CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
LA IGLESIA AL APROXIMARSE EL NUEVO SIGLO
Los miembros de la Iglesia, al sentirse a salvo y seguros en la Gran Cuenca, esperaban el siglo veinte con confianza en que la Iglesia restaurada podía vencer cualquier dificultad que se presentara. Al morir Wilford Woodruff, su respetado líder, el manto profético se colocó sobre las espaldas de otro hombre lleno de experiencia: Lorenzo Snow, de ochenta y cinco años. Hasta aquel momento, ningún presidente de la Iglesia había llegado a ocupar ese cargo con edad tan avanzada.
LA PREPARACIÓN DE UN PROFETA
En el momento de asumir la presidencia de la Iglesia, Lorenzo Snow, delgado y de estatura más bien baja, era la única Autoridad General que quedaba que había conocido personalmente al Profeta José Smith. En un discurso que pronunció en el Tabernáculo de Salt Lake City, en noviembre de 1900, el presidente Snow dijo a los miembros que a menudo había ido de visita a la casa del Profeta, había cenado con él y su familia, había tenido conversaciones privadas con él, y que sabía que era un hombre honorable y de moralidad intachable, así como altamente respetado. Profundamente conmovido dijo: “El Señor me ha manifestado clara y totalmente que él era un Profeta de Dios”1.
El presidente Snow tuvo muchas experiencias que lo prepararon para su llamamiento profético. Siendo joven, en Ohio había seguido los estudios académicos en el Colegio Oberlin y era maestro de escuela. Después de conocer al profeta José Smith, y animado por su hermana Eliza, en 1836 se bautizó. Siempre fue un gran misionero; cumplió una misión en Ohio, en 1837, y en los años siguientes también predicó en Misuri, Kentucky e Illinois; en 1840 fue llamado a cumplir una misión en Gran Bretaña, donde trabajó bajo la dirección de los Doce Apóstoles. De 1849 a 1851, siendo miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, dirigió la primera prédica del Evangelio en Italia y Suiza. En 1853 lo llamaron a presidir las colonias del condado Box Elder, en el norte de Utah, donde puso el nombre de Brigham City a la población más importante, en honor del presidente Young. Durante los cuarenta años siguientes permaneció residiendo principalmente en esa región, donde era muy querido por los miembros de la Iglesia. Bajo su dirección, la comunidad organizó una serie de empresas cooperativas que llenaron de prosperidad a la zona e hicieron famosa a la Iglesia2.
Una de las grandes contribuciones que hizo Lorenzo Snow a la doctrina fue su explicación del concepto de que el hombre puede llegar a ser como Dios es. Siendo Presidente de la Iglesia, dio un discurso titulado “El grandioso destino del hombre”, en el que habló de la inspiración que había recibido siendo joven de un discurso que dio el Profeta José Smith sobre las manifestaciones que había tenido de Dios y Jesucristo. Dos años y medio más tarde, después de una reunión en la que se impartieron bendiciones patriarcales, Joseph Smith (el padre del Profeta) le había prometido que él llegaría a ser tan grande como Dios mismo; pasados otros dos años y medio, un día, mientras escuchaba una explicación de las Escrituras, el Señor lo inspiró para escribir este concepto: “Como el hombre es ahora, Dios fue una vez; como Dios es ahora, el hombre puede llegar a ser”. El presidente Snow dijo: “Nada se me ha revelado jamás con más claridad que aquello”3. Y dijo que poco antes de morir José Smith, él le había oído enseñar la misma doctrina. De allí en adelante, el presidente Snow comenzó a usarla como tema en sus discursos.
LA SUCESIÓN EN LA PRESIDENCIA
Casi seis años antes de su muerte, el presidente Wilford Woodruff le pidió a Lorenzo Snow, que era entonces Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, que se quedara para hablar con él en privado después de una reunión con otros líderes de la Iglesia. Con mucha vehemencia y energía, el presidente Woodruff le dijo que si él moría antes, el presidente Snow no debía demorar, sino que debía reorganizar inmediatamente la Primera Presidencia y conservar como consejeros a George Q. Cannon y a Joseph F. Smith; y le pidió que tomara sus palabras como una revelación4.
En 1898, cuando empezó a deteriorarse la salud del presidente Woodruff, el presidente Snow lo visitaba casi todas las noches. Una noche, después que habían llevado al Profeta a California para ver si allá mejoraba su condición física, Lorenzo Snow fue al Templo de Salt Lake, del cual también era Presidente, y le imploró al Señor que le prolongara la vida al Profeta para que viviera más que él, a fin de no tener que llevar sobre sus hombros la carga de la dirección de la Iglesia. “No obstante, prometió al Señor que cumpliría devotamente cualquier deber que se exigiera de él”.
El presidente Snow viajó a Brigham City para atender algunos asuntos personales, y mientras estaba allí, el 2 de septiembre de 1898, le comunicaron que el presidente Wilford Woodruff había fallecido. Al llegar a Salt Lake City esa noche, otra vez fue al Templo de Salt Lake y “volcó su corazón ante el Señor, recordándole con cuánto fervor había suplicado por la vida del presidente Woodruff… ‘No obstante… que se haga Tu voluntad… Me presento ante Ti ahora para que me des guía e instrucción. Te suplico que me muestres qué quieres que haga’.
