CAPÍTULO DIECISÉIS
LAS PERSECUCIONES Y LA EXPULSIÓN DE MISURI
Durante los calientes meses del verano de 1838 [mediados de año], las relaciones entre los miembros de la Iglesia que estaban en el norte de Misuri y sus vecinos fueron deteriorándose rápidamente. El élder Parley P. Pratt, que había llegado a Far West en mayo, de regreso de su servicio en la obra misional de los estados del Este, describió la tensión que existía en julio de 1838, diciendo: “Los nubarrones de la guerra comenzaron otra vez a descender sobre nosotros, tenebrosos y amenazantes. Los que se habían combinado para actos ilegales en los condados vecinos habían contemplado desde tiempo atrás nuestra fuerza y prosperidad, que aumentaban continuamente, con ojos ávidos y codiciosos. Era común oírlos jactarse de que, tan pronto como termináramos las extensas mejoras en las que estábamos embarcados y levantáramos una cosecha abundante, iban a echarnos del estado para enriquecerse una vez más con el botín”1. Por esas y otras razones, estalló una violencia que al final dio como resultado la expulsión de toda la Iglesia del estado de Misuri.
LA BATALLA DEL DÍA DE LAS ELECCIONES EN GALLATIN
En 1831, una familia de apellido Peniston se había establecido en lo que llegó a ser el condado de Daviess; eran los primeros colonos blancos de ese lugar. Al año siguiente, construyeron un molino en la región del río Grand, con el fin de moler granos para el consumo de los colonos que llegaran a la zona; allí se estableció una población a la que se dio el nombre de Millport. Cuando se creó el condado en 1836, había en él menos de cien habitantes. Se hizo un plano para establecer el pueblo de Gallatin a fin de que sirviera de sede del condado, y, al aumentar la población de éste, Millport fue declinando. En el verano de 1838, los santos empezaron a poblar Adán–ondi–Ahmán, que estaba a poco más de seis kilómetros al norte de Gallatin, y al poco tiempo eran más numerosos que los gentiles en el condado de Daviess.
En 1838 iba a haber elecciones y los primeros colonos querían, naturalmente, elegir un representante del estado que fuera de los suyos. William Peniston, enemigo acérrimo de los santos, era el candidato, y temía que la creciente influencia de los mormones no le permitiera ganar la elección, porque la mayoría de los miembros de la Iglesia apoyaban a su oponente, John A. Williams. Unas dos semanas antes de las elecciones, el juez Joseph Morin, de Millport, les avisó a dos élderes de la Iglesia que los miembros debían ir al lugar de votación “preparados para un ataque” del populacho que quería impedirles votar2. Las elecciones se iban a llevar a cabo el lunes 6 de agosto, en Gallatin, que en ese entonces era apenas una hilera desordenada de “diez edificios, tres de los cuales eran tabernas”3.
Con la esperanza de que las advertencias del juez fueran infundadas, un grupo de hombres mormones fueron a Gallatin a votar, desarmados. Alas 11:00 de la mañana, William Peniston habló a la multitud de votantes con la intención de incitarlos en contra de los mormones: “Los líderes mormones son un montón de ladrones de caballos, mentirosos y estafadores, y ustedes saben que profesan curar a los enfermos y echar fuera demonios; y todos sabemos que eso es mentira”4. Los días de elecciones en el Oeste de los Estados Unidos casi nunca eran pacíficos, pero con el discurso sedicioso del candidato Peniston, combinado con el whiskey que había emborrachado a la multitud, la pugna era inevitable. Dick Welding, el cabecilla de la chusma, le pegó un puñetazo a uno de los miembros y lo hizo caer; esto dio comienzo a una contienda. Los enemigos eran más numerosos, pero John L. Butler, uno de los mormones, agarró un palo de roble que había en una pila de leña y empezó a defenderse de los atacantes con una fuerza que aun a él mismo le sorprendió; los pendencieros también se armaron con tablones y cualquier cosa que tuvieran al alcance; en la riña, varias personas de ambos lados quedaron seriamente heridas. Aun cuando fueron pocos los mormones que votaron ese día, Peniston perdió la elección.
A la mañana siguiente, los líderes de la Iglesia que estaban en Far West oyeron rumores tergiversados de la pendencia. Al oír que dos o tres de los miembros habían sido asesinados, la Primera Presidencia y otros veinte hermanos partieron para el condado de Daviess el miércoles 8 de agosto. Iban armados con el fin de protegerse, y a lo largo del camino se les unieron miembros de la Iglesia procedentes del condado, algunos de los cuales habían sufrido el ataque del populacho. Esa noche llegaron a Adán–ondi–Ahmán, donde escucharon con alivio la noticia de que ninguno de los santos había muerto.
Mientras se hallaban allí, el Profeta consideró prudente recorrer la región con algunos otros hermanos a fin de determinar cuáles eran las condiciones políticas y de calmar los temores que habían surgido entre la gente del condado. Visitaron a varios de los colonos originales de la región, incluso al juez de paz Adam Black, que acababa de ser elegido juez del condado de Daviess. Sabiendo que el señor Black había participado en las actividades en contra de los mormones, le preguntaron si estaba dispuesto a administrar la ley con justicia y a firmar un acuerdo de paz. Según el relato de José Smith, después que el juez Black firmó una declaración jurada de que se apartaría de los populachos, los hermanos regresaron a Adán–ondi–Ahmán4. Al día siguiente, un consejo compuesto de mormones y de personas que no eran miembros de la Iglesia, todos ciudadanos prominentes, firmó “un convenio de paz, de preservar los derechos unos de los otros y de defenderse mutuamente; de que si alguien se conducía mal, ninguna de las partes lo justificaría ni acudiría en su defensa para evitar que se le hiciera justicia, sino que se entregaría a todo ofensor para tratarlo de acuerdo con la ley y la justicia”5.
