“Lección 8 — Material de preparación para la clase: Aceptar a Jesucristo como el Mesías prometido”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro, 2023
“Lección 8 — Material de preparación para la clase”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro
Lección 8 — Material de preparación para la clase
Aceptar a Jesucristo como el Mesías prometido
Piensa en alguna ocasión en la que hayas experimentado algún tipo de desafío físico, mental, emocional o espiritual. ¿Adónde acudiste en busca de ayuda? Los profetas de la antigüedad testificaron que el Mesías vendría a consolarnos, fortalecernos y sanarnos. Al estudiar algunas de esas profecías sagradas, valora cómo puede ayudarte Jesucristo, el Mesías.
Sección 1
¿Cómo puede brindarme sanación el aceptar a Jesucristo como el Mesías?
Así como nosotros estamos atentos a la segunda venida del Señor, el pueblo del convenio del Antiguo Testamento esperaba con anhelo la primera venida del Mesías, el Libertador. Según los profetas del Antiguo Testamento, el Mesías sería descendiente del rey David y libraría a Su pueblo. “En el Nuevo testamento, a Jesús se le llama el Cristo, que es el equivalente griego de Mesías” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Mesías”).
Isaías escribió varias profecías acerca del Mesías y Su misión (véanse Isaías 9:6; 7:14–15; 11:1–9; 35:5; 51:4–8; 52:9–10). Mira “Isaías profetizó de Cristo” (4:51) y medita en la forma en que las profecías de Isaías se aplican a la función del Mesías en tu vida.
El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo lo siguiente acerca de Isaías 61:1–3: “Estos versículos se podrían clasificar entre los más conmovedores y significativos jamás escritos, en particular a la luz de su verdadero significado mesiánico” (Christ and the New Covenant, 1997, pág. 89).
Si bien tales profecías llenaron a los judíos de esperanza y expectativas de liberación, en la época del Nuevo Testamento muchos “esperaban solamente un libertador que los librara del poder romano y les diera una mayor prosperidad nacional” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Mesías”). Cuando Jesús no cumplió esas expectativas, muchos rechazaron Su afirmación de que era el Mesías prometido durante tanto tiempo.
Por ejemplo, al comienzo de Su ministerio, Jesús regresó a Nazaret, Su pueblo natal, y asistió a la sinagoga en el día de reposo. Allí se puso de pie para leer las Escrituras, abrió el pergamino y leyó en voz alta Isaías 61:1–2. Luego proclamó que en Él se cumplía esa profecía mesiánica (véase Lucas 4:16–21). Los presentes quedaron atónitos, se enojaron y trataron de matarlo (véase Lucas 4:22–30).
Puedes ver este acontecimiento que se representa en el video “Jesús declara que Él es el Mesías” (3:23).
Al igual que las personas de Nazaret, cada uno de nosotros debe decidir si aceptará a Jesús como el Mesías. Al testificar de la naturaleza personal de la misión mesiánica del Señor, el élder Gerrit W. Gong, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo:
Él vive, no solo en aquel entonces, sino ahora; no solo para algunos, sino para todos. Él vino y sigue viniendo a sanar a los quebrantados de corazón, liberar a los cautivos, dar vista a los ciegos y poner en libertad a los quebrantados (véase Lucas 4:18). Esos somos cada uno de nosotros. Sus promesas de redención se cumplen, independientemente de nuestro pasado, nuestro presente o lo que pensemos de nuestro futuro (“Hosanna y aleluya — Jesucristo viviente: La esencia de la Restauración y de la Pascua de Resurrección”, Liahona, mayo de 2020, pág. 53).
Sección 2
¿Qué hizo el Mesías que le permite sanarme y ayudarme?
Es probable que sepas, por experiencia personal, al menos un poco sobre el sufrimiento y el dolor, y es probable que lo hayas visto en la vida de otras personas de tu entorno. Trata de imaginar cómo pudo haber sido para Jesucristo experimentar todo el sufrimiento humano: el dolor físico, emocional y espiritual, por todas las personas a lo largo de todo el tiempo, también por ti.
En Isaías 53 se encuentra una de las revelaciones más esclarecedoras de las Escrituras acerca del sufrimiento de Jesucristo a favor nuestro. De hecho, el élder Holland dijo que es “la declaración más sublime, más larga y más poética sobre la vida, la muerte y el sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo” (Christ and the New Covenant, 1997, pág. 89).
Cuando el profeta Alma, hijo, predicó a los nefitas, describió la amplitud y profundidad del sufrimiento del Mesías.
La presidenta Jean B. Bingham, Presidenta General de la Sociedad de Socorro, enseñó:
En Sus 33 años en la vida terrenal, [Jesucristo] sufrió rechazo, persecución, hambre corporal, sed y fatiga, soledad, abuso verbal y físico y, finalmente, una muerte atroz en manos de hombres pecadores. En el Jardín de Getsemaní y en la cruz del Calvario, sintió todos nuestros dolores, aflicciones, tentaciones, enfermedades y debilidades.
No importa lo que hayamos sufrido, Él es la fuente de sanidad. Aquellos que han experimentado cualquier forma de abuso, pérdida devastadora, enfermedad crónica o aflicción discapacitante, acusaciones falsas, persecución cruel o daño espiritual por el pecado o los malentendidos, pueden ser todos sanados por el Redentor del mundo. Sin embargo, Él no entrará sin invitación. Debemos venir a Él y permitirle efectuar Sus milagros (“Para que tu gozo sea completo”, Liahona, noviembre de 2017, pág. 86).
Al abordar la manera en que el Señor nos socorre, el presidente Dallin H. Oaks, de la Primera Presidencia, dijo:
[G]racias a Su expiación, el Salvador tiene el poder de socorrer —de ayudar— en cada dolor y aflicción de la vida terrenal. A veces, Su poder sana una dolencia, pero las Escrituras y nuestras experiencias nos enseñan que a veces Él nos socorre o nos ayuda dándonos la fuerza o la paciencia para soportar nuestras dolencias (“Fortalecidos por la expiación de Jesucristo”, Liahona, noviembre de 2015, pág. 62).