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Cuando recibí de los misioneros el libro de Mormón no sabía qué tanto influiría en mi vida.
Recuerdo que cuando llegaba a casa después de la universidad, mientras esperaba que mi madre sirviera mi almuerzo, mi mirada se dirigía hacia una pequeña repisa donde estaba el libro y era un sentimiento inexplicable; terminaba posponiendo mi almuerzo hasta después de leer unas cuantas hojas. Por los sentimientos que tuve al leer el libro me convertí a la Iglesia. Serví en una misión al año de conversa. El testificar a diario sobre ese maravilloso libro fortaleció mi testimonio.
Hoy, 24 años después de haber leído por primera vez el Libro de Mormón, me deleito como aquellos primeros días; siempre encuentro algunos versículos que logran satisfacer mi necesidad de paz y consuelo cuando estoy afligida. Cuando las preocupaciones de la rutina diaria quieren menguar mis ánimos, mi solución está en tomar el libro y leer sus palabras. El valor del profeta Nefi para obedecer y seguir los susurros del Espíritu sin saber de antemano lo que tendría que hacer me inspira a confiar más en el Señor. Las palabras del rey Benjamín de considerar ese feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos me animan a perseverar. Y las promesas de que si guardamos los mandamientos prosperaremos en la tierra son un estímulo en mi vida que ayudan a dar lo mejor de mí a mis hijos, a apoyar a mi esposo como líder en la Iglesia. Amo el Libro de Mormón y testifico de las palabras de José Smith, de que si lo leemos nos acercaremos más a Dios.