“Lección 16 — Material de preparación para la clase: Aceptar el gran sacrificio expiatorio del Salvador”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro, 2023
“Lección 16 — Material de preparación para la clase”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro
Lección 16 — Material de preparación para la clase
Aceptar el gran sacrificio expiatorio del Salvador
El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó: “El acontecimiento más grande y el logro más importante a lo largo de toda la historia de la humanidad es el sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo” (“Testify of the Restoration”, New Era, abril de 2017, pág. 3). A medida que estudies, piensa en lo que el Señor soportó para poder llevar a cabo Su sacrificio expiatorio. Reflexiona también sobre lo que puedes hacer para demostrar gratitud por lo que Él ha hecho por ti.
Sección 1
¿Por qué necesito la expiación del Salvador?
La caída de Adán y Eva fue un paso necesario en el plan del Padre Celestial para avanzar hacia nuestro progreso eterno. Nos brindó la oportunidad de venir a la tierra, ejercer el albedrío, crear familias, experimentar gozo, aprender y crecer (véase 2 Nefi 2:19–25).
Pero ese paso hacia adelante también conllevó una consecuencia desfavorable: debido a la Caída, cada uno de nosotros hereda una condición caída y queda sujeto a la muerte espiritual y física (véase Alma 42:5–9, 14). No podemos superar esas condiciones por nuestros propios esfuerzos o méritos (véase 2 Nefi 2:5, 8). El profeta Jacob enseñó que sin la “expiación infinita” del Señor “no [nos] levantar[íamos] más” y quedaríamos separados para siempre de la presencia de Dios (véase 2 Nefi 9:7–9).
El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó de cómo nos ayuda la expiación del Salvador a vencer las consecuencias de la Caída:
La redención del Salvador consta de dos partes. Primero, expía la transgresión de Adán y la resultante caída del hombre al vencer lo que podrían llamarse los efectos directos de la Caída: la muerte física y la muerte espiritual. La muerte física se entiende bien; la muerte espiritual ocurre cuando el hombre se separa de Dios […]. Esta redención de la muerte física y espiritual es universal y no tiene condiciones.
El segundo aspecto de la expiación del Salvador es la redención de lo que podrían denominarse las consecuencias indirectas de la Caída: nuestros propios pecados, a diferencia de la transgresión de Adán […].
Dado que somos responsables de nuestras decisiones y que somos quienes las tomamos, la redención de nuestros propios pecados es condicional: está sujeta a la confesión y al abandono del pecado y a que se lleve una vida devota, o en otras palabras, sujeta al arrepentimiento [véase Doctrina y Convenios 58:43] (“Redención”, Liahona, mayo de 2013, págs. 109, 110).
Sección 2
¿De qué manera el meditar en el sufrimiento del Salvador en Getsemaní y en la cruz puede aumentar la gratitud que siento por Él?
Después de tomar la Última Cena con Sus apóstoles y de introducir la Santa Cena, Jesús los llevó al Jardín de Getsemaní. Allí, el Salvador oró y sufrió por nuestros pecados.
Después de sufrir un dolor inimaginable en Getsemaní, Jesús fue traicionado. “Fue arrestado y condenado por acusaciones falsas” (“El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, LaIglesiadeJesucristo.org). Mientras estaba bajo la custodia de los líderes religiosos judíos, el Salvador sufrió burlas, lo escupieron, lo abofetearon y lo acusaron falsamente (véase Mateo 26:47–68).
Debido a que carecían de la autoridad para matar a Jesús, los líderes judíos lo llevaron ante Pilato, el gobernador romano. Por miedo al pueblo, Pilato condenó a Jesús a muerte por crucifixión. Como preparación para la crucifixión, Cristo fue azotado y luego sufrió crueles burlas por parte de los soldados romanos. Le pusieron clavos en las manos y los pies y lo levantaron en una cruz entre dos delincuentes (véase Mateo 27:11–38). Quizás quieras ver el video “Jesús es azotado y crucificado” (4:49) como parte de tu estudio.
El élder Bruce R. McConkie, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que mientras Jesús colgaba en la cruz, “volvió a vivir la agonía infinita y los dolores despiadados de Getsemaní” (El poder purificador de Getsemaní,” Liahona, abril de 2011, pág. 18). Después de seis horas, “exclamó Jesús a gran voz, diciendo: ¡Eloi, Eloi!, ¿lama sabactani?, que interpretado quiere decir: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34).
El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo lo siguiente en cuanto a ese clamor angustioso (en lugar de leer la siguiente declaración, podrías ver “Nadie estuvo con Él” [4:24]):
[A] fin de que el sacrificio supremo de Su Hijo fuera igualmente completo como lo fue voluntario y solitario, el Padre retiró brevemente de Jesús el consuelo de Su Espíritu, el apoyo de Su presencia personal […]. Para que Su expiación fuese infinita y eterna, [Jesucristo] tenía que sentir lo que era morir, no solo física, sino espiritualmente, sentir lo que era el alejamiento del Espíritu divino, al dejar que la persona se sintiera total, vil y completamente sola […];
debido a que Jesús caminó totalmente solo por el largo y solitario sendero, nosotros no tenemos que hacerlo (véase “Nadie estuvo con Él, Liahona, mayo de 2009, pág. 87, 88).
Sección 3
¿Qué puedo hacer para aceptar el sacrificio expiatorio del Señor?
Es importante comprender el sufrimiento del Señor por ti y expresar gratitud por él, pero puedes hacer todavía más para demostrar tu fe en la realidad de Su expiación cuando decides arrepentirte de tus pecados (puedes ver un ejemplo de esto en 3 Nefi 9:12–13, 21–22, donde el Señor invitó a los nefitas y a los lamanitas a arrepentirse antes de visitarlos).
El presidente Russell M. Nelson dijo lo siguiente acerca del don del arrepentimiento del Señor:
Demasiadas personas consideran el arrepentimiento como un castigo; algo a evitarse excepto en las circunstancias más graves; pero es Satanás quien genera ese sentimiento de castigo […].
Nada es más liberador, más ennoblecedor ni más crucial para nuestro progreso individual que centrarse con regularidad y a diario en el arrepentimiento. El arrepentimiento no es un suceso; es un proceso; es la clave de la felicidad y la paz interior. Cuando lo acompaña la fe, el arrepentimiento despeja el acceso al poder de la expiación de Jesucristo (“Podemos actuar mejor y ser mejores”, Liahona, mayo de 2019, pág. 67).