“Después de terminar la oración esperaba una respuesta, alguna manifestación especial del Señor. Y así esperó, y esperó… y esperó. No recibió respuesta, ni oyó una voz, ni tuvo una visitación ni una manifestación”. El presidente Snow salió del cuarto profundamente desilusionado. Mientras iba por uno de los pasillos del templo, de pronto vio ante sí, de pie más arriba del suelo, al Salvador del mundo. Él le dijo que era el sucesor del presidente Woodruff, y otra vez le mandó “ir de inmediato y reorganizar la Primera Presidencia de la Iglesia en seguida, en lugar de esperar como se había hecho a la muerte de los presidentes anteriores”5.
Al día siguiente del funeral del presidente Woodruff, los Apóstoles se reunieron en el Templo de Salt Lake. El presidente Snow, obviamente por respeto a los principios del libre albedrío y del común acuerdo, sin contarles a sus hermanos la conversación que había tenido con el Salvador, ofreció renunciar a su posición de líder y ponerla en manos de la persona a quien los Apóstoles quisieran designar. Pero el servicio que había prestado durante tanto tiempo como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles y la brillante dirección que había dado al quórum durante casi diez años habían hecho que sus hermanos sintieran una admiración y un amor muy grande por él; en consecuencia los Doce, actuando por inspiración, inmediatamente procedieron a sostener a Lorenzo Snow como Presidente del Quórum6. Después se reunieron en la oficina del Presidente, donde el élder Francis M. Lyman les hizo recordar que el presidente Wilford Woodruff les había dejado instrucciones de que al morir él, reorganizaran sin tardanza la Primera Presidencia; a continuación, luego de un breve intercambio de ideas, sostuvieron unánimemente a Lorenzo Snow como Presidente de la Iglesia.
El Presidente les dijo entonces que el Señor le había revelado hacía ya varios días que eso era lo que debía hacerse y que George Q. Cannon y Joseph F. Smith debían ser sus consejeros. “No he mencionado este asunto a nadie, hombre ni mujer, pues quería saber lo que pensaban mis hermanos. Quería ver si vosotros teníais el mismo Espíritu que el Señor me manifestó a mí. Tenía confianza en vosotros y en que el Señor os indicaría que esto era lo apropiado y que estaba de acuerdo con Su voluntad”. Se sostuvo entonces a George Q. Cannon y Joseph F. Smith para que fueran sus consejeros (ambos habían sido consejeros de Brigham Young, de John Taylor y de Wilford Woodruff), y a Franklin D. Richards como Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles7. Rudger Clawson, que era el presidente de la Estaca Brigham City, fue llamado un mes más tarde para llenar la vacante que había quedado en el quórum.
SE ACLARA EL CONCEPTO DE LA ANTIGÜEDAD DE LOS APÓSTOLES
Cuando el élder Franklin D. Richards, Presidente del Consejo de los Doce, murió en 1899, la Primera Presidencia no lo reemplazó con otro presidente pues George Q. Cannon, que le seguía en antigüedad, era entonces consejero en la Primera Presidencia. Al mismo tiempo, surgió la duda sobre cuál sería el que le siguiera en antigüedad a él, si Brigham Young, hijo, o Joseph F. Smith. El presidente Brigham Young había ordenado Apóstoles a ambos hombres mucho tiempo antes de llamarlos a integrar el Quórum. Y, aunque Brigham Young, hijo, había sido ordenado primero al apostolado, Joseph F. Smith había sido el primero en entrar al Quórum de los Doce Apóstoles.
El 5 de abril de 1900, en una reunión que tuvo lugar en el Templo de Salt Lake, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce decidieron por unanimidad que el momento en que un Apóstol entrara al Quórum de los Doce establecía la antigüedad de esa persona en el quórum; más aún, se decidió también que cuando la Primera Presidencia quedara disuelta después de la muerte de un presidente, los consejeros que fueran Apóstoles miembros del quórum volverían a ocupar su lugar en el Quórum de los Doce de acuerdo con su antigüedad8. De ahí que Joseph F. Smith tuviera precedencia sobre Brigham Young, hijo, lo cual fue un factor decisivo en 1901, cuando fue necesario nombrar a un nuevo presidente.
LA SOLUCIÓN A LOS PROBLEMAS ECONÓMICOS DE LA IGLESIA
Cuatro días después de haber sido ordenado, el presidente Snow convocó a una reunión especial de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles para tratar el asunto de las serias dificultades económicas que enfrentaba la Iglesia. Como resultado directo de la ley de Edmunds-Tucker, se había incurrido en una deuda de aproximadamente trescientos mil dólares; además, la Iglesia se había encargado de cuidar de las familias de los hombres que estaban en la cárcel por el matrimonio plural, así como de pagar los costos de tribunal y de abogados tanto de ellos como de la Iglesia misma. La construcción del Templo de Salt Lake, los gastos en aumento de las instituciones educativas y de beneficencia, y el costo de emprender diversas industrias, todo formaba parte de una gran deuda.
