CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
LA IGLESIA DURANTE LA GRAN DEPRESIÓN ECONÓMICA
Ha habido pocos acontecimientos externos que hayan influido tanto en el curso de la historia de la Iglesia como la Gran Depresión económica de los años treinta en los Estados Unidos1. El 29 de octubre de 1929, conocido como “el martes tenebroso”, el mercado de valores de Nueva York se derrumbó dejando en la ruina a millones de inversionistas; la gente dejó de comprar todo lo que no fuera indispensable y muchos negocios fracasaron al poco tiempo. El impacto de la depresión se hizo sentir con fuerza en las montañas del Oeste, donde vivía la mayor parte de los Santos de los Últimos Días; en 1932, la desocupación en Utah llegó a un 35,9 por ciento, mientras que el promedio de ingresos por persona bajó un 48,6 por ciento2. Los cabezas de familia se vieron obligados a tragarse el orgullo y esperar en largas líneas para recibir dádivas de pan y otros alimentos; en las zonas rurales hubo familias que perdieron sus granjas al no tener dinero para pagar las hipotecas.
Al mismo tiempo que les ocurría a los miembros, también la Iglesia como organización sintió los efectos de la depresión. El desembolso de los diezmos, que eran la mayor fuente de ingresos de la Iglesia, bajó de $4.000.000 de dólares en 1927 a sólo $2.400.000 en 1933, dando como resultado la reducción de muchas actividades3.
LOS PRIMEROS INTENTOS DE ALIVIAR EL SUFRIMIENTO DE LA GENTE
En 1933, en medio de la depresión, el gobierno de los Estados Unidos, con la dirección del presidente Franklin D. Roosevelt, tomó una serie de medidas extremas que se conocieron con el nombre de “Nuevo Trato”; aun cuando la mayoría de los Santos de los Últimos Días apoyaban esos programas, los líderes de la Iglesia tenían la preocupación de que algunos pudieran sucumbir a lo que ellos llamaban “una mentalidad de mendigos”. El presidente Grant comentó lo siguiente con tristeza:
“Muchos han dicho…: ‘¿Y qué? Si otros reciben algo [de ayuda del gobierno], ¿por qué no he de recibir yo también?’
“Creo que va predominando entre la gente la tendencia a tratar de conseguir algo del gobierno de los Estados Unidos sin posibilidades de llegar a pagarlo nunca. Y pienso que es un gran error”4.
Al procurar los líderes aconsejar y ayudar a los santos en sus necesidades durante la depresión, encontraron guía en las Escrituras. Desde el principio, el Señor ha mandado: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18), principio al que el apóstol Santiago denominó “la ley real” (Santiago 2:8). Cuando el Señor dio ese mandamiento a los hijos de Israel, también les mandó proveer para los pobres (véase Levítico 19:10), y ha censurado enérgicamente a aquellos que pudiendo ayudar a sus hermanos menos afortunados, se niegan a hacerlo (véase Mosíah 4:16–27; D. y C. 56:16; 104:14–18).
Desde antes de la depresión, la Iglesia ya contaba con un programa de bienestar; durante la década de los años veinte, el Obispado Presidente y la mesa directiva general de la Sociedad de Socorro se ocupaban activamente de buscar trabajo para los necesitados, mantener un almacén y auxiliarlos de otras maneras; por lo tanto, al empeorar las condiciones económicas resultantes de la quiebra del mercado de valores, la Iglesia tuvo una base sobre la cual edificar.
En 1930, el Obispo Presidente, Sylvester Q. Cannon, insistió en afirmar que los obispados eran responsables de “asegurarse de que ninguno de los miembros activos de la Iglesia sufra la carencia de los artículos de primera necesidad… La labor de la Iglesia… consiste en ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. Nuestra norma es auxiliarlas para que se hagan independientes… en lugar de tener que depender del socorro de la Iglesia”5. Los líderes locales buscaron soluciones innovadoras para resolver los problemas económicos de los miembros. La Estaca Granite, del condado de Salt Lake, empleó a los desocupados para trabajar en varios programas de la estaca, puso en funcionamiento un taller de costura donde se renovaba ropa donada, y consiguió alimentos para los necesitados por medio de tratos cooperativos con los granjeros de los alrededores. La Estaca Pioneer, que estaba en una zona menos próspera, quedó severamente afectada por la depresión; bajo la dirección de su joven presidente, Harold B. Lee, se llenó un almacén con artículos producidos en los programas de la estaca o donados por los miembros de la Iglesia. Valiéndose de las unidades locales, las Autoridades Generales dieron ánimo, consejos y apoyo a todos esos programas que tenían por objeto solucionar el urgente problema.
