¿Era la comida que había preparado demasiado sencilla?
Jennifer Klingonsmith, Utah, EE. UU.
Por un par de años, fui la maestra visitante de una vecina y amiga, la hermana Morgan. Era unas décadas mayor que yo, así que aprendí tanto de ella y de su vida como ella aprendió de mis mensajes.
Mientras era su maestra visitante, le diagnosticaron cáncer. Me maravillaba el valor con el que soportaba los tratamientos médicos y que casi siempre estaba sonriente.
Durante una de mis visitas, mencionó que al día siguiente era su aniversario de bodas. La conversación derivó en otros temas y poco después me despedí.
La tarde siguiente, sentí que debía llevarle lo que estaba cocinando para la cena a la hermana Morgan y a su esposo a fin de que celebraran su aniversario. Al principio ignoré el sentimiento porque estaba preparando una comida sencilla para una cena de entre semana; con seguridad una comida tan sencilla no haría honor a una ocasión tan especial.
Pero no podía dejar de pensar en ello. Llamé a mi esposo al trabajo con la esperanza de que estuviera de acuerdo conmigo en que no era una buena idea; sin embargo, me instó a que llamara a la hermana Morgan para decirle que le llevaría la cena.
La vergüenza de que era una comida sencilla y el pensar que sería presuntuoso llevársela me hicieron desistir de llamar a mi amiga, pero no podía sobreponerme al sentimiento de que debía compartir mi cena. De modo que, puse la comida en una fuente y con muchos nervios crucé la calle.
Al entrar al jardín, vi al hermano y a la hermana Morgan que estaban subiendo al auto. Les dije que les había llevado la cena para su aniversario y que esperaba que no les molestara.
La hermana Morgan sonrió. Me explicó que se habían resignado a celebrar su aniversario en un restaurante de comida rápida cercano porque sus tratamientos la dejaban demasiado cansada para cocinar o ir a cualquier otro lado. Parecía sentirse aliviada de poder quedarse en casa para cenar.
Me inundó un sentimiento de alivio y felicidad cuando aceptaron mi comida sencilla.
Menos de dos meses después, cuando la hermana Morgan acababa de terminar el tratamiento para el cáncer, su querido esposo falleció de una enfermedad repentina. El aniversario que habían celebrado unas semanas antes había sido el último que celebraron juntos.
Aprendí algo muy importante ese verano en cuanto a seguir la voz suave y apacible al servir a los demás. El servicio que se nos pida dar, o el que nos sintamos impulsadas a dar, puede ser incómodo, inconveniente o sencillo ante nuestros ojos; pero quizás sea exactamente lo que se necesite. Esa experiencia me dio el valor para servir en cualquier función en la que el Señor me necesite y aumentó mi fe para cumplir con la “tarea sagrada” (“Sirvamos unidas”, Himnos, Nº 205) que Él nos da.