2015
Comencé a orar por Ruth
Septiembre de 2015


Comencé a orar por Ruth

June Foss, Utah, EE. UU.

Illustration depicting a laundry basket with clothes and a bottle of detergent inside.  Next to the basket is a pile of folded clothes.

Izquierda: ilustración por Richard Mia; derecha: ilustración por Allen Garns.

Después de afrontar algunas obligaciones económicas inesperadas y en vista de que era una mujer sola, sabía que tenía que buscar un segundo empleo. Poco después, una hermana de mi barrio que se llama Marty se me acercó y me pidió ayuda. Ella y su esposo iban a servir en una misión, así que ella dejaría su empleo. Me explicó que todos los sábados ayudaba a una mujer mayor que se llamaba Ruth y que vivía en un lugar de asistencia para ancianos. Marty me ofreció su trabajo y me dijo que Ruth me pagaría por atenderla.

El lunes siguiente, Marty y Ruth me explicaron lo que tenía que hacer y comencé el trabajo unos días después. Empecé a recoger la ropa para lavar de Ruth y la llevé al piso de arriba donde estaba la lavadora. Al poco rato, Ruth entró hecha una furia y me gritó. Me dijo que nunca debía lavar su ropa sin primero preguntarle.

Yo sólo estaba haciendo lo que ella y Marty me habían indicado, y frustrada y lastimada me contuve para no llorar. Pensé que no necesitaba más estrés ni más problemas en la vida; si no hubiera sido porque le había prometido a Marty que me haría cargo de Ruth en su ausencia, en ese mismo momento habría dejado el trabajo.

Semana tras semana, Ruth me gritaba con enojo por todo lo que hacía; parecía que nada la complacía, a pesar de lo mucho que me esforzaba.

Comencé a orar pidiendo fortaleza para tolerar a Ruth y sus palabras ásperas, pero nada cambió; seguía molestándome el tener que atenderla.

Entonces, un día, cambié mi manera de orar; dejé de pedir por mí y comencé a orar por Ruth. Le pedí al Padre Celestial que me ayudara a entender las necesidades de ella y a saber cómo ayudarla.

Desde ese día en adelante todo cambió; el corazón se me ablandó, mi amor por Ruth creció y Ruth también tuvo un cambio. Ella empezó a abrirse conmigo y me contó de su vida, de sus alegrías y de sus tristezas; me dijo que echaba de menos a su familia; me contó las cosas maravillosas que había hecho en el pasado, pero que ya no podía hacer, y me dijo que se sentía sola y triste.

Comencé a esperar con placer el ir a ver a Ruth cada semana y ella también anhelaba mi llegada.

La experiencia que tuve con Ruth me enseñó una valiosa lección. Cuando serví con todo el corazón, llegué a entender lo que enseñó el presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) en cuanto a que “en medio del milagro de prestar servicio, está la promesa de Jesús de que si nos perdemos [en servir], nos hallaremos a nosotros mismos” (véase “Spencer W. Kimball: Un hombre de acción”, Liahona, enero de 2007, pág. 32).