“Lección 24 — Material de preparación para la clase: Confiar en Jesucristo como nuestro Juez”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro, 2023
“Lección 24 — Material de preparación para la clase”, Jesucristo y Su evangelio sempiterno: Material para el maestro
Lección 24 — Material de preparación para la clase
Confiar en Jesucristo como nuestro Juez
Imagina los pensamientos y sentimientos que podrías tener si te invitaran hoy a la presencia del Señor. Algún día, “[t]odos nosotros compareceremos para ser juzgados por Él según nuestras obras y los deseos de nuestro corazón” (“El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, LaIglesiadeJesucristo.org; véase también 2 Nefi 9:15). La forma en que experimentemos estar en la presencia del Salvador dependerá de cómo nos hayamos preparado (véase Alma 5:16–25). A medida que estudias, valora lo que puedes hacer para que te sientas cómodo y seguro en Su presencia en el Juicio Final (véase Doctrina y Convenios 121:45).
Sección 1
¿Por qué puedo confiar en que Jesucristo sea mi Juez?
Debido a la naturaleza divina del Salvador y a Su expiación infinita, podemos tener la certeza de que Él será un “justo Juez” (Moisés 6:57) cuando llegue el día en que comparezcamos ante Él para rendir cuentas de nuestra vida (véase Romanos 14:10–12). El Señor determinará perfectamente el grado de gloria que merezcamos recibir. En el libro de Salmos leemos: “Y él juzgará al mundo con justicia, juzgará a los pueblos con equidad” (Salmo 9:8; véase también Salmo 96:13).
Refiriéndose a los requisitos del Señor para ser nuestro Juez, el élder Richard G. Scott, del Cuórum de los Doce Apóstoles dijo:
Jesucristo poseyó los méritos que ningún otro ser poseía. Antes de nacer en Belén, Él era un Dios, Jehová. Su amoroso Padre no solo le dio Su cuerpo espiritual, sino que Jesús era también Su Unigénito en la carne. Nuestro Maestro vivió una vida perfecta y sin pecado, y por consiguiente estaba libre de las demandas de la justicia. Él es perfecto en todo atributo, entre ellos el amor, la compasión, la paciencia, la obediencia, el perdón y la humildad […].
Testifico que con un sufrimiento y una agonía imposibles de imaginar, a un precio incalculable, el Salvador se ganó el derecho de ser nuestro Redentor, nuestro Mediador y nuestro Juez Final (véase “La Expiación puede asegurar tu paz y felicidad”, Liahona, noviembre de 2006, pág. 42).
El presidente Dallin H. Oaks, de la Primera Presidencia, quien fue juez de la Corte Suprema de Utah, dijo acerca de la singular posición del Salvador para juzgarnos:
Su omnisciencia le da un conocimiento perfecto de todos nuestros hechos y deseos, tanto de los que no nos hemos arrepentido o que no hemos cambiado, como de los que nos hemos arrepentido o que son rectos. Por tanto, después de Su juicio, todos confesaremos “que sus juicios son justos” (Mosíah 16:1) (“El gran plan”, Liahona, mayo de 2020, pág. 96).
Sección 2
¿Cómo se me juzgará?
Pensar en el Juicio Final puede resultar inspirador y abrumador a la vez. En ocasiones, quizás nos preguntemos si algún día llegaremos a sentirnos preparados para ser juzgados por el Señor. El libro de Apocalipsis proporciona verdades importantes acerca de cómo nos juzgará el Señor.
El presidente Harold B. Lee enseñó:
Los “libros” que se mencionan allí se refieren a los registros [de sus obras] que se llevan en la tierra […]; el libro que era el de la vida es el registro que se lleva en los cielos (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2000, pág. 251).
En una visión del Reino Celestial, el profeta José Smith obtuvo más conocimiento sobre el Juicio Final. El Salvador enseñó: “… pues yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones” (Doctrina y Convenios 137:9; cursiva agregada). El profeta Alma enseñó que también tendremos que rendir cuentas de nuestras palabras (véase Alma 12:14).
