La familia: La fuente de la felicidad
Tomado del discurso “What Do You Envision in Life?”, pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young el 2 de diciembre de 2014. Para el texto completo en inglés, visite speeches.byu.edu.
Mediten la doctrina de las familias eternas y lleguen a saber por sí mismos qué es realmente lo más importante.
El concepto de la familia y la vida familiar como una verdadera fuente de felicidad se ha debilitado profundamente en décadas recientes. La familia tradicional está siendo atacada por muchas y variadas fuentes en todo el mundo. (En la página 18 de este ejemplar, el élder Quentin L. Cook menciona algunos de esos ataques). Sin embargo, existen otros inconvenientes y riesgos que se relacionan incluso con algunos de nosotros que conocemos la importancia, la divinidad y el destino eterno de la familia.
Influenciados por el mundo y sus tentaciones, el creciente y egocéntrico deseo de satisfacción propia y la inclinación por la comodidad o por querer que las cosas sean fáciles, ponemos a nuestra familia y nuestra felicidad bajo presión. Con demasiada frecuencia, la felicidad en nuestra vida se define por la calidad de nuestro “paquete integral de tranquilidad”, el cual esperamos obtener y retener con “una pequeña inversión y un alto rendimiento”.
Sin embargo, la vida no funciona de esa manera; jamás estuvo previsto que fuera fácil. El Señor dijo mediante el profeta José Smith: “Porque tras mucha tribulación vienen las bendiciones. Por tanto, viene el día en que seréis coronados con mucha gloria” (D. y C. 58:4).
Ordenado por Dios
El Señor ha revelado claramente cómo desarrollar y mantener familias fuertes. Todos estamos invitados a estudiar y aplicar los principios que se establecen en “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”. Además, debemos reconocer que obtener fortaleza personal y felicidad en la vida familiar requiere sacrificio y fe.
La proclamación sobre la familia declara “que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es fundamental en el plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos”. Señala, además, “que el mandamiento de Dios para Sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece en vigor”1.
Para muchas personas, la imagen y el propósito de la familia han cambiado drásticamente. La sociedad está adoptando cada vez más el modelo de matrimonio de la supuesta “alma gemela”, el cual se centra en las necesidades y los sentimientos de los adultos en vez de los de los niños. Como resultado, muchos comienzan el matrimonio después de una larga relación en vez de dar ese paso después de un noviazgo apropiado. Encontrar a la persona perfecta, probar una relación viviendo juntos sin el beneficio del matrimonio o procurar un estilo de vida lujoso se han vuelto prácticas comunes para muchas personas antes de que finalmente decidan casarse.
Las Escrituras y los profetas modernos nos enseñan lo contrario. Edificamos nuestro matrimonio sobre el fundamento de la castidad y la fidelidad, con la intención de establecer y criar una familia. El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) enseñó: “Hay muchos que hablan y escriben contra el matrimonio; aun entre nuestros propios miembros algunos lo aplazan y lo impugnan… Instamos a todas las personas a aceptar el matrimonio [tradicional] como la base de la felicidad verdadera… Básicamente, el matrimonio presupone una familia”2.
Cuando mi esposa Christiane y yo éramos jóvenes, esas fueron las palabras de nuestro profeta viviente, y confiamos en su consejo y lo seguimos. Nos arrodillamos frente a frente en el altar del Templo de Berna, Suiza, cuando teníamos 20 y 22 años de edad, respectivamente. Éramos dignos del convenio, no teníamos una idea clara de qué esperar, no teníamos experiencia laboral ni preciados estudios universitarios, y éramos bastante pobres.
Todo lo que teníamos en abundancia era nuestro amor del uno por el otro y un gran e ingenuo entusiasmo. Sin embargo, comenzamos a construir juntos nuestro mundo. No pospusimos tener hijos, y tuvimos que apoyarnos mutuamente para obtener una formación académica. Creíamos firmemente en la promesa del Señor: “si guardáis sus mandamientos, él os bendice y os hace prosperar” (Mosíah 2:22).
Y Él cumplió Su promesa. Cuando nos casamos, Christiane estudiaba enfermería. Parte de nuestra visión era que ella terminara su carrera, pero, a la vez, también tomamos la decisión consciente de comenzar a cumplir nuestro sueño de tener una familia. Como resultado, nuestro primer hijo nació alrededor de dos semanas antes de que Christiane rindiera su examen final de enfermería.
Ahora, casi 40 años después, estamos agradecidos por haber formado nuestra familia juntos. Nuestra fe en Dios y nuestra relación matrimonial se han vuelto inquebrantables a medida que hemos visto la mano del Señor guiándonos a lo largo del proceso de edificar nuestro reino en la vida terrenal. Dicho reino continuará creciendo para siempre jamás.
