¿Hicimos lo correcto?
Carlos Javier León Ugarte, Lima, Perú
Yo era un periodista conocido que había escrito artículos para algunas revistas y periódicos buenos de Lima, Perú; pero mi forma de vivir, alejado de Dios, me atormentaba cada vez más. Debido a ello, acepté un trabajo como corrector de una revista en el Distrito Ventanilla, lejos de mi casa. Buscaba desesperadamente una forma de alejarme de mi círculo de amigos. Sentí en el corazón que mi vida cambiaría en Ventanilla.
Asistía de vez en cuando a la Iglesia con mi novia, María Cristina, cuando dos buenos misioneros tenaces me convencieron de que preguntara al Padre Celestial en oración si la Iglesia era verdadera. Lo hice, y la experiencia que tuve fue indescriptible. Nunca había sentido el Espíritu tan fuerte como en ese día inolvidable.
Al poco tiempo, me casé y me bauticé, y María Cristina y yo alquilamos una habitación pequeña y no muy cómoda en Ventanilla. Gracias a mi trabajo arduo, me ascendieron de corrector a editor de la revista y el periódico de la compañía para la que trabajaba. Nunca había sido editor y estaba feliz con el puesto; sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar cuando la compañía rebajó sus normas y comenzó a publicar artículos de moralidad cuestionable. Esos cambios, que provenían de los directores de la compañía, iban contra los principios y los valores de la Iglesia.
Siempre había querido ser editor, pero la situación me hacía sentir incómodo. Nuestro obispo nos dijo que si hacíamos las cosas que complacían a nuestro Padre Celestial, Él nos bendeciría. Después de que mi esposa y yo meditamos y oramos al respecto, sentimos que debía dejar mi trabajo.
Unos días después de hacerlo, comencé a sentirme nervioso y me preguntaba si había hecho lo correcto. Después de renunciar, había mandado mi currículum vitae a varias compañías, pero nadie me había respondido. María Cristina sugirió que volviésemos a orar, y así lo hicimos. Oramos para que todo saliera bien y para que no perdiéramos la fe aun cuando las facturas que debíamos pagar se estaban acumulando.
Unas horas después, mi esposa me instó a que llamara a una de las compañías. Sin mucha confianza, llamé. Quedé sorprendido cuando un empleado de la compañía me dijo que justamente estaba por llamarme; ¡quería saber si yo podía comenzar a trabajar al día siguiente!
Lloramos de alegría. Nuestro Padre Celestial había contestado nuestras oraciones.
Tuvimos que dejar el barrio de la Iglesia y a muchos buenos amigos debido al nuevo trabajo, pero nos fuimos con un testimonio más fuerte. Ahora tengo un trabajo respetable y un buen salario, y tenemos un lindo lugar donde vivir. Más que nada, hemos sido bendecidos con la certeza de que cuando hacemos las cosas que complacen a Dios, recibimos Sus bendiciones.