Fe, esperanza y gracia — Parte 3
Esperanza en Holanda
La autora vive en Nueva Jersey, EE. UU.
Grace es una chica de 15 años que vivía en Holanda durante la Segunda Guerra Mundial. La guerra había durado un largo tiempo. Las personas en Holanda se estaban muriendo de hambre y esperaban que la guerra terminara pronto.
El último año de la Segunda Guerra Mundial fue el más devastador para Holanda. Los Nazis tomaron literalmente todo. Grace no podía ir a la escuela. No había carbón para calentar la casa. Grace y su familia tuvieron que comer los bulbos de tulipanes para no morir de hambre. ¡Sabían horrible! Lo peor de todo era que papá todavía era un prisionero de guerra.
Pero había esperanza en el aire. Las personas decían que los Nazis estaban perdiendo la guerra, y en mayo de 1945, los nazis se rindieron. ¡Holanda por fin era libre otra vez! La gente celebró en las calles. Ahora Grace podría regresar a la escuela. No había más soldados que temer.
Lo mejor de todo, un día cuando Grace y sus hermanos regresaban a casa después de la escuela, vieron la bandera de Holanda izándose enfrente de su casa. Ellos sabían que eso solo quería decir una cosa.
¡Papá está aquí!, gritó Heber.
Grace y sus hermanos corrieron adentro. Grace puso sus brazos alrededor de su padre y le dio un gran abrazo. Él la abrazó fuertemente. Era maravilloso tener a papá de regreso en casa.
Poco después de eso, paquetes con comida, ropa y medicina empezaron a llegar a Holanda. Los líderes de la Iglesia en Salt Lake City enviaron muchos suministros para ayudar a las personas después de la guerra. ¡Incluso Grace recibió un vestido nuevo! Ella había usado el mismo vestido por cinco años, así que estaba muy contenta de tener uno nuevo.
Por primera vez en años Grace tenía suficiente para comer. La presidencia de la misión y el gobierno de Holanda decidieron empezar un proyecto con papas para cultivar y aumentar alimentos. Los miembros de la Iglesia sembraron muchas papas en campos cercanos. Para el otoño tendrían miles de papas para comer.
“¡Mira!” Grace le dijo a su papá, señalando un retoño de una planta de papa. “¡Nunca jamás volveremos a estar hambrientos!”.
Papá asintió con la cabeza pero no sonrió. Le dijo: “Estaba hablando con el presidente Zappey. Me dijo que los Santos de los Últimos Días en Alemania todavía estaban hambrientos, así como estábamos nosotros. Ellos no están recibiendo ayuda del gobierno como nosotros”. Papá puso su brazo alrededor de los hombros de Grace. “El presidente Zappey preguntó si daríamos nuestras papas a los Santos alemanes”.
“¡Dar nuestras papas!”, dijo Grace, gritando. ¡Pero si los Nazis eran alemanes! “Tal vez sean Santos de los Últimos Días, papá, pero siguen siendo alemanes”.
“Sé que no es fácil”, dijo papá. “Pero también son hijos de Dios. Él los ama a ellos también. Yo los perdoné por haberme tenido prisionero. El Señor nos puede ayudar a todos a perdonar”.
Grace miró a su papá. Él era la persona más valiente que ella conocía, pero no estaba segura de tener el valor de perdonar como él lo había hecho. Luego se acordó de uno de sus maestros de la escuela durante la guerra. Su maestro había dicho que no todos los alemanes eran nazis, y que no todos los soldados nazis eran malos. Y que en ese momento los niños y las niñas en Alemania estaban hambrientos, tal y como Grace lo había estado.
Grace respiró profundamente. “Entiendo”, dijo. “Démosles nuestras papas”.
Papá le dio un abrazo y sonrió. “Eres una chica tan valiente. Esto es algo difícil de hacer. Pero somos discípulos de Jesucristo, al igual que nuestros hermanos y hermanas alemanes”.
Grace sonrió. Los sentimientos de enojo en su corazón desaparecieron y sintió calidez y calma. Ella podía perdonar a los alemanes. Y Jesucristo podía ayudarle a amarlos también.