Estén dispuestos a sacrificarse
Ambos estábamos listos y dispuestos a sacrificarnos por nuestra visión de la felicidad. Aceptamos las funciones divinamente designadas que establecen que el padre debe “presidir” y “proveer”, y que la madre es “responsable del cuidado de sus hijos”3. Julie B. Beck, ex Presidenta General de la Sociedad de Socorro, declaró: “La función de los padres en el sacerdocio es presidir y otorgar las ordenanzas del sacerdocio a la siguiente generación. La función de las madres en el sacerdocio es influenciar. Estas son responsabilidades esenciales, complementarias e interdependientes”4.
El ayudarnos uno al otro en el matrimonio y la familia como compañeros iguales no significa que siempre hacemos las mismas cosas ni que hacemos todo juntos ni en partes iguales. Comprendemos y aceptamos las diferentes funciones que se nos han dado por designio divino según se establecen en la proclamación sobre la familia. No seguimos el curso del mundo en lo que se describe como “emancipación”, en la que tanto el esposo como la esposa viven únicamente para consumar su propio egoísmo. Vivimos los principios del Evangelio; el esposo y la esposa se complementan el uno al otro, y las familias se esfuerzan por tener unidad y abnegación.
Algunos de ustedes podrían decir: “Bueno, nuestra situación es diferente. El mundo de hoy no es ideal; debe haber lugar para las excepciones”. Es cierto, pero estoy tratando de enseñar la regla del ideal divino y dejar que ustedes hagan frente a las excepciones a medida que sigan el curso de su vida.
En la visión que teníamos de nuestra familia, deseábamos que Christiane estuviera en casa para criar a nuestros hijos, lo cual supuso un sacrificio. Poco después de que supimos que un bebé venía en camino, Christiane me recordó la decisión mutua que habíamos tomado, aun antes de nuestra boda, de que ella dejaría de trabajar fuera de casa tan pronto como naciera el bebé. Traté de eludir lo que sabía que sería una responsabilidad adicional mencionando que ella contribuía un tercio de nuestros ingresos familiares. Ella simplemente respondió: “Yo me ocuparé de los niños, y tú ocúpate de poner el pan sobre la mesa”.
Sabía que ella tenía razón; lo habíamos hablado mucho tiempo atrás; estaba en armonía con nuestra visión de la vida familiar, estaba en armonía con las palabras de los profetas vivientes y sentíamos que era lo correcto. Así que ella abandonó su carrera bien remunerada como enfermera para estar cerca de los niños y para satisfacer sus necesidades diarias, y yo tuve que arreglármelas para proveer alimentos y un techo. El Señor nos bendijo para poder lograr ese aspecto de nuestra visión.
Tan a menudo como las circunstancias lo permitían, realizamos juntos otros asuntos importantes, tales como la crianza de los hijos, la enseñanza, la orientación o incluso cambiar pañales. Esa división de las labores existió porque siempre había sido parte de cómo imaginábamos nuestra vida familiar.
Christiane y yo descubrimos que, conforme hemos actuado con fe y confiado en el Señor, Él nos ha ayudado a hacer Su voluntad a Su manera y de acuerdo a Su tiempo. Ahora bien, debo decir que a Su manera no significó que todo salió inmediatamente del modo que pensamos que resultaría. A veces tuvimos que ser pacientes, en ocasiones tuvimos que esforzarnos más y otras veces hasta parecía que el Señor estaba poniendo a prueba nuestra dedicación. Sin embargo, nuestra visión siempre nos ha inspirado y ha sido el fundamento de nuestras decisiones más importantes.
Una de las cosas que Christiane y yo siempre imaginamos era estar con nuestros hijos en el salón celestial del templo como preludio del gozo y de la gloria eternos que un día esperamos experimentar. A lo largo de los últimos años, hemos llevado a cada uno de nuestros hijos a recibir las ordenanzas del templo, simbólicamente regresándolos a nuestro Padre Celestial después de enseñarles los principios de la rectitud. Hemos acompañado a tres de nuestros hijos a altares del templo cuando se casaron con el amor de su vida, y tenemos previstos más matrimonios en el templo.
Nada nos ha dado más felicidad y satisfacción en nuestra vida que el gozo que hemos hallado mutuamente y en nuestra posteridad. Cuando comprendimos que estos son tan solo los comienzos de nuestro progreso eterno y, por lo tanto, apenas los primeros niveles de nuestro gozo y felicidad, estuvimos —y estamos— dispuestos a sacrificar todo lo que tenemos para vivir la doctrina de la familia y para lograr plenamente nuestra visión.
Les invito a meditar esta doctrina y a llegar a saber por sí mismos qué es realmente lo más importante. Este tipo de felicidad es la esencia de nuestra existencia, y la felicidad que proviene de las buenas relaciones entre el esposo, la esposa y los hijos siempre crece.
Implementen su visión
Después de estudiar la doctrina de la familia y establecer una visión para su felicidad, deben tomarse en serio la tarea de implementar dicha visión.