Las buenas relaciones duraron menos de veinticuatro horas. El 10 de agosto, William Peniston firmó una declaración jurada en Richmond, condado de Ray, ante el juez de distrito Austin A. King, declarando que José Smith y Lyman Wight habían organizado una compañía de quinientos hombres y habían amenazado de muerte “a todos los antiguos colonos y los habitantes del condado de Daviess”6. Al enterarse de esto, José Smith resolvió esperar el desenlace en su casa de Far West. Cuando el alguacil supo que el Profeta estaba dispuesto aun a dejarse arrestar, si le aseguraban someterlo a juicio en el condado de Daviess, no entregó la orden judicial y se fue a Richmond para consultar con el juez King.
La tensión en los condados de Daviess y Carroll fue aumentando durante las dos semanas siguientes. Adam Black mintió diciendo que había firmado el tratado de paz porque ciento cincuenta y cuatro mormones lo habían amenazado de muerte a menos que lo firmara. El Profeta respondió diciendo que “[la declaración] lo muestra tal como es: un hombre detestable, sin principios, integrante de populachos y un perjuro”7. A medida que los rumores y los cuentos exagerados circulaban entre la población, la guerra civil parecía inminente; además, al gobernador Lilburn W. Boggs le llegaron rumores falsos de que los mormones se habían levantado en armas8.
EL ESCENARIO PREPARADO PARA LA GUERRA
En septiembre, el Profeta contempló la situación de deterioro en que se hallaban y bosquejó el curso que debía seguir la Iglesia. Esto es lo que dijo:
“Entre los habitantes de Misuri hay mucha agitación, y están buscando toda ocasión de adjudicarnos alguna falta; están continuamente irritándonos y provocándonos a la ira con una amenaza tras otra; pero no les tememos, porque el Señor Dios, el Eterno Padre, es nuestro Dios, y Jesús… es nuestra fortaleza y confianza…
“…El diablo, que es el padre de ellos, está incitándolos hora tras hora, y ellos, como hijos dispuestos y obedientes, no necesitan que les mande por segunda vez; pero, en el nombre de Jesucristo… no lo soportaremos más, si el gran Dios quiere armarnos de valor, de fortaleza y de poder para que resistamos sus persecuciones. No actuaremos en forma ofensiva, sino siempre a la defensiva”9.
Al día siguiente, José Smith habló con el general de división David Atchison y el general de brigada Alexander Doniphan, del ejército del estado de Misuri, para pedirles consejo en cuanto a la forma de poner fin a las hostilidades existentes en el condado de Daviess. Ambos generales habían servido de abogados de los santos en los problemas del condado de Jackson, en 1833 y 1834, y continuaban siendo amigos de la Iglesia. El general Atchison prometió “hacer todo el esfuerzo posible por dispersar al populacho”10; además, ambos hombres aconsejaron a José Smith y a Lyman Wight, que también se hallaba presente, que se ofrecieran para someterse a juicio en el condado de Daviess. Como resultado de esa conversación, el 7 de septiembre se llevó a cabo un tribunal en la casa de un granjero que no era miembro de la Iglesia. Con temor de que se formara algún populacho, el Profeta colocó una compañía de hombres a poca distancia de allí, en el límite de los condados, con la orden “de estar listos inmediatamente si surgían disturbios durante el juicio”11. No se presentó ninguna evidencia acusatoria contra los dos líderes, pero el juez King, cediendo a la presión pública, les ordenó presentarse a un tribunal del distrito, y luego los puso en libertad con una fianza de quinientos dólares.
Lamentablemente, eso no sirvió de nada para aplacar a la chusma enardecida, y los enemigos de la Iglesia, incluso muchos residentes de otros condados, se prepararon para atacar Adán–ondi–Ahmán. Lyman Wight tenía un nombramiento militar en el regimiento Nº 59 de Misuri, al mando del general H. G. Parks, comisionado por el estado. El hermano Wight dirigió el armamento de más de ciento cincuenta hombres, que formaban parte de la milicia del estado, para defender al pueblo de los ataques de los populachos. Tanto los mormones como sus enemigos enviaron hombres para hacer reconocimientos de toda la región; de vez en cuando, tomaban algún prisionero y generalmente se intercambiaban insultos; sólo la acción prudente de los generales Atchison y Doniphan evitaron mayor violencia. A fines de septiembre, el general Atchison le escribió lo siguiente al gobernador: “La situación en aquel condado [Daviess] no es tan mala como los rumores lo harían suponer; por las declaraciones juradas, no hay duda de que su Excelencia ha sido engañado por las afirmaciones exageradas de hombres astutos o medio locos. He averiguado que no hay razón para alarmarse de parte de los mormones, de los cuales nada hay que temer; ellos mismos están muy asustados”12.
En esos días, un comité de “antiguos ciudadanos” del condado de Daviess acordó vender sus propiedades a los santos. José Smith envió de inmediato mensajeros hacia el Este y el Sur para tratar de recaudar los fondos necesarios, pero el conflicto que empeoraba rápidamente hizo imposible el cumplimiento de dicho acuerdo13.
EL SITIO DE DEWITT
Al mismo tiempo que ocurrían esos problemas, los santos que vivían en DeWitt, condado de Carroll, se enfrentaban a dificultades similares con sus vecinos. Al principio, en junio de 1838, los primeros mormones que se habían establecido en DeWitt habían sido bien recibidos por los habitantes; pero para el mes de julio, éstos empezaron a darse cuenta de que muy pronto los Santos de los Últimos Días iban a ser más numerosos que ellos. Tal como había sucedido en los condados de Jackson, Clay y Daviess, el temor de perder el control político llevó a los “antiguos colonos” a creer los rumores falsos que se corrían sobre los “chiflados mormones” y a buscar un pretexto para echarlos del lugar. En julio, los habitantes llevaron a cabo tres reuniones con el fin de unirse para expulsar a los santos.
George M. Hinkle, líder de los santos y coronel en la milicia del estado de Misuri, cuando se le presentó un ultimátum ordenándoles abandonar la región, respondió desafiante que los miembros de la Iglesia defenderían sus derechos de permanecer en DeWitt. Durante el mes de septiembre no sucedió nada, y no hubo actos de violencia debido, en parte, a que muchos soldados del lugar se hallaban ese mes peleando en el condado de Daviess. A fines de septiembre, los miembros de la Iglesia que vivían en DeWitt enviaron una carta al gobernador Lilburn W. Boggs pidiéndole ayuda para defenderse de “los populachos desenfrenados” de Carroll y otros condados; pero no recibieron respuesta.