J. Reuben Clark, hijo, que pasó a ser consejero del presidente Grant en 1933, tuvo una gran influencia en los primeros esfuerzos por desarrollar el programa de bienestar en toda la Iglesia. Antes de recibir ese llamamiento, el presidente Clark se había distinguido en las carreras de Derecho Internacional y de Diplomacia, y había sido Ministro Asistente de Relaciones Exteriores y Embajador de los Estados Unidos en México. El presidente Grant le dio instrucciones de formular un plan de asistencia para los santos.
En julio de 1933, la Primera Presidencia dio a conocer algunos principios fundamentales y por primera vez estableció medidas concretas de asistencia que debían aplicarse por toda la Iglesia. “Nuestros miembros capacitados no deben pasar la vergüenza de aceptar algo sin dar nada a cambio, a menos que sea como último recurso… Los oficiales de la Iglesia que administren la asistencia deben buscar los medios por los cuales todo miembro capacitado de la Iglesia que se encuentre en situación de necesidad pueda compensar la ayuda recibida rindiendo a cambio algún tipo de servicio”. Se pidió a los barrios que, en compensación por la asistencia, se prepararan para atender a las necesidades de sus miembros, y que después prestaran ayuda a otras unidades que la necesitaran. La Primera Presidencia concluía el mensaje exhortando a los santos a tener en cuenta la “imperiosa necesidad de vivir con rectitud, de evitar las extravagancias, de cultivar los hábitos de economía e industriosidad, de vivir estrictamente dentro los límites de sus ingresos, y de poner en ahorros algo, aunque sea una pequeña cantidad, para los tiempos de mayor escasez que puedan sobrevenirnos”6.
LA APLICACIÓN DEL PROGRAMA DE BIENESTAR POR TODA LA IGLESIA
En 1935 se dio un paso importante en el desarrollo del programa de bienestar de la Iglesia. Por ese entonces, el gobierno federal estaba sopesando la posibilidad de poner la carga de la asistencia pública sobre cada estado, una responsabilidad que el estado de Utah, gravemente afectado, no estaba en condiciones de asumir. El 20 de abril de ese año, la Primera Presidencia le asignó al presidente de estaca Harold B. Lee la tarea de poner en práctica el programa de bienestar en toda la Iglesia. Más adelante, él comentó: ”Me asombró saber que durante años habían tenido ante sus ojos [los líderes de la Iglesia], como resultado de sus reflexiones y planes y de la inspiración de Dios Todopoderoso, la esencia del mismo plan que se pone en práctica, y que estaba a la espera, preparándose para el momento en que, a su juicio, la fe de los Santos de los Últimos Días fuera tal que estuvieran dispuestos a seguir los consejos de los hombres que dirigen y presiden esta Iglesia”7.
Después de su reunión con la Primera Presidencia, Harold B. Lee se fue hasta la parte más alta del cañón City Creek y se internó entre los árboles buscando un lugar donde pudiera orar sobre la organización que debía establecer. Más tarde, relató lo siguiente: “Se abrió mi entendimiento espiritual, y se me hizo comprender la magnitud de la organización de la Iglesia y Reino de Dios hasta un punto que jamás había percibido antes. La importante verdad que se grabó en mí fue que no había necesidad de establecer una nueva organización para realizar lo que la Presidencia nos había aconsejado. Era como si el Señor me dijera: ‘Todo lo que tienes que hacer es poner en funcionamiento la organización que ya les he dado’ ”8.
En el transcurso del año siguiente, Harold B. Lee y otros líderes de la Iglesia se reunieron a menudo con el fin de preparar el programa para su aplicación en toda la Iglesia. El presidente David O. McKay, que era segundo consejero del presidente Grant desde 1934, desempeñó una función administrativa fundamental en esa planificación. El comité tuvo la confirmación de que estaba guiado por la inspiración en sus deliberaciones y que sus decisiones contaban con la aprobación divina.
El lunes 6 de abril de 1936, después de dar fin a la última sesión de la conferencia general, se convocó a una reunión especial en el Salón de Asambleas de la Manzana del Templo para las presidencias de estaca y los obispados. La Primera Presidencia informó el inquietante hecho de que aproximadamente una sexta parte de los miembros de la Iglesia se mantenía con la asistencia pública, y que a muchos de ellos no se les exigía trabajar a cambio de lo que recibían. La Presidencia aconsejó a los líderes locales que volvieran “a estimular el deseo de independencia económica entre los Santos de los Últimos Días”. Los líderes dijeron lo siguiente: “El Señor nos ha dado, dentro de la misma Iglesia, el gobierno, la organización y los líderes para lograr ese gran propósito, y si fracasamos seremos condenados”. La meta inmediata era proveer alimento y ropa a todos los necesitados de la Iglesia; los maestros de barrio (más tarde, maestros orientadores) debían dedicarse, en colaboración con la Sociedad de Socorro, “a descubrir y evaluar las carencias de los necesitados del barrio”; se exhortó a los santos a aumentar sus ofrendas de ayuno a fin de proveer los fondos de auxilio. La Primera Presidencia concluía con la afirmación de que el éxito del programa dependía de la fidelidad de los santos9.