Sin embargo, el presidente Oaks enseñó que el Juicio Final es algo más que una evaluación de nuestros pensamientos, palabras y hechos:
[E]l Juicio Final no es simplemente una evaluación de la suma total de las obras buenas y malas, o sea, lo que hemos hecho. Es un reconocimiento del efecto final que tienen nuestros hechos y pensamientos, o sea, lo que hemos llegado a ser […]. Los mandamientos, las ordenanzas y los convenios del Evangelio no son una lista de depósitos que tenemos que hacer en alguna cuenta celestial. El evangelio de Jesucristo es un plan que nos muestra cómo llegar a ser lo que nuestro Padre Celestial desea que lleguemos a ser (véase “El desafío de lo que debemos llegar a ser”, Liahona, enero de 2001, pág. 40).
Es importante recordar que no importa cuán diligentemente nos esforcemos por vivir el Evangelio, sin la ayuda del Señor nunca podremos convertirnos en lo que el Padre Celestial desea que lleguemos a ser. Afortunadamente, Jesucristo no solo es nuestro Juez, sino que también es nuestro “abogado ante el Padre” (Doctrina y Convenios 110:4; véase también 1 Juan 2:1).
El presidente Russell M. Nelson enseñó que la palabra abogado significa “una voz a favor de” o “el que suplica por otro” (“Jesus the Christ—Our Master and More”, devocional en la Universidad Brigham Young, 2 de febrero de 1992, pág. 4; speeches.byu.edu). Como nuestro Abogado (o Intercesor), Jesucristo “conoce las flaquezas del hombre y sabe cómo socorrer a los que son tentados” (Doctrina y Convenios 62:1). Él abogará por nuestra causa e intercederá por nosotros a medida que ejerzamos fe en Él (véanse Moroni 7:28; 2 Nefi 2:9; Hebreos 4:15–16).
El élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo lo siguiente sobre la función de Jesucristo como nuestro Intercesor:
La intercesión de Cristo con el Padre a nuestro favor no es antagonista. Jesucristo […] no defenderá nada más que lo que el Padre siempre ha querido. Sin dudas, nuestro Padre Celestial aclama y aplaude nuestros éxitos.
La intercesión de Cristo es, al menos en parte, para recordarnos que Él ha pagado por nuestros pecados y que nadie está excluido del alcance de la misericordia de Dios (“Escogeos hoy”, Liahona, noviembre de 2018, págs. 104–105).
En una revelación que el profeta José recibió en 1831, Jesucristo describió la función que desempeña Su expiación cuando Él aboga por aquellos que creen en Él.
Sección 3
¿Cómo puedo evaluar mejor mis preparativos para el Juicio Final?
El presidente Oaks enseñó: “El objetivo de ese Juicio Final es determinar si hemos logrado lo que Alma describe como un ‘potente cambio en [n]uestros corazones’” (“Limpios mediante el arrepentimiento”, Liahona, mayo de 2019, pág. 93). Este cambio se logra mediante la expiación de Jesucristo y el arrepentimiento sincero.
Cuando Alma enseñó al pueblo de Zarahemla, les hizo preguntas para que pudieran evaluar el estado de su corazón y determinar lo preparados que estaban para ser juzgados por el Salvador (véase Alma 5:14).
Al pensar en lo que puedes hacer para prepararte mejor para el Juicio Final, recuerda el siguiente sabio consejo del élder Larry R. Lawrence, de los Setenta:
El Espíritu puede mostrarnos nuestras debilidades, pero también nuestras fortalezas. A veces debemos preguntar lo que estamos haciendo bien para que el Señor pueda elevarnos y alentarnos […]. Él se regocija cada vez que avanzamos un paso. Para Él, la dirección en la que vamos es mucho más importante que nuestra velocidad.
Hermanos y hermanas, sean constantes, pero nunca se desanimen (“¿Qué más me falta?”, Liahona, noviembre de 2015, pág. 35).