Entretanto, las fuerzas enemigas de los mormones continuaban aumentando en DeWitt con las tropas que llegaban casi diariamente de los condados de Ray, Howard y Clay. Los Santos de los Últimos Días también recibieron refuerzos y empezaron a levantar barricadas.
La primera semana de octubre fue terrible, pues estalló una contienda entre ambos grupos. John Murdock escribió lo siguiente: “Estábamos continuamente dedicados, día y noche, a protegerlos [a los santos]… Una noche… me pasé toda la noche yendo de un centinela a otro para mantenerlos en sus puestos”14. Las fuerzas enemigas consideraban ese sitio como “una guerra de exterminación”15.
Mientras se hallaba en busca de un nuevo lugar para establecerse, el profeta José Smith se encontró con un emisario que iba en camino a Far West para informar a las Autoridades Generales sobre la situación existente en DeWitt. Desilusionado, el Profeta dijo: “Tenía la esperanza de que el buen sentido de la mayoría de la gente, junto con su respeto por la Constitución, hubiera disipado todo espíritu de persecución que pudiera haberse manifestado en aquella región”16. José Smith cambió sus planes, viajando de incógnito por caminos poco frecuentados a fin de evadir a los guardas enemigos; así llegó a DeWitt, donde se encontró con que había sólo unos cuantos hombres defendiendo a los santos de un numeroso populacho. El Profeta observó además que los santos estaban sufriendo de inanición y de otras penosas privaciones.
Los líderes de la Iglesia decidieron apelar una vez más al gobernador para que les prestara ayuda; consiguieron con algunos simpatizantes que no eran miembros declaraciones juradas sobre el maltrato que recibían los santos y la peligrosa situación en que se hallaban. El 9 de octubre recibieron una respuesta del gobernador diciéndoles que “ ‘El conflicto era entre los mormones y los populachos’ y que ‘lo resolviéramos como pudiéramos’ ”17. Esto puso fin a cualquier esperanza que los santos hubieran podido tener de recibir ayuda gubernamental.
En esas circunstancias, los primeros colonos mormones de DeWitt aconsejaron a sus hermanos que abandonaran el lugar en paz. Los santos, incluso José Smith, juntaron setenta carretas y el 11 de octubre partieron tristemente de allí. “Esa noche falleció una hermana de apellido Jensen, que poco antes había dado a luz un niño y cuya muerte fue causada por las acciones del populacho, al haber estado expuesta a los elementos y haber tenido que ponerse en viaje antes de que sus fuerzas se lo permitieran; la sepultaron sin féretro en un bosque del camino”. La chusma “continuó molestando y amenazando” a los viajeros, y varios más murieron a causa de “la fatiga y las privaciones”18.
AUMENTAN LOS DISTURBIOS EN LOS CONDADOS DE CALDWELL Y DAVIESS
Animados por el éxito de la lucha contra los miembros de la Iglesia en DeWitt y envalentonados por la falta de intervención del gobernador, los enemigos de los mormones marcharon hacia el condado de Daviess para echar de allí a los santos. Los líderes de la Iglesia recibieron alarmados la noticia de que una fuerza de ochocientos hombres avanzaba para atacar Adán–ondi–Ahmán y que se estaba juntando un numeroso grupo para otro ataque contra el condado de Caldwell. El general Doniphan, que se hallaba en Far West cuando se recibió el mensaje, dio órdenes al coronel Hinkle de formar una milicia con los residentes locales para proteger a los santos. Como los enemigos de éstos eran también miembros de otras unidades militares, surgió un conflicto contradictorio entre las milicias.
El domingo, el Profeta habló a los santos empleando como tema de su discurso estas palabras del Salvador: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus hermanos” [véase Juan 15:13]. Al terminar, pidió voluntarios que se presentaran en la plaza pública a la mañana siguiente, donde él también estaría. El lunes, una compañía de alrededor de cien hombres, reconocida por el general Doniphan como milicia estatal del condado de Caldwell, partió con destino a Adán–ondi–Ahmán19.
Entretanto, la oposición se hallaba en plena actividad en el condado de Daviess. John D. Lee contó que se llevaron a varios colonos, “los ataron a los árboles y los azotaron sin piedad con varas flexibles, y algunos quedaron horriblemente lastimados por la chusma”20. Además, quemaron muchas casas y sacaron ganado de los campos. Muchas de las familias damnificadas se vieron forzadas a huir en busca de refugio a Adán–ondi–Ahmán en medio de una gran tormenta de nieve que hubo el 17 y el 18 de octubre. José Smith hizo este comentario: “Me es imposible describir lo que sentí al verlos aparecer en el pueblo, casi desprovistos de ropa, huyendo sin nada sólo para salvar la vida”21.
El general H. G. Parks, comandante de la milicia de Misuri en el condado de Daviess, que presenció esos hechos, le avisó al general David Atchison que la situación empeoraba. Éste, que era comandante de la milicia en el norte de Misuri, apeló al gobernador Boggs advirtiéndole que los habitantes del estado se proponían expulsar a los mormones de los condados de Daviess y de Caldwell y le insistió en que visitara el escenario de los disturbios. Aquella era la tercera vez que el general Atchison apelaba al gobernador, pero, corrió igual suerte que sus posteriores apelaciones: no se le prestó atención. El gobernador Boggs nunca se mostró dispuesto a escuchar la versión de los santos, ni siquiera de fuentes fidedignas como lo era el general Atchison; en cambio, optó por creer los informes insidiosos de los enemigos de los mormones.
Al aumentar las hostilidades en el condado de Daviess, el general Parks autorizó a Lyman Wight, coronel de la milicia, a organizar una fuerza de hombres mormones y emplearla para dispersar a cualquier populacho que se formara en el condado. El general Parks dijo lo siguiente a la pequeña tropa: “He visitado con frecuencia el lugar donde viven y he visto que ustedes son una gente industriosa y esforzada, dispuesta a obedecer las leyes del país; lamento profundamente que no hayan podido vivir en paz y disfrutar de los privilegios de la libertad”22.
