En el púlpito
Las maestras visitantes son emisarias de Dios
Al subir Jesús por las secas colinas de Galilea o al caminar por los polvorientos caminos de Judea, se encontró con pobreza, enfermedades, aflicciones de todo tipo. Halló al pecador arrepentido y al no arrepentido. Conoció a los que sufrían; y de esas experiencias y Su inmensa comprensión provino Su compasivo ruego: “Venid a mí”.
En 1830, el profeta José Smith declaró que Dios es “el mismo Dios inmutable” [D. y C. 20:17]. Por tanto, no sorprende que, el 28 de julio de 1843, dieciséis mujeres fueran asignadas a “buscar a los pobres y afligidos… para aliviar las necesidades de todos”1. Dieciséis en un mundo de millones; pero tuvo que haber un comienzo. En 1843, dieciséis maestras visitantes; hoy en día [1969], muchas más de 100 000; mañana 200 000; y pasado mañana dos millones.
Hace unas semanas, me encontré con una maravillosa amiga mía. Ella ha sido activa en la Sociedad de Socorro por muchos años… Le pregunté lo que estaba haciendo actualmente en la Iglesia. Hubo una pausa bastante notable. Entonces, contestó: “Oh, solo soy maestra visitante”. ¡Solo una maestra visitante! Después de despedirnos pensé en cómo se sentiría ella si el Salvador… le dijera: “Quiero que seas mi emisaria. Quiero que les digas a las mujeres [a las que haces tus visitas] que las amo, que me interesa lo que les sucede a ellas y a sus familias. Quiero que seas mi ayudante, que veles por estas hermanas, que cuides de ellas para que todo esté bien en mi reino”. Si nos reuniéramos después de tal encuentro, ¿no sería diferente la respuesta de ella? ¿No la ha llamado Él ya por medio de Su sacerdocio con la misma certeza que si hubiera estado ante ella?
¿Cuántas de nuestras maestras visitantes piensan de sí mismas como “simplemente maestras visitantes”?
A la maestra visitante se le da la gran responsabilidad de buscar a las necesitadas. Es más, con su visita, ella les está diciendo a todas las hermanas que alguien se preocupa, y que Dios se interesa…
No debe ser alguien que se apresura el último día del mes y dice: “Solo tengo unos minutos; sé que has leído el mensaje y te lo sabes mejor que yo, y de todos modos no lo necesitas. Qué tal estás y te veré en la Sociedad de Socorro la semana que viene”. La maestra visitante debe dejar tras de sí un amor que bendiga tanto a la hermana que recibe la visita como el hogar de esta…
A medida que la Iglesia crece cada año, la necesidad de maestras visitantes es mayor… Ellas ayudan a combatir la soledad que plaga el mundo y la impersonalidad de las grandes ciudades. Velarán por el extranjero, la viuda, el huérfano, el herido, el afligido, y cuidarán de todas las hermanas con interés y amoroso cuidado… Ayudarán a aliviar el sufrimiento físico, emocional y mental. Darán ayuda a la pecadora y consolarán a la afligida. Llevarán el mensaje de un Evangelio de amor a todas nuestras hermanas por todo el mundo…
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.
“Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30).
Dios bendiga a las maestras visitantes. Porque cuando todas trabajan juntas el yugo es fácil y la carga es ligera…
Ruego que siempre sea así. Amén.