Capítulo 2
¡Escúchalo!
Este es el capítulo 2 de la nueva historia de la Iglesia narrada en cuatro tomos y titulada Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días. El libro estará disponible en 14 idiomas en papel impreso, en la sección Historia de la Iglesia de la aplicación Biblioteca del Evangelio, y en línea en saints.lds.org. Los siguientes capítulos se irán publicando en las próximas ediciones hasta que el tomo 1 se publique más adelante este año. Dichos capitulos estarán disponibles en 47 idiomas en la aplicación Biblioteca del Evangelio y en santos.lds.org.
José se levantó temprano una mañana de la primavera de 1820, y se dirigió a un bosque cercano a su casa. El día era despejado y hermoso, y la luz del sol se filtraba por las ramas de los árboles. Deseaba estar a solas para orar, y conocía un lugar tranquilo en el bosque donde recientemente había estado cortando árboles; había dejado allí su hacha clavada en la cepa de un árbol talado1.
Al llegar al lugar, José miró alrededor para asegurarse de que estaba solo. Se sentía inquieto porque iba a orar en voz alta y no quería que lo interrumpieran.
Al comprobar que estaba solo, José se arrodilló sobre la tierra fresca y comenzó a expresar los deseos de su corazón a Dios. Él suplicó por misericordia y perdón, y pidió sabiduría para encontrar respuestas a sus preguntas. “Oh Señor - oró - ¿a qué iglesia debo unirme?”2.
Mientras oraba, su lengua comenzó a hincharse hasta el punto de no poder hablar. Escuchó pisadas a sus espaldas pero, al girarse, no vio a nadie. Intentó orar nuevamente, pero las pisadas se hicieron más fuertes como si alguien viniera a prenderle. Se puso de pie de un salto y se dio vuelta, mas no vio a nadie3.
Entonces un poder invisible se apoderó de él. Trató de volver a hablar, pero su lengua estaba trabada. Densas tinieblas se formaron a su alrededor hasta impedirle ver la luz del sol. Vinieron a su mente dudas e imágenes terribles que lo confundían e inquietaban. Sentía como si un ser terrible, real e inmensamente poderoso quisiera destruirlo4.
Esforzándose con todas sus fuerzas, José clamó a Dios una vez más. Su lengua fue desatada, y suplicó a Dios que lo librará. Sin embargo, vio que se hundía en la desesperación, que era superado por una oscuridad insoportable y que estaba a punto de entregarse a la destrucción5.
En ese momento, una columna de luz apareció sobre su cabeza, la cual descendió lentamente y pareció prender fuego a la arboleda. Cuando la luz reposó sobre él, José se sintió libre de la atadura de aquel poder invisible y, en su lugar, el Espíritu de Dios lo colmó de una paz y un gozo inefables.
Al mirar hacia la luz, José vio a Dios el Padre de pie en el aire, arriba de él. Su faz era más brillante y gloriosa que cualquier cosa que José había visto jamás. Dios lo llamó por su nombre, y señaló a otro Ser que apareció a Su lado. “Este es mi Hijo Amado —dijo Él—. ¡Escúchalo!”6.
José vio la faz de Jesucristo; era tan resplandeciente y gloriosa como la del Padre.
—José —dijo el Salvador—, tus pecados te son perdonados”7.
Una vez aliviada su carga, José repitió su pregunta: “¿A qué iglesia debo unirme?”8.
—No te unas a ninguna de ellas — le dijo el Salvador—. Enseñan como doctrinas los mandamientos de los hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando el poder de ella”.
El Señor le dijo a José que el mundo estaba inmerso en el pecado. “Nadie hace lo bueno —explicó Él—; se han apartado del Evangelio y no guardan mis mandamientos”. Le dijo que las verdades sagradas se habían perdido o corrompido, pero prometió revelar la plenitud de Su evangelio a él, José Smith, en el futuro9.