En la década de 1880, al mismo tiempo que habían aumentado las obligaciones financieras de la Iglesia, había disminuido el ingreso de los diezmos porque los miembros titubeaban en contribuir mientras el gobierno federal estuviera confiscando los bienes; por otra parte, los escritos y los discursos desfavorables habían tenido tanto éxito en difundir la idea de que el diezmo era obligatorio, que la Iglesia hizo imprimir las palabras contribución voluntaria en los certificados de diezmo. Por esos motivos, durante la década de 1890, los líderes Santos de los Últimos Días se vieron forzados a pedir prestadas grandes sumas de dinero a varias instituciones financieras, hasta el punto en que solamente los intereses anuales llegaban a los cien mil dólares. “En julio de 1898, la Iglesia debía $935.000 dólares a los bancos (la mitad de los cuales no eran de Utah), más de $100.000 a firmas de negocios de Salt Lake City y más de $200.000 a miembros de la Iglesia, individualmente”9.
La Primera Presidencia llamó a Frank J. Cannon, que antes de la muerte del presidente Woodruff había negociado un préstamo de un millón y medio de dólares con financistas del Este, para que explicara el estado en que se hallaban las negociaciones. Muy preocupado por lo que había oído en esa reunión, el presidente Snow continuó estudiando, meditando y orando sobre los problemas económicos de la Iglesia; le inquietaba mucho la participación monetaria de la Iglesia en varias empresas que eran puramente de negocios, y llegó a la conclusión de que se habría podido llevar a cabo una gran obra si la mitad de los medios que se habían utilizado en empresas de negocios se hubieran empleado en difundir el Evangelio. En consecuencia, anunció a sus compañeros de las Autoridades Generales que la Iglesia no iba a pedir más dinero prestado a las instituciones financieras del Este, y que, al menos por un tiempo, se sujetaría a una norma definida de moderación económica y se libraría de deudas lo más pronto posible. En seguida, la Iglesia procedió a deshacerse de las empresas lucrativas, tales como Deseret Telegraph System, Utah Sugar Company, Utah Light and Railway Company, las propiedades del lugar de recreo llamado Saltair y algunas de minería.
El presidente Snow autorizó la emisión de bonos a corto plazo y a un interés de 6% por un total de un millón de dólares, en lugar del millón y medio que Frank J. Cannon había estado negociando. A pesar de esas medidas, en la primavera de 1899 todavía no se había encontrado una solución al problema económico de la Iglesia.
Después de la conferencia general de abril de 1899, el presidente Snow sintió otra vez el impulso de presentarse ante el Señor en oración ferviente a fin de pedirle sabiduría para resolver las dificultades económicas que enfrentaba la Iglesia. No recibió respuesta inmediatamente; no obstante, recibió la impresión de que debía visitar, junto con algunas Autoridades Generales, Saint George y otras colonias del sur de Utah. En el viaje lo acompañaron por lo menos dieciséis autoridades, cada uno con su esposa, incluso el presidente Joseph F. Smith. En esa época, las colonias que visitaron estaban pasando por una terrible sequía.
El miércoles 17 de mayo de 1899, en la sesión de apertura de una conferencia que se realizó en el tabernáculo de Saint George, el presidente Snow les dijo a los santos: “Estamos aquí porque el Señor me mandó venir; sin embargo, el propósito de nuestra venida todavía no se ha presentado claramente, pero se me dará a conocer durante el tiempo que estemos entre vosotros”10.
LeRoi C. Snow, uno de los hijos del Presidente, que estaba escribiendo sobre la conferencia para el periódico Deseret News, describió así lo que sucedió después: “De pronto, mi padre interrumpió su discurso con una larga pausa; en el salón había profundo silencio. Mientras viva, jamás olvidaré la emoción de aquel momento. Cuando empezó otra vez a hablar, su voz se había vuelto más enérgica y la inspiración de Dios lo envolvió, así como a toda la congregación; tenía los ojos más brillantes y el semblante iluminado. Estaba lleno de un poder insólito. Entonces, reveló a los Santos de los Últimos Días la visión que tenía ante sí”11.
El presidente Snow les dijo que veía que la gente había descuidado la ley del diezmo, y que si los miembros pagaran su diezmo con integridad, la Iglesia quedaría libre de deudas; agregó que al Señor le desagradaba que los santos no pagaran el diezmo y les prometió que si lo pagaban, la sequía llegaría a su fin y tendrían una abundante cosecha.
Después de la sesión de la conferencia, el Presidente recibió otra vez la impresión de que la solución a los problemas económicos de la Iglesia estaba en el pago de los diezmos. En reuniones que tuvo con los miembros en Leeds, Cedar City, Beaver y Juab, todas comunidades del sur de Utah, pronunció discursos enérgicos con respecto a ese principio del Evangelio. En Nephi, localidad del centro del estado, hubo una reunión extraordinaria, en la cual el presidente Snow habló de la revelación que había recibido sobre la ley del diezmo “y recomendó a cada uno de los presentes que fuera su testigo especial del hecho de que el Señor le había dado esa revelación”12.
De regreso en Salt Lake City, el Presidente volvió a hablar con elocuencia sobre la ley del diezmo durante la conferencia de la Asociación de Mejoramiento Mutuo que se realizó en junio. El élder B. H. Roberts hizo luego la moción de que los santos aceptaran la doctrina del diezmo que se les había presentado. Visiblemente conmovido, el presidente Snow se levantó y dijo: “Todo hombre aquí presente que haya hecho esa promesa será salvo en el Reino Celestial”13.
