Sección doctrinal
El conocimiento necesario para lograr la salvación o exaltación
El profeta José Smith recibió por revelación el siguiente principio sobre la importancia del conocimiento: “Es imposible que el hombre se salve en la ignorancia” (Doctrina y Convenios 131:6). Y el Profeta dijo también sobre este principio: “Nos salvamos a medida que obtenemos conocimiento” (History of the Church, tomo IV, pág. 588; trad.). Y la pregunta que nos viene a la mente es la siguiente: ¿Qué tipo de conocimiento necesitamos adquirir para poder salvarnos?
En su oración intercesora, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo en parte al Padre Celestial: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). José Smith, comentando estas palabras, dijo lo siguiente: “Por tanto, de acuerdo con este principio, si un hombre no conoce a Dios, comprenderá que no puede tener la vida eterna” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 425). Y en este caso la pregunta es: ¿De qué manera conocer a Dios me ayuda a ganar la vida eterna?
Sobre la naturaleza de Dios, José Smith comentó: “Son pocos los que en este mundo entienden correctamente la naturaleza de Dios”. Y añadió: “Y la mayoría de ellos no entienden nada sobre su relación con Dios, a menos que reciban ese conocimiento por medio de la inspiración del Omnipotente. Si los hombres no entienden el carácter de Dios, no se entienden a sí mismos” (Enseñanzas, págs. 424–425). ¿De qué manera conocer a Dios me ayuda a conocerme a mí mismo? ¿Qué relación hay entre Dios y yo?
Explicando qué clase de ser es Dios, José Smith enseñó lo siguiente: “Dios es un hombre glorificado. Si el velo se partiera hoy, y Dios se manifestara, lo veríamos con la forma de un hombre. Porque sabemos que Dios hizo a Adán a su imagen y semejanza. Y Adán anduvo y conversó con Dios, como un hombre se comunica con otro. El primer principio del Evangelio es, pues, conocer con certeza la naturaleza de Dios, y saber que podemos conversar con Él, como un hombre conversa con otro” (Enseñanzas, pág. 427). ¿Por qué es importante saber que Dios es una persona con quien puedo comunicarme?
José Smith nos sorprende con la siguiente afirmación, resumiendo todo lo anterior: “Esta es, pues, la vida eterna: conocer al único Dios sabio y verdadero. Y vosotros mismos tenéis que aprender a ser dioses, como lo han hecho todos los dioses antes de vosotros: avanzando de una capacidad menor a otra mayor, yendo de gracia en gracia, de exaltación en exaltación, hasta que logréis la resurrección de los muertos, moréis en fulgor eterno y os sentéis en gloria como aquellos que se sientan en tronos de poder infinito” (Enseñanzas, págs. 428–429).
Esta enseñanza de José Smith no es tan extraña, porque la compartían algunos filósofos de la antigüedad. Por ejemplo, Aristóteles, en su Ética a Nicómaco (libro VII) hace referencia a aquellos humanos que “se convierten en dioses por su extraordinaria virtud”.
¿Y qué debo hacer yo para convertirme en un dios?
En la revelación sobre los grados de gloria, José Smith enseñó que, para entrar en el Reino Celestial y heredar la vida eterna, debemos aceptar el testimonio de Jesús, creer en su nombre, ser bautizados por inmersión y recibir el Santo Espíritu por imposición de manos. Debemos vencer por la fe y ser sellados por el Santo Espíritu de la promesa, formando parte de la Iglesia del Primogénito. Estos son los que reciben la plenitud de la gloria de Dios por medio del Sacerdocio de Melquisedec. Y serán dioses; sí, los hijos de Dios. Morarán en la presencia de Dios y de su Cristo para siempre jamás, y tendrán parte en la primera resurrección (véase Doctrina y Convenios 76:51–64).
El acceso al Reino Celestial está en los primeros principios y ordenanzas del Evangelio de Jesucristo. Y la exaltación o vida eterna, que es el grado más alto en este reino, se obtiene con las ordenanzas del templo, por medio de las cuales el Santo Espíritu de la promesa nos sella para vida eterna.
Empezaba este artículo con la siguiente revelación de los cielos: “Es imposible que el hombre se salve en la ignorancia” (Doctrina y Convenios 131:6). Esta revelación se dio en conexión con lo revelado en el versículo anterior (Doctrina y Convenios 131:5), que afirma lo siguiente: “La palabra profética más segura significa que un hombre sepa por revelación y por el espíritu de profecía, que está sellado para vida eterna, mediante el poder del Santo Sacerdocio” (Doctrina y Convenios 131:5). Por tanto, aunque el conocimiento necesario para la salvación puede incluir diferentes tipos de conocimiento, en este caso se refiere más específicamente a “la palabra profética más segura”. Por consiguiente, ninguna persona puede salvarse sin el conocimiento de esta palabra; es decir, que sepa por revelación y por el espíritu de profecía que está sellado para vida eterna.
Hemos leído que José Smith enseñó que conocer a Dios es conocernos a nosotros mismos, y que debemos aprender a ser dioses. Y ambas cosas están relacionadas, porque cuando descubrimos o tomamos conciencia de nuestra “filiación divina”, es decir, que somos hijos literales de Dios, descubrimos también que tenemos en nosotros un potencial divino que nos permite llegar a ser como nuestro Padre Celestial por medio de un proceso de “divinización”.