Una bendición de puño y letra de mi madre
Douglas Hedger
Nevada, EE. UU.
Cierta noche me hallaba preguntándome qué mensaje debía ofrecer en la conferencia de barrio venidera. Había estudiado las Escrituras durante toda la semana y, aunque había recibido mucha instrucción y entendimiento, aún no tenía en claro la dirección hacia la que el Señor quería que yo, como presidente de estaca, orientara el mensaje que compartiría con los miembros del barrio.
Rogué en sincera oración que la guía del Espíritu orientara mis pensamientos. Luego abrí las Escrituras y comencé a leer de nuevo. De inmediato, mi mente se tornó a las metas del barrio que el obispo y yo habíamos tratado recientemente. Una de ellas era utilizar Predicad Mi Evangelio al compartir el Evangelio con amigos y vecinos.
Entonces sentí la inspiración de leer también Predicad Mi Evangelio aquella noche; tomé un ejemplar y lo abrí sin buscar intencionalmente ninguna página en particular. En la página en la que lo abrí, hallé dos referencias de pasajes de las Escrituras escritas a mano: 1 Nefi 8:8–11 y 1 Nefi 11:21–22. Al observar de forma más detenida, me di cuenta de que las referencias estaban escritas de puño y letra de mi madre. Mi dulce madre había fallecido hacía varios años, dos meses después de cumplir ochenta años de edad. Ella fue un ejemplo de valor y altruismo, y siempre veía lo bueno de las personas. Además, amaba las Escrituras.
Busqué aquellos versículos en las Escrituras para ver lo que la había inspirado a apuntar las referencias. Al leerlos, mi mente de inmediato se tornó al discurso que debía dar. Se trataba de un sencillo mensaje: que los miembros de la Iglesia que han probado el delicioso fruto del Evangelio en ocasiones pueden olvidar que muchas otras personas buscan el mismo fruto. Nosotros debemos tenderles la mano e indicarles dónde encontrarlo.
Pensé en mi amorosa madre mientras hojeé el resto de Predicad Mi Evangelio. No había ningún nombre, ni ninguna otra nota, ni nada que indicara que el libro le había pertenecido. Me senté atónito, mientras reflexionaba en la cadena de susurros del Espíritu que condujo a aquel momento. El Espíritu me confirmó que se me había guiado en mis pensamientos, tal como yo lo había pedido en oración. Es muy probable que mi madre no haya sospechado al escribir aquellas referencias tantos años antes que el Señor las usaría como respuesta a la humilde oración de su hijo.