La ley del diezmo se predicó en todas las conferencias de estaca; un año después, el presidente Snow informó que, durante ese año, los miembros habían contribuido el doble de diezmos que en los dos años anteriores. Por inspiración, había puesto en acción un programa que iba a lograr que la Iglesia quedara completamente libre de deudas para el año 1907. Además, muchos miembros testificaron que las ventanas de los cielos no sólo se habían abierto para salvar a la Iglesia, sino que los que obedecieron esa ley divina recibieron también bendiciones espirituales y temporales.
El presidente Snow tomó medidas, además, para administrar más estrictamente el desembolso de los fondos de la Iglesia y, con ese fin, creó un programa completo de gastos. Algunos economistas recomendaron que se dividiera la autoridad para decidir el gasto de los fondos del diezmo, pero el Presidente les respondió que no tenía intenciones de poner en práctica ese plan, pues prefería que la Primera Presidencia mantuviera esa prerrogativa tal como lo quería el Señor (véase D. y C. 120).
Tres meses después de haber sido sostenido como Presidente, Lorenzo Snow puso otra vez bajo la administración de la Iglesia al periódico Deseret News; el periódico había sido dado en alquiler, en 1892, al élder George Q. Cannon y sus hijos. El presidente Snow llamó a Charles W. Penrose para ser el editor, y el periódico pasó de nuevo a ser publicación oficial de la Iglesia. El hermano Penrose, que era periodista de gran experiencia y había prestado mucho tiempo servicio como misionero, fue llamado unos años después a formar parte del Quórum de los Doce Apóstoles y, más adelante, llegó a ser miembro de la Primera Presidencia.
EL LLAMAMIENTO DE LAS PRIMERAS MISIONERAS
En 1898, durante una reunión social que ofreció la mesa general de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de Mujeres Jóvenes a la mesa general de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de Hombres Jóvenes se anunció una nueva directiva en la obra misional. Mientras dirigía la palabra a ambos grupos, el presidente Cannon dijo: “Se ha decidido llamar al campo misional a algunas de nuestras sabias y prudentes hermanas”14. Hasta entonces, había habido unas pocas mujeres que habían ido a acompañar al marido misionero, como Louisa Barnes Pratt y Caroline Crosby; pero la Iglesia nunca había llamado y apartado oficialmente a una hermana como embajadora del Señor Jesucristo.
Elizabeth Claridge McCune sentó el precedente para esa decisión de la Primera Presidencia. En el invierno de 1897 a 1898, antes de embarcarse con su familia para un viaje a Europa, la hermana fue a ver al presidente Snow y a pedirle una bendición. Entre otras cosas que mencionó, él la bendijo diciéndole: “…que tu mente sea tan clara como la de un ángel cuando expliques los principios del Evangelio”. Esa bendición se cumplió en forma extraordinaria en muchas conversaciones sobre el Evangelio que ella tuvo mientras estaba en el extranjero, y un día le dijo a una hija que estaba convencida de que no pasaría mucho tiempo antes de que empezaran a llamar a las jóvenes a cumplir una misión15. A su regreso a Utah, le contó al presidente Snow las experiencias que había tenido explicando los principios del Evangelio a muchas personas por toda Europa; le dijo, además, que algunos miembros de su familia en Inglaterra se habían unido a la Iglesia gracias a sus enseñanzas. Poco después, el presidente Cannon hacía el anuncio en nombre de la Primera Presidencia.
“La primera hermana a la que se apartó y se comisionó oficialmente como misionera de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fue Harriet Maria Horsepool Nye, esposa del presidente E. H. Nye, de la Misión de California. Fue apartada por el Apóstol Brigham Young [hijo], en San Francisco, el 27 de marzo de 1898.
“Poco después, el obispo Joseph B. Keeler, del Barrio Cuatro de Provo, consultó con la presidencia de la estaca con respecto a la posibilidad de mandar a dos hermanas jóvenes de su barrio en una misión a Europa”. En consecuencia, Lucy Jane Brimhall e Inez Knight fueron llamadas como misioneras regulares para la Misión Británica16. Ambas eran personas educadas y talentosas maestras, y conocían muy bien los principios del Evangelio.
Posteriormente a la llegada de las hermanas a la misión, aparecieron en la revista Young Woman’s Journal varios artículos y cartas sobre sus labores proselitistas. El presidente George Q. Cannon publicó un artículo en el Juvenile Instructor, titulado “La mujer como misionera”, que más tarde apareció también en el Millennial Star, en el cual mencionaba una carta de elogio a las labores de las hermanas17. Las misioneras se dedicaron con energía a la obra misional: repartían folletos de puerta en puerta, participaban en las reuniones públicas que se realizaban en la calle y atraían a mucha gente. Con el antecedente de las imágenes degradadas que presentaba la prensa inglesa que estaba en contra de la Iglesia, para los británicos era una novedad ver a dos mujeres mormonas que no sólo eran atractivas, sino también inteligentes y elocuentes oradoras.
