No veía la hora de que llegara el día en que me bautizaría. El año pasado, cuando cumplí ocho años, mi padre, mi madre, mi familia y mis amigos de la Iglesia estuvieron en mi bautismo. Fue una experiencia inolvidable para mí. Fue maravilloso saber que el cielo estaba celebrando mi decisión de bautizarme y llegar a ser una discípula de Jesucristo. Cuando nos bautizamos, hacemos un convenio con nuestro Padre Celestial. Sé que Él estaba contento con mi decisión, porque fue una decisión buena y digna.