Durante dos días se desataron furiosas luchas entre los mormones y las fuerzas enemigas, y ambas partes se dedicaron a saquear e incendiar. Los miembros de la Iglesia se consideraban forzados a usurpar los bienes de los gentiles, porque éstos les habían robado sus propiedades. Un joven oficial de la milicia mormona, de nombre Benjamin F. Johnson, explicó: “Estábamos rodeados de todos lados por nuestros enemigos y no teníamos alimentos. Todo el grano, el ganado, los cerdos y los suministros de toda clase habían quedado en los campos o tan lejos de donde nos hallábamos que era imposible obtenerlos sin una fuerte guardia de protección. Así que la única posibilidad que teníamos era salir a merodear en compañías y llevarnos cualquier cosa que encontráramos, sin tener en cuenta a quién pertenecía”23. Estos hechos fueron exagerados por los enemigos de la Iglesia en los juicios que resultaron de dichas batallas. Los adversarios, por su parte, muchas veces prendían fuego a sus propias parvas y otras propiedades para después acusar a los santos de haberlo hecho; debido a ello, corrieron rápidamente rumores por todo Misuri de que los mormones estaban robando o destruyendo los bienes de sus vecinos.
En Far West se les advirtió a los santos que dos de sus enemigos más notorios, Cornelius Gilliam y Samuel Bogart, ambos oficiales de la milicia, estaban preparándose para asaltar las colonias mormonas del condado de Caldwell. Los miembros de la Iglesia convocaron a reuniones donde hicieron pacto de defenderse y no abandonar la causa; a continuación, se instruyó a los residentes de las regiones circunvecinas que se congregaran en Far West, y la ciudad apresuró los preparativos para la defensa.
Lamentablemente, dos miembros del Consejo de los Doce Apóstoles, Thomas B. Marsh y Orson Hyde, abandonaron la causa de la Iglesia el 18 de octubre y se unieron al enemigo en Richmond. El hermano Marsh firmó una declaración jurada, que en su mayor parte contaba con el respaldo del hermano Hyde, afirmando que “el Profeta enseña el concepto de que las profecías del hermano Smith son superiores a las leyes del país, idea en la que cree todo fiel mormón. También le he oído decir que hollará a sus enemigos y que pisoteará sus cadáveres, y que si no lo dejan tranquilo, se convertirá en otro Mahoma para esta generación”24. Esta declaración hizo que los enemigos de la Iglesia justificaran aún más sus acciones.
José Smith dijo lo siguiente con respecto a esa traición: Thomas B. Marsh “se ha ensalzado con el orgullo de su alto cargo y con las revelaciones del cielo que le fueron dirigidas, hasta el punto de estar listo para que cualquier viento de adversidad que se le cruzara lo hiciera caer; y ahora ha caído, ha mentido y ha jurado falsamente, y está preparado para quitar la vida a sus mejores amigos. Que su ejemplo sea una advertencia para todo hombre, para que aprenda que al que se exalte a sí mismo Dios lo humillará”25. Thomas B. Marsh fue excomulgado el 17 de marzo de 1839; a Orson Hyde se le relevó de sus deberes en el Consejo de los Doce, y el 4 de mayo de ese año se le suspendió oficialmente, privándosele de ejercer las funciones de su oficio hasta haberse presentado en una conferencia de la Iglesia para explicar sus acciones26. El 27 de junio, después de haberse arrepentido y haber confesado su error, se le restauró a su lugar en el Quórum de los Doce Apóstoles. Thomas B. Marsh, después de años de muchos sufrimientos, regresó a la Iglesia en 1857.
LA BATALLA DEL RÍO CROOKED
La batalla del río Crooked marcó un punto crítico en las contenciones de Misuri y tuvo lugar al amanecer del jueves 25 de octubre de 1838. Uno de los elementos principales que causaron la tragedia fueron los actos provocativos del capitán Samuel Bogart, del condado de Jackson, enemigo acérrimo de los santos. Durante varios días, el capitán Bogart había estado patrullando el límite de los condados de Caldwell y Ray, supuestamente para prevenir un ataque de los mormones. Pero, en lugar de limitarse a patrullar, sus hombres se habían internado dos veces en el condado de Caldwell y habían atacado las casas de los miembros, ordenándoles que abandonaran el estado y llevándose prisioneros a tres hombres mormones. “Al escuchar la noticia, Elias Higbee, que era el juez principal del condado, mandó al teniente coronel Hinkle, el oficial de rango más elevado de Far West, que enviara una compañía para dispersar al populacho y recobrar a los prisioneros, a los que, según los informes recibidos, iban a asesinar esa noche”27.
Los miembros de la milicia habían estado esperando varios días que los llamaran a tomar las armas. A medianoche, al oír el redoblar de los tambores convocándolos a reunirse en la plaza pública, setenta y cinco hombres se presentaron y con ellos se formaron dos compañías al mando, respectivamente, de David W. Patten y de Charles C. Rich. Poco antes de amanecer, los grupos llegaron a un vado del río, que estaba a unos treinta kilómetros de Far West. El grupo al mando del hermano Patten se acercó al paso sin saber que Bogart tenía a sus hombres escondidos junto a las riberas del río; de pronto, uno de los guardias enemigos empezó a disparar. El élder Patten dio la orden de fuego inmediatamente, pero las figuras de sus hombres, perfilándose en el cielo del alba, ofrecían un buen blanco al adversario. En la batalla que se desató, rápida y encarnizada, quedaron heridos varios hombres de ambos bandos. Uno de éstos era el élder Patten, del Quórum de los Doce Apóstoles. El Profeta dijo después: “El hermano Gideon Carter recibió un disparo en la cabeza y quedó muerto en el suelo, tan desfigurado que los hermanos no supieron quién era”28.