La Primera Presidencia nombró un Comité de Socorro de la Iglesia para que ayudara al Obispado Presidente en los detalles de la administración; entre los miembros del comité se hallaban Melvin J. Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles, y Harold B. Lee, y tenían la asignación de estimular y coordinar las actividades de bienestar en las unidades locales. Se creó una nueva división de administración de la Iglesia, la región, a fin de coordinar el funcionamiento del programa de bienestar; cada región, que estaba compuesta por un número de entre cuatro y dieciséis estacas, debía tener un almacén en el cual se pudieran intercambiar los sobrantes de sus estacas o de las de otra región.
En mayo de 1936, el presidente Franklin D. Roosevelt invitó al élder Ballard a la ciudad de Washington, para que le explicara el programa “de seguridad” de la Iglesia (nombre que se le dio al principio al programa de bienestar); el presidente estaba enterado de las medidas que la Iglesia había tomado, y muy complacido con ellas. Él y el élder Ballard se prometieron total cooperación del uno con el otro a fin de continuar resolviendo los problemas de la Depresión. El presidente Roosevelt comentó que esperaba que el éxito del programa de la Iglesia inspirara a otros grupos a crear sus propios programas similares10.
En la conferencia general de octubre de 1936, la Primera Presidencia se refirió a los principios básicos del plan de bienestar, diciendo: “Nuestro propósito principal era establecer, hasta donde fuese posible, un sistema mediante el cual se acabara con la maldición de la ociosidad, se abolieran los daños de la limosna y se estableciera una vez más entre nuestra gente la independencia, la industria, la frugalidad y el autorrespeto. El designio de la Iglesia es ayudar a la gente a ayudarse a sí misma. El trabajo ha de ocupar nuevamente el trono como principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia”11.
Al hablar en la conferencia general de abril de 1937, en nombre de la Primera Presidencia, el presidente J. Reuben Clark, hijo, exhortó a los santos a vivir dentro de los límites de sus ingresos, diciéndoles:
“Evitemos las deudas como evitaríamos una plaga…
“Que todo cabeza de familia se esfuerce por tener alimentos y ropa, y, si es posible combustible también, por lo menos para todo un año… Que todo cabeza de familia tenga como meta ser propietario de su casa, libre de hipotecas.
“Cubrámonos otra vez con estas bien probadas y nobles virtudes: la honestidad, la veracidad, la castidad, la sensatez, la templanza, la industria y la economía; desechemos toda codicia y ambición injusta”12.
Las estadísticas de fines de esa década indican que el suministro de asistencia a los que estaban en dificultades económicas aumentó rápidamente; entre 1935 y 1936, el desembolso de la Iglesia en el programa de bienestar aumentó en más de un tercio. La producción de las obras de bienestar en este último año fue de 37.661 frascos de fruta envasada, 175.621 latas de frutas o vegetales, 60.492 kilos de verduras frescas, 47.250 kilos de harina, 1.393 acolchados y 363.640 prendas de vestir. Las ofrendas de ayuno, la principal fuente de dinero en efectivo para el plan de bienestar, también aumentaron; el aumento fue notable tanto en el número de las personas que contribuían como en la cantidad de las contribuciones mismas. Los barrios y las estacas continuaron adquiriendo granjas, envasadoras y otras empresas que produjeran alimentos, ropa y artículos varios para ayudar a los necesitados. En 1937 se creó la “Corporación Cooperativa de Valores” para manejar los títulos de las propiedades del programa de bienestar y coordinar sus operaciones económicas; además, esta corporación daba préstamos a personas que no podían conseguirlos en los bancos ni por ningún otro de los métodos comunes.
Aun cuando los Santos de los Últimos Días creían en la importancia de la autosuficiencia, entre los que querían trabajar había muchos que no podían hallar empleo por la edad o debido a incapacidades físicas, mentales o emocionales. En consecuencia, en 1938 los líderes de la Iglesia iniciaron el programa de las Industrias Deseret; los miembros donaban ropa, muebles, artefactos eléctricos, periódicos, revistas y otros artículos que ya no necesitaran, y los empleados los clasificaban, los limpiaban y los reparaban; después, se vendían a bajo precio en las tiendas de Industrias Deseret; los ingresos así obtenidos pagaban los salarios de los empleados y los gastos de operación. Si el salario era escaso y era necesario complementarlo, se daba ayuda del almacén del obispo. Este programa se ajustaba a la filosofía de asistencia de la Iglesia: los miembros no recibían limosna, hacían un trabajo meritorio y tenían la satisfacción de ser autosuficientes.