Mientras el Salvador hablaba, José vio a huestes de ángeles, y la luz que los rodeaba resplandecía más que el sol a mediodía. “He aquí, vengo pronto —dijo Jesús—, vestido con la gloria de mi Padre”10.
José pensaba que las llamas habrían consumido el bosque, pero los árboles ardieron como la zarza de Moisés sin consumirse11.
Cuando la luz se desvaneció, José yacía de espaldas en el suelo mirando hacia el cielo. La columna de luz se había ido; así también su sentimiento de culpa y su confusión. Su corazón rebosaba de sentimientos de amor divino12. Dios el Padre y Jesucristo habían hablado con él, y él había aprendido por sí mismo la manera de hallar la verdad y el perdón.
Encontrándose demasiado débil para moverse por motivo de la visión, José permaneció acostado en el bosque hasta que recuperó algo de sus fuerzas. Logró llegar hasta la casa, y se apoyó sobre la chimenea. Su madre lo vio y le preguntó qué le sucedía.
—Todo está bien —le aseguré—; me siento bastante bien13.
Unos días más tarde, mientras conversaba con un predicador, José le contó lo que había visto en el bosque. El predicador había participado activamente en los recientes resurgimientos religiosos, y José esperaba que tomara en serio su visión.
Al principio, el predicador trató con ligereza sus palabras —había personas que, de tiempo en tiempo, aseguraban tener visiones celestiales14— pero luego se enojó y se puso a la defensiva; y le dijo a José que su historia era del diablo. Los días de visiones y revelaciones habían quedado atrás desde hacía mucho tiempo, le dijo, y no volverían jamás15.
José se sorprendió, pero pronto descubriría que nadie creía en su visión16. ¿Por qué habrían de creerle? Tan solo tenía catorce años y, prácticamente, no había recibido instrucción escolar alguna. Provenía de una familia pobre y probablemente pasaría el resto de su vida trabajando la tierra y haciendo trabajos esporádicos para apenas sobrevivir.
No obstante, su testimonio inquietó a algunas personas lo suficiente como para exponer a José al ridículo público. Cuán extraño, pensaba él, que un simple joven, sin trascendencia alguna en el mundo, fuese blanco de tantas amarguras y burlas. “¿Por qué me persiguen por decir la verdad? —Quería preguntarles—. ¿Por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto?”.
José se hizo estas preguntas durante toda su vida. “Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron —relataría más tarde—; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto”.
“Yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía —testificó—; y no podía negarlo”17.
Una vez que José comprendió que la gente se ponía en su contra cuando él relataba su visión, la reservó mayormente para sí, satisfecho del conocimiento que Dios le había dado18. Posteriormente, después de mudarse del estado de Nueva York, intentó registrar la sagrada experiencia que había tenido en el bosque. En su relato, describió su anhelo por recibir perdón y la admonición del Salvador para un mundo que tenía necesidad de arrepentirse. Lo escribió con sus propias palabras, con un lenguaje imperfecto, en un intento ferviente por capturar la majestuosidad de aquel momento.
En los años subsiguientes, él relató la visión más públicamente, haciendo uso de escribas que pudieron ayudarle a expresar mejor lo que no admitía descripción. En estos relatos, habló de su deseo de hallar la iglesia verdadera; contó que Dios el Padre se apareció primero para presentar al Hijo; y escribió menos acerca de su propia búsqueda del perdón y más sobre el mensaje universal de la verdad del Salvador y la necesidad de la restauración del Evangelio19.
En cada esfuerzo que hizo por registrar su experiencia, José testificó que el Señor había escuchado y contestado su oración. Había aprendido, siendo un jovencito, que la Iglesia del Salvador ya no estaba en la tierra; pero que el Señor había prometido revelar más acerca de Su evangelio a Su debido tiempo. Por tanto, José decidió confiar en Dios, permanecer fiel al mandamiento que había recibido en el bosque y esperar pacientemente hasta recibir guía adicional20.