El glorioso día de la restauración del sacerdocio
Cuán agradecidos deberíamos estar de que el Señor haya restaurado Su Iglesia y Su sacerdocio en la Tierra.
Cuando el Salvador Jesucristo vino a la Tierra, una de las primeras cosas que hizo fue organizar Su Iglesia. En el Nuevo Testamento se nos dice que “él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios”. Cuando descendió, a la mañana siguiente, reunió a Sus discípulos “y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lucas 6:12–13).
Más tarde llevó a Pedro, a Santiago y a Juan a un monte apartado, y allí Pedro recibió las llaves del sacerdocio (véase Mateo 17:1–9; véase también 16:18–19). Pedro llegó a ser el responsable de poseer todas las llaves en la Tierra para dirigir la Iglesia después de que se fuera el Salvador.
Obedeciendo el mandato del Salvador (véase Marcos 16:15), los apóstoles predicaron el Evangelio y organizaron ramas de la Iglesia. En muchos casos, tenían la oportunidad de visitar las ramas sólo una vez, lo que les daba poca oportunidad de enseñar y capacitar. Al poco tiempo, se fueron introduciendo ideas paganas y diferentes aspectos de la doctrina del Salvador se cambiaron o modificaron (véase Isaías 24:5). Al propagarse la apostasía, se hizo necesario que el Señor quitara el sacerdocio de la Tierra; como resultado, por mucho tiempo los hombres vivieron sin las bendiciones del sacerdocio.
A fin de establecer Su reino de nuevo sobre la Tierra con los poderes del sacerdocio, el Señor restauró el Evangelio.
Recuerden la Restauración
Cuando José Smith estaba traduciendo el Libro de Mormón y Oliver Cowdery actuaba como su escriba, encontraron en 3 Nefi el relato de la visita del Salvador resucitado al hemisferio occidental. Al estudiar Sus enseñanzas acerca del bautismo (véase 3 Nefi 11:23–28), comenzaron a cuestionar las muchas formas de bautizar que se usaban en esa época y quién tenía la autoridad para hacerlo.
José y Oliver decidieron acudir el Señor y fueron a orar en los bosques cerca de la casa de José y Emma. Allí tuvo lugar la gran revelación en la que Juan el Bautista apareció, puso sus manos sobre la cabeza de ellos y dijo: “Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en rectitud” (D. y C. 13:1).
Aquél fue un acontecimiento glorioso. Espero que todos los poseedores del sacerdocio recuerden el 15 de mayo de 1829 como un acontecimiento sagrado en la historia de la Iglesia y como un acontecimiento especial en la historia del mundo.
Los Artículos de Fe nos dicen que “el hombre debe ser llamado por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas” (Artículos de Fe 1:5).
A los hombres no se los llama al azar; son llamados por inspiración y profecía. Hay una línea directa de inspiración entre el Señor y aquellos que son llamados a ejercer el sacerdocio. Ésa es la forma en que el Señor gobierna Su Iglesia y así es como llamó al profeta José Smith.
Sean dignos del sacerdocio
Recibir el sacerdocio no es un rito de transición que sucede automáticamente según la edad. Tenemos que ser dignos y “fieles hasta obtener estos dos sacerdocios” (D. y C. 84:33). Debemos leer con detenimiento el juramento y convenio del Sacerdocio de Melquisedec, que puntualiza ciertas condiciones que se deben entender y con las que se debe estar de acuerdo a fin de aceptar el sacerdocio:
“Así que, todos los que reciben el sacerdocio reciben este juramento y convenio de mi Padre, que él no puede quebrantar, ni tampoco puede ser traspasado.
“Pero el que violare este convenio, después de haberlo recibido, y lo abandonare totalmente, no recibirá perdón de los pecados en este mundo ni en el venidero” (D. y C. 84:40–41).
Eso es muy serio. Uno podría pensar que los hombres eludirían el obtener el Sacerdocio Aarónico y el de Melquisedec, pero el siguiente versículo dice: “Y ¡ay! de todos aquellos que no obtengan este sacerdocio” (D. y C. 84:42; cursiva agregada).
Si aceptamos el sacerdocio y vivimos dignos de él, recibimos las bendiciones del Señor, pero si quebrantamos nuestro convenio y nos alejamos de nuestro sacerdocio, no recibiremos las bendiciones del Señor ni llegaremos a ser “los elegidos de Dios” (D. y C. 84:34).
El Sacerdocio Aarónico, que se recibe por convenio, ayuda a preparar a los jóvenes para recibir el Sacerdocio de Melquisedec, el cual es el sacerdocio mayor, que se recibe por juramento y convenio.