Los hermanos liberaron a los tres prisioneros, uno de los cuales también estaba herido, persiguieron al enemigo hasta el otro lado del río, y luego regresaron a encargarse de los que habían caído. Al élder Patten lo llevaron a la casa de Stephen Winchester, cerca de Far West, donde murió unas horas después; él fue el primer Apóstol que tuvo la muerte de un mártir en esta dispensación. Su fe en el Evangelio restaurado era tan grande que una vez le había expresado al profeta José Smith el deseo de morir como mártir; en esa ocasión, “el Profeta, sumamente conmovido, demostró un gran pesar, ‘porque’, le respondió al hermano Patten, ‘cuando un hombre con fe tan grande como la suya le pide algo al Señor, generalmente lo consigue’ ”29. En el funeral, que se realizó en Far West dos días después de la batalla, José Smith le rindió honores, diciendo: “Aquí yace un hombre que ha hecho exactamente lo que dijo que haría: ha dado su vida por sus amigos”30.
Otro hermano, Patrick O’Bannion, también falleció después a causa de las heridas; y James Hendricks, que había sido gravemente herido, quedó por un tiempo paralizado de la cintura para abajo por lo que había que llevarlo en camilla; debido a eso, toda la responsabilidad del bienestar de la familia recayó en su esposa, Drusilla, que tuvo que soportar los peligros que les acechaban en Misuri y la ardua jornada hasta Illinois; pero lo sobrellevó todo con fortaleza de carácter y profunda fe.
Al cabo de poco tiempo, empezaron a llegar a oídos del gobernador Boggs, que estaba en Jefferson, cuentos exagerados de la batalla. De acuerdo con uno de los falsos rumores, todo el ejército de Bogart había sido masacrado o llevado prisionero y los mormones se preparaban para saquear e incendiar Richmond. Dichos informes le dieron al gobernador la excusa que buscaba para declarar una guerra abierta contra los santos.
LA ORDEN DE EXTERMINACIÓN Y LA MASACRE DE HAUN’S MILL
En la última semana de octubre, “oyéndose de populachos por todos lados”, había gran conmoción en el norte de Misuri31. Las turbas quemaban casas y cosechas, robaban ganado, se llevaban prisioneros y amenazaban de muerte a los santos. El general Atchison volvió a suplicar al gobernador Boggs que visitara la región, pero éste, en cambio, el 27 de octubre ordenó a su milicia que entrara en guerra. Basándose exclusivamente en los informes falsos de un levantamiento de los mormones el gobernador afirmó que los santos habían desafiado las leyes del estado y habían iniciado las hostilidades, y escribió lo siguiente: “Debemos tratar a los mormones como enemigos y, si es necesario para el bien del público, es preciso exterminarlos o expulsarlos del estado. Sus atropellos son imposibles de describir”32. Para entonces, la opinión pública se oponía con tal fuerza a los santos que aun los que sabían la verdad no se atrevían a ponerse abiertamente de su lado. La “orden de exterminación” del gobernador Boggs se apoyaba en la voluntad popular y era una expresión de ella.
El general Atchison estaba a cargo de las tropas del estado, pero el gobernador lo había destituido antes de la capitulación de Far West entregándole el mando al general John B. Clark, el cual no llegó a la población hasta unos días después de haberse rendido ésta. El general Samuel D. Lucas, por largo tiempo enemigo de la Iglesia en el condado de Jackson, quedó temporariamente al mando de las tropas que se reunían procedentes de todos lados para rodear a Far West. El 31 de octubre había más de dos mil hombres rodeando la población, la mayoría de los cuales tenían la determinación de cumplir la orden del gobernador.
En Haun’s Mill, una pequeña colonia que se hallaba a unos veinte kilómetros al este de Far West, volvió a estallar la violencia; el pueblecito había sido fundado por Jacob Haun, un converso de Green Bay, estado de Wisconsin, que se había mudado a Shoal Creek en 1835, con la esperanza de escapar la persecución que sufrían sus hermanos en otras partes de Misuri. Haun’s Mill consistía en un molino, una herrería y un puñado de casas, y tenía una población de veinte o treinta familias alrededor del molino y otras cien en las cercanías. El 30 de octubre habían llegado nueve carretas con inmigrantes de Kirtland, los que decidieron quedarse a descansar allí unos días antes de seguir hasta Far West.
Inmediatamente después de la batalla del río Crooked, el profeta José Smith les había aconsejado a los miembros de las regiones circunvecinas que se fueran a Far West o a Adán–ondi–Ahmán. Jacob Haun no estaba dispuesto a abandonar sus propiedades por lo que no hizo caso del consejo del Profeta e instó a los de la pequeña comunidad que permanecieran allí; su imprudente decisión tuvo consecuencias fatales. El grupo tenía intenciones de utilizar la herrería como fuerte en caso de un ataque enemigo, y se colocaron guardias para proteger el molino y la colonia.
El domingo 28 de octubre, el coronel Thomas Jennings, de la milicia del condado de Livingston, mandó a uno de sus hombres a cerrar un trato para mantener la paz; ambas partes se comprometieron a no atacar a la otra. Sin embargo, el bando enemigo no se dispersó como lo había prometido. El lunes, un grupo de gente de Misuri que vivía en el condado de Livingston decidió atacar Haun’s Mill, probablemente incitados por la orden del gobernador. El martes 30 de octubre, una fuerza de alrededor de doscientos cuarenta hombres se acercó a la población. Joseph Young, uno de los siete presidentes de los Setenta que hacía poco había llegado allí, describió con estas palabras el escenario de aquella tarde: “Ambas riberas del arroyo Shoal estaban llenas de niños que corrían y jugaban mientras las madres se dedicaban a las tareas domésticas y los padres estaban ocupados en proteger los molinos y otras propiedades; algunos se hallaban juntando sus cosechas para el invierno. El tiempo era muy agradable, el sol brillaba en un cielo despejado y todo estaba tranquilo, sin que hubiera nadie que expresara ninguna aprensión con respecto a la terrible crisis que se cernía sobre nosotros, casi a nuestras puertas”33.
Alrededor de las cuatro de la tarde el populacho se acercó a Haun’s Mill. Las mujeres y los niños huyeron hacia los bosques vecinos, mientras los hombres buscaban protección en la herrería. David Evans, el dirigente militar de los santos, sacudió en el aire el sombrero suplicándoles que mantuvieran la paz; le respondió el sonido de los disparos de cien rifles, la mayoría en dirección a la herrería. Los bravucones de la turba tiraron sin piedad a cualquiera que estuviera a la vista, incluso mujeres, ancianos y niños. Una de las mujeres, Amanda Smith, tomó a sus dos pequeñas y corrió con otra hermana, Mary Stedwell, por un pasaje que había a través de la alberca del molino. “A pesar de que éramos mujeres”, contaba la hermana Smith, “y que huíamos con niños pequeños para salvar la vida, los demonios vomitaban una descarga tras otra para matarnos”34.
