Mensaje de la Presidencia de Área
Abrir el corazón y cambiar vidas
Esta es una vida de oportunidades, algunas son relevantes y pueden conducirnos a través de ella con gozo, así fue conmigo aun desde mi niñez. Nací en una buena familia tradicional que me cuidó y enseñó valores esenciales para poder convertirme en un buena persona. Ante la atenta mirada de mi madre aprendí el Evangelio según esa tradición familiar, allí nació mi amor por el Salvador Jesucristo, a mi corta edad aprendí a orar, y cada mañana y cada noche lo hacía fervientemente de la forma en que me habían enseñado. Fui creciendo y ya en mi vida adulta conocí a una joven que me impactó, no solo era hermosa exteriormente, sino que me impresionó su manera de expresarse a diferencia de otras jóvenes que conocía. Nuestra relación se fue acrecentando lentamente y no tardé en darme cuenta de que me estaba enamorando de ella. Tomé valor y le declaré mis sentimientos, estos fueron correspondidos y comenzamos nuestro noviazgo; ella no demoró en decirme que era miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos días. Quedé sorprendido con esta firme declaración y, a pesar de invitarme a su iglesia, me negué rotundamente a ir.
Pasaron muchos años y hablar de religión era un problema entre nosotros. Un día me dijo que su “obispo” le había dado un “llamamiento” como “misionera de estaca” (así se llamaba en ese entonces), le expresé que no estaba de acuerdo y se generó una discusión, me dijo que si verdaderamente la amaba la acompañara una vez sola a su iglesia. Lo medité y sentí que no quería perder a esa mujer a quien realmente amaba, es más, habíamos planeado casarnos. Luego de dos domingos acepté acompañarla, la recepción al llegar a la iglesia fue sorprendente, el obispo fue el primero en saludarme y luego los demás, seguramente ella con todo su amor pidió esto y fue muy fuerte para mí. La reunión sacramental impactó mi corazón, nunca había sentido algo parecido, ese fue mi primer domingo y nunca más falté a la iglesia. Dos maravillosos jóvenes misioneros, el élder Darger y el élder Bogler me enseñaron durante tres meses con mucho amor y paciencia el Evangelio restaurado de Jesucristo y luego fui bautizado. Al año siguiente nos casamos y luego de la dedicación del Templo de Buenos Aires, Argentina, fui sellado a mi amada Myriam y mi primera hija que tenía dos años. Mis otras dos hijas nacieron dentro del convenio, fue una experiencia que nunca olvidaré.
Esto es lo que ocurre cuando se aprovechan las oportunidades para predicar las buenas nuevas del Evangelio a cada hijo de Dios. Ruego que podamos entender el verdadero propósito de la obra misional, el cual es llevar el plan de felicidad a cada persona en este mundo y que las familias tengan la oportunidad de hacer convenios mayores en la Casa del Señor, el ser selladas por la eternidad.
Cuando veo en retrospectiva y miro el presente y hacia el futuro siento una profunda gratitud al Señor por haber puesto en mi camino a ángeles y haberme dado la posibilidad de abrir mi corazón para conocer las tiernas misericordias que Él siempre está dispuesto a dar. El ver crecer a mis nietos y nietas “en la luz y la verdad”, y que están aprendiendo “a qué fuente han de acudir”, genera en mí el compromiso de avanzar en la senda de los convenios y el de amar, compartir e invitar a otros a venir a Cristo como lo hicieron conmigo.
Sé que los habitantes del mundo tienen la oportunidad única de alcanzar la verdadera felicidad y el gozo que produce aceptar a Jesucristo como el Salvador.