El testimonio de Mia
La autora vive en Misuri, EE. UU.
“Un verdadero amigo, con callada voz [el Espíritu Santo], nos testifica de Jesús y Dios al corazón” (Liahona, junio de 2015, pág. 67).
Se había pasado la hora de ir a dormir, pero Mia no estaba en la cama. Estaba sentada en el suelo de su habitación pensando en algo que la hermana Duval había leído en la Primaria: “Llegará el tiempo en que ningún hombre ni mujer podrá perseverar con luz prestada”1.
“Un testimonio es como una luz dentro de nosotros”, había explicado la hermana Duval. “Cada uno necesita su propio testimonio, así podremos ser fuertes cuando la vida sea difícil o cuando Satanás nos tiente”.
Mia apoyó la cabeza en la cama. “Yo quiero un testimonio de que el Evangelio es verdadero”, pensó. ¿Pero, exactamente cómo se obtiene un testimonio? Ella sabía que orar era parte de ello.
“Oraré”, decidió. Oraría y no pararía hasta que algo ocurriera que le hiciera saber que la Iglesia era verdadera. ¡Estaba lista para orar toda la noche si tenía que hacerlo!
Se puso de rodillas. “Querido Padre Celestial”, susurró, “quiero saber si la Iglesia es verdadera. Quiero sentirlo en el corazón y saberlo”.
Mia esperó. No sintió nada, excepto el sentimiento de tranquilidad que sentía normalmente cuando oraba. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Dónde estaba su testimonio?
Había estado lo que le pareció mucho tiempo de rodillas cuando la puerta de su habitación se abrió un poquito y su padre se asomó.
“Vi que tenías la luz encendida”, dijo él. “¿Otra vez estás leyendo hasta tarde?”. Entonces vio las lágrimas en las mejillas de Mia; se arrodilló y la rodeó con los brazos. “¿Qué ocurre?”.
Se quedó callada por un momento y luego preguntó: “Papá, ¿cómo se obtiene un testimonio?”.
El papá la abrazó fuerte. “Ésa es una buena pregunta. Desear tener un testimonio es uno de los primeros pasos”.
Mia sintió que el nudo que tenía en la garganta comenzaba a desaparecer.
“Normalmente, no se obtiene un testimonio sólo con una oración; e incluso después de obtener un testimonio, debemos seguir esforzándonos para mantenerlo”.
“Pero, ¿de dónde viene un testimonio?”, preguntó Mia.
“Un testimonio viene del Espíritu Santo”, dijo el papá. “¿Alguna vez has sentido calidez y tranquilidad durante la noche de hogar o en la Iglesia?”.
Mia pensó en ello. “Cuando me diste una bendición especial antes de que empezara la escuela, me sentí bien”. Pensó un poco más. “Siempre siento calidez por dentro cuando el presidente Monson habla durante la conferencia general; y cuando soy amable con mis amigos o cuando leo las Escrituras, también me siento bien”.
El papá sonrió. “Esos sentimientos son el Espíritu Santo que te habla. Él te da esos sentimientos cuando haces algo que está bien o cuando oyes algo que es verdad”.
“Ahora me siento tranquila y feliz”, dijo Mia. “¿Eso es el Espíritu Santo?”.
El papá la volvió a abrazar. “Sí. Te está diciendo que las cosas de las que estamos hablando son verdaderas; y es así como se obtiene un testimonio”.
Un poco después, cuando Mia se fue a dormir, no pensaba que tenía un testimonio completo todavía, pero aún tenía el sentimiento bueno y cálido de que lo que su papá le había dicho era verdad. Ella sabía que ese sentimiento sólo era el comienzo.
Mia se arropó bajo la cobija calentita y cerró los ojos. Justo antes de quedarse dormida, susurró: “Gracias, Padre Celestial, por ayudarme a tener un testimonio; y gracias por mi papá”.