La Sociedad de Socorro continuó su función vital de ayudar a las familias a ayudarse a sí mismas. En 1937, con la aprobación de la Primera Presidencia, las hermanas promovieron cursos de costura, cocina y preservación de alimentos. Cuando se requería que la instrucción fuera personal, se impartía en el hogar; y las clases para grupos se llevaban a cabo en talleres de costura o de envasado del programa de bienestar.
El élder Harold B. Lee veía el plan de bienestar como el cumplimiento de una profecía y hacía recordar a la Iglesia que, en 1894, el presidente Wilford Woodruff había previsto que llegaría el día en que “tendremos la necesidad de confeccionar nuestros propios zapatos y ropa, de proveer para nuestras necesidades alimenticias y de unirnos para llevar a cabo los propósitos del Señor”14.
El presidente J. Reuben Clark, hijo, por su parte, estaba convencido de que el plan de bienestar tenía un objeto que iba más allá de ayudar a los pobres, y explicaba que, aunque el programa no era lo mismo que la ley de consagración, “cuando el Plan de Bienestar esté en completa operación —que no lo está todavía—, no estaremos muy lejos de implementar los grandiosos principios de la orden unida”15.
El élder Marion G. Romney, que fue fundamental en la dirección del programa de bienestar de la Iglesia, también expresó su testimonio al respecto: “El programa de bienestar fue una revelación directa del Señor al presidente Heber J. Grant, según lo que le oí decir al presidente J. Reuben Clark al hablar a un grupo de presidentes de estaca en Orem”16.
EL AUMENTO DE ACTIVIDAD EN LA IGLESIA BENDICE A LAS PERSONAS
Durante la década de la Gran Depresión económica, los líderes de la Iglesia no sólo estaban preocupados por las necesidades temporales de los miembros, sino también por bendecirlos de otras maneras, a ellos y a los que no eran miembros. Por ejemplo, estudiaron detalladamente la forma de hacer que los programas de la Iglesia funcionaran juntos con más eficacia para satisfacer las necesidades de los jóvenes varones y prepararlos mejor para el servicio misional; como resultado, en la conferencia general de abril de 1931 se presentó el Plan de Correlación del Sacerdocio Aarónico. Los quórumes empezaron a capacitar a sus miembros en las responsabilidades del sacerdocio, a exhortarlos a ser dignos y activos, y a fomentar sentimientos fraternales entre ellos. En la Escuela Dominical se enseñaban los principios y las ordenanzas del Evangelio, mientras que en la Asociación de Mejoramiento Mutuo de Hombres Jóvenes se enseñaba la forma de aplicar esos principios en los aspectos físico, social, cultural y espiritual de la vida. Aunque no hubo cambios en los objetivos de esas organizaciones, sus funciones se correlacionaron más estrechamente. Los oficiales y maestros se reunían mensualmente, bajo la dirección del obispo, para deliberar con respecto al bienestar de los jóvenes17.
A fin de hacer que los jóvenes participaran más activamente en la Iglesia, el Obispado Presidente anunció que la meta para 1935 sería cumplir un millón de “asignaciones del sacerdocio”, poniendo de relieve que todo joven debía cumplir por lo menos una asignación; los quórumes que se ajustaran a ciertas normas previamente definidas se ganarían un certificado de logro. Ese fue el principio de los programas de premios individuales y de grupo que iban a ser muy importantes en la Iglesia durante muchos años por venir.
Los líderes de la Iglesia hicieron hincapié en que no se debía descuidar el hecho de que había un creciente número de jóvenes inactivos que se encaminaban a la madurez sin haber recibido el Sacerdocio de Melquisedec; A. P. A. Glad, obispo del Barrio Veintiocho de Salt Lake City, tiene el mérito, en gran parte, de haber encontrado una forma de llegar hasta esos jóvenes; dándose cuenta de que necesitaban estar en una clase en la que se sintieran cómodos, en 1932 llamó a un grupo de hermanos entusiastas y devotos para que les dedicaran toda su atención; los miembros del grupo se encargaban de planear sus propias actividades. Uno de los lemas del obispo Glad era: “Las cosas se aprenden cuando se hacen”18.
Después de ocho meses de labor persistente, se consiguió reactivar a cuarenta hombres jóvenes; uno de ellos recordaba después cómo lo habían sacado una vez de la cama para asistir a la clase; eso lo motivó a la actividad regular en la Iglesia, lo cual lo llevó a recibir el Sacerdocio de Melquisedec, después a ser líder del grupo de sumos sacerdotes, y más tarde obispo y miembro del sumo consejo19. Lo que hizo el obispo Glad sirvió de base a un programa similar para los adultos del Sacerdocio Aarónico, que durante el otoño de 1933 comenzó a ponerse en práctica en toda la Iglesia.