Los rechazos iniciales que recibí en mi noviazgo con Christiane me desanimaron un poco. Había estado a punto de decidir iniciar una fructífera carrera como joven adulto soltero de la Iglesia, pero un día tuve una impresión espiritual especial. Estaba participando en una ordenanza en el templo de Suiza cuando escuché una voz en mi corazón que dijo algo así como: “Erich, si no te esfuerzas seriamente por casarte y entrar en el nuevo y sempiterno convenio, todas estas enseñanzas y bendiciones prometidas en realidad no te servirán de nada”. Fue un llamado de atención que recibí a la tierna edad de 21 años, y desde ese momento me esforcé aun más por ser digno de esa bendición.
Les invito a fijarse metas personales con respecto a su visión. En Predicad Mi Evangelio leemos: “Las metas reflejan los deseos de nuestro corazón y nuestra visión de lo que podemos lograr. A través de las metas y los planes, nuestras esperanzas se transforman en acción. El fijar metas y el hacer planes son actos de fe”5.
No traten con liviandad las cosas sagradas. Cuando alcancen la edad de casarse, no salgan con otras personas solo para divertirse. Jamás comprometan su primogenitura eterna haciendo nada que los prive de hacer los convenios más importantes en el templo. Al tratar a cada persona con la que salgan como un potencial compañero o compañera eternos, nunca harán cosas inapropiadas que dañen física o espiritualmente a su pareja ni que comprometan la dignidad de ustedes y ensombrezcan su visión. Al conservarse dignos, su percepción espiritual jamás se apagará, y siempre tendrán derecho a los susurros del Espíritu. El Espíritu Santo les alentará y confirmará que las decisiones más importantes de la vida son las correctas, incluso si, a veces, ustedes están muertos de miedo.
Rindan cuentas al Señor con respecto a su visión y sus metas en la vida. Si hay algo de lo que tienen que arrepentirse, no duden ni por un segundo en hacerlo. Tanto esta vida como la vida eterna son demasiado importantes como para “[demorar] el día de vuestro arrepentimiento” (Alma 13:27; 34:33). Acepten la invitación de un profeta de Dios, quien nos instó: “… pedid al Padre, en el nombre de Jesús, cualquier cosa que necesitéis. No dudéis, mas sed creyentes; y empezad, como en los días antiguos, y allegaos al Señor con todo vuestro corazón, y labrad vuestra propia salvación con temor y temblor ante él” (Mormón 9:27).
Reconozco que, dadas sus circunstancias, algunos de ustedes tal vez necesiten adaptar la visión ideal de la familia para que se ajuste a su situación personal. Sin embargo, he aprendido que el Señor nos ayuda a actuar con fe y procurar el ideal hasta donde sea posible.
El principio de perfeccionar
El evangelio de Jesucristo contiene un componente reconfortante; se trata del aspecto perfeccionador o consumador de nuestra fe en el Señor Jesucristo. Moroni nos amonestó que siempre permanezcamos en el sendero correcto, “confiando solamente en los méritos de Cristo, que [es] el autor y perfeccionador de [nuestra] fe” (Moroni 6:4).
Gracias a nuestra fe en Jesucristo, podemos seguir el curso que debemos tomar en la vida. Sin embargo, si tropezamos por nuestra debilidad o por oportunidades perdidas, Él nos tenderá Su mano, suplirá lo que nos falta y se convertirá en el perfeccionador de nuestra fe. Él declaró: “pues yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones” (D. y C. 137:9).
El Manual 2 establece: “Los miembros fieles cuyas circunstancias no les permitan recibir las bendiciones del matrimonio eterno y de la paternidad en esta vida recibirán todas las bendiciones prometidas en las eternidades, siempre y cuando guarden los convenios que hayan hecho con Dios”6.
Testifico que el Señor quiso decir lo que dijo cuando declaró que “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18) y que Su más profundo deseo para todos Sus hijos es que reciban “una plenitud de gozo” (Moisés 7:67). Por lo tanto, siempre tengan presente su visión y “[esfuércense] por lograr el ideal de vivir en una familia eterna. Eso significa prepararse para llegar a ser cónyuges dignos y padres o madres amorosos. En algunos casos, estas bendiciones no se cumplirán hasta la vida venidera, pero la meta máxima es la misma para todos”7.
Sé que hay tantas circunstancias diferentes en la vida como el número de personas que hay en el mundo; sé que existen diferencias en las culturas, las tradiciones y las expectativas. Sin embargo, estas doctrinas y principios son eternos y verdaderos, y son independientes de las situaciones de nuestra vida personal. Tengo la absoluta confianza de que, al meditar sinceramente y considerar con espíritu de oración estas doctrinas y principios, ustedes podrán adquirir una visión personal de su vida que complacerá al Señor y los conducirá a su mayor felicidad.