Procurar el rescate
La autora vive en Utah, EE. UU.
Al igual que 33 hombres atrapados por el derrumbe de una mina en Chile, quizás nos sintamos atrapados por nuestras pruebas y debilidades; sin embargo, mediante el Plan de Salvación podemos tener la esperanza de un rescate.
El 5 de agosto de 2010, 33 mineros chilenos quedaron atrapados por un derrumbe masivo después de que la roca en el interior de la mina se desplomara. Quedaron restringidos a una pequeña zona segura y a los túneles de la mina por debajo del derrumbe, a unos 700 m en las profundidades de la Tierra.
La situación era desalentadora. Quedaron separados de su hogar y su familia por una capa sólida de casi un kilómetro de roca, y contaban con sólo un pequeño abastecimiento de comida y de agua. Aunque tenían herramientas y conocimientos, no podían salvarse a sí mismos debido a la inestabilidad de la mina. Su única oportunidad era que los encontraran y los rescataran.
A pesar de ello, eligieron aferrarse a la esperanza; se organizaron, racionaron la comida y el agua, y esperaron. Tenían fe en que las personas que estaban en la superficie estuvieran haciendo todo lo posible por rescatarlos. Aún así, debió haber sido muy difícil aferrarse a esa esperanza mientras esperaban en la oscuridad. Pasaron los días y después las semanas. La comida que habían racionado cuidadosamente se les acabó.
Yo también sufrí un terrible colapso en la vida. Ante mis ojos, mi hijo de ocho años, hermoso, alegre y lleno de vida, fue atropellado por un automóvil. Sostuve su cuerpo mientras su sangre corría por la carretera y su espíritu se alejaba y regresaba a su hogar celestial. Le supliqué a mi Padre Celestial que le permitiera quedarse, pero eso no era parte del plan de la vida de mi hijo.
Me encontraba perdida en la oscuridad, abrumada por la carga de mi dolor; me sentía agotada, incapaz de descansar, debido a que el problema de la mortalidad me nublaba la vista. Llegué a saber que un corazón roto es una verdadera sensación física. Donde una vez tuve el corazón, ahora sólo había una cavidad oscura, herida y adolorida.
Yo sabía que debía ser lo suficientemente fuerte para superarlo; muchas personas habían sufrido más; pero, al igual que los mineros, atrapados por la roca que los tenía cautivos, yo no podía deshacerme de la carga de mi dolor.
Todos podemos sentirnos atrapados de muchas maneras. Algunos quizás se sientan atrapados por pruebas personales, debilidades o circunstancias difíciles de la vida; sin embargo, nos consuela saber que la vida mortal es un tiempo en el que nos volvemos más fuertes a medida que enfrentamos nuestro dolor y nuestra angustia. Encontramos esperanza en Jesucristo.
Un rayo de esperanza
Al llegar el día número 17 de su prueba, se reanudó la esperanza para los mineros cuando una perforadora abrió un pequeño túnel a través de la roca que los tenían cautivos.
Los hombres atrapados deseaban que los rescatistas que estaban en la superficie supieran que estaban con vida, de modo que golpearon la broca de la perforadora y aseguraron en el extremo de la misma una nota escrita con un marcador de tinta roja. Decía: “Estamos bien en el refugio, los 33”. Se restauró la esperanza; los habían encontrado.
A través de un pequeño agujero, del tamaño de la circunferencia de un pomelo (toronja), se estableció comunicación con el mundo de la superficie. Por el pequeño túnel se les enviaron alimentos, agua, medicinas y notas de sus seres queridos.
Los mineros debieron haber tenido una mezcla de emociones al darse cuenta de la situación en la que se encontraban. Aunque sentían inmensa alegría y alivio porque los habían encontrado, su situación seguía siendo precaria. A pesar de que las personas que estaban en la superficie sabían dónde se encontraban, tomaría tiempo elaborar un plan de rescate, y sólo podían tener la esperanza de que funcionara.
Los equipos de rescate, un tanto renuentes, informaron a los mineros que tardarían meses antes de que pudieran sacarlos a la superficie. El plan era tenerlos de vuelta con sus familias para la Navidad, lo que significaba que continuarían atrapados unos cuatro meses más; no obstante, ahora aguardaban con esperanza.
