Liahona
Vivir el Evangelio de Jesucristo nos lleva a la unidad
Octubre de 2024


Artículo de los líderes del Área Caribe

Vivir el Evangelio de Jesucristo nos lleva a la unidad

A veces nos preguntamos, ¿cómo podríamos mejorar la unidad entre los santos? Buscamos la manera de ser más felices teniendo creencias en común con otras personas. El Libro de Mormón, en 4 Nefi, nos proporciona un modelo de unidad: “Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos fueron hechos libres, y participantes del don celestial”.

Otro ejemplo de la unidad es el pueblo de Enoc, en donde leemos: “El Señor llamó Sion a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos”.

En el capítulo 11 de 3 Nefi, leemos sobre cómo ministró Jesucristo a los habitantes de las Américas, una experiencia que debió ser muy especial para cualquier persona, ya fuera de esa época o de la nuestra. Él les enseño las diferentes cosas que debían hacer para mejorar sus vidas con la unidad y, sobre todo, para poder regresar a la presencia de Dios y ser un pueblo unido por el Evangelio, “y bienaventurados son todos los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. También podemos ver cómo recibían promesas de nuestro Salvador al ser ministrados por Él. Algunas sugerencias para lograr la unidad serían las siguientes:

Reconcíliate con tu adversario

Dentro de los principios que nuestro Salvador enseñó a los habitantes de las Américas está el reconciliarse con su hermano. “Por tanto, si vienes a mí, o deseas venir a mí, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, ve luego a tu hermano, y reconcíliate primero con él, y luego ven a mí con íntegro propósito de corazón, y yo te recibiré. Reconcíliate cuanto antes con tu adversario”. Si queremos ser de corazón puro, debemos perdonar y buscar el perdón. De esta manera demostramos cuán unidos queremos ser con nuestro Padre Celestial y cuánto deseo tenemos de poder ser un pueblo unido también. Esto, mis hermanos y hermanas, incluye hacerlo en nuestra familia, nuestros amigos y también nuestros líderes y hermanos de la Iglesia. “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre tampoco perdonará vuestras ofensas”.

No juzguéis, para que no seáis juzgados

“Porque con el juicio con que juzguéis, seréis juzgados; y con la medida con que midáis, se os volverá a medir”. ¿De qué manera podríamos ser de corazón puro como nos pide el Salvador si estamos juzgando todo el tiempo a nuestro prójimo? Solo Dios, que conoce el corazón de cada persona, puede emitir juicios definitivos sobre las personas. Nosotros no debemos juzgar a ningún ser humano, debemos tener mucho cuidado en esto de formarnos opiniones de otras personas. Todos nuestros juicios deben ser guiados por las normas de la rectitud.

En muchas de nuestras decisiones importantes será necesario que formemos un juicio de las personas: al escoger amistades, elegir a nuestra pareja eterna y otras decisiones importantes de nuestra vida. Hagamos buen uso de nuestro albedrío al tomar este tipo de decisiones y juzgar algo o a alguien. Recordemos fijarnos en la viga que está en nuestro propio ojo primero antes de mirar la paja que está en el ojo de nuestro hermano.

Renovar los convenios de la Santa Cena

“Y haréis esto en memoria de mi cuerpo que os he mostrado. Y será un testimonio al Padre de que siempre os acordáis de mí. Y si os acordáis siempre de mí, tendréis mi Espíritu para que esté con vosotros”. ¡Qué gran oportunidad tenemos de renovar nuestros convenios con nuestro Padre Celestial cada domingo y tener la promesa de que el Espíritu Santo estará con nosotros! Al participar dignamente de la Santa Cena, estamos edificando nuestro testimonio sobre un fundamento de “roca” y estamos purificando nuestro corazón cada día, no estaremos edificando sobre un cimiento arenoso donde cuando caiga la lluvia, vengan los torrentes y soplen los vientos, podamos caer.

Vivir en la senda de los convenios

Al tomar la Santa Cena dignamente, podemos ver cómo el Padre Celestial nos bendice a nosotros con la promesa de tener el Espíritu Santo para poder vivir en la senda de los convenios con más fidelidad cada día. Nuestro amado profeta, el presidente Russell M. Nelson declaró: “Su compromiso de seguir al Salvador al hacer convenios con Él y luego guardar esos convenios abrirá la puerta a toda bendición y privilegio espiritual que están al alcance de hombres, mujeres y niños en todas partes […]. Las ordenanzas del templo y los convenios que ustedes hagan allí son clave para fortalecer su vida, su matrimonio y su familia, y su habilidad para resistir los ataques del adversario. Su adoración en el templo y el servicio que presten allí por sus antepasados los bendecirá con mayor revelación personal y paz, y los fortalecerá en su compromiso de mantenerse en [la senda] de los convenios”.

Mi familia fue al templo hace cuarenta y cinco años. Nos sellamos e hicimos convenios en el templo de Washington D. C. Yo tenía casi dos años, por lo que no recuerdo lo que pasó allí, pero sí recuerdo muchas otras cosas. Una de ellas era ver cómo mis padres se esforzaban por vivir y perseverar en la senda de los convenios, haciendo que el hogar fuera un pedacito de cielo. Los vi cumpliendo con sus llamamientos de la Iglesia y viendo cómo cuidaban de nosotros, sus hijos, para que no nos saliéramos tampoco de esa senda. Muchas de las cosas que aprendí de cómo tener éxito en mis llamamientos lo vi de mi padre. Miraba cómo él ministraba a los hermanos, cómo llegaban a nuestra casa en busca de ayuda y de la manera que le amaban, al igual que lo hacía mi madre con las hermanas.

Ellos y su familia fueron bendecidos por haberse mantenido en la senda de los convenios. Sus tres hijos sirvieron misiones de tiempo completo, fueron sellados con sus familias en el templo y hemos visto las bendiciones y el fruto de su esfuerzo. Aunque toma un poco de esfuerzo, los frutos de vivir en la senda de los convenios se pueden ver, así como pasó con los habitantes de la antigua América, quienes se “enseñaron y se ministraron el uno al otro; y tenían todas las cosas en común, todo hombre obrando en justicia uno con otro”.

Empecemos a ver la unidad dentro de las paredes de nuestro propio hogar, hagamos que nuestro hogar pueda llegar a ser un pedacito de cielo y que nuestro corazón puro nos lleve a tener unidad los unos con los otros, que es lo que hace el Evangelio de Jesucristo en nuestras vidas. El Señor nos pregunta y nos dice: “¿Qué clase de hombres habéis de ser? […] aun como yo soy”. Mis amados hermanos, esto no es solo una invitación, es lo que el Señor espera de nosotros.

Sé que nuestro Salvador Jesucristo nos ama, que esta es Su Iglesia y que, si vivimos en la senda de los convenios, veremos los frutos de la unidad y llegaremos a ser personas y familias con corazones puros y rectos. Testifico de estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. 4 Nefi 1:3.

  2. Moisés 7:18.

  3. 3 Nefi 12:8.

  4. 3 Nefi 12:23–25.

  5. 3 Nefi 13:14–15.

  6. 3 Nefi 14:2.

  7. 3 Nefi 18:7.

  8. Véase 3 Nefi 14: 24–25.

  9. Russell M. Nelson, “Al avanzar juntos”, Liahona, mayo de 2018.

  10. 3 Nefi 26:19.

  11. 3 Nefi: 27:27.

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