LA OBRA MISIONAL EN LOS AÑOS DE LA GRAN DEPRESIÓN
A pesar de los problemas causados por la depresión económica, la Iglesia continuó dando importancia a la obra misional. Por haber muchas familias a las que les hacía falta que sus hijos se quedaran en la casa para trabajar y que no tenían los medios para pagarles una misión, la cantidad de misioneros nuevos declinó notablemente al extenderse los efectos de la depresión. En 1932 sólo había 399 misioneros para prestar servicio, o sea, un cinco por ciento de los que tenían la posibilidad de hacerlo; pero, a pesar del corto número de misioneros, la obra siguió adelante, y en algunos lugares hubo un éxito considerable. A fin de que sus labores fueran más fructíferas, los misioneros crearon métodos nuevos y sistemáticos para predicar. En 1937, LeGrand Richards, Presidente de la Misión de los Estados del Sur, publicó “El mensaje del mormonismo”, en el que se hacía un bosquejo de veinticuatro presentaciones semanales sobre temas del Evangelio; ese bosquejo, publicado después en forma de libro con el título Una obra maravillosa y un prodigio, se convirtió en la base de muchos planes proselitistas subsiguientes.
Los misioneros empleaban diversas técnicas para atraer a las personas interesadas: Un coro de misioneros fue objeto de atención favorable en Inglaterra y en Irlanda; en Checoslovaquia, un equipo de básquetbol se atrajo muchos simpatizantes; en 1936, en Alemania se contrató a cuatro misioneros para servir como jueces de los partidos de básquetbol durante las Olimpíadas de Berlín. Las presentaciones que se hacían sobre la antigua América, con diapositivas en colores, fueron muy productivas para establecer contactos para los misioneros. En 1935 se organizó el Comité de Radio, Publicidad y Publicaciones Misionales con el fin de proveer materiales para esas conferencias ilustradas; el comité, cuyo secretario ejecutivo era Gordon B. Hinckley, que acababa de regresar de una misión en Gran Bretaña, dirigió la preparación de folletos y otros escritos misionales, así como de libretos para programas de radio.
Uno de los resultados beneficiosos que tuvo la depresión fue el que los miembros locales se dedicaron más a la obra misional. En California, los misioneros vivían en casas de los miembros para ayudar a reducir los gastos; los santos de Alabama recorrían enormes distancias a fin de llevar a los investigadores a las conferencias de distrito; en muchas partes, los miembros les daban referencias a los misioneros, permitiéndoles así pasar menos tiempo repartiendo folletos de puerta en puerta, lo cual era menos provechoso. Por todo el mundo, las filas misionales se expandieron debido a los miembros locales que donaban varias horas por semana para trabajar con los misioneros regulares o que aceptaban misiones especiales de corta duración. Hasta ese entonces, en muchas partes los misioneros se habían encargado de dirigir las congregaciones, pero durante la depresión los miembros fueron tomando más responsabilidad de sus propios asuntos; esto no sólo dejaba libres a los misioneros para predicar, sino que también hacía que los santos estuvieran orgullosos de sus propias ramas. El presidente Grant comentó que la escasez de misioneros “haya sido probablemente una bendición oculta, porque nos ha obligado a valernos más de los santos locales”20.
Gracias a la obra misional organizada en las estacas de Sión, cientos de personas se convirtieron al Evangelio21. En la conferencia general de abril de 1936, se dio instrucciones a todas las estacas para que organizaran una misión y se asignó la supervisión de esas misiones al Primer Consejo de los Setenta22. Como consecuencia, se bautizaban cientos de personas por año, y la espiritualidad de los miembros aumentó; un barrio informó que había tenido un cincuenta por ciento de aumento en la actividad de los miembros en general, debido a la obra misional que éstos habían efectuado23.
Además, durante la depresión la Iglesia adoptó diversos métodos para complementar la obra de los misioneros, que cada vez eran más escasos. El gran éxito que tenían las transmisiones radiales del Coro del Tabernáculo animó a la Iglesia a hacer otros usos de la radioemisión; varios barrios y estacas, así como grupos de misioneros, empezaron a producir programas en emisoras locales; y el 5 de abril de 1936 se transmitió a Europa una porción de la conferencia general por radio de onda corta internacional. La Manzana del Templo continuó siendo un buen instrumento misional, debido, en parte, a la popularidad que iba adquiriendo el Coro del Tabernáculo; muchas personas recorrían grandes distancias fuera del camino que tenían planeado sólo para asistir a las presentaciones del coro o a los recitales de órgano que se realizaban a mediodía. La Manzana del Templo atraía más visitantes incluso que los conocidos parques nacionales de la región.
