Mensaje de los líderes del Área
Hábitos espirituales
Para la mayoría de las personas, desarrollar y mejorar unos buenos hábitos espirituales no es fácil ni automático. El camino hacia el desarrollo espiritual suele ser irregular y difícil.
Cuando me preparaba para servir en una misión de tiempo completo, acudí a mi presidente de rama y le pregunté qué debía hacer para servir con honor. Él me dio una lista que incluía el estudio de las Escrituras, la preparación física y espiritual, e incluso aprender a cocinar. Al empezar a prepararme con mucho gusto en todos los sentidos para ser un “gran misionero”, me di cuenta de que unas cosas eran más fáciles de hacer que otras, y que algunas eran bastante difíciles. Sin embargo, hice todo lo posible por convertirme en lo que el Señor esperaba de mí, incluso a pesar de los desafíos que enfrenté durante ese tiempo.
La preparación no fue fácil, pero dio lugar a verdaderas bendiciones que todavía disfruto. Cuando obedecí el consejo de mis líderes, aun siendo difícil en ocasiones, sus instrucciones me ayudaron a convertirme en el misionero que el Señor quería que fuera y, con el tiempo, han llegado a formar parte de mi vida y de mi yo espiritual.
Del mismo modo, al esforzarnos por lograr resultados cuantificables en cualquier ámbito en el que deseemos mejorar, a veces no resulta fácil seguir las instrucciones, respetar normas estrictas o simplemente mantenerse centrado. Por ejemplo, si queremos mantener nuestro cuerpo físico sano y fuerte, tenemos que hacer ejercicio con frecuencia y proporcionarle alimento y agua con regularidad. No hacerlo nos causará debilidad o enfermedades y, si no tenemos cuidado, puede que incluso la muerte.
Los mismos principios se aplican a nuestro cuerpo espiritual, que necesita alimento constante para mantenerse sano y vigoroso. El régimen espiritual debe incluir buenos hábitos que nutran el espíritu, además de evitar los hábitos que puedan dañarlo.
El régimen espiritual debe incluir ejercicios espirituales regulares, tales como la oración diaria y el estudio de las Escrituras, prestar servicio y nutrirnos espiritualmente cada semana. Este alimento procede de participar de la Santa Cena, asistir a las reuniones de la Iglesia y ayunar mensualmente. Periódicamente renovamos nuestra recomendación para el templo a fin de asegurarnos de que todos los elementos espirituales se proporcionen de forma equilibrada para garantizar que nuestro cuerpo espiritual se alimente adecuadamente. En ocasiones, será necesario ayunar y orar para pedir ayuda y proporcionar a nuestro espíritu la fuerza y la energía necesarias para hacer frente a retos específicos.
Al recordar mi experiencia misional y lo difícil que fue prepararme, evoco al mismo tiempo lo gozoso que era y pienso en los hijos de Mosíah, que entendieron lo importante que era nutrir su espíritu con abundante energía adicional obtenida por medio de los hábitos espirituales:
“… porque eran hombres de sano entendimiento, y habían escudriñado diligentemente las Escrituras para conocer la palabra de Dios. Mas esto no es todo; se habían dedicado a mucha oración y ayuno; por tanto, tenían el espíritu de profecía y el espíritu de revelación, y cuando enseñaban, lo hacían con poder y autoridad de Dios”1.
También necesitamos ejercicio espiritual diario para conservar el testimonio y asegurarnos de que la certeza venza a la duda, porque lo que tenemos hoy, en lo que respecta al testimonio, no seguirá existiendo mañana si no hacemos algo para conservarlo. De igual manera que, al ejercitarnos, los músculos se fortalecen y desarrollan, para conseguir que el testimonio se fortalezca y perdure, necesitamos rutinas espirituales diarias y constantes.
La tendencia del hombre natural siempre es esperar más del Señor y menos de sí mismo. A medida que desarrollamos hábitos espirituales más fuertes y experimentamos un potente cambio en el corazón al nutrir nuestro espíritu adecuadamente y con frecuencia y regularidad, estos hábitos espirituales se convierten en una parte integral de nosotros y empezamos a esperar cada vez más y más de nosotros mismos y cada vez menos del Señor.
Trabajemos con diligencia para preparar, entrenar y nutrir nuestro espíritu, al igual que hacemos con nuestro cuerpo, mediante el desarrollo de buenos hábitos espirituales y evitando los hábitos destructivos del mundo. Es posible que nos resulte doloroso y difícil al principio, pero sin duda merecerá la pena a medida que disfrutemos de las bendiciones de este proceso espiritual de crecimiento y bienestar.