“Lección 7 — Material de preparación para la clase: Aceptar la justicia, la misericordia y el amor de Dios”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro, 2023
“Lección 7 — Material de preparación para la clase”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro
Lección 7 — Material de preparación para la clase
Aceptar la justicia, la misericordia y el amor de Dios
Moisés enseñó que Jehová es “justo y recto” (Deuteronomio 32:4) y también dijo que el Señor es “misericordioso y piadoso” (véase Éxodo 34:6). ¿Te has preguntado alguna vez cómo es posible que el Padre Celestial y Jesucristo sean a la vez justos y misericordiosos? Estos atributos divinos no solo enseñan acerca del amor de Dios por ti, sino que también proporcionan un ejemplo de cómo tú puedes demostrar amor por los demás.
Nota: En las Escrituras, el título Dios puede referirse tanto al Padre Celestial como a Jesucristo. Ambos representan perfectamente todos los atributos divinos. Todo lo que aprendamos acerca de Uno es igualmente cierto en cuanto al Otro (véanse Juan 14:9; 17:21).
Sección 1
¿Qué me puede enseñar la justicia de Dios acerca de Su amor?
Algunas personas consideran que el “Dios del Antiguo Testamento” se comporta de manera diferente al “Dios del Nuevo Testamento”. Ven al Dios del Antiguo Testamento, Jehová, como un Dios vengativo, exigente y severo, y ven al Dios del Nuevo Testamento, Jesucristo, como un Dios bondadoso, indulgente y misericordioso. Sin embargo, tal como pudiste aprender en una lección anterior, “[Jesucristo] fue el Gran Jehová del Antiguo Testamento y el Mesías del Nuevo” (“El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, LaIglesiadeJesucristo.org). ¿Cómo puede un mismo Dios ser estricto y bondadoso, estar enojado y ser longánime, ser justo y misericordioso?
Estos atributos aparentemente opuestos son ejemplos de la profundidad y la amplitud del carácter de Dios. El comprender la manera en que Él personifica todas estas características nos permite confiar mejor en Él. Piensa en los problemas que podríamos encontrar en la vida si consideramos los atributos divinos de Dios como una disyuntiva: que Él es o justo y estricto, o compasivo e indulgente. Al estudiar las Escrituras, piensa en la forma en que todos los atributos de Dios están relacionados con Su amor perfecto.
Comencemos con el atributo de la justicia. ¿En qué te hace pensar esta palabra? A veces, en las Escrituras, la justicia de Dios puede parecer muy rigurosa. Algunos relatos del Antiguo Testamento utilizan palabras como indignación e ira para describir la justicia de Dios con respecto a los desobedientes e inicuos (véase Jeremías 32:30). Por ejemplo, debido a la desobediencia del pueblo, Sodoma y Gomorra fueron destruidas por fuego del cielo (véase Génesis 19:15–25), Asiria dispersó la casa de Israel (véase 2 Reyes 15:27–31) y los babilonios se llevaron cautiva a la nación de Judá (véase 2 Reyes 24:10–16). En resumen, los inicuos a menudo experimentaron el peso de la justicia de Dios.
Cuando leemos acerca de la ira de Dios, no debemos suponer que nuestros sentimientos y expresiones de ira, como seres humanos caídos, son iguales que la ira justa de Dios. Así nos lo recordó el profeta Isaías: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová” (Isaías 55:8).
El presidente Dallin H. Oaks, de la Primera Presidencia, ofreció la perspectiva siguiente:
Una y otra vez leemos en la Biblia y en las Escrituras modernas en cuanto al enojo de Dios con los inicuos y que Él desata Su ira contra aquellos que violan Sus leyes. ¿De qué manera son el enojo y la ira evidencia de Su amor? […]. El amor de Dios es tan perfecto que Él requiere de nosotros tiernamente que obedezcamos Sus mandamientos, porque sabe que únicamente mediante la obediencia a Sus leyes podemos llegar a ser perfectos como Él. Por esta razón, el enojo de Dios y Su ira no son una contradicción de Su amor, sino una evidencia de Su amor (véase “El amor y la ley”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 27).
El tiempo de la justicia de Dios también es una señal de Su amor por Sus hijos. Por ejemplo, piensa en el relato de Noé y el Diluvio. En los días de Noé, la “tierra se corrompió delante de Dios” (Moisés 8:28). La violencia se había generalizado y la gente se dedicaba continuamente a lo malo. Durante unos 120 años, Noé advirtió al pueblo que si no se arrepentían, serían destruidos por un diluvio (véase Moisés 8:17–30). El pueblo ignoró la amorosa súplica de Dios y todos, excepto Noé y su familia, perecieron en el Diluvio (véase Génesis 8:15–21).
