Compartir el Evangelio como Juan el Bautista
Tú puedes ayudar a preparar a las personas para la segunda venida del Salvador, tal como lo hizo Juan el Bautista en Su primera venida.
A diferencia de Juan el Bautista, tú no tendrás que servir en una misión en el “desierto de Judea” (Mateo 3:1); tu ropa no será de “pelo de camello” (Mateo 3:4) y no tendrás que comer “langostas y miel silvestre” (Mateo 3:4). Pero tu objetivo al compartir el Evangelio será el mismo que el de Juan el Bautista: prepararás a las personas para la venida de Jesús al declarar: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2).
La misión de Juan el Bautista era clara: “…preceder al Mesías, para preparar la vía del Señor” (1 Nefi 10:7); pero su misión no fue fácil. El último profeta anterior a él había sido Malaquías, más de 400 años antes. “Sin tener un profeta, la gente empezó a dividirse en partidos y grupos, cada uno de ellos adjudicándose el derecho de interpretar las Escrituras y de dirigir al pueblo. Entre esos grupos, disminuyó el verdadero entendimiento de Jehová”1.
A pesar de los desafíos que había en los tiempos de Juan, multitudes salieron al desierto para escucharlo predicar, y bautizó a muchas personas. Dos de los futuros apóstoles, Juan el Amado y Andrés, llegaron a conocer a Jesús por medio de Juan (véase Juan 1:40).
Compartir el Evangelio en la actualidad es igual de desafiante. La vida moderna ofrece muchas distracciones; las filosofías del mundo hacen que las personas se extravíen; cada vez hay más personas que dejan de vivir de acuerdo con altas normas morales y algunas personas ni siquiera consideran que la religión sea necesaria.
En estas circunstancias, ¿cómo puedes tener éxito al compartir el Evangelio, como lo tuvo Juan el Bautista? A continuación encontrarás algunas lecciones de su vida que pueden serte útiles.
Juan sabía cuál era su misión. Él sabía que había sido llamado para ayudar a las personas a venir a Cristo (véase Lucas 1:16). Cuando Juan vio a Jesucristo, él testificó: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29). En lugar de alentar a las personas a seguirlo a él, Juan les ayudó a llegar a ser discípulos de Jesucristo. Refiriéndose al Salvador, Juan dijo: “Es necesario que él crezca, y que yo mengüe” (Juan 3:30).
Juan enseñó los principios básicos del evangelio de Jesucristo. Él enseñó a las personas acerca de la justicia, la misericordia, la honestidad, la moralidad, el ayuno, la oración, el arrepentimiento y la confesión de pecados, el bautismo por inmersión, la resurrección y el juicio (véase Mateo 3; Lucas 3). Se podrían describir sus enseñanzas como se describieron las del Salvador: “Y se admiraban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad” (Marcos 1:22).
Juan vivía de manera distinta a la del mundo. Hay un marcado contraste entre Juan y los maestros del mundo: Juan no era “un hombre cubierto de vestiduras delicadas… que llevan vestidura preciosa… en los palacios de los reyes” (Lucas 7:25); él no bebía “vino ni sidra” (Lucas 1:15). Juan era la “voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor” (Marcos 1:3). Como él enseñaba con el poder de Dios, las personas sentían el Espíritu y se convertían.
Juan era dedicado. Un erudito resumió las cualidades de Juan de esta manera: “Resolución, total dedicación a su llamamiento especial y completa lealtad al Hijo de Dios. Estas características, combinadas con la autoridad de su divino sacerdocio, su valiente disposición y su rectitud personal, hicieron de él uno de los grandes personajes de las Escrituras”2.
A medida que estudies la vida de Juan el Bautista, verás que él era más que la persona que tuvo el privilegio singular de bautizar a Jesucristo; verás que su vida y su misión tenían que ver con preparar a las personas para la venida del Salvador, al igual que lo es la tuya.