Compartiendo el amor de Dios
Hace poco mi familia y yo nos mudamos a Kentucky. Me sentía muy triste porque dejaba atrás a mis amigos y familiares. Kentucky era muy diferente a lo que estaba acostumbrada. La primera vez que fuimos a la Iglesia vi que no había muchas personas. Cuando me di cuenta de lo pequeña que era mi rama, decidí que, en vez de pensar mal en eso, haría algo al respecto.
Al día siguiente, mamá y yo fuimos a la tienda. Antes de salir de casa, tomé unas tarjetas de obsequio. Cuando llegamos a la tienda, tomé un dulce y me dirijí a la cajera. Ella escaneó el dulce y luego me lo entregó. Yo se lo devolví. Parecía confundida, y me djijo: “Señorita, usted ya pago esto”.
Dije: “Lo sé, pero se lo estoy dando a usted como un obsequio. Entonces le puse una tarjeta de obsequio con el dulce. Ella sonrió y me dio las gracias; miró detrás de las tarjetas de obsequio en donde había escrito: “Todos somos hijos de Dios”. Salí de ahí feliz, sabiendo que aunque no se uniría a la Iglesia, había hecho algo bueno.
Más tarde ese día, ¡recordé que había dejado el resto de las tarjetas de obsequio junto a la caja registradora! La siguiente vez que fui a la tienda, pregunté si todavía estaban ahí. Entonces vi algo, y me detuve. Unas cinco cajas registradoras tenían las tarjetas de obsequio que decían: “Todos somos hijos de Dios”. ¡El cajero las había compartido con los otros! Me sentí muy feliz de lo que había hecho.