Jóvenes
Eternamente unida a mi familia
La autora vive en Utah, EE. UU.
Cuando me adoptaron a los tres años de edad, mi madre biológica dio permiso para que la adopción se llevara a cabo sólo si mis padres accedían a que yo realizara las ordenanzas de la Iglesia después de cumplir doce años. Ella pensaba que necesitaba ser lo suficientemente mayor para tomar esa decisión por mí misma, pero, en verdad, fue muy difícil esperar.
Sí, fue difícil ver cómo muchos de mis amigos se bautizaban cuando cumplían ocho años, pero aún más difícil fue saber que no me podía sellar a mis padres adoptivos ni a mis cinco hermanos mayores hasta que cumpliera doce años. Tenía miedo de que me sucediera algo y no pudiera sellarme a ellos.
A medida que se acercaba mi duodécimo cumpleaños, comencé a planificar mi bautismo y el sellamiento a mi familia. Mis padres me dejaron escoger en qué templo nos sellaríamos. Yo siempre había pensado que el Templo de San Diego, California, era el más bonito, así que toda mi familia convino en viajar a California para que nos selláramos.
No veía la hora de ser parte de una familia eterna junto a mis padres y hermanos. Durante el sellamiento, sentí tan fuerte el Espíritu que no lo puedo expresar con palabras. Ahora que por fin estoy sellada a mi familia, mis sentimientos de temor han sido reemplazados por sentimientos de consuelo y paz al saber que ahora estoy eternamente unida a ellos.