universidad del Estado de Idaho, en Pocatello; y de la Universidad de Utah, en Salt Lake City.

Además, a principios de los años veinte, los administradores de la Universidad Brigham Young también realizaron por primera vez la “Semana de la educación”, para adultos; en sus comienzos, estas clases tenían por objeto capacitar a los líderes de estaca y barrio, y las presentaban los miembros de la Primera Presidencia y otras Autoridades Generales. Más adelante, debido a sus muchas ocupaciones, estos líderes asesoraron a los funcionarios de la universidad para que colocaran a los profesores universitarios al frente de esas clases y las pusieran a disposición del público. Actualmente, la “Semana de la educación” atrae a miles de Santos de los Últimos Días de los Estados Unidos y de Canadá; más de veinticinco mil personas asisten a esas clases que se llevan a cabo anualmente en la Universidad Brigham Young, en Provo.

LA IGLESIA SIGUE EXTENDIÉNDOSE

En la década de 1920, muchos Santos de los Últimos Días se fueron de Utah a establecerse en otras regiones, entre ellas el sur de California; por otra parte, la obra misional contribuyó con infinidad de conversos que se agregaron al número de miembros que vivían en esa parte de los Estados Unidos. En enero de 1923, el presidente Heber J. Grant, su consejero Charles W. Penrose y otras Autoridades Generales se reunieron con tres mil miembros de California y crearon la Estaca Los Ángeles, que era la número ochenta y ocho de la Iglesia y cubría todo el sur de California. La creación de esa estaca fue una manifestación de que la Iglesia ya no era una organización de Utah, sino que estaba expandiéndose hacia todas partes de los Estados Unidos. Y, a causa del éxito que había tenido la colonización de los primeros tiempos, había también suficientes miembros para justificar la construcción de templos en Cardston, Alberta (Canadá), en 1923, y en Mesa, Arizona, en 1927; ambos edificios sagrados fueron dedicados por el presidente Grant.

El 6 de mayo de 1922, el Profeta dedicó la nueva radioemisora del Deseret News, KZN y, por primera vez en la historia de la Iglesia, transmitió un mensaje por radio; en ese discurso, el Presidente de la Iglesia testificó que José Smith era un Profeta del Dios verdadero y viviente. Dos años más tarde, la emisora comenzó a transmitir las sesiones de las conferencias generales; gracias a ello, miles de miembros de la Iglesia, y muchos que no lo eran, pudieran escuchar los mensajes inspirados de las Autoridades Generales. En el verano de 1924, las letras de identificación de la estación se cambiaron a KSL.

El 15 de julio de 1929 tuvo lugar la primera transmisión del Coro del Tabernáculo. El programa “Música y palabras de inspiración”, creado por Richard L. Evans con mensajes de inspiración y esperanza, pasó a formar parte de esa transmisión. Através de los años, miles de personas se han unido a la Iglesia después de haber escuchado las inspiradoras canciones del coro y los mensajes elocuentes y espirituales; y muchos otros han recibido consuelo y esperanza de esos programas del coro.

SE CELEBRA EL CENTENARIO Y AUMENTA EL INTERÉS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

Con la convicción de que era preciso que la Iglesia contara con un libro de historia de un solo tomo y fácil de leer, en el que se hiciera un relato histórico de la Restauración, la Primera Presidencia le encomendó a Joseph Fielding Smith que lo escribiera. La obra, titulada Elementos de la historia de la Iglesia, se publicó en inglés en 1922, y en esos primeros años se empleó como manual del Sacerdocio de Melquisedec; con el tiempo, ha pasado por más de treinta ediciones.

Andrew Jenson, historiador auxiliar de la Iglesia, dedicó gran parte de la década de 1920 a viajar por el mundo con la asignación de reunir registros históricos de los barrios y las ramas. Gracias a su interés, perseverancia y dedicación, los historiadores de hoy tienen material disponible para indagar sobre la historia de la Iglesia.

Durante esa misma década, la Iglesia conmemoró el centenario de la aparición del Padre y el Hijo y del ángel Moroni a José Smith, celebrándolo con cantatas y ceremonias en Palmyra, Nueva York. Y el domingo 6 de abril de 1930, por la mañana, miles de miembros llenaron el Tabernáculo de Salt Lake para participar en una asamblea solemne, en la que se sostuvo a los líderes de la Iglesia, quórum por quórum, y en la que se hizo una rendición majestuosa de la proclamación de Hosanna. B. H. Roberts lo describió así: “Al oírse la potente proclamación, fue como si hiciera vibrar ondas de emoción que se prolongaron con las cadencias del coro cantando en ese momento el glorioso y alborozado ‘¡Aleluya!’, del ‘Mesías’ [de Handel]”18.

