Liahona
Paz a través de los convenios del templo
Septiembre de 2024


Voces de los miembros

Paz a través de los convenios del templo

Cuando tenía once años, fui bautizada como miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, una decisión que se destaca como la más significativa en mi vida. Estoy agradecida por la influencia del Evangelio en mí cuando era una niña. Mis sueños siempre giraban en torno a tener una familia eterna. Debido a los convenios que un día haría en el templo, sabía que podría estar con mis seres queridos para siempre.

Conocí a mi esposo cuando era joven y, después de que él sirviera en una misión, nos casamos en 1999. Tuvimos nuestro primer hijo un año más tarde, en el mismo año en que se dedicó el Templo de Santo Domingo, en la República Dominicana. Fuimos sellados en el templo cuando nuestro bebé tenía solo tres meses. Recuerdo cuando lo trajeron vestido de blanco a la sala de sellamientos. Fue uno de los momentos más felices de mi vida, alcanzando la meta que me había propuesto siendo mujer joven: ser sellada por la eternidad con mi familia.

Nuestro segundo hijo nació cuatro años más tarde y me sentí feliz porque todo lo que había planeado y orado se estaba haciendo realidad. Habíamos enfrentado dificultades, pero sentía que era una hija amada de Dios, bendecida con una familia eterna.

Mi hijo mayor siempre fue un niño sano, obediente y centrado en los caminos del Señor. Cuando llegó el momento de servir en una misión, él estaba preparado. Recuerdo que él decía que siempre había planeado ser misionero y nosotros, como sus padres, estábamos felices y agradecidos. Siempre fue un niño amoroso y tenía un maravilloso sentido del humor que encantaba a todos los que lo conocían.

Un año y medio después de haber servido una honorable misión, él estaba asistiendo a la universidad con metas definidas para su vida, preparándose para una profesión, conociendo a su compañera eterna y comenzando una familia. Yo era la madre más feliz y tranquila por tener un hijo tan enfocado, amado y valorado.

El 2 de mayo del 2022, mientras trabajaba desde casa, recibí noticias que cambiarían para siempre mi vida y la de mi familia. Mi hijo mayor se había ahogado en la playa. ¡No podía ser verdad! ¿Escuché mal? ¿Era una broma? No, era real. Por un momento, sentí que caía en un abismo sin fin. Luego me vino el pensamiento de que mi hijo ya estaba al otro lado del velo.

Fui a mi habitación, me arrodillé y oré al Padre Celestial como nunca antes. No pregunté por qué. No me quejé. Simplemente pedí fuerza. Lo hice con tanta fe y certeza que a partir de ese momento, todo pasó en cámara lenta.

Lloré por mi amado hijo, pero al mismo tiempo sentí que todo estaría bien. Sentí calma. Pensé en el templo, los convenios que hice allí con mi esposo y las promesas hechas a mi familia.

Desde ese momento, tuve la fortaleza para consolar a mi hijo menor, ser una compañera amorosa para mi esposo devastado y creer plenamente y sin dudas que las familias pueden ser eternas. Entendí que mi hijo había pasado al otro lado del velo, pero seguía siendo, y todavía es, mi amado hijo. Sentí y reconocí que su tiempo en la tierra había terminado, pero que un día podría abrazarlo nuevamente y estar juntos para siempre.