A primera vista, este acontecimiento podría parecer simplemente la administración de una justicia severa y estricta, pero gracias a una visión que el profeta Enoc tuvo acerca de la época de Noé, obtenemos una perspectiva extraordinaria sobre la relación que existe entre la justicia de Dios y Su amor.
El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo acerca de esa emotiva escena:
Esa sola escena fascinante enseña más acerca de la verdadera naturaleza de Dios que cualquier disertación teológica […].
¡Qué imagen tan indeleble de la participación de Dios en nuestra vida! […]. ¡Qué fácil amar a Quien nos ama de manera tan singular! (véase “La grandiosidad de Dios”, Liahona, noviembre de 2003, pág. 72).
Al pensar en lo que significa para ti el amor de Dios, piensa en la mejor manera de describir ese amor a los demás. El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
Se puede hablar del amor divino y describirlo de varias maneras. Uno de los términos que oímos a menudo hoy en día es que el amor de Dios es “incondicional”. Si bien en un sentido eso es verdad, el término “incondicional” no aparece en ninguna parte de las Escrituras. En cambio, en las Escrituras se describe Su amor como “grande y maravilloso amor” [Doctrina y Convenios 138:3], “perfecto amor” [1 Juan 4:18; Moroni 8:16], “amor que redime” [Alma 5:26] y “amor eterno” [Jeremías 31:3]. Esas expresiones son mejores porque la palabra incondicional puede transmitir ideas incorrectas acerca del amor divino, tales como que Dios tolera y excusa todo porque Su amor es incondicional, o que Dios no exige nada de nosotros porque Su amor es incondicional, o que todos son salvos en el reino celestial de Dios porque Su amor es incondicional. El amor de Dios es infinito y perdurará para siempre, pero lo que signifique para cada uno de nosotros dependerá de cómo respondamos a Su amor (“Permaneced en mi amor”, Liahona, noviembre de 2016, pág. 48).
Sección 2
¿Qué me puede enseñar la misericordia del Señor acerca de Su amor?
Es una buena sensación que Dios nos bendiga cuando obedecemos, pero resulta difícil tener que experimentar las consecuencias de nuestras malas decisiones, y cuando las consecuencias son graves, eso puede ser aterrador. En esos momentos, podríamos suplicar misericordia al Señor.
Sin embargo, en muchos otros casos, los que pecan no se dan cuenta de la necesidad de la misericordia de Dios. Piensa en el caso de Coriantón, el hijo de Alma, hijo. Después de abandonar su misión y cometer pecados graves, Coriantón sintió que era una “injusticia” que un pecador fuera castigado y experimentara miseria (véase Alma 42:1).
Jesucristo, que siente un profundo amor personal por ti y por todos, se interpone entre nosotros y la justicia que nos espera (véase Mosíah 15:9). Él ya pagó el atroz precio de nuestros pecados y desea extender misericordia al que se arrepiente (véase Doctrina y Convenios 19:16–18). El presidente Dieter F. Uchtdorf, en aquel entonces consejero de la Primera Presidencia, dijo:
No podemos ganarnos el cielo por nosotros mismos, las exigencias de la justicia se interponen como una barrera que nos es imposible superar.
Pero no todo está perdido […].
Aunque nuestros pecados sean rojos como el carmesí, pueden tornarse blancos como la nieve. Gracias a que nuestro amado Salvador “se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Timoteo 2:6), se ha proporcionado una entrada en Su reino eterno para nosotros (“El don de la gracia”, Liahona, mayo de 2015, pág. 108).
Piensa de nuevo en la visión que tuvo Enoc sobre el Diluvio. Enoc aprendió que en el mundo de los espíritus, incluso los desobedientes que murieron en el Diluvio pueden, con el tiempo, llegar a ponerse “a la diestra de Dios” si ejercen fe en Jesucristo y se arrepienten de sus pecados (Moisés 7:57; véanse también Moisés 7:38, 55–56; Doctrina y Convenios 138:6–8, 28–37).
El élder Lynn G. Robbins, de los Setenta, enseñó acerca de la manera en que la gracia del Señor nos brinda muchas oportunidades de cambiar:
[A]sombro nos da la gracia del Salvador al darnos segundas oportunidades para vencer el pecado o los fracasos del alma.
Nadie está más de nuestro lado que el Salvador […].
Sabiendo que el sendero estrecho y angosto estaría lleno de pruebas y que los fracasos serían una constante diaria en nuestra vida, el Salvador pagó un precio infinito a fin de darnos tantas oportunidades como fueran necesarias para superar con éxito nuestra prueba terrenal […].
Debido a que no queremos estar acabados hasta que lleguemos a ser como nuestro Salvador, debemos seguir levantándonos cada vez que caemos, con el deseo de seguir creciendo y progresando a pesar de nuestras debilidades (“Hasta setenta veces siete, Liahona, mayo de 2018, págs. 22, 23).