2018
La caída de Adán y Eva: Una interpretación positiva (II)
Octubre de 2018


Sección Doctrinal

La caída de Adán y Eva: Una interpretación positiva (II)

La Creación, la Caída y la Expiación son los tres pilares del Plan de Salvación del Padre Celestial: la Creación, que convierte el mundo en un lugar preparado para el progreso de los hijos de Dios; la Caída, que abre la puerta a ese progreso, y la Expiación, que compensa los efectos adversos de la Caída y permite corregir las desviaciones de los pecados personales.

Por tanto, la Caída formaba parte del Plan de Salvación. Es decir, que estaba previsto que tomaran del fruto. Entonces, ¿por qué se habla del “fruto prohibido”? Quizá no fuera una prohibición, sino un recordatorio, una advertencia y una enseñanza. Era como si Dios hubiera dicho, “Tenéis que tomar del fruto para empezar el plan que os expliqué en el mundo preterrenal (recordatorio), ya sabéis que el precio será la lucha contra la debilidad física y espiritual en un mundo caído (advertencia), y que no hay otra manera de lograr la vida eterna (enseñanza). Confirmad con vuestra elección que estáis dispuestos a cambiar la comodidad del Paraíso por las dificultades de la oposición, porque el uso del albedrío es imprescindible para dar comienzo al plan”.

Adán y Eva decidieron valientemente hacer el cambio del “Paraíso perdido” por la “Exaltación deseada”. Pero hay muchos de los hijos de Adán que piensan que aquella decisión de nuestros primeros padres fue un error, unos por ignorancia, y otros por temor a lo desconocido: habrían preferido quedarse en el Jardín, contradiciendo lo que decidieron en el concilio de los cielos, de la misma manera que hay matrimonios que no quieren hijos, porque desean hacer de su casamiento una perpetua luna de miel, y ven a los hijos como ese “fruto prohibido” que los sacaría de su paraíso, y un obstáculo para “su plan de felicidad”, contrario al plan del Padre.

La decisión de Adán y Eva de abandonar el Jardín y enfrentarse a las vicisitudes de la vida mortal, me recuerda la historia del príncipe Siddhartha Gautama, que para convertirse en Buda tuvo que abandonar los palacios en que su padre, el rey Shuddodana Gautama, lo tenía alejado de los aspectos negativos de la vida en este mundo: la enfermedad, la vejez y la muerte. En ese ambiente de protección contra toda adversidad, rodeado sólo por la belleza y la salud, nació y vivió Siddhartha. Y cuando llegó a la edad de 16 años, lo casaron con la hermosa princesa Yashodhara. Mientras Siddhartha continuaba viviendo en el lujo de sus palacios, fue poco a poco despertando en él la inquietud y la curiosidad sobre el mundo que habría tras los muros que rodeaban su palacio. Finalmente, pidió que le permitieran salir a ver a su pueblo y sus tierras. El rey lo preparó todo cuidadosamente para que Siddhartha no viera el tipo de sufrimiento que había fuera del palacio, y decretó que sólo la gente joven y saludable podría presentarse al príncipe. Mientras lo llevaban de paseo por las calles de Kapilavatthu, la capital del reino, vio a una pareja de ancianos que había ido a parar accidentalmente a la ruta del príncipe y su séquito. Sorprendido y confuso, salió tras ellos para descubrir quiénes eran. Entonces pasó junto a un grupo de personas que estaban gravemente enfermas. Y después descubrió una ceremonia fúnebre junto a un río. Por primera vez en su vida estuvo frente a la vejez, la enfermedad y la muerte. Preguntó a su amigo y escudero Chandaka el significado de todas estas cosas, y Chandaka le informó de las simples verdades que Siddhartha ya debería conocer en ese momento de su vida: que todos enfermamos, envejecemos y, finalmente, morimos. A los veintinueve años, Siddhartha se dio cuenta de que no podría seguir viviendo felizmente de la forma en que lo había hecho hasta entonces. Se dijo, “Si yo también caeré enfermo alguna vez, con los años me convertiré en un anciano, y finalmente moriré, cuanto antes esté preparado, mejor”. Después de dar un beso de despedida a su mujer dormida y a Rahula, su hijo recién nacido, abandonó el palacio. Siddhartha, después de tener experiencias que le ayudaron a encontrar la respuesta al problema del sufrimiento, se convirtió en el “Buda”, que significa, “aquél que está despierto”.

La gran diferencia entre el principio del budismo y del judaísmo/cristianismo es que Adán no dejó a su esposa Eva detrás, sino que decidieron salir los dos del jardín para enfrentar juntos la vida al otro lado, y, además, con una activa participación de la mujer en esta gran decisión. Porque el Plan del Padre está dirigido al hombre y a la mujer por igual, y no se puede “despertar” a la divinidad por separado. Era necesario, pues, que tomaran la decisión los dos por igual, y buscaran juntos lo que había “al otro lado del Paraíso”. Y los hijos no sólo no se quedaron detrás, sino que esperaban fuera, para unirse como familia eterna en este camino hacia la divinidad.

Adán y Eva no pecaron con esta decisión, aunque las consecuencias tengan toda la apariencia de un grave error: abandonar un Paraíso y alejarse de Dios. Porque tenían que hacerlo, para que pudieran dar comienzo al plan que el Padre explicó a todos sus hijos en el mundo espiritual. Tuvieron que elegir entre dos opciones: 1) Comer del fruto, volverse mortales, tener hijos, enfrentar la oposición y cumplir con el plan de salvación. 2) No tomar del fruto, y quedarse en el Jardín sin tener hijos, sin sufrir, sin progresar, y vivir sin un propósito (cfr. 2 Nefi 2:22−23; Moisés 5:11). “La Caída es una bendición para la humanidad… era un paso necesario en el progreso del hombre (GEE, “Caída de Adán y Eva”, pág. 28). “Y Adán bendijo a Dios en ese día y fue lleno, y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de la tierra, diciendo: Bendito sea el nombre de Dios, pues a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos, y tendré gozo en esta vida, y en la carne de nuevo veré a Dios. Y Eva, su esposa, oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo: De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad… (Moisés 5:10−11). Nuestros padres no lamentaron la decisión de salir del Paraíso, sino todo lo contrario, “… e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas” (Moisés 5:12), para que también ellos entendieran la razón y necesidad de la Caída.

Y aquí viene el tercer pilar del plan: la Expiación. La Caída tiene sentido unida a la Expiación, porque el sacrificio expiatorio de Jesucristo compensa los efectos adversos de la Caída y de nuestros pecados. Por eso la Caída por sí sola sería contraria al propósito del plan de salvación y felicidad de nuestro Padre. “Y el Mesías vendrá… a fin de redimir a los hijos de los hombres de la caída…” (2 Nefi 2:26). No hay razón, pues, para lamentar la decisión de nuestros padres, porque … “todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe. Adán cayó para que los hombres existiesen, y existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:24−25).