Sentí el poder de la expiación de Jesucristo cuando…
Jóvenes adultos nos hablan de sus experiencias al aplicar la expiación del Salvador.
El Salvador me ayudó en los tiempos buenos como en los malos
El día que me bauticé fue como un sueño; me sentía muy feliz y ansiosa por empezar la vida como una persona perfecta; sin embargo, tan solo unas horas después de bautizarme, discutí con mis hermanos. Recuerdo que me sentí desalentada al darme cuenta de que no había tardado en hacer algo malo después de ser bautizada y confirmada; pero también recuerdo que cuando me arrepentí, me volví a sentir limpia. De modo que, a temprana edad, aprendí que la expiación de Jesucristo brinda el alivio tan necesario para librarnos del pecado.
Al seguir progresando en mi entendimiento del Evangelio, aprendí que la Expiación no era algo que solamente debía usar cada vez que pecara; la Expiación podía formar parte de mi vida en épocas de pruebas, alegría, dolor y éxito. Cuando luchaba para sentir la aceptación de mis compañeros, oraba al Padre Celestial y sentía consuelo al saber que el Salvador había tenido esos mismos sentimientos. Cuando lograba éxito en algo, mi alegría se multiplicaba al pensar en el gozo del Salvador, ya que Él había sentido esas mismas emociones.
Abby McKeon, Utah, EE. UU.
Aprendí a confiar en el Señor
Durante muchos años me sentí solo y abandonado. Luché con deseos inicuos que me condujeron al pecado, lo cual, al final, me colocó en un ciclo de culpa y vergüenza. Por suerte, un obispo amoroso me enseñó en cuanto a la función que cumplía la expiación del Salvador para protegernos de la debilidad, del dolor y del pesar, así como del pecado. Mi obispo se alegraba cuando yo progresaba, y me consolaba cuando recaía.
Aprendí que el tener un conocimiento intelectual del Salvador no era suficiente; necesitaba orar al Padre Celestial y arrepentirme de forma activa mediante la expiación de Jesucristo. Al hacerlo, llegué a ser más obediente a los mandamientos de Dios y me acerqué más al Salvador.
A pesar de que todavía lucho contra la tentación, he aprendido que puedo confiar plenamente en mi Salvador y en Su expiación. Mi debilidad se vuelve fortaleza cuando me apoyo en la roca de mi Redentor. Al igual que Pablo, puedo decir: ‘…de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo… porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:9–10).
Jacob H. Taylor, Idaho, EE. UU.
Experimenté un cambio de corazón
Durante los años que cursaba la escuela secundaria (preparatoria), no tenía el corazón firmemente centrado en el Evangelio. En el campo misional aprendí, poco a poco, de lo que en realidad se trataba una misión, y anhelaba el poder y el progreso que traería a mi vida si era verdaderamente digno. Finalmente, el remordimiento y el pesar de transgresiones pasadas me agobiaron al grado de que deseaba la libertad: ser limpio y ser un mejor instrumento en las manos del Señor. Después de conversar con mi presidente de misión, regresé a casa a fin de tomar tiempo para arrepentirme.
Volver a casa fue una de las cosas más difíciles de mi vida. Empecé a leer las Escrituras de forma diferente, realmente entendiéndolas y llevándolas a la práctica. Aunque estaba haciendo todo “bien”, aún sentía un gran peso de conciencia. Entonces empecé a centrar mis estudios en Cristo y en Su expiación, sobre cómo Él podía ser mi Salvador y cómo Su expiación infinita podría redimir mi alma. Una noche, mientras meditaba en lo que había aprendido de esos estudios fervientes, sentí la influencia del Espíritu en el corazón, sentí que me sanó el alma y que me dio consuelo; me sentí seguro y amado, y el remordimiento se desvaneció.
Al principio, cuando llegué a casa, pensé que todo lo que necesitaba en el proceso de arrepentimiento era un cambio de corazón. Ahora sé que necesitaba tiempo para arrepentirme; el cambio se logra línea por línea, un poco por vez. Para llegar a ser más como Cristo, se requiere un esfuerzo constante a fin de cambiar nuestro corazón, nuestros deseos y nuestros hábitos. No podemos hacer cambios radicales de forma instantánea, pero, gracias a la Expiación, se pueden lograr completamente.
Nombre omitido, Georgia, EE. UU.
Aprendí a perdonar
Llegué a un punto de mi vida en que estaba tan herida emocionalmente, que eso afectaba todos los demás aspectos de ella; no podía concentrarme en mis clases ni en la tarea, la relación con mis compañeras de cuarto era tensa y constantemente me encontraba a punto de llorar. Más que nada, tenía dificultades para perdonar a la persona que me había hecho daño en un principio; y el hecho de que se me hacía difícil perdonar me enfadaba aún más.
