Hasta la próxima
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De “Si lo sobrellevas bien”, Liahona, enero de 1985, págs. 16–18.
Para llegar a ser ganador en la carrera por la vida eterna, se requiere esfuerzo y trabajo constante, luchar y sobrellevarlo todo con la ayuda de Dios.
Cuando recuerdo la amonestación del Salvador de hacer todo lo que esté a nuestro alcance con un buen espíritu [véase D. y C. 123:17], pienso en el padre en la parábola del hijo pródigo. Aun cuando aquel padre se encontraba angustiado por la pérdida y la conducta de su hijo descarriado, no leemos que se haya lamentado: “¿En qué me equivoqué? ¿Qué hice para merecer esto? o, ¿En qué fallé?”.
En cambio, parece que sobrellevó sin amargura la mala conducta de su hijo y lo recibió con amor. “… porque este, mi hijo, muerto era y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse” (Lucas 15:24).
Cuando los miembros de nuestra familia nos defraudan, es cuando más necesitamos aprender a aguantar con paciencia. Siempre que tengamos amor, paciencia y comprensión, aun cuando no se vea ningún progreso, no estaremos fallando; debemos continuar esforzándonos…
Para llegar a ser ganador en la carrera por la vida eterna, se requiere esfuerzo y trabajo constante, luchar y sobrellevarlo todo con la ayuda de Dios…
En nuestra carrera por la vida eterna, todos debemos sufrir y vencer obstáculos. Quizá pasaremos por angustias, aflicciones, la muerte, el pecado, debilidades, desastres, enfermedades, dolor, angustias mentales, crítica injusta, soledad o rechazo. La manera en que los afrontemos determinará si se convertirán en escalones ascendentes o en piedras en nuestro camino. Al valiente, estos obstáculos le hacen posible el progreso…
Cuando éramos niños, a veces se nos decía que no nos preocupáramos, que todo saldría bien. Pero la vida no es así. No importa quiénes seamos, siempre tendremos problemas. La tragedia y la frustración son los intrusos inesperados en los planes de nuestra vida…
La grandeza de una persona se mide por la manera en que reacciona ante los sucesos que parecen ser totalmente injustos, desmedidos e inmerecidos…
Jesús es el Cristo, y nos ha dejado una de las características de su grandeza para que sea nuestra guía: Su perseverancia. Mientras vivía en la tierra, Él perseveró hasta el fin, sufriendo la agonía y el repudio más profundos. Quiero dejarles mi testimonio de que Dios nos ayudará a perseverar si hacemos el esfuerzo de vivir de acuerdo con Sus enseñanzas, buscar Su guía y guardar Sus mandamientos.