“Lección 14 — Material de preparación para la clase: Reconocer los milagros del Salvador”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro, 2023
“Lección 14 — Material de preparación para la clase”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro
Lección 14 — Material de preparación para la clase
Reconocer los milagros del Salvador
Cuando hablamos de los milagros de Jesucristo, tendemos a centrarnos en los relatos inspiradores que encontramos en el Nuevo Testamento. Aunque hay mucho que podemos y debemos aprender de esos relatos de las Escrituras, ¿has pensado en los milagros que el Señor efectúa en nuestra época y también en tu vida? A medida que estudies, procura profundizar tu fe en el poder del Señor y en Su disposición a efectuar milagros por ti y por otras personas.
Sección 1
¿Qué puedo aprender sobre el Salvador por medio de Sus milagros?
Durante Su ministerio terrenal, Jesucristo “[r]ecorrió los caminos de Palestina, sanando a los enfermos, haciendo que los ciegos vieran y levantando a los muertos” (“El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, LaIglesiadeJesucristo.org). Estos milagros fueron “[a]contecimientos extraordinarios causados por el poder de Dios” y “forman parte del evangelio de Jesucristo” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Milagros”, scriptures.ChurchofJesusChrist.org). Eran una evidencia para los judíos de que Jesús era el Mesías prometido (véanse Mateo 11:4–5; Juan 20:30–31).
El élder Ronald A. Rasband, del Cuórum de los Doce Apóstoles, observó: “[La expiación de Jesucristo], que culminó con Su resurrección luego de tres días en un sepulcro prestado, es el milagro supremo en la historia de la humanidad” (“He aquí, soy un Dios de milagros”, Liahona, mayo de 2021, pág. 109).
El élder Rasband también explicó que, aunque los milagros de Jesús testifican de Su divinidad, también “[nos recuerdan] Su poder, Su amor por nosotros, Su participación desde los cielos en nuestra experiencia terrenal y Su deseo de enseñar lo que es de más valor” (“He aquí, soy un Dios de milagros”, pág. 111).
Considera lo que podemos aprender acerca del Salvador cuando sanó a un hombre con parálisis. Cuatro hombres habían llevado a ese hombre a la casa en la que Jesús estaba enseñando. Cuando se dieron cuenta de que la casa estaba tan abarrotada que no podían entrar, quitaron parte del techo y bajaron al paralítico hasta el Salvador (véase Marcos 2:1–4).
Fíjate en que el milagro del Salvador abordó tanto las necesidades físicas como las espirituales. En cuanto a la capacidad del Salvador para sanar tanto el cuerpo como el espíritu, el presidente Dallin H. Oaks, de la Primera Presidencia, enseñó:
El milagro más grande no se encuentra en hechos tales como restaurar la vista a los ciegos, sanar una enfermedad o incluso levantar a los muertos […].
Un milagro aún mayor es un potente cambio en el corazón de un hijo o una hija de Dios (véase Mosíah 5:2). Un cambio en el corazón, que incluye nuevas actitudes, prioridades y deseos, es mayor y más importante que cualquier milagro relacionado con el cuerpo (“Miracles”, Ensign, junio de 2001, pág. 17).
Sección 2
¿Cómo influyen mi fe y la voluntad del Señor en los milagros?
Al principio del ministerio terrenal del Salvador, un hombre que sufría lepra se acercó a Jesús para ser sanado. Tal como se utiliza en la Biblia, la palabra lepra puede referirse a una gran variedad de enfermedades cutáneas que pueden atacar la piel, los nervios, los ojos y los huesos. Si no se recibe tratamiento médico, puede causar daños en los nervios, ceguera, deformidades y una muerte dolorosa. En la época del Salvador, el hombre que se le acercó habría sido considerado “impuro” y habría vivido separado de su familia y de la sociedad (véase Levítico 13:45–46).
El élder Jorge F. Zeballos, de los Setenta, observó:
El leproso no exigió nada aun cuando él pudiera ser un hombre justo; él simplemente estaba dispuesto a aceptar la voluntad del Señor (“Si vas a ser responsable”, Liahona, mayo de 2015, pág. 125).
Cuando verdaderamente deseamos aceptar la voluntad del Señor, también debemos tener fe para no ser sanados. El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
La rectitud y la fe son sin duda fundamentales para sanar a los enfermos, a los sordos y a los cojos, si esa sanación cumple con los propósitos de Dios y está de acuerdo con Su voluntad. Por lo tanto, incluso aunque tengamos gran fe […], no todos los enfermos y los débiles serán sanados. Si se acabara toda oposición, si se eliminaran todas las dolencias, entonces los propósitos principales del plan del Padre se frustrarían (David A. Bednar, “Aceptar la voluntad y el tiempo del Señor”, Liahona, agosto de 2016, pág. 22).
Al reflexionar sobre los milagros que podrías desear para tu vida, piensa en el siguiente consejo del élder Ronald A. Rasband, del Cuórum de los Doce Apóstoles:
Los milagros pueden venir como respuesta a las oraciones. No siempre consisten en aquello que pedimos o esperamos, pero si confiamos en el Señor, Él estará allí y tendrá la razón. Él adaptará el milagro al momento que lo necesitemos […].
En ocasiones, esperamos un milagro que sane a un ser querido, que revierta un hecho injusto o que suavice el corazón de un alma amargada o desilusionada. Desde nuestra perspectiva terrenal, queremos que el Señor intervenga para arreglar lo que esté dañado. Mediante la fe se producirá el milagro, aunque no necesariamente en el momento o con la solución que deseábamos. ¿Significa eso que somos menos fieles o que no merecemos Su intervención? No, el Señor nos ama a todos […] (“He aquí, soy un Dios de milagros”, Liahona, mayo de 2021, pág. 111).
Sección 3
¿Cómo puedo reconocer mejor los milagros del Señor en mi vida?
El presidente Oaks observó: “Todos los días ocurren muchos milagros en la obra de nuestra Iglesia y en la vida de nuestros miembros” (“Miracles”, Ensign, junio de 2001, pág. 17). A veces podemos ver milagros en la vida de otras personas, pero quizás no los veamos en nuestra propia vida.
El élder Rasband enseñó algo similar:
Muchos de ustedes han presenciado milagros, más de lo que se dan cuenta. Puede que parezcan pequeños comparados con los que hizo Jesús al levantar a los muertos, pero no es la magnitud lo que los hace ser milagros, sino el hecho de que vienen de Dios (“He aquí, soy un Dios de milagros”, Liahona, mayo de 2021, pág. 110).