La Iglesia comenzó también a tener mayor participación en las ferias y en las exhibiciones nacionales e internacionales. Durante la exposición de Chicago, “Un siglo de progreso”, que se llevó a cabo de 1933 a 1934, se calcula que 2.300.000 personas visitaron el pabellón de la Iglesia. El nuevo prestigio que ésta había adquirido fue evidente en el hecho de que el élder B. H. Roberts, al que se había negado la oportunidad de hablar durante la Exposición “Columbia” de Chicago en 1893, fue bien recibido al dirigir la palabra en el Congreso de Religiones que tuvo lugar en el transcurso de la exposición de 1933. En la Exposición Internacional California–Pacífico, que se realizó en San Diego, entre 1935 y 1936, la Iglesia construyó su primer edificio para exhibición. De 1939 a 1940 tuvo lugar en Treasure Island, en la bahía de San Francisco, la Exposición Internacional “Golden Gate”; aprovechando la fama que había adquirido el Coro del Tabernáculo, la Iglesia diseñó su pabellón de exhibición con la forma de un pequeño Tabernáculo con cincuenta asientos, en el cual había misioneros que hacían presentaciones ilustradas sobre la historia y las creencias de los Santos de los Últimos Días.
El espectáculo del cerro de Cumorah, que empezó en 1937, se convirtió en una de las empresas de relaciones públicas con mayor éxito. Con un elenco compuesto en su mayoría por los misioneros de esa región, el espectáculo titulado “América testifica de Cristo” se presentaba en tres grandes escenarios construidos en la falda del cerro y era una representación de escenas del Libro de Mormón, culminando en la visita del Salvador a los antiguos habitantes de América. Un mes antes de la primera representación llegó a la Misión de los Estados del Este el élder Harold I. Hansen, que acababa de recibir un título universitario en arte dramático; inmediatamente, se le asignó la tarea de ayudar en los preparativos finales y los ensayos de la obra. El élder Hansen tenía la convicción de que su llamamiento a esa misión en particular provenía de la guía divina, y continuó trabajando en ese acontecimiento anual durante los cuarenta años siguientes, la mayor parte de ese tiempo como director del espectáculo. Con el correr del tiempo, se fueron agregando más escenarios, mejor iluminación y otros efectos técnicos.
NUEVA DIRECTIVA EN LA EDUCACIÓN
Al ir disminuyendo los efectos de la depresión económica, la Iglesia empezó a expandir sus programas educacionales. Hacia fines de los años treinta ya había diecisiete institutos funcionando en las instituciones de enseñanza superior, entre las que se hallaban todas las más importantes de las regiones de las Montañas Rocosas y las de California. En 1933 se comenzó un programa paralelo, el Club Deseret, cuando un grupo de Santos de los Últimos Días del sur de California consideró necesario reunir a los estudiantes para actividades intelectuales y sociales en un ambiente de ideales y normas de la Iglesia. En 1936, durante una visita que hizo a la zona de Los Ángeles, el élder John A. Widtsoe reconoció el beneficio de las actividades del club en los estudiantes y consiguió que la Mesa directiva de educación de la Iglesia lo tomara bajo sus auspicios; así se organizaron clubes Deseret en todas las instituciones donde no había suficientes miembros de la Iglesia para tener un programa completo de instituto. Con el tiempo, la Asociación de estudiantes Santos de los Últimos Días vino a reemplazarlos.
Los líderes de la educación de la Iglesia hicieron destacar la importancia de que los profesores de nivel universitario recibieran una capacitación adecuada, especialmente en religión. Durante el verano había eruditos que ofrecían cursos especiales en la Universidad Brigham Young, y a los estudiantes graduados que se destacaban se les animaba a asistir a diversos seminarios teológicos.
Sin embargo, a mediados de la década de los treinta, la idea de que los doctos que capacitaban a los maestros de religión de los Santos de los Últimos Días no eran mormones preocupaba a un creciente número de miembros y líderes de la Iglesia, quienes pensaban que lo que se llamaba “crítica elevada” de las Escrituras (una investigación científica del origen y la autenticidad de los textos bíblicos) y otras filosofías humanistas se iban infiltrando en el curso de estudios de la Iglesia; esto hizo que las Autoridades Generales supervisaran más concienzudamente el sistema educativo de la Iglesia, particularmente en la enseñanza religiosa. Por esa época, David O. McKay, que tenía extensa experiencia en la educación de la Iglesia, ya era consejero en la Primera Presidencia; tanto él como el presidente Clark ejercieron una fuerte influencia en el programa educativo de la Iglesia.