En una de las cartas que se publicaron, las hermanas decían: “Con frecuencia tomamos parte en las reuniones públicas en la calle, y hasta ahora nos han escuchado con atención y sin interrumpirnos. Después de haber aceptado muchas invitaciones para visitar a la gente y hablarle de Utah y de sus habitantes, y también del Evangelio, contamos ya con algunos amigos queridos en Bristol”18. La presencia de las hermanas en la misión se reconoció públicamente cuando se le cambió el nombre a la primera reunión del sacerdocio de la misión a la que asistieron, denominándola “reunión de misioneros” en consideración a ellas19.
En la experiencia que adquirían, también, según escribían, de vez en cuando escuchaban cosas desagradables que les decían; en general, sus cartas reflejan la misma clase de éxitos y desilusiones que expresaban las de los élderes. En enero de 1899 se había fundado en Bristol una “liga antimormona” que intentaba obstaculizar la labor de los misioneros20. También en otras partes de Gran Bretaña había oposición a los esfuerzos de los jóvenes que predicaban el Evangelio restaurado. En una carta, la hermana Knight decía: “A pesar de que no siempre nos sentimos a salvo y de que incluso nos hemos visto forzadas a buscar protección de un populacho violento en una estación de policía, que se nos ha injuriado y hasta escupido encima, que nos han tirado piedras y palos, aun así, nos regocijamos en la obra”21. Inez Knight y Lucy Brimhall fueron las primeras de miles de mujeres que han salido valientemente a proclamar el Evangelio por las misiones de todo el mundo.
La importancia que le dio la Iglesia a la obra misional en los diez años de 1890 a 1900 se evidencia en el hecho de que en ese período se duplicó el número de misioneros. Y a partir de entonces, la cantidad de misiones y de misioneros siguió aumentando en una constante a través de las décadas siguientes.
LA IGLESIA EN EL SIGLO VEINTE
Al mismo tiempo que el resto del mundo esperaba con entusiasmo la llegada del nuevo siglo, los miembros de la Iglesia también estaban llenos de expectativa. El presidente Snow preparó una proclamación, titulada Saludo al mundo, en la cual describía claramente la clase de mundo que la Iglesia se esforzaba por lograr. Manifestaba su esperanza de que el siglo veinte fuera una “época de paz, de gran progreso, de la aplicación universal de la regla de oro… Que la guerra y sus horrores pasen a ser sólo un recuerdo. El objetivo de las naciones debe ser la fraternidad y la grandeza. En lugar de estudiar la forma de enriquecer a una raza o de extender un imperio, se debe buscar el bienestar de toda la humanidad. ¡Despertad, monarcas de la tierra y gobernantes de las naciones y contemplad la escena de los primeros rayos del día Milenario que iluminan la aurora del siglo veinte!… Dispersad a vuestros ejércitos; convertid vuestras armas de guerra en implementos de la industria; quitad el yugo de vuestro pueblo”. Expresaba también su testimonio de que Dios, Su Hijo y ángeles santos habían hablado al hombre y de que Dios llamaba a todo pueblo al arrepentimiento y a venir a Él. Al concluir, el presidente Snow, entonces un anciano de ochenta y siete años, invocaba la bendición del cielo sobre los habitantes de la tierra y les deseaba paz22.
Para recibir al nuevo año y al nuevo siglo, hubo servicios especiales que se llevaron a cabo en el Tabernáculo el 31 de diciembre de 1900, a las once de la noche. Cinco mil miembros de la Iglesia se reunieron allí, donde se había decorado el famoso órgano con luces eléctricas que formaban la frase: “¡Bienvenido, 1901! Utah”. Prevalecía un espíritu de devoción en la reunión, que fue dirigida por el hermano Angus Cannon, Presidente de la Estaca de Salt Lake. Sin duda, muchos de los presentes habrán reflexionado sobre el progreso y los logros de la Iglesia, que enfrentaba con valor el nuevo siglo. A fines de 1900, había cuarenta y tres estacas y veinte misiones que tenían novecientos sesenta y siete barrios y ramas; la Iglesia tenía 283.765 miembros, la mayoría de los cuales vivían en la región montañosa del Oeste de los Estados Unidos; había cuatro templos en funcionamiento en Utah: el de Saint George, el de Manti, el de Logan y el de Salt Lake; y ese año se había apartado a 796 misioneros para predicar el Evangelio en las naciones de la tierra23.
Al aumentar el número de misioneros, los líderes de la Iglesia vieron la importancia de capacitarlos mejor para el servicio que iban a prestar. El Primer Quórum de los Setenta, junto con la Mesa Directiva General de Educación, acordaron establecer cursos de capacitación de misioneros en la Academia Brigham Young de Provo, en la Universidad SUD de Salt Lake City, en el Colegio Brigham Young de Logan y en la Academia SUD de Thatcher, Arizona. En un curso que duraba seis meses, con las Escrituras, se enseñaba a los futuros misioneros teología, historia religiosa y métodos didácticos; las instituciones de enseñanza no cobraban matrícula por esa clase, y se pedía a los presidentes de estaca que proveyeran alojamiento y comidas a los alumnos de su estaca.