La chusma entró en la herrería y encontró a Sardius Smith, que tenía diez años y era hijo de Amanda Smith, escondido detrás de los fuelles del herrero. Uno de los rufianes puso el cañón del arma contra la cabeza del niño y le voló la tapa de los sesos; más adelante, el hombre comentó con respecto a su acción: “Las liendres se convierten en piojos, y si el chico hubiera vivido se habría convertido en un mormón”35. Alma Smith, hermanito de Sardius que tenía entonces siete años, presenció el asesinato de su padre y de su hermano, y él mismo fue herido en una cadera; pero el populacho no lo descubrió y más tarde sanó milagrosamente por medio de la oración y la fe. A Thomas McBride lo mataron a cuchilladas con un machete de cortar maíz. Aunque unos cuantos hombres, junto con mujeres y niños, lograron escapar cruzando el arroyo para huir a las colinas, hubo por lo menos diecisiete muertos y unas trece personas quedaron heridas36. Jacob Haun estaba entre los heridos, pero se recuperó. Años después, el Profeta hizo este comentario: “En Haun’s Mill los hermanos actuaron contrariamente a mis consejos; si no lo hubieran hecho, habrían salvado la vida”37.
Las víctimas del atropello se escondieron por el resto de ese día y toda la noche temiendo otro ataque. Al día siguiente, unos cuantos hombres enterraron a los muertos en un hoyo que se había cavado para juntar agua. Joseph Young se había hecho tan amigo del pequeño Sardius Smith en el viaje desde Kirtland que se dejó vencer por la emoción y no pudo poner el cuerpo del niño en la fosa común; la hermana Smith y su hijo mayor lo sepultaron al día siguiente.
Los desolados sobrevivientes abandonaron Misuri en el transcurso de ese invierno y de la primavera junto con otros miembros de la Iglesia. La chusma siguió molestando a algunas de las viudas antes de su partida, pero el Señor les ayudó. Amanda Smith describió de esta manera la tranquilidad que recibió de Él un día que se internó en un sembrado de maíz para orar en voz alta:
“En aquel momento, me parecía como si estuviera en el templo del Señor. Oré en voz alta y con gran fervor.
“Cuando salí del sembrado, una voz me habló, y era tan clara como cualquiera que hubiera oído antes. No era una impresión fuerte y silenciosa del Espíritu, sino una voz que repetía esta estrofa de un himno de los santos:
“ ‘Pues ya no temáis, y escudo seré,
que soy vuestro Dios y socorro tendréis;
y fuerza y vida y paz os daré,
y salvos de males vosotros seréis’”.
[Himnos, Nº 40.]
“Desde ese momento ya no tuve más temor; sabía que nada podría dañarme”38.
EL SITIO DE FAR WEST
Mientras ocurría todo eso, las fuerzas militares enemigas de los mormones continuaban reuniéndose alrededor de Far West en preparativos para atacar la ciudad. La milicia de Far West levantó barricadas valiéndose de carretas y maderas; pero el miércoles 31 de octubre las fuerzas enemigas superaban las de los santos en una proporción de cinco a uno. Ninguna de las partes quería iniciar la batalla, así que pasaron el día en espera y tratando de decidir lo que debían hacer. Al llegar la noche, el general Lucas envió un mensajero con una bandera de tregua; el coronel Hinkle, oficial dirigente de los santos, lo recibió y en secreto aceptó la propuesta del general Lucas por la que exigía que ciertos líderes se entregaran para someterse a juicio y a castigos, que se confiscaran las propiedades de los mormones para pagar los daños causados por los disturbios y que el resto de los miembros entregaran las armas y abandonaran el estado.
De regreso en Far West, el coronel Hinkle convenció a José Smith, Sidney Rigdon, Lyman Wight, Parley P. Pratt y George W. Robinson de que lo que el general Lucas quería era hablarles en una conferencia de paz. Los hermanos se quedaron pasmados cuando el supuesto hermano Hinkle los entregó al general como prisioneros. Parley P. Pratt describió de esta manera la trágica escena: “El altanero general [Lucas] se acercó a nosotros montado a caballo y, sin dirigirnos la palabra, ordenó a sus soldados que nos rodearan; así lo hicieron, muy abruptamente, y nos obligaron a marchar hasta el campamento de ellos, donde nos vimos rodeados por miles de seres de aspecto salvaje, algunos de los cuales estaban vestidos y pintados como guerreros indios; éstos dejaban escapar gritos que sonaban como los aullidos de una jauría de sabuesos persiguiendo a una presa, como si estuvieran celebrando una de las victorias más milagrosas de la historia del mundo”39.
Los aullidos continuaron durante la noche, aterrorizando a los habitantes de Far West que temían que la turba ya hubiese asesinado al Profeta; la mayoría de ellos pasaron toda la noche orando. En el campamento enemigo, obligaron a los hermanos a acostarse directamente en la tierra, en medio de una lluvia fría, y a escuchar una “constante andanada de burlas” y groserías de boca de los guardias. “Blasfemaban contra Dios y se burlaban de Jesucristo; echaban las más terribles maldiciones; injuriaban al hermano José y a otros; nos exigían que hiciéramos milagros; querían señales, diciendo: ‘Vamos, señor Smith, ¡muéstrenos un ángel!’, ‘¡dénos una de sus revelaciones!’, ‘¡muéstrenos un milagro!’”40.