Al final, decidí que no quería seguir estando triste ni enojada; ya no deseaba seguir llevando esa carga. Le supliqué a mi Padre Celestial que me ayudara a perdonar, y casi sin darme cuenta, el dolor se hizo más llevadero; no desapareció, pero podía soportarlo. Por medio de esa experiencia aprendí que la expiación del Salvador no solo nos permite arrepentirnos, sino que nos ayuda a sanar. Cuando acudí a mi Padre Celestial con mis cargas, con humildad y con un corazón sincero, Él me ayudó a sobrellevar la angustia, el dolor y la aflicción.
Dani Lauricella, California, EE. UU.
Tuve esperanza en el futuro
Cuando mis padres se divorciaron, sentí que se acababan todas mis esperanzas de tener una familia eterna. Fue un momento sumamente difícil de mi vida. Sin embargo, aunque no me fue fácil reconocerlo, esa prueba trajo bendiciones inesperadas a mi familia. Una de ellas es que ¡mi mamá se bautizó!
También me fue posible llegar a conocer mejor a mi Salvador. A fin de sobreponerme a la tristeza que sentía, decidí visitar a una tía que vivía en Perú, donde conocí a una nueva amiga que me fortaleció en gran manera. Esa amiga y yo solíamos estudiar juntas las Escrituras, y durante una ocasión especial, mientras hablábamos de temas del Evangelio, sentí de manera potente el amor de mi Salvador por mí. Sentí como si la voz de mi Salvador me dijera: “Siempre he estado contigo; simplemente no lo reconocías”.
Ahora sé que nuestro Salvador desea ayudarnos y que siempre está con nosotros; a veces permitimos que nuestra tristeza sea mayor que nuestra fe y pensamos que Él se ha olvidado de nosotros; pero, en realidad, Su expiación siempre nos puede ayudar.
Liliane Soares Moreira, Bahía, Brasil
Su perfecta expiación
Solía creer
que había un “hoyo”
en la expiación de Cristo:
que a todos podía salvar,
menos a mí.
Pero me confundí;
no había un hoyo,
sino siete.
Dos en
las manos
donde lo clavaron
en la cruz,
a petición de aquellos
por quienes moriría
para salvar.
Dos en
las muñecas
para asegurar
que el peso de Su cuerpo
no causara
que las manos
se le desgarraran
antes de Su penitencia
terminar.
Dos en
los pies
en los que se mantuvo
como testigo ante todos
de que Dios tiene
por cada uno de Sus hijos
un amor incondicional.
Y un hoyo
en el costado
donde lo traspasaron
para demostrar que el fin de Su obra
acababa de llegar.
Siete.
Perfección.
Siete hoyos perfectos
en el único hombre perfecto
de la tierra.
La perfecta Expiación
para los hoyos de nuestra vida reparar.
Los hoyos de Él
nos hacen enteros.
Estaba equivocada;
hay un hoyo
en la expiación de Cristo
que sí me salva
a mí,
después de todo.
Kasey Hammer, Utah, EE. UU.
Encontré consuelo en Su resurrección
Mi abuela falleció cuando yo tenía 23 años. A pesar de que había llevado una vida bella, aún era relativamente joven, y su muerte fue algo inesperado. Reconocía que muchas personas habían perdido mucho más que yo y que mi abuela estaba en paz, pero aún sentía dolor al saber que nunca la volvería a ver en esta vida.
No obstante, durante ese tiempo de tristeza, sentí el apoyo de mi Padre Celestial y del Salvador. Maestras visitantes y amigas bondadosas nos escribieron notas de consuelo y nos trajeron dulces, y una querida vecina nos visitó y nos obsequió un libro que se sintió inspirada a comprar para nosotros. El libro tenía citas de apóstoles y profetas sobre el Plan de Salvación y de la realidad de la vida después de la muerte.
Esa noche, al leer con mi hermana en voz alta las palabra de los profetas, sentí que una dulce paz se anidaba en mi corazón. Supe que a causa de la expiación de Jesucristo todos podríamos llegar a ser limpios y morar con Él en la vida venidera. Supe que Él “efectúa la resurrección de los muertos” y que todas las cosas, y las personas, serían restablecidas a su propio orden (Alma 40:3; véase también Alma 41:2). Supe que a causa de la Expiación, todos los miembros de mi familia, incluso los que han fallecido, pueden estar juntos para siempre; y por ello siempre estaré agradecida.
Amanda Seeley, Utah, EE. UU.