Los miembros de la Iglesia asistían todos los domingos por la tarde a una reunión sacramental que duraba dos horas; una vez por mes se realizaba una reunión de ayuno y testimonios, por lo general después de la Escuela Dominical de la mañana. En los meses de invierno, las reuniones para los jóvenes, varones y mujeres, se hacían durante la semana, casi siempre los jueves de noche; la Sociedad de Socorro se reunía de día, todos los martes, y la Primaria para los niños era los miércoles, después de las horas de escuela; las reuniones de los quórumes del sacerdocio se llevaban a cabo los lunes, al anochecer, o los domingos por la mañana, y se suspendían durante el verano porque la mayoría de los miembros de la Iglesia estaban muy ocupados en esa época con sus trabajos de granja.
A partir de 1892, se empezaron a realizar una vez por año las conferencias de barrio, presididas por los oficiales de la estaca, en las que los miembros tenían el privilegio de sostener a sus líderes y de recibir instrucciones y estímulo de aquellos que los presidían. Muchos de los barrios preparaban reuniones sociales bajo la dirección de la Escuela Dominical, en las que los miembros presentaban programas por la mañana, tenían fiestas para los niños por la tarde y bailes por la noche. Todas las primaveras, los barrios organizaban fiestas para las personas de edad avanzada, las cuales culminaban al anochecer con un gran banquete que se llevaba a cabo en un salón espléndidamente decorado.
Con la aproximación del nuevo siglo, las mujeres jóvenes de la Iglesia tenían para leer en su publicación oficial, Young Woman’s Journal, artículos sobre poetas, sobre la forma de obtener un testimonio de la verdad y sobre la ética apropiada para las jovencitas; leían también acerca del apóstol Pablo y de las memorias del élder Heber J. Grant. Las líderes desarrollaban temas que no sólo ayudaban a las jóvenes a hacer más profunda su comprensión del Evangelio sino que también les daban a conocer la mejor literatura del mundo; además se les enseñaba a acolchar, a coser y a hacer ojales.
En enero de 1900, el Juvenile Instructor, que era para todos los miembros de la Iglesia, empezó a publicar una serie de artículos titulada “La vida de nuestros líderes: los Apóstoles”. En cada uno de los números siguientes apareció un resumen biográfico de una de las Autoridades Generales de la Iglesia. También se publicaban cuentos cortos, y los Santos de los Últimos Días aprendieron sobre lugares como Alaska, Bélgica e Irlanda a través de otra serie de artículos titulada “Historia de las naciones”. En las estacas de la Iglesia se llevaba a cabo una conferencia anual de la Escuela Dominical, en la cual los miembros de la mesa directiva general y algunas Autoridades Generales daban informes e impartían instrucciones; los coros de niños cantaban y se realizaban reuniones de capacitación de maestros en funciones a fin de mejorar la calidad de la enseñanza. Las estacas eran grandes. La Estaca Utah, por ejemplo, tenía cuarenta y nueve organizaciones de la Escuela Dominical con un total de inscripciones que ascendía a once mil miembros.
La revista Improvement Era, que había substituido al Contributor como publicación oficial de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de Hombres Jóvenes, publicaba artículos sobre la traducción del Libro de Mormón, discursos de Autoridades Generales y respuestas a los ataques de los ministros de otras religiones y de los escritos contrarios a la Iglesia. Las organizaciones de los Hombres Jóvenes y de las Mujeres Jóvenes llevaban a cabo conferencias anuales a las que asistían miles de jovencitos, en las cuales las Autoridades Generales impartían enseñanza y los asistentes tenían danzas, presentaban obras de teatro y ponían de relieve los programas para el nuevo año.
Al comenzar el nuevo siglo, Utah era ya estado, la Iglesia tenía una base económica firme, y la mayoría de los santos ya no temían que los populachos los echaran de su hogar. Habían logrado que el desierto floreciera y aguardaban con expectativa el cumplimiento de las profecías sobre los últimos días.
SE ACLARA MEJOR LA RESPONSABILIDAD DE LOS DOCE
Al comenzar el nuevo siglo y hacerse evidente que el período de los pioneros en las montañas del Oeste había llegado a su fin, al presidente Lorenzo Snow le preocupaba sobremanera la idea de que era indispensable llevar el Evangelio a todo el mundo. El llevar a cabo esa tarea era deber del Quórum de los Doce Apóstoles y, con la dirección del presidente Snow, los Apóstoles hicieron los planes para introducir la obra misional en otras regiones del mundo.
En 1901, el presidente George Q. Cannon, hablando en nombre de la Primera Presidencia, anunció que se iba a abrir una misión en Japón. Mientras él decía eso, el élder Heber J. Grant recibió la fuerte impresión, como si una voz le hubiera hablado, de que se le llamaría a él para presidir esa misión; veinticinco minutos después, el presidente Cannon anunció que se había elegido al élder Grant para ir a Japón. Apesar de que éste tenía muchas deudas, resolvió que eso no sería una excusa sino que iría según el llamamiento recibido. La Primera Presidencia le dio un año de plazo para poner en orden sus asuntos y prepararse para la misión.
