“Lección 3 — Material de preparación para la clase: Nuestra naturaleza y destino divinos”, La familia eterna: Material para el maestro, 2022
“Lección 3 — Material de preparación para la clase”, La familia eterna: Material para el maestro
Lección 3 — Material de preparación para la clase
Nuestra naturaleza y destino divinos
Algunas de las preguntas más importantes que tenemos en la vida tienen que ver con nuestro origen y nuestro destino: quiénes somos realmente y cuál es nuestro potencial. A medida que estudie esta lección, considere cómo se trata a sí mismo y a los demás. ¿Cómo cambiaría eso si siempre recordara su naturaleza y destino divinos?
Sección 1
¿Quién soy?
El profeta José Smith enseñó: “Si los hombres no comprenden la naturaleza de Dios, no se comprenden a sí mismos” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 42). Las Escrituras brindan un potente testimonio de quién es Dios y de cuál es nuestra relación con Él.
El presidente Dieter F. Uchtdorf, que entonces era miembro de la Primera Presidencia, enseñó lo siguiente en cuanto a nuestra relación con Dios:
Fuimos creados por el Dios Todopoderoso. Él es nuestro Padre Celestial; somos literalmente Sus hijos procreados como espíritus. Estamos hechos del material celestial más precioso y altamente refinado y, por lo tanto, llevamos dentro de nosotros la substancia de la divinidad.
Sin embargo, aquí en la tierra, nuestros pensamientos y acciones se ven abrumados por aquello que es corrupto, pecaminoso e impuro. El polvo y la suciedad del mundo manchan nuestras almas, dificultando que reconozcamos y recordemos nuestra herencia y propósito.
Pero todo eso no puede cambiar quiénes somos en verdad. La divinidad fundamental de nuestra naturaleza permanece (véase “Él los colocará en Sus hombros y los llevará a casa”, Liahona, mayo de 2016, pág. 104).
Los profetas y Apóstoles han afirmado que “[t]odos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija procreado como espíritu por padres celestiales” (“La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, LaIglesiadeJesucristo.org). Considere cómo las siguientes enseñanzas pueden ampliar su entendimiento en cuanto a sus padres celestiales:
Todos los hombres y las mujeres son a semejanza del Padre y la madre universales, y son literalmente los hijos y las hijas de la Divinidad […].
El hombre, como espíritu, fue engendrado por padres celestiales, nació de ellos y se crio hasta la madurez en las mansiones eternas del Padre antes de venir a la tierra en un cuerpo [físico] temporal (“Gospel Classics: The Origin of Man”, Ensign, febrero de 2002, págs. 29, 30).
El presidente Harold B. Lee declaró: “Olvidamos que tenemos un Padre Celestial y una madre celestial que probablemente estén incluso más preocupados por nosotros que nuestro padre y madre terrenales, y que hay influencias del más allá que procuran constantemente ayudarnos cuando hacemos todo lo que podemos” [Harold B. Lee, “The Influence and Responsibility of Women”, Relief Society Magazine, febrero de 1964, pág. 85] (Temas del Evangelio, “Madre Celestial”, topics.ChurchofJesusChrist.org).
El presidente M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, también enseñó: “Ante todo, ustedes son y siempre serán hijos de Dios procreados por Él como espíritus” (“Children of Heavenly Father” [devocional de la Universidad de Brigham Young, 3 de marzo de 2020], pág. 2, speeches.byu.edu). El presidente Uchtdorf enseñó que la verdad de que somos literalmente hijos procreados como espíritus por Dios “debería cambiar la forma en que nos vemos a nosotros mismos, a nuestros hermanos y hermanas, y a la vida misma” (“Cuatro títulos”, Liahona, mayo de 2013, pág. 58).
Sección 2
¿Qué diferencia puede marcar el saber que soy hijo de Dios?
Considere la siguiente declaración de la hermana Michelle D. Craig, consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes:
Cuanto mejor entiendan sus verdaderos propósito e identidad, en el fondo de su alma, más influirá ello en toda su vida (“Ojos para ver”, Liahona, noviembre de 2020, pág. 16).
Una experiencia que Moisés tuvo después de hablar con Dios cara a cara y de aprender en cuanto a su naturaleza divina ilustra el poder que ese conocimiento puede ejercer en nosotros.
Sección 3
¿Cuál es mi destino divino?
Considere cuánto ha aprendido y progresado en los últimos diez años. Como hijo o hija de padres celestiales, usted tiene una increíble capacidad de progreso; de hecho, tiene un destino divino (véase “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, LaIglesiadeJesucristo.org).
Un coheredero es alguien que hereda juntamente con otras personas. Como el primogénito y el único Hijo perfecto del Padre Celestial, Jesucristo tiene el derecho de heredar todo lo que el Padre tiene. Quienes sean obedientes y reciban todas las bendiciones de la expiación del Salvador heredarán también todo lo que el Padre tiene (véanse Romanos 8:14–18; Gálatas 3:26–29; Doctrina y Convenios 93:21–22). Eso significa que todos tenemos el potencial de llegar a ser como nuestro Padre Celestial.
El presidente Russell M. Nelson ayudó a aclarar lo que nuestro destino divino significa:
[D]ebemos prepararnos para nuestro propio destino divino: gloria, inmortalidad y vidas eternas. Estas bendiciones divinas pueden ser todas nuestras por medio de nuestra fidelidad (véase “La Creación”, Liahona, julio de 2000, pág. 105).
En las lecciones futuras, aprenderá más en cuanto a la forma en que Jesucristo hace posible que logremos nuestro destino divino como herederos de la vida eterna. Como el presidente Uchtdorf enseñó, eso se logra un paso a la vez:
Todos hemos visto a un niñito aprender a caminar. Da un corto paso y se tambalea; se cae. ¿Lo regañamos por el intento? Claro que no. ¿Qué padre castigaría a un pequeño por caerse? Lo alentamos, lo aplaudimos, lo elogiamos, porque con cada pasito el niño está volviéndose más como sus padres.
[E]n comparación con la perfección de Dios, nosotros, los seres mortales, somos apenas un poco más que un niñito tambaleante. Sin embargo, nuestro Padre Celestial desea que lleguemos a ser más parecidos a Él y […] esa también debe ser nuestra meta eterna. Dios comprende que no llegamos ahí en un instante sino dando un paso a la vez (“Cuatro títulos”, Liahona, mayo de 2013, pág. 58).