Mensaje del Área
La Sangre del Cordero
Estaba por cumplir dos años cuando en una tarde de campo, mientras mi familia disfrutaba de las aguas del río, en una de sus travesuras, mis dos hermanos corrieron hasta otro lugar, saltaron al río y nuestras vidas cambiaron para siempre, pues ambos perdieron la vida aquella tarde.
A medida que iba creciendo y escuchaba a mi madre hablar de sus hijos, me preguntaba: ¿Cómo pudo soportarlo?
Cuando tenía 16 años y ella se estaba despidiendo de esta vida, pensé que no lo soportaría y menos seguir solo con dos hermanos pequeños; sin embargo, lo hice y no entendí cómo.
Años después, al conocer el Evangelio restaurado y servir una misión, pude conocer mejor al Señor Jesucristo y Su infinita expiación. Por fin podía entender cómo mi madre logró soportar la pérdida de sus pequeños, y luego yo soportar su partida. Era la gracia que provenía del Salvador; Él vivió, aguantó, resistió y venció, para que podamos soportar y seguir con mayor fe.
La Pascua (del hebreo “Pesaj”, que significa salto o paso), ha sido instituida desde Moisés como fiesta solemne a Jehová durante las generaciones, por estatuto perpetuo1.
La Pascua recuerda al pueblo judío cautivo en Egipto y al Cordero sin mancha inmolado, cuya sangre protegía las casas de los judíos del paso del ángel de la muerte, durante la muerte de los primogénitos egipcios. Recuerda, además, el paso de la cautividad del pueblo del Señor a la libertad.
Aquel sacrificio del Cordero sin mancha, cuya sangre salvadora protegía a Israel, no era entonces una práctica nueva, ya Adán había recibido el mandamiento de realizarlo como recordatorio del sacrificio del Unigénito del Padre2. Y aquel Cordero sin mancha, Jesús, se hizo hombre y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad3.
Celebrando la Pascua con Sus apóstoles, Jesucristo instituyó la Santa Cena, con los mismos propósitos de los sacrificios anteriores, siendo la nueva ley después de aquella Pascua final y del sacrificio del verdadero Cordero Pascual.
Jesús, Primogénito del Padre en el espíritu y Unigénito en la carne, llevó una vida sin mancha y se ofreció en sacrificio por todo el género humano. Su sangre expiatoria y Su resurrección efectúan el paso de muerte a vida y el salto de la esclavitud del pecado a la vida eterna.
Hace un tiempo, tenía a mi hija en el hospital soportando un dolor muy fuerte, y ya sin fuerzas decía: “Papi, ya no puedo”, entonces le recordé la gracia de la Expiación y le pedí que depositara su dolor y su miedo sobre el Salvador y dejara que Él la ayudara a soportar. Tras una bendición del Sacerdocio fue llevada al quirófano, del cual salió milagrosamente sin necesidad de una cirugía. Después de unas horas en terapia intensiva, vi entrar a mi hija en la habitación, físicamente débil, pero espiritualmente fortalecida, ella comprendió que lo había logrado, lo había soportado gracias a Él.
El élder Bednar dijo: “No hay dolor físico… no hay angustia del alma, pena, enfermedad ni debilidad que ustedes y yo afrontemos en la vida terrenal que el Salvador no haya experimentado primero. En un momento de debilidad quizás clamemos: ‘Nadie sabe lo que se siente; nadie entiende’. Pero el Hijo de Dios sabe y entiende perfectamente, ya que Él ha sentido y llevado las cargas de cada uno”.4
Sé que el Señor Jesucristo vive, y que todos estamos al alcance del poder sanador y salvador de Su sangre expiatoria.