En el transcurso de esa conferencia también se iluminó por primera vez el Templo de Salt Lake con focos gigantescos, y se presentó un espectáculo conmemorativo del centenario, “El mensaje de los siglos”, en un escenario especial que se preparó en el Tabernáculo. Escrito a propósito para la celebración, se representaban en el espectáculo las varias dispensaciones del Evangelio. La entrada era gratis, y fue tan bien recibido que las representaciones continuaron durante más de un mes. Además, como apropiado toque final de las celebraciones, el élder B. H. Roberts presentó a los miembros su monumental obra en seis tomos titulada “Una historia completa de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días” (A Comprehensive History of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints).

Otra evidencia del interés de la Iglesia en su historia fue el anuncio que hicieron los líderes, en abril de 1928, de que habían cerrado el trato para la compra del cerro Cumorah; este lugar se convirtió al poco tiempo en uno de los más visitados por Santos de los Últimos Días que viajaban por el este de los Estados Unidos. Hubo también muchos visitantes que no eran mormones, y al fin se abrió un centro de visitantes al pie del cerro.

Los años veinte fueron un período de la historia de la Iglesia en que ésta estableció mejor sus raíces; fue una década de relativa paz, en que habían disminuido la mayor parte de los ataques y de la enemistad. En esa época, la Iglesia creció lenta pero firmemente, fortaleció sus programas y la fe de sus miembros aumentó.

NOTAS

  1. Heber J. Grant, en “Conference Report”, abril de 1941, pág. 4.

  2. Véase Journal of Anthon H. Lund, 25 de mayo de 1919, Departamento Histórico de la Iglesia SUD, Salt Lake City, págs. 49–50; Charles W. Penrose, Journal History of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, junio 1º de 1919, Departamento Histórico de la Iglesia SUD, Salt Lake City.

  3. Véase, de Francis M. Gibbons, Heber J. Grant: Man of Steel, Prophet of God; Salt Lake City: Deseret Book Company, 1979, págs. 174–176.

  4. Véase, de Bryant S. Hinckley, Sermons and Missionary Services of Melvin Joseph Ballard; Salt Lake City: Deseret Book Company, 1949, pág. 23.

  5. En “Personal Faith and Public Policy: Some Timely Observations on the League of Nations Controversy in Utah”, de James B. Allen, Brigham Young University Studies, otoño de 1973, pág. 97; véase también, de James B. Allen, “J. Reuben Clark, Jr., on American Sovereignty and International Organization”, Brigham Young University Studies, primavera de 1973, págs. 347–372.

  6. Esta sección se escribió para el Sistema Educativo de la Iglesia; también se publicó en la obra de Richard O. Cowan, The Church in the Twentieth Century. Salt Lake City: Bookcraft, 1985, pág. 129.

  7. En “Conference Report”, octubre de 1936, pág. 75.

  8. “Two Church Workers Will Tour Missions of Pacific Islands”, Deseret News, 15 de octubre de 1920, pág. 5.

  9. Home Memories of President David O. McKay, comp. por Llewelyn R. McKay; Salt Lake City: Deseret Book Company, 1956, pág. 41.

  10. David O. McKay, Cherished Experiences, rev. y ampliado. Comp. por Clare Middlemiss, Salt Lake City: Deseret Book Company, 1976, págs. 115–116.

  11. En “Conference Report”, abril de 1922, pág. 69; véase también págs. 62–68.

  12. Véase, de M. Russell Ballard, “El reino crece en Sudamérica”, Liahona, julio de 1986, págs. 8–11; véase también “Prophecies for Children of Lehi Are Being Fulfilled”, Church News, 26 de febrero de 1984, pág. 10.

  13. M. C. Morris, “Olympic Games or a Mission?”, Improvement Era, marzo de 1929, pág. 382; véase también págs. 378–383.

  14. Véase, de LeRoi C. Snow, “The Missionary Home”, Improvement Era, mayo de 1928, págs. 552–554.

  15. Véase, de R. Lanier Britsch, “The Closing of the Early Japan Mission”, Brigham Young University Studies, invierno de 1975, págs. 171–190.

  16. Andrew Dickson White, A History of the Warfare of Science with Theology in Christendom, 2 tomos; Nueva York: D. Appleton and Co., 1897, 1:vi.

  17. Esta sección se escribió para el Sistema Educativo de la Iglesia; también se publicó en la obra de Cowan, The Church in the Twentieth Century, pág. 102–104.

  18. B. H. Roberts, A Comprehensive History of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, Century One, 6 tomos; Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1930, 6:540.

Historia

Fecha

 

Acontecimientos importantes

23 de noviembre de 1918

Heber J. Grant es ordenado y apartado como séptimo Presidente de la Iglesia.

Diciembre de 1920

David O. McKay y Hugh J. Cannon parten en su gira mundial.

1922

Se establece la Corporación del Presidente.

6 de mayo de 1922

El presidente Grant hace la primera transmisión radial desde Salt Lake City, por la radio KZN (después KSL).

1925

Se abre la Casa de la Misión en Salt Lake City.