En 1938 se asignó al presidente J. Reuben Clark, hijo, la tarea de definir la misión que tenía el programa de educación de la Iglesia y de hacer un resumen de las calificaciones que debían reunir y de los deberes que tendrían los empleados para enseñar en las escuelas, los institutos de religión y los seminarios de la Iglesia. El 8 de agosto, en una reunión de maestros que se hizo en Aspen Grove, lugar del cañón de Provo cercano a la Universidad Brigham Young, pronunció un discurso que se ha convertido en una pieza clásica en la enseñanza, El curso trazado por la Iglesia en la educación. En él, el presidente Clark insistió en que existen dos verdades fundamentales que deben proclamarse intrépidamente y que no pueden explicarse, diciendo:
“Primero, que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Unigénito del Padre en la carne… que fue crucificado; que Su espíritu abandonó Su cuerpo; que murió; que fue colocado en un sepulcro; que el tercer día Su espíritu se reunió con Su cuerpo, convirtiéndolo otra vez en un ser viviente; que Él se levantó de la tumba como un Ser resucitado, un Ser perfecto, las primicias de la Resurrección; que más tarde ascendió al Padre; y que por causa de Su muerte y por medio de Su resurrección todo hombre que haya nacido en el mundo desde el principio será asimismo literalmente resucitado…
“El segundo de los dos conceptos a los que debemos absoluta fe es: Que el Padre y el Hijo real y verdaderamente aparecieron al profeta José Smith en una visión, en el bosque; que hubo otras visiones después, a José Smith y a otros; que el Evangelio y el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios fueron de hecho y en verdad restaurados en la tierra, de la cual habían desaparecido a causa de la apostasía de la Iglesia Primitiva; que el Señor otra vez estableció Su Iglesia, por intermedio de José Smith; que el Libro de Mormón es exactamente lo que afirma ser; que el Profeta recibió numerosas revelaciones para la guía, la edificación, la organización y la exhortación de la Iglesia y sus miembros; y que los sucesores del Profeta son, de la misma manera, llamados por Dios”.
A continuación, el presidente Clark dijo a los maestros que la juventud de la Iglesia está ansiosa de que esas verdades se le enseñen de una manera directa, y les advirtió que jamás se debe sembrar una duda en el corazón de un joven confiado. Concluyó encomendando a sus oyentes la responsabilidad de enseñar el Evangelio de Jesucristo empleando los libros canónicos y las palabras de los Profetas de los últimos días24.
Debido al interés que tenían en el progreso espiritual de los jóvenes Santos de los Últimos Días, las Autoridades Generales querían participar activamente en la dirección de las escuelas de la Iglesia. Tanto la Universidad Brigham Young como los colegios Ricks y de Comercio SUD habían estado dirigidos por directorios separados. En 1938 se relevó a los miembros de esos directorios con el fin de centralizar la dirección de las instituciones, y todas éstas se pusieron bajo la supervisión directa de la Mesa Directiva General de Educación de la Iglesia, que estaba compuesta por Autoridades Generales y otros miembros.
Era de comprender que los Santos de los Últimos Días señalaran con orgullo sus logros en la educación durante la década de la depresión. Los datos de un censo realizado en 1940 indican que Utah, cuya mayoría de habitantes eran miembros de la Iglesia, tenía el nivel más alto de logros educativos de todos los estados de la Unión. El promedio de años en que los jóvenes asistían a instituciones de enseñanza era de 11,7, comparado con 11,3 en los dos estados que le seguían y con el promedio nacional que era de 10,3 años25. Las revistas de la Iglesia publicaron con orgullo los resultados de estudios dirigidos por E. L. Thorndike, de la Universidad de Columbia, que descubrió que en los libros Who’s Who (“Quién es quién”) y American Men of Science (“Científicos de los Estados Unidos”), Utah contaba con la proporción más elevada de personas que se mencionaban en esas obras; el señor Thorndike sacó en conclusión que “la producción de hombres superiores no es, seguramente, obra de la casualidad, que tiene una relación muy vaga con la situación económica y que está estrechamente relacionada con la clase de personas de quien se trate”26.
SE RESUELVEN LOS PROBLEMAS ADMINISTRATIVOS
La expansión de las actividades de la Iglesia en la década de los años treinta exigió de los santos más tiempo y más recursos económicos; a fin de aliviar esa carga, las Autoridades Generales se dedicaron a un nuevo estudio de todos los programas de la Iglesia con el fin de correlacionarlos y simplificarlos siempre que fuera posible.
A principios de 1939, la Primera Presidencia deseaba que el trabajo en las organizaciones auxiliares y en otras fuera “coordinado, unido y uniforme a fin de evitar repetir y superponer las acciones”; para ello nombraron un Comité de Correlación y Coordinación, dirigido por tres miembros del Consejo de los Doce. La Primera Presidencia afirmó que el verdadero motivo de que existan las organizaciones de la Iglesia “es instruir a las personas en el Evangelio, llevarlas al testimonio de la verdad, cuidar de los necesitados y llevar a cabo la obra que el Señor nos ha confiado”27.
En 1940, el presidente J. Reuben Clark, hijo, dio instrucciones a un grupo de ejecutivos de la Iglesia, diciéndoles: “…que el hogar es la base de una vida de rectitud, que ninguna otra institución puede tomar su lugar ni cumplir sus funciones esenciales, y que lo más que pueden hacer las organizaciones auxiliares es ayudar al hogar en sus problemas, dando asistencia y socorro especiales cuando sea necesario”28.