El élder John W. Taylor, que conocía la situación económica y los sacrificios del élder Grant, le profetizó en privado: “El Señor te bendecirá y harás bastante dinero para ir a Japón libre de deudas”. El élder Grant se fue inmediatamente a la casa y oró al Señor suplicándole ayuda para resolver sus dificultades monetarias. Después, gracias a varias medidas económicas que Dios le había inspirado, según testificó, y a otras bendiciones que recibió, en cuatro meses se libró de las deudas24. El élder Heber J. Grant llamó a otros tres misioneros para que le ayudaran en Japón: Louis A. Kelsch, que había sido presidente de la Misión de los estados del Norte; Horace S. Ensign, de veintinueve años, y Alma O. Taylor, de dieciocho. El Día de los Pioneros, 24 de julio de 1901, salieron de Salt Lake City, y llegaron al puerto de Yokohama el 12 de agosto, después de una travesía oceánica turbulenta.
Al llegar a la ciudad de Yokohama, los misioneros se pusieron en contacto con algunas personas; hicieron arreglos provisorios para la traducción y publicación de algunos materiales de la Iglesia y empezaron a buscar alojamiento permanente. De inmediato enfrentaron gran oposición, instigada en su mayor parte por los ministros de las sectas cristianas que se habían enterado de su llegada y que, confundidos por los informes falsos que tenían de la Iglesia, estaban determinados a no permitirles establecerse allí.
No obstante, los misioneros tenían igual determinación de lograr que el Evangelio avanzara. El 21 de septiembre de 1901 buscaron un lugar aislado, en un bosque de las afueras de Yokohama, donde se arrodillaron y el élder Grant ofreció una oración dedicatoria; se le desató la lengua y el Espíritu descansó con fuerza sobre él, a tal punto que después dijo que había sentido la presencia cercana de ángeles de Dios.
El élder Grant también preparó una carta al público: “ ‘Mensaje a la grande y progresista nación de Japón’, en la cual se explica con términos claros y sinceros la razón por la cual están allí los misioneros mormones…
“‘…No hemos venido con el propósito de intentar privarles de las verdades en las que crean ni de la luz que hayan tenido el privilegio de gozar. Les traemos una luz más brillante, más verdades y conocimiento avanzado, los cuales les ofrecemos liberalmente…
“ ‘Por Su autoridad [de Dios] damos vuelta a la llave divina que abre el reino de los cielos a los habitantes de Japón’ ”. Y firmaba la carta: “Su siervo en el nombre de Cristo”25.
Después de recorrer el país, el élder Grant empezó a escribir una serie de artículos en el Japan Mail, uno de los periódicos más influyentes de Tokyo, con el objeto de defender a la Iglesia de los ataques difamantes de otras religiones cristianas.
Al cabo de dos años, el élder Grant regresó a Utah, pero los otros misioneros se quedaron. El élder Taylor permaneció en Japón nueve años, durante los cuales tradujo el Libro de Mormón al japonés. Debido a la política del gobierno llamada “Japón para los japoneses”, que había comenzado en la década de 1890 en un esfuerzo por disminuir la influencia occidental que se extendía por el país, los Santos de los Últimos Días y otras religiones cristianas no tuvieron buenos resultados durante ese período. Al fin, la Misión Japonesa se cerró en 1924. El enorme éxito que tuvo la obra misional más tarde en Japón ocurrió después de 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial.
Después que Heber J. Grant partió para Japón en 1901, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce deliberaron sobre la posibilidad de llevar el Evangelio a América del Sur, al Imperio Austríaco y a Rusia. Ese año se abrió de nuevo la misión en México, como primer paso hacia Latinoamérica; el élder Ammon M. Tenney volvió a establecer en ese país varias ramas que ya habían existido, pero, a causa de los difíciles problemas políticos, no se hizo nada más en esa época26.
Durante el verano y principios del otoño de 1901, que fueron los últimos meses de vida del presidente Snow, el venerable anciano se sintió inquieto por las impresiones del Espíritu. Muchas veces, en las sesiones de consejo de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles, se refería al deber que tenían los Apóstoles y los Setenta de predicar a las naciones de la tierra antes de la segunda venida del Señor Jesucristo; se lamentaba de que los Apóstoles y los siete presidentes de los Setenta dedicaban demasiado tiempo a asuntos que los líderes locales del sacerdocio deberían atender. En la conferencia general de octubre, a pesar de haber estado sufriendo varias semanas con un severo resfriado y una tos persistente, estaba determinado a pronunciar un importante discurso sobre ese tema.
Debido a su mala salud, el Profeta estuvo ausente en casi todas las sesiones de la conferencia, pero se presentó en el Tabernáculo para hablar en la sesión final del domingo 6 de octubre de 1901. Esas palabras fueron las últimas que habló públicamente a los santos. Un mes más tarde, el presidente Joseph F. Smith comentó: “Aunque se podía ver muy claramente que estaba débil, en general se hablaba de lo clara que tenía la mente y del énfasis y la elocuencia de sus palabras”27.