Presten servicio
El sacerdocio es una gran hermandad, probablemente la más grande sobre la Tierra. Las relaciones entre nuestros hermanos del sacerdocio deben ser mejores que cualquier otra relación, con excepción de las que tengamos con nuestra propia familia. Además de ser una hermandad, el sacerdocio es una organización de servicio donde damos de nosotros mismos para ayudar a los demás y para mejorar las situaciones.
A partir del momento en que un joven recibe el Sacerdocio Aarónico y es ordenado diácono, maestro o presbítero, pertenece a un quórum. Esa hermandad de quórum continúa cuando recibe el Sacerdocio de Melquisedec y es ordenado élder. Los quórumes en el sacerdocio son de suma importancia.
Hace poco, un joven que iba a salir en una misión habló en la reunión sacramental. En su discurso, explicó que él y cuatro amigos habían empezado juntos en el quórum de diáconos. Dijo que la amistad y el apoyo que se dieron el uno al otro al afrontar los desafíos y progresar a través de los oficios del Sacerdocio Aarónico los ayudó a lograr su meta de servir en misiones de tiempo completo.
Yo pertenezco a un quórum; es un quórum muy especial que está constituido por hombres que provienen de las más diversas ocupaciones y profesiones; pero cuando actuamos como quórum, estamos unidos en propósito.
Cuando los miembros del quórum coinciden unánimemente en cuanto al rumbo que han de seguir y actúan juntos bajo la influencia del Espíritu Santo, actúan de acuerdo con la voluntad del Señor. A menos que exista un total acuerdo entre los miembros de un quórum, no se debe proceder. Piensen en cómo eso puede protegerlos a lo largo de la vida.
Todo líder de quórum debe tener una lista de los miembros de su quórum, y deberá estar pendiente de aquellos que estén teniendo dificultades para definir el modo en que deben vivir. Si varios de esos jóvenes pertenecen al quórum, el líder debe establecer prioridades en su lista y prestar atención a aquellos que tengan una necesidad más urgente de cuidado. Entonces, él y otros miembros del quórum empiezan a visitarlos, integrándolos como amigos y compañeros de quórum de manera de traerlos de nuevo a la hermandad.
Un quórum del sacerdocio tiene el deber y la responsabilidad de “amonestar, exponer, exhortar, enseñar e invitar a todos a venir a Cristo” (D. y C. 20:59). El prestar servicio en un quórum del sacerdocio es esencial para nuestro progreso aquí sobre la Tierra; por lo tanto, todos los miembros del quórum deben considerar esos deberes como parte de su obligación de servicio en el reino de nuestro Padre Celestial.
Todos sabemos que enfrentamos desafíos en nuestro estado de probación terrenal; a menos que contemos con apoyo para ayudarnos a medida que avanzamos por la vida, nos encontraremos sin un plan firme, sin un rumbo seguro y sin un mapa concreto que nos dirija y que nos guíe. Un quórum que funciona debidamente nos ayuda a formular un plan y un mapa que nos lleve de nuevo a la presencia de nuestro Padre Celestial.
Sean agradecidos
Los obispos poseen las llaves del sacerdocio para presidir el barrio, lo cual incluye a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico. De hecho, el obispo es el presidente del quórum de presbíteros del barrio. Él ayuda a los jóvenes a ser dignos de recibir el Sacerdocio Aarónico, a avanzar en él y a prepararse para el Sacerdocio de Melquisedec; los ayuda a entender las obligaciones y las bendiciones que se han dispuesto para los poseedores del sacerdocio; y les da asignaciones que les permitan prestar servicio y ministrar a los demás para ayudarlos a aprender a magnificar el sacerdocio.
Las llaves que pertenecen al Sacerdocio Aarónico nos recuerdan que siempre debemos estar agradecidos por el sacerdocio restaurado, con su poder, autoridad y responsabilidades: “El poder y la autoridad del sacerdocio menor, o sea, el de Aarón, consiste en poseer las llaves del ministerio de ángeles y en administrar las ordenanzas exteriores, la letra del evangelio, el bautismo de arrepentimiento para la remisión de pecados, de acuerdo con los convenios y los mandamientos” (D. y C. 107:20).
Extiendo el desafío a los jóvenes de que honren el sacerdocio que poseen y se preparen para avanzar en cada oficio del Sacerdocio Aarónico mientras se preparan para las bendiciones adicionales de recibir el Sacerdocio de Melquisedec, servir al Señor como misioneros de tiempo completo y, un día, casarse en Su santo templo.
Testifico que ningún hombre mortal dirige esta Iglesia; es la Iglesia del Salvador y Él la dirige mediante el sacerdocio, el cual Él delega a los hombres en la Tierra a fin de que puedan actuar como Sus agentes al dirigir Su Iglesia y efectuar ordenanzas sagradas. Cuán agradecidos deberíamos estar de que el Señor haya restaurado Su Iglesia y Su sacerdocio en la Tierra.