También en 1940 se suspendieron las reuniones semanales de genealogía y se incorporó la enseñanza de genealogía al programa de estudios de la Escuela Dominical, dando así un paso importante hacia una mayor simplificación en la Iglesia. Al mismo tiempo, se suspendió también la publicación de la “Revista genealógica e histórica de Utah”, que había comenzado en 1910, y su información pasó a publicarse en la revista Improvement Era.
Durante los años treinta la Iglesia continuó creciendo en Norteamérica y en otras partes; esa expansión se puso de manifiesto en dos largos viajes de ultramar que hicieron algunas Autoridades Generales. En el transcurso de tres meses en 1937, el presidente Heber J. Grant y otros líderes de la Iglesia visitaron las misiones de Europa; en todas partes adonde iba, el presidente Grant exhortaba a los santos a quedarse en su tierra y edificar allí la Iglesia. Las reuniones públicas muy concurridas y las extensas noticias publicadas por la prensa contribuyeron a que hubiera buena voluntad hacia los mormones en lugares donde no se les conocía o no se les había comprendido. Cuando el presidente J. Reuben Clark, hijo, se reunió con el presidente Grant para conmemorar el centenario de la apertura de la Misión Británica, fue la primera oportunidad en que dos miembros de la Primera Presidencia estuvieron juntos en Europa al mismo tiempo.
En los primeros cien años de existencia de aquella importante misión se habían bautizado más de 125.000 conversos; aproximadamente la mitad de ese número había emigrado a los Estados Unidos y contribuido a la fortaleza de la Iglesia en el Oeste. En 1938, el élder George A. Smith, del Consejo de los Doce, pasó seis meses visitando las misiones del Pacífico, donde los santos lo recibieron con afecto; uno de los sucesos culminantes fue su participación en la “hui tau” (conferencia) anual de los santos maoríes. Tal como había hecho el presidente Grant el año anterior en Europa, el élder Smith fortaleció a los miembros de la Iglesia en el Pacífico; también fomentó actitudes más favorables hacia la Iglesia por medio de entrevistas con la prensa, transmisiones radiales y reuniones con funcionarios de gobierno.
El constante crecimiento de la Iglesia y el considerable aumento de estacas y misiones por todo el mundo colocó una carga administrativa más pesada sobre los hombros de las Autoridades Generales; esto no sólo acarreó un aumento de las conferencias que debían dirigir, sino que también incrementó el número de viajes; debido a que en la década de los treinta los santos se habían mudado y esparcido por todos lados, había estacas organizadas en lugares distantes como Nueva York, la ciudad de Washington, Chicago, Seattle y Honolulú.
En esas circunstancias, se tomó la decisión de crear un nuevo grupo de Autoridades Generales que ayudara a llevar la carga que crecía día a día. En consecuencia, en la conferencia general de abril de 1941, la Primera Presidencia anunció el nombramiento de ”Ayudantes de los Doce, que serán sumos sacerdotes, que han de ser apartados para actuar bajo la dirección de los Doce en las labores que les asignen la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce”29. Al principio se llamó para ese cargo a cinco hombres: Marion G. Romney, Thomas E. McKay, Clifford E. Young, Alma Sonne y Nicholas G. Smith; al continuar aumentando la carga administrativa, se llamó a nuevos miembros de ese grupo.
La década de 1930 se recuerda más que nada por la organización del Plan de Bienestar, pero hubo muchas otras innovaciones que ampliaron y refinaron los programas de la Iglesia. De los años de la depresión surgió una Iglesia más fuerte y con más confianza en sí misma. No obstante, mientras ésta resolvía con éxito los problemas causados por esas dificultades económicas, otra vez la amenaza de la guerra empezaba a presentar nuevas contrariedades.
Historia Fecha |
Acontecimientos importantes |
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29 de octubre de 1929 |
Tiene lugar el derrumbe del mercado de valores cuyo resultado es la Gran Depresión económica. |
1932 |
Harold B. Lee, presidente de la Estaca Pioneer, establece el almacén [de bienestar] de la estaca. |
Otoño de 1933 |
Se crea un programa para toda la Iglesia con el fin de reactivar a los adultos del Sacerdocio Aarónico. |
20 de abril de 1935 |
Se llama a Harold B. Lee para elaborar un programa de bienestar para toda la Iglesia. |
Abril de 1936 |
Se inaugura el Plan de Bienestar, se organizan regiones y también misiones de estaca en toda la Iglesia. |
Abril de 1937 |
Se insta a los miembros a almacenar víveres para un año. |
8 de agosto de 1938 |
Se abre Industrias Deseret. El presidente Clark presenta “El curso trazado por la Iglesia…” para los maestros del sistema de educación de la Iglesia. |
Abril de 1941 |
Se llama a los primeros Ayudantes del Consejo de los Doce. |