Liahona
Pregúntame algo a lo que pueda decir que sí
Julio de 2024


Voces de los miembros

Pregúntame algo a lo que pueda decir que sí

El tráfico en Santo Domingo es congestionado y ruidoso. Motocicletas, autos y camiones hacen frecuente uso de sus bocinas. Al principio de la misión, nuestro apartamento estaba ubicado en una intersección muy transitada. Durante las horas pico, el tráfico en esta carretera va colmado de automóviles. Los motociclistas tocan las bocinas en cada intersección. Los conductores de autos tocan la bocina en el momento en que el semáforo se pone verde. Los autobuses y camiones son especialmente ruidosos y las bocinas suenan cuando ven que la luz cambia. Los edificios de apartamentos de concreto allí amplifican los ruidos. El tráfico disminuye por la noche, pero algunos autos y motocicletas aprovechan la oportunidad para acelerar sus motores y correr por la carretera.

El ruido constante es difícil para mí. Al principio, la única vez que sentía alivio era en el templo o cuando trabajaba en la oficina. Mi cerebro sentía la tensión constante de tratar de aprender español y mis responsabilidades en la misión, y deseaba desesperadamente un refugio tranquilo.

Una oportunidad que se nos ha dado mientras estamos en la República Dominicana es servir como obreros en el Templo de Santo Domingo. El templo es benditamente tranquilo. Un día, saliendo del templo, el estruendoso tráfico me golpeó con fuerza y me sentí muy oprimida. Le dije al Padre Celestial: “¿Podrías hacer que el ruido se detenga por un rato?”. En mi mente, estaba como acurrucada con las manos sobre mis oídos, rogando.

Al instante, llegó a mi mente un recuerdo de un día cuando mis seis hijos eran pequeños y venían a mí constantemente pidiendo cosas que sabían que yo diría que no.

“Mamá, ¿puedo comer una galleta?”.

“No, vamos a cenar en cuanto tu papá llegue a casa”.

“Mamá, ¿puedo ir a casa de mi amigo?”.

“¿Hiciste la tarea?”.

“Todavía no”.

“Bueno, entonces, sabes la respuesta.”

“Mamá, ¿puedo…”.

“No”.

“Mamá, ¿podríamos…”.

“No”.

“Mamá…”.

“¡No! ¿Podrían, por favor, chicos preguntarme algo a lo que yo pueda decir que sí?”.

En ese entonces, también quería taparme los oídos y acurrucarme. Con este recuerdo, sentí al Espíritu Santo susurrar: “¿Qué tal pedir algo a lo que Yo pueda decir que sí?”.

Me detuve allí, en la acera, afuera del templo, donde las bocinas sonaban y los motores se aceleraban. Sabía que el Padre Celestial no detendría el tráfico. Luego recordé la historia del pueblo de Alma, en Mosíah 24. Alma y su pueblo estaban bajo el cautiverio de Amulón y los lamanitas. Fueron maltratados y cargados con pesadas cargas de trabajo. Alma y su pueblo derramaron sus corazones al Señor en oración y Él los escuchó. Seguramente muchas de esas oraciones pedían al Señor que las cosas difíciles terminaran.

“Y aconteció que la voz del Señor vino a ellos en sus aflicciones, diciendo: Alzad vuestras cabezas y animaos, pues sé del convenio que habéis hecho conmigo; y yo haré convenio con mi pueblo y lo libraré del cautiverio.

“Y también aliviaré las cargas que pongan sobre vuestros hombros, de manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas, mientras estéis en servidumbre; y esto haré yo para que me seáis testigos en lo futuro, y para que sepáis de seguro que yo, el Señor Dios, visito a mi pueblo en sus aflicciones” (Mosíah 24:13–14).

Cuando el Espíritu Santo me trajo estos versículos a la memoria, supe por qué orar. “Padre Celestial, por favor, fortalece mi mente para que pueda soportar el ruido del tráfico aquí y no sentir el estrés mental que me aflige ahora. Sé que puedes decir que sí a esto porque hiciste algo así por el pueblo de Alma”.

Sentí una nueva ligereza mientras caminaba a casa, esquivando autos al cruzar la calle hacia nuestro edificio de apartamentos. Sabía que el Padre Celestial escuchaba y respondería a mi oración. No sabía cómo se llevaría a cabo, solo sabía que Él me escuchaba.

Una semana después, estaba trabajando en nuestro apartamento y, de repente, me di cuenta de que no me estaba tapando los oídos, ni estaba sufriendo por el ruido del tráfico. Dejó de molestarme como lo hacía antes, se sentía menos intrusivo y me pesaba menos.

“Y aconteció que las cargas que se imponían sobre Alma y sus hermanos fueron aliviadas; sí, el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas con facilidad, y se sometieron alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor” (Mosíah 24:15).

Sé que el Padre Celestial nos ama y quiere bendecirnos cuando acudimos a Él pidiendo bendiciones. Sé que el Espíritu Santo puede enseñarnos por qué cosas orar y que podemos lograr las cosas que el Padre Celestial nos llama a hacer. A veces todos tenemos cargas mayores de las que podemos llevar, pero el Padre Celestial nos fortalecerá para que podamos llevarlas.

Brad y Heather Bullough son de Springville, Utah, y prestan servicio en una misión como secretario ejecutivo y secretaria ejecutiva asistente para la Presidencia del Área Caribe en la República Dominicana.

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