Mi sueño se hizo realidad
Valencia Hung
Nueva Gales del Sur, Australia
Nací en Hong Kong, China. Cuando era pequeña, soñaba con vivir en un hermoso campo rodeado por la naturaleza.
Después de crecer y casarme, mi esposo y yo nos mudamos a Australia. Él era un mecánico especializado y le otorgaron una visa de trabajo, la cual nos permitió permanecer en Australia por cuatro años. Cuando ambos tuvimos empleo, recibimos una extensión de nuestras visas por otros cuatro años.
Durante ese tiempo, trabajamos para mejorar nuestra situación a fin de poder solicitar nuestra residencia permanente. No podíamos pagar clases de inglés, pero un hermano y una hermana de nuestro barrio nos ayudaron a aprender. Aun así, al cabo de ocho años, parecía que tendríamos que irnos de Australia. Ayunamos y oramos para hallar la forma de quedarnos, y los miembros de nuestro barrio también ayunaron y oraron por nosotros.
Nuestra situación parecía un caso perdido, por lo que comenzamos a empacar y a hacer planes para regresar a Hong Kong. Una noche, un amigo nos llamó y preguntó sobre nuestras visas. Le explicamos nuestra situación, y él nos dijo que conocía a un agente de inmigración que tal vez podría ayudarnos.
Al día siguiente nos reunimos con el agente, quien enseguida nos tranquilizó. Él enviaría la documentación para la extensión de una visa diferente: una visa de residencia permanente que requería que nos mudásemos fuera de Sydney, a una zona rural.
Nos mudamos a una ciudad que se encuentra a alrededor de una hora y media al norte de Sydney. Encontramos una casa cerca de una capilla, rodeada de la verde y frondosa vegetación australiana. Nos encantaba nuestro nuevo hogar y barrio.
Pronto nos otorgaron visas temporarias. Mi esposo y yo continuamos orando, y él ayunó cada domingo durante seis meses. Leíamos las Escrituras todos los días y asistíamos al templo cada semana.
Entonces, un día recibimos una llamada del agente de inmigración. Debíamos regresar a la oficina de Sydney y entregar nuestros pasaportes. Nos los devolvieron sellados con la aprobación de la residencia permanente. Le dimos las gracias al Padre Celestial por esa bendición. Teníamos fe en que nuestras oraciones serían contestadas, y así fue. Y mi sueño de vivir en un campo rodeado por la naturaleza se había hecho realidad.