Nosotros también tenemos un rayo de esperanza. Antes de la creación de este mundo, se elaboró un plan para rescatarnos. El Padre Celestial proporcionó un Salvador, quien nos salvaría de nuestro estado mortal, de nuestros pecados, de nuestras debilidades y de todo lo que sufriríamos en esta vida. Él es el que brinda esperanza y vida; Él abrió el camino para que regresemos a nuestro Padre Celestial y nos reunamos con los seres queridos que se han ido antes que nosotros; Él está a nuestro lado para llevar el peso de nuestras cargas, para secar nuestras lágrimas y traernos paz. Él vino para llevarnos a casa, si seguimos el plan que Él ha establecido.
El rescate
Aunque se hicieron diferentes intentos para rescatar a los mineros, sólo un taladro siguió un camino recto, a través de uno de los pequeños agujeros piloto que se habían perforado previamente para localizar a esos hombres.
Los mineros no permanecieron sin hacer nada durante el rescate. A medida que el taladro se abría camino hacia su rescate, las rocas cayeron en el túnel más pequeño, amontonándose en la cueva donde estaban atrapados; pero ellos quitaban las rocas que caían, despejando el lugar para el taladro más grande.
Los rescatistas construyeron una cápsula que bajaría por el túnel angosto utilizando cables. La cápsula de rescate era apenas lo suficientemente grande para dar cabida a un hombre; era sólo 10 cm más angosta que el túnel que se hizo a través de 700 m de roca sólida.
Cuando llegó el momento de rescatarlos, cada uno de ellos se enfrentó a una decisión: un hombre a la vez entraría en la cápsula y cada uno ascendería solo. Al escoger confiar en el plan, cada hombre tenía que tener la esperanza de que la cápsula subiera por el angosto túnel en un ascenso vertical y derecho, y que no se desequilibrara ni se atascara. Era preciso que el plan diera resultado, si no, ya no habría esperanza. Cada uno de los mineros entró en la cápsula, depositando su voluntad en el plan y en los rescatistas.
Uno por uno, los mineros hicieron el viaje solitario desde la oscuridad hacia la luz, donde fueron recibidos por seres queridos mientras todo el mundo observaba y se alegraba.
El plan de rescate tuvo éxito; no se perdió ningún hombre. Fueron rescatados el 13 de octubre de 2010, 69 días después del derrumbamiento de la mina y 52 días después de que los habían encontrado con vida.
Confíen en la expiación de Jesucristo
Al igual que con los mineros, nuestro rescate es individual. Aun cuando la salvación está al alcance de todos, nuestra relación con el Salvador es íntima y personal. Cada uno de nosotros debe elegir ceder su voluntad para confiar en nuestro Salvador Jesucristo.
A causa de la santidad eterna del albedrío del hombre sobre el cual se fundó esta vida terrenal, el Salvador no puede despojarnos de nuestra voluntad. Somos libres de escoger. El Salvador está a nuestro lado esperando sanar nuestras heridas y levantarnos a la salvación eterna, pero Él sólo puede hacerlo si lo invitamos; nosotros debemos escogerlo a Él. Para nosotros sólo existe un plan de rescate; se encuentra en Su sacrificio expiatorio y por medio de él. Él descendió por debajo de todas las cosas para rescatarnos.
Mi rescate llegó cuando me encontraba de rodillas en lo más profundo de mi angustia por la muerte de mi hijo. Al igual que los mineros al entrar en la cápsula, yo me encontraba en un punto crucial: ¿debía tratar de superar mis problemas con mi propia fuerza y conocimiento, o debería acudir a mi Padre Celestial y pedir ayuda?
Oprimida por el peso de mi angustia, decidí acudir a Dios. Al suplicar a mi Padre Celestial, le dije cuán agotada estaba y le pedí que me quitara la carga de mi aflicción. Antes de volver a ponerme de pie, se quitó de mis hombros el peso de mis penas. Aún debía luchar con el dolor y la pérdida, pero la carga insoportable se había ido.
En ese momento, llegué a saber que el Salvador está a nuestro lado, esperando para levantarnos, esperando solamente a que se lo pidamos, esperando que coloquemos nuestras cargas en Sus hombros, esperando que pongamos nuestra mano en la Suya a fin de que nos pueda rescatar.
Nosotros —al igual que los mineros que tuvieron que cerrar la puerta de la cápsula y confiar en quienes los rescatarían— debemos entregar nuestra voluntad al Salvador y confiar en Su plan de rescate.
Espero que cuando haga ese viaje solitario de esta vida a la siguiente, encuentre regocijo al reunirme con aquellos que han hecho ese viaje antes que yo. Mientras tanto, sé que mi Salvador vive, que me ama y que está a mi lado.