En un consejo de guerra que se realizó en forma secreta e ilegal durante la noche, se condenó a muerte a los prisioneros y se decidió que serían ejecutados a la mañana siguiente en la plaza pública de Far West. Cuando el general Alexander Doniphan recibió la orden del general Lucas, se indignó ante la brutalidad y la injusticia del caso y respondió: “Es un asesinato a sangre fría y me niego a obedecer sus órdenes. Mi brigada se pondrá en marcha hacia Liberty mañana por la mañana, a las ocho en punto. Si usted ejecuta a esos hombres, prometo solemnemente hacerle responsable [de las muertes] en un tribunal de esta tierra”41. La valerosa contestación del general Doniphan intimidó al general Lucas, quien no se atrevió a llevar a cabo la sentencia. Las oraciones de los santos recibieron así su respuesta42.
Aquella misma noche llegó a Far West la noticia de que el enemigo se proponía arrestar a los participantes de la batalla del río Crooked que todavía estuvieran allí; por ese motivo, unos veinte hermanos escaparon de Far West antes del amanecer y se encaminaron hacia el noreste, en dirección al territorio de Iowa. Hyrum Smith y Amasa Lyman no tuvieron esa suerte, sino que los arrestaron y los llevaron con los demás prisioneros.
El 1º de noviembre por la mañana, al mismo tiempo que George Hinkle sacaba a las tropas mormonas de Far West, la milicia de Misuri entraba en la ciudad; mientras revisaban todo en busca de armas, saquearon el pueblo, robaron artículos de valor, violaron a algunas de las mujeres y, a punta de bayoneta, obligaron a los élderes que presidían a firmar compromisos de pagar los gastos de los soldados43. Muchos de los hombres prominentes que habían quedado fueron arrestados y llevados prisioneros a Richmond; el resto de los santos recibió la orden de abandonar el estado.
Los planes del enemigo eran transportar a los líderes de la Iglesia a Independence, donde iban a someterlos a juicio otra vez y a ponerlos en exhibición para humillarlos públicamente. José Smith y sus compañeros de prisión, con la idea de que quizás los ejecutaran, suplicaron que les permitieran ver a su familia por última vez; el 2 de noviembre volvieron a Far West. El Profeta encontró a su esposa e hijos llorando, pues pensaban que ya lo habían matado. “Cuando entré en mi casa”, escribió el Profeta, “se colgaron de mi ropa, con las lágrimas brotándoles copiosamente, mientras en sus rostros se mezclaban las expresiones de gozo y de pesar”. Les negaron el privilegio de pasar unos momentos juntos, en privado, y, mientras la hermana Smith lloraba y los niños se aferraban a él, “las espadas de los guardias los apartaron de mí”44. Los otros prisioneros sufrieron en forma similar al despedirse de sus seres queridos.
Lucy Smith, la madre del Profeta y de Hyrum, corrió hacia la carreta donde los tenían bajo guardia y apenas logró tocarles las manos, que le habían extendido, antes de que la carreta partiera. Después de varias horas de intenso dolor, sintió el consuelo del Espíritu y fue bendecida con el don de profecía: “Que tu corazón se consuele con respecto a tus hijos, pues sus enemigos no les harán daño”45. El profeta José Smith, por su parte, recibió una revelación parecida. A la mañana siguiente, al empezar los prisioneros la marcha, él habló a sus compañeros en voz baja pero llena de esperanza: “¡Ánimo, hermanos! Anoche vino a mí la palabra del Señor diciendo que se nos concederá la vida y que, aun cuando tengamos que sufrir en este cautiverio, no se perderá la vida de ninguno de nosotros”46.
Al mismo tiempo que eso ocurría, llegó a Far West el oficial designado por el gobernador como comandante de la “guerra de los mormones”, el general John B. Clark, que ordenó a todos permanecer en la ciudad; los miembros, debilitados ya por el hambre, se vieron así forzados a subsistir con maíz quemado por el sol. El 6 de noviembre, el general dirigió la palabra a los atormentados ciudadanos, insinuando que no los obligaría a abandonar el estado en lo crudo del invierno; pero agregó: “Por esta bondad, están endeudados conmigo por mi clemencia. No digo que deban irse inmediatamente, pero no deben pensar en quedarse mucho tiempo ni en sembrar nada para cosechar… Y en cuanto a sus líderes, no piensen, no imaginen ni siquiera un momento, no se permitan acariciar el pensamiento de que ellos saldrán libres, de que volverán a ver sus rostros, porque su destino se ha decidido ya, las cartas están sobre la mesa, su suerte se ha sellado”47.
Otro batallón de la milicia rodeó a los santos que habían huido a Adán–ondi–Ahmán en busca de refugio. Después de tres días de llevar a cabo un consejo de investigación, se ordenó a todos los mormones salir del condado de Daviess, pero se les dio permiso de ir a Far West hasta que llegara la primavera.
Mientras se preparaban para el éxodo, los miembros buscaron otra vez la protección de la legislatura de Misuri. Aunque se explicó claramente su penosa situación y varios legisladores, así como periódicos del estado, expresaron compasión, nunca se inició una investigación oficial. Lo único que hizo el cuerpo legislativo fue una apropiación de dos mil dólares como fondo de ayuda para los damnificados del condado de Caldwell.
EN LA PRISIÓN
Entretanto, se llevaron a José Smith y a otros prisioneros a Independence, donde los expusieron a la vista del público; de allí los trasladaron a Richmond y los tuvieron encadenados unos con otros más de dos semanas, en una casa vacía, bajo guardia. Amediados de noviembre se dio comienzo a un juicio que duró trece días y fue presidido por el juez de distrito Austin A. King. Se había reunido toda clase de evidencias falsas en contra de ellos. El primer testigo fue Sampson Avard, que acusó hipócritamente al Profeta de ser responsable de los desmanes cometidos por los danitas; le siguieron otros testigos igualmente malvados. Cuando los prisioneros entregaron una lista de testigos de la defensa, éstos fueron, uno por uno, encarcelados o expulsados del condado. Alexander Doniphan, que era el abogado de los santos, comentó: “Si una hueste de ángeles hubiera bajado del cielo y declarado que éramos inocentes, tampoco habría valido de nada, pues él (King) tenía desde el principio la determinación de meternos en la cárcel”48.
