Voces de los Santos de los Últimos Días
Una conversión inesperada
En ese momento éramos como esas personas a quienes mi hermano buscaba día a día en la misión para llevarles las buenas nuevas del Evangelio.
El llamamiento misional de mi hermano llegó, para toda la familia, como una noticia inesperada. Recuerdo que recién había salido de clases cuando recibí una llamada a mi celular. Era él, diciendo que necesitaba que mamá y yo nos reuniéramos con él en la capilla.
Al entrar al edificio de la Iglesia, nos encontramos con varios miembros que nos recibieron con amabilidad. Yo no pertenecía a la Iglesia y todo esto era muy nuevo para mí. Al entrar observé cómo mi hermano irradiaba felicidad. Empezó a leer muy emocionado su carta de asignación misional. Llegó a la parte que indicaba que había sido llamado a servir en la Misión Antigua Guatemala. Fue muy impactante verlo a él y a los miembros compartir un mismo sentimiento de alegría.
El tiempo pasó más rápido de lo que pensamos y pronto llegó el día en que mi hermano debía viajar a Guatemala. Honestamente, yo tenía muchas emociones encontradas ya que siempre habíamos estado juntos, pero traté de no llorar. Él estaba feliz, mientras mi hermana y yo solo sentíamos tristeza. Intentamos mostrar alegría, porque si él estaba feliz nosotras también deberíamos estarlo. Sin embargo, hubo un momento en el que yo no soporté más y las lágrimas salieron de mis ojos.
En un breve instante, los años de tantas alegrías y tristezas que habíamos tenido como hermanos pasaron como una película en mi mente. Pensaba que al estar separados la vida sería difícil. En ese momento de despedida no sabía que sucedería todo lo contrario.
Un mes después de la salida de mi hermano a la misión, las misioneras llegaron a casa. Yo estaba en clases, pero mi hermana las atendió y le dijeron que nos visitarían más a menudo porque tenían un mensaje del Evangelio para nosotras.
No pude ocultar mi asombro al saber que las misioneras habían llegado a casa. Mi hermano hacía eso en su misión, compartía el Evangelio con otras personas. En ese momento éramos como esas personas a quienes mi hermano busca cada día en la misión para llevarles las buenas nuevas del Evangelio. Cuando él se fue, yo no imaginaba que eso nos ocurriría también a nosotras.
Recuerdo que lo primero que hicieron al visitarnos fue compartir un mensaje. También nos dejaron folletos y unos versículos marcados para leer en el Libro de Mormón. La siguiente vez empezaron sin mí, y aunque me incorporé a la reunión, decidí que en adelante pediría permiso para estar desde el inicio en las reuniones. Con el paso de los días sentí que lo que escuchaba era correcto.
Decidí pedir guía al Señor; necesitaba saber si lo que aprendía en las lecciones era verdad. Pronto supe que mi oración había sido contestada. Además de las impresiones que tenía, me soñé vestida de blanco mientras veía una pila bautismal. Esa fue una de las respuestas más contundentes que me indicaba que debía bautizarme.
Me sentía segura de lo que escuchaba acerca del bautismo y de recibir el don del Espíritu Santo. Así que cuando las hermanas nos preguntaron si ya estábamos listas para dar el siguiente paso y bautizarnos, yo respondí que sí.
Una semana antes del bautismo pasé por muchos desafíos, pero me mantuve firme, ante todo. “Nada ni nadie hará que cambie de opinión”, pensé con firmeza. ¡Esta fue la mejor decisión de mi vida! Al llegar el día del bautismo me sentía muy feliz. Mi hermana Xochilt y yo nos bautizamos el mismo día. Mis padres estuvieron presentes al igual que los hermanos del barrio.
Ya que mi hermano todavía era misionero en Guatemala, no estaba presente, pero todos nos hicieron sentir especiales. Yo sabía que él estaba feliz por mi decisión y la de mi hermana.
Al salir del agua me sentía diferente, limpia, llena de paz y alegría. Comprendí que el Evangelio nos da a todos una nueva oportunidad y llena nuestro corazón de esperanza.
Para mi hermana fue también una experiencia única; estas son algunas de sus impresiones:
“Estaba muy nerviosa y mi mente estaba en blanco. Esperaba reaccionar después de entrar a la pila bautismal, y así sucedió. Salí llena de gozo. No paraba de sonreír al ver la emoción con la que me recibieron los miembros del barrio. Recibí abrazos sinceros y, sobre todo, pude sentirme cerca de mi Padre Celestial.
“Ahora mi vida es diferente. Oro para resistir las tentaciones, asisto a la Iglesia, y me esfuerzo por vivir el Evangelio. Sé que el Señor me ha perdonado y me ha dado una nueva oportunidad de vivir de una forma más consagrada”.
Por tener el Evangelio en mi vida he podido mejorar mi carácter. He aprendido a amar a los demás, a estar bien conmigo misma y a ser más responsable de mis decisiones.
Ahora sé que estoy en la verdad y testifico que el Evangelio me fortalece y me llena de esperanzas. Esta decisión no solo ha cambiado mi vida, sino la de mis futuras generaciones. Sé que Jesucristo me ama y siempre estará conmigo durante este viaje terrenal.