Mensaje de la Primera Presidencia
Las familias y la oración
Una vez, al sentarme junto a la cama de mi padre durante la noche, me habló en cuanto a su niñez. Habló del amor de sus padres en tiempos difíciles, y del amor de su Padre Celestial y del Salvador. Yo sabía que él estaba muriendo de cáncer, por lo que no me sorprendió que a veces confundiera los sentimientos que tenía por su Padre Celestial con el amor y la bondad de su padre terrenal. Mi padre había dicho a menudo que cuando oraba, creía que en su mente veía la sonrisa del Padre Celestial.
Mediante el ejemplo, sus padres le habían enseñado a orar como si hablara con Dios, y que Dios le contestaría con amor. Él necesitó de ese ejemplo hasta el final. Cuando el dolor se volvió intenso, lo encontramos de rodillas por la mañana junto a la cama; estaba tan débil que no había podido volver a meterse en ella. Nos dijo que había orado para preguntarle a su Padre Celestial por qué tenía que sufrir tanto cuando siempre había intentado ser bueno, y que había recibido una amable respuesta: “Dios necesita hijos valientes”.
De modo que perseveró valientemente hasta el fin, confiando en que Dios lo amaba, lo escuchaba y lo elevaría. Había recibido la bendición de saber desde temprana edad, y de nunca olvidar, que hay un amoroso Dios tan sólo a una oración de distancia.
Es por eso que el Señor enseñó a los padres: “Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:28).
El evangelio de Jesucristo se ha restaurado, junto con el Libro de Mormón y con todas las llaves del sacerdocio que unen a las familias, porque cuando era joven, José Smith oró con fe. Él obtuvo esa fe en una familia amorosa y fiel.
Hace veinte años, el Señor ofreció a las familias el siguiente consejo en “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles: “Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y se mantienen sobre los principios de la fe, de la oración, del arrepentimiento, del perdón, del respeto, del amor, de la compasión, del trabajo y de las actividades recreativas edificantes”1.
Tenemos una gran deuda de agradecimiento con la familia de José Smith, el Profeta, por la forma en que lo criaron. Su familia no sólo ejemplificó la fe y la oración, sino también el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes.
Las generaciones que vengan después de ustedes los llamarán benditos por el ejemplo que den sobre la oración en la familia. Puede que no críen a un gran siervo de Dios, pero, mediante sus oraciones y su ejemplo de fidelidad, pueden ayudar al Señor Jesucristo a formar discípulos buenos y amados.
De todo lo que elijan hacer para ayudar al Señor, la oración ocupará un lugar fundamental. Hay personas aparentemente comunes y corrientes que, cuando oran, inspiran a los demás a abrir los ojos para ver quién está allí; ustedes pueden llegar a ser esa persona.
Piensen en lo que eso puede significar para aquellos que se arrodillen con ustedes en la oración familiar. Cuando sientan que hablan con Dios en fe, la fe de ellos para hablar con Dios también crecerá; cuando oren para agradecer a Dios las bendiciones que ellos saben que ustedes han recibido, crecerá la fe de ellos en que Dios los ama, que Él contesta las oraciones de ustedes y que contestará las de ellos. Eso sólo sucederá en la oración familiar cuando ustedes hayan tenido esa experiencia en sus oraciones personales una y otra vez.
Todavía recibo bendiciones por haber tenido un padre y una madre que hablaban con Dios; su ejemplo del poder de la oración en la familia aún bendice las generaciones que vinieron después de ellos.
El ejemplo de mis padres bendice a mis hijos y a mis nietos a diario; ellos les han transmitido la fe de que un amoroso Dios escucha y contesta oraciones. Ustedes pueden crear ese tipo de legado en su familia; y oro para que así lo hagan.