Durante dos semanas terribles los prisioneros sufrieron el abuso de los guardias. Una noche de noviembre, los hermanos habían tenido que escuchar durante varias horas “las burlas obscenas, los horribles juramentos, las espantosas blasfemias y el lenguaje soez” de los guardias que comentaban las atrocidades que habían infligido en los santos. Parley P. Pratt se hallaba tendido junto al Profeta, escuchando, “logrando a duras penas contenerme para no levantarme… y reprenderlos”. De pronto, José Smith se levantó y, encadenado y desarmado como se hallaba, exclamó con “voz de trueno”: “ ‘¡SILENCIO, demonios del abismo infernal! En el nombre de Jesucristo os increpo y os mando callar. No viviré ni un minuto más escuchando semejante lenguaje. ¡Cesad de hablar de esa manera, o vosotros o yo moriremos EN ESTE MISMO INSTANTE!’
“Cesó de hablar. Permaneció erguido en su terrible majestad. Encadenado y sin armas; tranquilo, impávido y con la dignidad de un ángel se quedó mirando a los guardias acobardados, que bajaron o dejaron caer sus armas al suelo, y, golpéandoles las rodillas una contra la otra, se retiraron a un rincón; o, echándose a los pies de él, le pidieron que los perdonase, y permanecieron callados hasta el cambio de la guardia”49.
Al finalizar el juicio, el juez King ordenó que José Smith y otros cinco hermanos permanecieran bajo custodia policial para nuevos procesamientos y los mandó encarcelar en la cárcel de Liberty, condado de Clay. Parley P. Pratt y varios compañeros quedaron confinados en Richmond; los demás prisioneros quedaron en libertad.
En realidad, la cárcel de Liberty, de dos pisos y hecha de piedra, era una mazmorra cuadrada de poco más de seis metros de lado; unas aberturas pequeñas que servían de ventanas en la parte superior, tenían rejas y no dejaban entrar mucho calor; en el suelo había un agujero, que era la única entrada al sótano, y éste era tan bajo que un hombre no se podía parar derecho. Durante los cuatro meses de invierno el Profeta y sus compañeros sufrieron frío, condiciones insalubres, efectos del humo que respiraban, comida repulsiva y soledad. Y, quizás, lo peor de todo fuera la imposibilidad de acompañar a los santos a quienes se forzaba a abandonar el estado. No obstante, aquellos fueron meses de suma importancia para José Smith y para la Iglesia. En ausencia del Profeta, Brigham Young, Heber C. Kimball y John Taylor demostraron una capacidad de líderes y una dedicación extraordinarias; y, en medio de sus tribulaciones, el profeta José Smith recibió invalorables instrucciones espirituales del Señor. Debido a las revelaciones que recibió allí, la cárcel de Liberty podría considerarse una prisión “templo”.
Mientras José Smith y sus compañeros languidecían en la cárcel, esperando que los oficiales gubernamentales del estado decidieran qué hacer con ellos, la opinión pública en Misuri empezó a volverse en contra del gobernador Boggs y de los populachos. Hacia fines de marzo de 1839, el Profeta escribió una larga carta a la Iglesia, parte de la cual aparece ahora en las secciones 121, 122 y 123 de Doctrina y Convenios. Después de reflexionar sobre los perjuicios causados a los santos, había suplicado al Señor de esta manera50:
“Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿y dónde está el pabellón que cubre tu morada oculta?
“¿Hasta cuándo se detendrá tu mano, y tu ojo, sí, tu ojo puro, contemplará desde los cielos eternos los agravios de tu pueblo y de tus siervos, y penetrarán sus lamentos en tus oídos?
“Sí, oh Señor, ¿hasta cuándo sufrirán estas injurias y opresiones ilícitas, antes de que tu corazón se ablande y tus entrañas se llenen de compasión por ellos?” (D. y C. 121:1–3).
A continuación, el Profeta les daba a conocer la respuesta que el Señor había dado a su súplica:
“Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento;
“y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás de todos tus enemigos.
“Tus amigos te sostienen, y te saludarán de nuevo con corazones fervientes y manos amistosas” (D. y C. 121:7–9).
En abril enviaron a los prisioneros de Liberty al condado de Daviess para otro procesamiento. Un jurado presentó un documento acusándolos de “asesinato, traición, asaltos, incendios, saqueo y robos”51. Se logró que cambiaran el lugar del juicio, pero cuando se hallaban en camino al condado de Boone para ser juzgados, el alguacil y los guardias los dejaron escapar a Illinois porque algunos de los oficiales habían llegado a la conclusión de que no había base para condenarlos. Más adelante, ya en el verano, Parley P. Pratt y Morris Phelps también escaparon de la cárcel de Columbia, condado de Boone, y consiguieron llegar a Nauvoo; uno de sus compañeros, King Follett, fue capturado de nuevo y no quedó en libertad hasta octubre de 1839; él fue el último de los miembros de la Iglesia de esa época que estuvo cautivo.
Por quinta vez en menos de diez años, muchos de los Santos de los Últimos Días tuvieron que abandonar su hogar y empezar a construir otro lugar que les sirviera de refugio. Aunque los últimos meses habían estado plagados por los desastres económicos, las terribles persecuciones, la apostasía y la expulsión de Misuri, la mayoría de los miembros no perdieron de vista su destino divino52. Ese elemento se refleja en la carta que José Smith les escribió: “…Tan inútil le sería al hombre extender su débil brazo para contener el río Misuri en su curso decretado, o volverlo hacia atrás, como evitar que el Todopoderoso derrame conocimiento desde el cielo sobre la cabeza de los Santos de los Últimos Días” (D. y C. 121:33).
Historia Fecha |
Acontecimientos importantes |
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6 de agosto de 1838 |
Batalla del día de las elecciones en Gallatin. |
7 de septiembre de 1838 |
Juicio de José Smith y Lyman Wight ante el juez Austin King. |
1º–7 de octubre de 1838 |
Batalla de DeWitt. |
18–19 de octubre de 1838 |
Contiendas en el condado de Daviess. |
25 de octubre de 1838 |
Batalla del río Crooked. |
27 de octubre de 1838 |
El gobernador Boggs expide la “orden de exterminación”. |
30 de octubre de 1838 |
La masacre de Haun’s Mill. |
30 de octubre—6 de noviembre de 1838 |
Sitio de Far West. |