Cómo llegué a saberlo
El recogimiento de Israel continúa, dondequiera que estemos
Supe que la asignación de servir en un lugar específico es importante, pero no es tan importante como ser llamados a la obra.
Soy misionera de tiempo completo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Cuando recibí mi llamamiento misional, fui llamada a servir en la Misión México Mérida.
Me encontraba sirviendo en México cuando escuché por primera vez sobre el coronavirus. Recuerdo muy bien ese día, pero jamás imaginé que esto cambiaría tanto mi vida.
Un domingo por la noche, mientras estábamos enseñando una lección a una hermana recién conversa, recibimos una llamada de las hermanas capacitadoras para decirnos que querían vernos en nuestra casa en 20 minutos. Al llegar, las hermanas nos comentaron que todos los misioneros extranjeros regresaríamos a nuestra casa para ser reasignados a una misión en nuestro país de origen debido al COVID-19.
En ese momento me sentí frustrada y molesta. No podía entender cómo un virus podía afectar mi misión. No sabía exactamente cuándo regresaría a Guatemala, pero lo que sí sabía era que no quería dejar México. Pasaron los días y finalmente supe que el día de regresar a Guatemala había llegado. Los sentimientos de frustración y tristeza se volvieron más fuertes. Fueron momentos difíciles porque sentía que dejaba mi corazón en Mérida después de sólo nueve meses.
Al llegar a Guatemala yo seguía sin creer todo lo que estaba pasando. Me sentía rara al estar en casa. Sentía que debía estar en México, en el lugar en donde se me había asignado a prestar servicio como misionera.
Mi familia fue de gran apoyo para mí. Ver que ellos estuvieron bien durante los nueve meses que yo estuve lejos de casa me ayudó a darme cuenta de que el Señor nos cuidó a todos siempre. Estar aquí con ellos me hizo sentir más tranquila, y sé que ellos también sintieron paz.
Una noche, cuando ya estaba a punto de dormir, me inundó un sentimiento de tristeza. De nuevo pensé que debía estar en la misión a la que había sido asignada y no en casa. De un momento a otro empecé a llorar. Me sentía muy triste, y por más que lo pensaba no entendía por qué estaba pasando todo esto. En mi carta de llamamiento misional decía que iba a servir por un periodo de 18 meses y ahora no estaba segura de que sería así. “El profeta no se equivoca. Yo fui llamada para servir por 18 meses y lo voy a hacer”, pensé.
A la mañana siguiente leí un discurso del élder David A. Bednar y encontré todo el consuelo y la paz que necesitaba. El élder Bednar menciona: “En la cultura de la Iglesia, con frecuencia hablamos de ser llamados a servir en cierto país… pero al misionero no se lo llama a un lugar; más bien, se lo llama a prestar servicio. Tal como el Señor declaró al profeta José Smith en 1829: ‘Si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra’”1.
Al leer esto, supe que la asignación de trabajar en un lugar específico es importante, pero no es tan importante como ser llamados a la obra. Al entender esto, enfoqué mis energías y mi tiempo en encontrar personas con las que pudiera compartir este maravilloso Evangelio. Pronto empezaron a llegar referencias de personas que querían aprender más. A partir de ese momento, pude ver cómo el Señor pone los medios para que todos Sus hijos puedan aprender y progresar.
Para mí, ha sido un milagro poder compartir el Evangelio desde casa por medio de la tecnología. Hemos intercambiado referencias de amigos y familiares con las otras misioneras de mi barrio que esperan también su reasignación. Hoy entiendo mejor que cuando oramos con fe y somos humildes al aceptar la voluntad del Señor, Sus propósitos nos son revelados. Esta experiencia me ayudó a acercarme más a Él. He podido recibir paz, comprensión y sentir el amor de mi Padre Celestial.
Recibí mi nueva asignación para servir en la Misión Guatemala Retalhuleu. Ahora puedo ver cómo el Señor respondió a cada una de mis oraciones. Estoy tan contenta y agradecida de poder servir a las personas de mi país y poder seguir siendo un instrumento en las manos de mi Salvador.