En su significativo discurso, el presidente Snow explicó: “Esta Iglesia tiene casi setenta y dos años de organizada, y no se espera que hagamos la misma obra de los días de nuestra juventud, sino que nuestra labor sea más importante, más grande, más extensiva”. Acontinuación, el Profeta exhortó a los presidentes de estaca a considerar a los santos que tenían a su cargo como miembros de su propia familia, y contemplar sus intereses de la misma forma en que lo harían con sus propios hijos. Y continuó, diciendo: “No pongan ese deber sobre los hombros de los Apóstoles… Existe un medio por el cual el Señor desea exaltar a Sus hijos e hijas, eliminar de la tierra la iniquidad y establecer la rectitud, y ese medio es el sacerdocio… La responsabilidad de los Apóstoles y los Setenta es, por disposición del Todopoderoso, ocuparse de los intereses del mundo. Los Setenta y los Doce Apóstoles son testigos especiales ante las naciones de la tierra”28. A fin de encaminar a los Doce en esa dirección, la Primera Presidencia los relevó de todos los deberes administrativos que habían tenido en las estacas.
El presidente Joseph F. Smith dijo lo siguiente refiriéndose a las últimas instrucciones que el presidente Snow había dado a las Autoridades Generales y a los santos: “Aceptamos lo que nos ha dicho concerniente a los deberes de los Doce y del sacerdocio que preside como la palabra del Señor para todos nosotros. Está tan claro y es tan convincente que no deja lugar a dudas. Sólo nos queda una cosa por hacer: dedicarnos ardua y devotamente a cumplir todo lo que se requiere de nosotros”29.
EL FIN DE UNA ERA
En los tres años que el presidente Snow presidió a la Iglesia, fallecieron varios líderes importantes. En algunos aspectos, su muerte parecía indicar que estaban llegando al final de una era y que habría nuevos líderes para guiar al reino que se expandía cada vez más. Las publicaciones de los periódicos de la Iglesia dieron a conocer con fotografías y grandes titulares la muerte de Karl G. Maeser, que en ese momento integraba la superintendencia general de la Escuela Dominical de la Iglesia y era uno de sus educadores más ilustres. El élder Franklin D. Richards, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, falleció en Salt Lake City el 9 de diciembre de 1899; esa pérdida se sintió en todas partes de Sión y el Millennial Star publicó un artículo especial sobre él30.
El 12 de abril de 1901, los miembros de la Iglesia se enteraron de la muerte del presidente George Q. Cannon, que en ese momento era Primer Consejero en la Primera Presidencia y Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles. Había sido consejero de cuatro presidentes de la Iglesia y su influencia se percibía en las páginas de la revista Juvenile Instructor, que él había fundado y editado durante más de treinta años; sus discursos, que llenaban varios tomos, eran obras de arte; había sido un político sagaz, representando más de diez años al territorio de Utah ante el Congreso, y había sido muy influyente para lograr que se diera a Utah la categoría de estado.
Zina Huntington Young, que había sucedido a Eliza R. Snow como Presidenta general de la Sociedad de Socorro, falleció en su casa de Salt Lake City el 28 de agosto de 1901. Era una de las esposas del presidente Brigham Young y había servido como delegada ante el Congreso Nacional de Mujeres que se llevó a cabo en Buffalo, Nueva York. También había sido presidenta del Hospital Deseret durante más de diez años.
El presidente Snow había seguido el consejo de su familia y de su médico, asistiendo solamente a la última sesión de la conferencia general para cuidarse del fuerte resfriado que lo aquejaba; pero el esfuerzo de tener que levantar la voz para que la gran congregación del Tabernáculo lo oyera le hizo empeorar y lo devolvió a su lecho de enfermo. El 10 de octubre de 1901 se fue serenamente. Después de un funeral al que asistió muchísima gente, fue sepultado en el cementerio de Brigham City.
El presidente Snow había puesto siempre su llamamiento apostólico por encima de cualquier otro interés. Él enseñó a los miembros de la Iglesia a vivir con cultura y refinamiento a pesar de la pobreza y del desierto que los rodeaba; también les enseñó a convertir lo común y corriente en algo de belleza inusual. Vivió con aplomo y dignidad, y dio a Dios el crédito por su fortaleza; además, explicó con mucha claridad a los santos lo que podían llegar a ser si obedecían las enseñanzas que recibían por medio de los Profetas.
Los tres años en que Lorenzo Snow fue Presidente y Profeta fueron muy importantes; en su transcurso, tomó decisiones que pusieron a la Iglesia otra vez en el camino de la solvencia económica; y murió tal como había vivido, firme en la fe que había abrazado en Mantua, Ohio, siendo todavía muy joven.
Historia Fecha |
Acontecimientos importantes |
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Primavera de 1898 |
Se aparta a las primeras misioneras. |
13 de septiembre de 1898 |
Se aparta a Lorenzo Snow como quinto Presidente de la Iglesia. |
17 de mayo de 1899 |
El presidente Snow recibe en Saint George la revelación que destaca la importancia del diezmo. |
1º de enero de 1901 |
El presidente Snow publica su “Saludo al mundo”. |
Agosto de 1901 |
El élder Heber J. Grant inicia en Japón la obra misional. |
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Ordenado Apóstol |
Entra en el Quórum |
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Joseph F. Smith |
1º de julio de 1866 |
8 de octubre de 1867 |
Brigham Young, hijo |
4 de febrero de 1864 |
9 de octubre de 1868 |
Brigham Young, hijo, fue el primero de los dos en ser ordenado al Apostolado, pero Joseph F. Smith fue el primero en entrar en el Quórum de los Doce.