Otoño de 1926

Se abre en Moscow, Idaho, el primer instituto de religión.

1928

La Iglesia compra el cerro de Cumorah.

Abril de 1930

Se celebra el centenario de la organización de la Iglesia.

Heber J. Grant

Heber J. Grant (1856–1945) fue apartado como séptimo Presidente de la Iglesia cuando tenía sesenta y dos años, después de haber sido Apóstol desde 1882. En 1916 lo habían apartado como Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles.

En el siglo veinte, el presidente Grant tuvo una fuerte influencia en la Iglesia. Fue Autoridad General durante más tiempo que cualquier otro con excepción de David O. McKay. Y sus veintisiete años de servicio como Presidente de la Iglesia fueron el período más largo de administración de un Presidente, sobrepasado sólo por Brigham Young.

Hugh J. Cannon and David O. McKay

La gira mundial de David O. McKay (a la derecha en la foto) y de su compañero, Hugh J. Cannon (a la izquierda), siguió la directiva del presidente Heber J. Grant de reunir información, a fin de que durante sus deliberaciones los líderes de la Iglesia contaran con alguien que estuviera familiarizado con las condiciones de vida de los Santos de los Últimos Días.

Por el resto de su vida, el presidente McKay se mantuvo al tanto de lo que pasaba en el mundo y en la Iglesia; cuando era Apóstol, viajó extensamente, y continuó haciéndolo durante los primeros años de su administración como Presidente de la Iglesia. Bajo su dirección, la Iglesia se convirtió en una institución mundial.

Joseph Wilford Booth

Joseph Wilford Booth (1866–1928) trabajó la mayor parte de su vida como misionero en el Medio Oriente. Su primera misión fue en Turquía, en 1898. Más tarde fue dos veces presidente de la Misión Turca, de 1903 a 1909 y de 1921 a 1924.

En 1905, el hermano Booth dedicó Grecia para la prédica del Evangelio, en el lugar donde estaba el Areópago, en Atenas. Tiempo después, el nombre de la Misión Turca se cambió a Misión Armenia, y él la presidió desde 1924 hasta 1928. El presidente Booth falleció en Alepo, Siria, justo antes de que llegara la noticia de su relevo.

Melvin J. Ballard and others at site of South America dedication

Esta foto fue sacada en junio de 1926, en el lugar exacto de Buenos Aires, Argentina, donde el 25 de diciembre de 1925, el élder Melvin J. Ballard (1873–1939), miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, dedicó las tierras de Sudamérica para la prédica del Evangelio.

En la foto aparecen, de izquierda a derecha: Reinholdt Stoof, Presidente de la Misión Sudamericana; la esposa, Ella Stoof; el élder Melvin J. Ballard; el presidente Rey L. Pratt; y James Vernon Sharp.

Mission Home

Durante muchos años la mayoría de los misioneros recién llamados tenían que viajar a Salt Lake City, donde se les daba instrucciones, recibían la investidura del templo y se les apartaba para sus labores. En 1924 se aprobó el establecimiento de una casa donde los misioneros pudieran alojarse durante ese tiempo. En 1925, la Iglesia compró y renovó una casa, y LeRoi Snow, hijo del presidente Lorenzo Snow, fue nombrado director.

Gradualmente, el programa de capacitación se extendió a dos semanas y consistía en setenta y una clases de enseñanza del Evangelio, organización de la Iglesia, inglés y otros idiomas, salud e higiene personal, educación física, buenos modales, apariencia personal y puntualidad.

Granite Seminary

En el año escolar de 1912 a 1913, el seminario de Granite, en Salt Lake City, con setenta alumnos, llevó a cabo las primeras clases. La escuela secundaria adjunta les daba tiempo libre para asistir. Al año siguiente, se contrató a Guy C. Wilson como maestro regular.

Aunque había comenzado como un programa experimental, el de seminario se extendió muy pronto a causa del gran éxito que tuvo. Sólo diez años más tarde había ya casi cinco mil estudiantes inscritos en Seminario, y esa cantidad se redobló para el momento en que se creó en Moscow, Idaho, el primer Instituto de religión en el año escolar de 1926 a 1927. En 1997 había más de 379.000 alumnos inscritos en seminario.

Moscow institute of religion

El edificio del instituto en Moscow, Idaho, fue dedicado el 25 de septiembre de 1928 por Charles W. Nibley, miembro de la Primera Presidencia.

Heber J. Grant radio broadcast

El 6 de mayo de 1922, el presidente Heber J. Grant hizo su primera transmisión radial por KZN (que fue después KSL), la emisora auspiciada por el periódico Deseret News en Salt Lake City. En la foto aparecen, de izquierda a derecha: Nathan O. Fullmer, Anthony W. Ivins, George Albert Smith, dos personas cuya identidad se desconoce, Augusta Winters Grant, Heber J. Grant, C. Clarence Neslen y George J. Cannon.